Incilibros/Ayer tuve un dolor de cabeza... y me acordé de ti

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Cita3.pngMe hice un "cataplum" en mi "tití". Iba bien "run" y ¡pa!... me hice "yaya", todavía "lele".Cita4.png
Ayrton Senna sobre los carritos chocones.

Como cosa extraña en mi vida, ayer por primera vez subí a los carritos chocones. Esos vehículos eléctricos de los parques de diversiones que tiene como premisa estrellarse contra el prójimo, maltratar la osamenta de los participantes y joder, joder y joder. Durante mi niñez había subido a otros juegos pero este en particular sólo era visto en las películas.

Aprovechando la coyuntura del cumpleaños de mi abuelo fuimos al parque de diversiones para montarlo en la montaña rusa como una manera amable de animarlo a hacer de una vez su testamento. Mi curiosidad, alimentada por los recuerdos de esas películas que vi de niño, me hizo voltear hacia los benditos carritos cada dos minutos, y así fue como terminé en uno de esos vehiculetes que incitan al usuario a conducir como chofer de combi en hora punta. Debo admitirlo, fue divertido, sobre todo cuando chocaba contra alguna desprevenida jovenzuela gritona o aun cuando era retribuido en aquel juego de agresión inocua. Me di cuenta que el juego este era como cuando los niños torpes de trato agreden al objeto de su amor sólo para llamar su atención.

Luego de los cortos minutos que duró el juego todo parecía risas y gracias, pero luego de unos pasos tuve una sensación de migraña en la base del cerebro. Es normal, me dijeron, es la “resaca” tras tanta agitación brusca. Decidí sentarme a esperar a que se me pase y recordé de aquella vez, amigo mío, cuando fuimos al parque de diversiones a mediados de los 80’s. Los juegos no eran tan modernos ni tan vistosos como los que tenía ahora a unos metros de mí, pero estoy seguro que para ti fueron una experiencia inolvidable.

Niños del Cielo

Fue una tarde de pretextos, durante las vacaciones de invierno, saliéndonos de nuestras casas. Una de esas ferias itinerantes se había instalado en un descampado muy cerca al colegio y ambos salimos de casa con el pretexto de ir a casa del otro a hacer tareas atrasadas. Y nos fuimos al parque mecánico de juegos, con toda la ilusión de los niños, y es que para nosotros era como si fueramos a Disneylandia.

Por mi parte me interesaba conocer el medio, acaso los juegos me parecían muchas veces algo complicados o frustrantes (no se si para el resto de gente que estaba ahí), y es que pensaba que para pasarla bien en un sitio como ese necesitaba entrenamiento, el cual no tenía. Teníamos diez años y tu siempre eras el más alto de la clase, lo que te hizo ser muy seguro de las cosas a la hora de aventurarte, como en este caso por ejemplo. Así que compramos algunas fichas para las máquinas electrónicas.

Matrix

Así me puse cuando Nintendo suspendió el pinball

El Pinball, el original de aquellos años, era la sensación. Los mozalbetes hacían fila para conducir a aquella bolita metálica y poder darle unos golpes en su seudolaberíntico circuito haciendo las veces de “nave espacial imaginaria”. Unos se sentían “Flash Gordon”, otros “Zankokai”. Debido a la mecánica del juego aquella caja estaba hecha para recibir cierto maltrato del usuario de turno. Algún empujón para que la bola cambie de rumbo o a fin de que tome más impulso, pero darle patadas giratorias no estaba estipulado, así que los operarios del parque te sacaron de ahí de las orejas sin darte tiempo a que te sientas héroe por haber hecho el puntaje más alto registrado en toda la tarde.

Te señalé el juego de Atari, era una consola inmensa a mi ver, a un lado decía “Gálaga” en letras blancas en un fondo espacial negro y rojo. El juego consistía en mover una palanca direccional a un lado u otro para esquivar los ataques y apretar el botón de disparo. Como ninguno de los dos había jugado con una de esas cosas antes decidiste concentrarte en el movimiento y me encargaste disparar (o sea, presionar el botoncito de manera constante). Si bien la máquina tenía antecedentes de tragarse las fichas o accidentes como transeúntes distraídos que tropezaban con el cableado cortando la electricidad no fue algo que nos pasó pero tus movimientos de palanca eran tan sutiles que te dejaron la mano dolida por la brusquedad del trato.

Wild Wild West

El fútbol de mesa parecía interesante, y era para dos. Una ficha en el aparato nos daba cinco bolitas, por ende la opción de jugar hasta los cinco goles. Pero un avezado usuario anterior se había robado una bolita lo que nos dejaba un sinsabor tras el cuarto gol (y el partido empatado 2 – 2), pero tú improvisaste con un limón que traías en el bolsillo. Manía tuya la de chupar limones con sal, nunca la entendí.

Pero, por el antecedente que tenías en la máquina de pinball, tus gritos de emoción narrando el partido no fueron pasados por alto. Al ver el limón el operario de turno te apartó de un empujón, sacó tu limón del juego y lo aplastó con el pie. Así nos quedamos sin juego; y tú, sin limón.

Así que para tranquilizarte posaste tu atención en el juego de los caballitos, o tiovivo y compraste tu boleto. Siempre se veían de ensueño en las películas navideñas, rodeados de luces, música de campanitas, nieve y la mirada cómplice de Papa Noel. Así que decidiste probar suerte en el carrusel del parque. No tenía techo, ni decoración, ni columna temática en el eje, y tampoco era impulsado por motor sino por el punche de un operario no muy animado (como en El Chavo). Saliste tan decepcionado del juego que ni te hizo gracia cuando te dije que esos caballos se movían con “un humano de fuerza”, jugando con el concepto de “caballo de fuerza”.

La casa de los espejos te dio expectativa, pero como laberinto me resultó bastante torpe. Fácilmente pude hacer un mapa mental de la ruta al notar las rajaduras, roturas y la erisipela posterior de algunos que convertía a los espejos en ventanas. Te fascinaste inicialmente pero, torpe yo, te dije como identificar la ruta y reventé tu burbuja.

Sí...te lo estabas comiendo mientras te montabas alla arriba

Así que, para vengarte, subirías a la rueda de la fortuna. Sabías que me negaría debido a mi acrofobia y es que por lo mismo no me hacía ilusión aquel enorme repuesto de bicicleta titánica. Pero tú, sintiéndote como quien va a alcanzar la cima del cielo, te encaramaste entusiasta en una de las cabinas. Te vi subir y bajar, dar vuelta y vuelta. Ya al bajar tenías cara de timado. Te fastidió la lentitud del movimiento de la rueda, cual si fuera impulsada por el esfuerzo de un hamster. Así que, para sacarte el clavo, te fijaste en el juego más veloz y brutal del lugar (que según decían estaba prohibido en algunos países), la silla voladora.

La silla voladora era la sensación de la temporada, una especie de canastilla colgada de unas cadenas te servía de asiento y el motor del armatoste, ruidoso como un volkswagen mal afinado, empezaba a dar vueltas a las canastillas, yo miraba desde la paz de una banqueta y te veía acelerar, y acelerar, y acelerar… y (diablos) acelerar. Tuve que frotarme los ojos y aguzar mi atención para distinguir cual de esas manchas borrosas eras tú. No lo logré, era demasiada velocidad hasta que vi una especie de “señal”, a mi ver era una bandera anunciando diversión y era tu mano la que la agitaba. Finalmente el juego se detuvo y pude ver que tu “bandera”, eran varias tiras de papel higiénico que sacaste de tu bosillo para intentar limpiarte del estropicio que tenías en la ropa a causa de tu vómito. Dicho sea de paso varios de los que te acompañaron el aquel ciclón te agradecieron las salpicaduras de vómito con sendos recuerdos a tu digna madre. Pero ¿Qué podías hacer tú contra la fuerza centrífuga? Eso ellos no lo podrían entender, y tú no lo podrías explicar porque nunca te fue bien con la física.

Crimen y castigo

Así me siento desde aquí..desde la cárcel..

Al recuerdo de aquella experiencia se suma el consumo, entre juego y juego, de rosetas de maíz, pochoclo sin amor, palomitas frías. Al estar frías era como comer tecnopor, copos de embalaje… polipropileno con sal, una desgracia. Tampoco te faltó capricho por manzanitas acarameladas, el problema era que eran de esas manzanitas verdes, esas que venden para prepararlas con avena, y que tienen efecto laxtante o de disentería si se comen en relativa abundancia. Pero, a modo de alivio, el rechinar de tus muelas te hacía gracia.

Fue una tarde complicada para ti, y al menos hubiera quedado ahí si no fuera que se te ocurrió ir vistiendo el uniforme de colegio. Al final, tu paseo más interesante fue el que hiciste en el auto de la policía cuando nos llevó a tu casa (hacerme pasar por hermano tuyo me libró de líos mayores a mí) donde encima te castigaron por llevarte la plata que tu madre planeaba usar en el spá.

Volver al Futuro

Ayer fue el cumpleaños de mi abuelo, y el saldo de mi experiencia en los carritos chocones (y la tarde de juegos) fue una ligera migraña y el invaluable tiempo de alegría compartida con mis sobrinos, quienes ahora dicen que soy su tío favorito. Al final, mi abuelo, tras la experiencia de la montaña rusa no ha redactado aun su testamento, pero está convencido que su marcapasos necesita repuestos, urgente.

Y bueno, la última vez que supe de ti aún insistías, ahora en la seguridad de tu hogar y tu computadora, en la ruta Inicio/Programas/Accesorios/Juegos/Pinball. Espero que no le estés dando patadas giratorias.