Incinoticias:Señor de los Temblores intenta ser Señor de los Incendios y fracasa en el intento
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Sus fieles ahora le cantan "Noviembre sin ti"
15:33 25 de noviembre de 2010 — Ciudad: Lima; Perú — Informa: Julio César Uribe
Agencia Inciclopedia Express
Iglesia Santiago Apóstol en el distrito de Surco. Una madrugada de noviembre del 2010, es primavera, hace frío, parece un otoño ainviernado. El Señor de los Temblores la estuvo pasando bien, hace poco lo acababan de sacar a pasear y se tomaba su mate de coca con cañita. El frío, maldito frío, agobia su cuerpo semidesnudo y braciabierto. Puede pescar una pulmonía, y que se muera no sería bueno para la fe del colectivo.
Una feligresa de raza negra recibe una epifanía. El Señor le está hablando. Más bien le está cantando. "Negrita ven, préndeme la vela" mientras el Señor menea las caderas, la única articulación que puede, a ritmo de festejo.
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La beata, fiel como ninguna, obedece al Señor Moreno y celebra con él. Entran en calor a pesar de lo elevado de las horas y lo bajo de la temperatura. La beata, en un dulce arrebato de inspiración, acerca la vela al taparrabos de su Señor, muy cándida. Él sigue meneando las caderas. El taparrabos se prende, hubo un mal movimiento. No hay culpas, no hubo premeditación ni alevosía. El Señor sigue meneando las caderas. La feligresa ve estupefacta como el fuego va consumiendo la adorada imagen.
—¿No te arde Señor? —preguntó ella preocupada.
—No, que va. Si soy de mentira. Esto de que bailo y te hablo tú lo estás imaginando.
La pobre mujer huye del lugar de los hechos y se refugia en un templo Mormón. Ahí la mantienen recluida y la alimentan con bananas, pero al menos evita el juicio del cura local.
Ante la desesperación, serenos de ese distrito ingresaron por la fuerza al recinto y trataron de controlar las llamas con el agua de los floreros, escupitajos y orina fresca. Al grito de "¡SACRILEGIO!" se vieron forzados a suspender la labor de extinción del fuego y dejar que la efigie sea pasto de las llamas. Luego llegaron los bomberos, para barrer las cenizas.
Al darse el aviso a los medios, el párroco señaló que el incendio pudo haber sido provocado.
—Todo este asunto me da mala espina, creo que hubo una mano negra. —espetó.
Mientras tanto el sacristán llora por la pérdida de la imagen.
—Es lamentable, ahora voy a tener que pintar el mugre mural de nuevo. Otra vez. Prefiero hacer penitencia escribiendo mil veces en la pizarra.
Amanece, y el cura cierra su kiosko de venta de velas a la entrada del templo, retira los candelabros de las demás imágenes y pone alcancías bajo las efigies. Se leen sendos cartelitos "se aceptan dólares". Se llena de fe. Espera tiempos mejores.
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