Usuario:DD/Material Edad Contemporánea

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Modernidad: ruptura y continuidad

La Edad Contemporánea es un nombre que se les ocurrió a los historiadores europeos que se sentían superiores a las estructuras antiguas y querían presumir de lo nuevo y moderno que era todo, pero no todos se pusieron de acuerdo en cómo bautizarlo. Algunos anglosajones, que siempre tienen que llevar la contraria, prefieren usar “Late Modern Times” porque es como su café de la mañana y “Early Modern Times” para marear la perdiz. La modernidad se define como una forma de ver el mundo centrada en el hombre y sus chorradas, como la libertad individual y el conocimiento científico, que empezó en Europa Occidental en el siglo XV porque se les acabaron las cruzadas y las pestes. Las revoluciones fueron el punto álgido de estas tendencias, y las doctrinas políticas y económicas del liberalismo fueron las más exitosas porque sonaban a liberado. Sin embargo, también hubo gente que se hartó de la modernidad, que llevaron al nihilismo y al desarrollo de movimientos como el romanticismo, el irracionalismo y el existencialismo, que son palabras muy rimbombantes y difíciles de pronunciar. La Edad Contemporánea es una continuación de la modernidad, pero también ha habido una crítica a ella, porque hay gente pa tó, incluso hay algunos (terraplanistas) que insisten en regresarnos a la prehistoria.

La «Era de la Revolución» (1776-1848)

Artículo principal: Era de la revolución

Reacción contra la Ilustración: el Romanticismo

El Romanticismo fue un movimiento cultural que surgió a finales del siglo XVIII y principios del XIX como una reacción contra la Ilustración, el racionalismo y el neoclasicismo. Los románticos se caracterizaron por ser unos rebeldes sin causa que se pasaban el día llorando, escribiendo poemas cursis, pintando paisajes sombríos y suicidándose por amor. Querían romper con la Ilustración porque les parecía un movimiento aburrido, frío y aburrido (sí, dos veces aburrido). No soportaban la idea de que todo se pudiera explicar con la razón, la ciencia y la lógica, y preferían creer en lo sobrenatural, lo misterioso y lo irracional. Además, les molestaba que los ilustrados se creyeran superiores a ellos y los trataran de ignorantes, locos y sentimentales. Por eso, los románticos se rebelaron contra el orden establecido y buscaron su propia identidad, expresando sus sentimientos más profundos y exaltando su individualidad. Así, se convirtieron en los primeros emos de la historia. Algunos de los representantes más famosos del Romanticismo fueron Lord Byron, Goethe, Victor Hugo, Edgar Allan Poe y el Conde Drácula.

Equilibrio europeo

Fue un período de la historia que abarcó desde que los franceses se hartaron de comer baguettes y queso hasta que se cansaron de seguir a un enano megalómano. En ese tiempo, Europa se convirtió en un campo de batalla donde se pegaban de tortas por cualquier cosa: por la libertad, por la gloria, por el dinero, por el amor o por el aburrimiento. Todo empezó con la Revolución Francesa, luego llegó Napoleón Bonaparte, un general francés que se creía el rey del mambo y que quería poner su nombre en todos los rincones de Europa. Para ello, se dedicó a invadir y saquear a todos los países que pudo, desde España hasta Rusia, pasando por Italia, Alemania y Egipto (sí, aparentemente quería llegar a Rusia por el lado menos pensado). Pero no contaba con que los demás países no estaban dispuestos a dejarse mangonear por un francés bajito y con sombrero de copa. Así que se unieron en una coalición para darle una paliza y mandarlo a su casa (o mejor dicho, a una isla perdida en medio del océano).

Después de la caída de Napoleón, los países europeos se reunieron en el Congreso de Viena para repartirse el pastel y evitar que otro loco se les subiera a las barbas. El principal fue el canciller austriaco Metternich, que era un illuminati que sabía cómo mover los hilos. Su plan era mantener el equilibrio entre las grandes potencias (Austria, Prusia, Rusia y Gran Bretaña), devolver a los reyes al trono (aunque fueran unos inútiles) y aplastar a cualquier movimiento liberal o nacionalista que quisiera cambiar las cosas. También se crearon alianzas como la Santa Alianza (entre Austria, Rusia y Prusia) para defender los intereses de los curas y los nobles aunque fueran aún más inútiles que los reyes; o el Espléndido Aislamiento (de Gran Bretaña) para pasar de todo y dedicarse a explotar a sus colonias. Así se inició un período de paz relativa en Europa, pero también de aburrimiento mortal y opresión política.

Apertura de espacios continentales «vírgenes»

Fue un proceso en el que algunos países se pusieron muy codiciosos y quisieron acaparar más tierras de las que podían. Así que se lanzaron a la aventura de explorar, colonizar y anexionar las tierras que estaban más allá de sus fronteras, sin importarles mucho si ya había alguien viviendo allí o no. Los Estados Unidos eran una joven nación que acababa de independizarse de Gran Bretaña y que tenía muchas ganas de meterse en líos. Para ello, se basaron en la idea del Destino Manifiesto, que era una excusa barata para justificar su expansión por todo el continente americano. Así que se dedicaron a comprar, conquistar y robar territorios a sus vecinos, como Luisiana a Francia por un puñado de dólares, Florida a España por unas naranjas, Texas y California a México por unos nachos, Alaska a Rusia por unas botellas de vodka y Hawái a los nativos por unas guirnaldas. También se enfrentaron a los indios, a los que desplazaron, masacraron o confinaron en casinos. De esta forma, lograron formar el país más grande y poderoso del mundo (según ellos).

Los estados latinoamericanos tenían muchas ilusiones de formar grandes naciones unidas y democráticas, pero se toparon con muchos líos internos que se lo chafaron. Por otro lado, tenían que lidiar con las amenazas de las potencias europeas, que querían volver a mandar sobre ellos o sacarles tajada; y con la intromisión de los Estados Unidos, que se creían los amos del continente. Así que tuvieron que defender su soberanía y buscar su propio camino hacia el progreso o al menos eso intentaron, porque la verdad es que no les salió muy bien.

Los zares rusos eran unos tipos muy serios que no querían que nadie les hiciera sombra. Alejandro I se dedicó a frenar las revoluciones en Europa y a aplastar a los rebeldes en casa. Nicolás I se creía el policía de Europa y se resistía a cualquier cambio. Alejandro II quiso ser más moderno y liberó a los siervos, pero los nihilistas no le perdonaron y le hicieron volar por los aires. Mientras tanto, Rusia se hacía cada vez más grande y buscaba mares sin hielo para bañarse. Los balcanes eran su patio de recreo y el Imperio otomano su saco de boxeo. Todo esto con mucho humor eslavo y mucha vodka.🍾

La «era victoriana» británica

La era victoriana británica fue un periodo de la historia de Inglaterra que duró desde 1837 hasta 1901, cuando reinó la reina Victoria, una señora muy seria que no se reía ni con los chistes de Inciclopedia (que no se le puede culpar). Durante su reinado, los británicos se dedicaron a conquistar medio mundo, a inventar cosas como el ferrocarril, el teléfono y el té de las cinco, y a vestirse con ropa muy incómoda y aburrida. También se caracterizó por ser una época de gran hipocresía moral, donde se condenaba el sexo, el alcohol y la diversión, pero se practicaban en secreto. La era victoriana fue la cuna de grandes escritores como Charles Dickens, Oscar Wilde y Jack el Destripador.🔪

La «Era del Capital» y la «Era del Imperio» (1848-1914)

La era del capital y la era del imperio fueron dos periodos de la historia mundial que se dieron entre 1848 y 1914, cuando los países europeos se pusieron muy ambiciosos y quisieron tener más dinero y más territorios que nadie. Para lograrlo, se dedicaron a explotar a los trabajadores, a invadir y colonizar a otros pueblos, y a competir entre ellos por ver quién tenía el ejército más grande y el bigote más poblado. También se inventaron cosas como el capitalismo, el socialismo, el nacionalismo y el imperialismo, que causaron muchos problemas y conflictos. La era del capital y la era del imperio terminaron con la Primera Guerra Mundial, una guerra tan grande y tan horrible que nadie quiso repetirla nunca más (hasta que lo hicieron).💣

Cuestión de Oriente, levantamientos nacionalistas y Sistema Bismarck

La segunda mitad del siglo XIX fue un lío de faldas y de banderas, donde los europeos se metían en la cama y en la guerra con cualquiera. Los europeos se peleaban por el Imperio otomano, que estaba más acabado que la carrera de Britney Spears después de raparse la cabeza. Los italianos y los alemanes se unieron para hacerse los chulos y los balcánicos se rebelaron para hacerse los independientes, aunque nadie les hacía mucho caso. El sistema Bismarck fue el plan maestro del canciller alemán para llevarse bien con todos y fastidiar a Francia.

Antes, en 1864, el canciller prusiano Otto von Bismarck se aburría mucho y se le ocurrió empezar una serie de guerras para unir a los alemanes a su manera. Bismarck era un tipo muy duro que hacía lo que le daba la gana y no le gustaba nada la monarquía austriaca, que le parecía muy sosa y muy grande. Así que se alió con otros estados alemanes y le pegó una paliza a Francia en la Guerra franco-prusiana (1871), que acabó con el rey de Prusia Guillermo I poniéndose una corona y llamándose káiser del Segundo Reich.

En 1859, en Italia pasaba algo parecido. El Reino de Piamonte-Cerdeña quería unir a los italianos bajo su mando y contó con la ayuda de Francia para echar a los austriacos. También hubo un tal Garibaldi que se fue de aventuras con mil voluntarios por el sur de Italia, pero los ricos del norte no le hicieron mucho caso. Para 1866, solo quedaba Roma, que estaba bajo el control del Papa Pío IX, un señor muy gruñón que odiaba el liberalismo y que tenía a Napoleón III de Francia como guardaespaldas. Cuando Napoleón III cayó en 1870, los italianos aprovecharon para tomar Roma y dejar al Papa encerrado en el Vaticano. El Papa se enfadó mucho y no quiso hablar con los italianos ni con los Saboya (la familia real italiana) hasta que llegó Mussolini y le hizo un trato en 1929.

El reparto colonial

El reparto de África fue una fiesta a la que fueron invitados todos los países europeos, menos los que no tenían dinero ni amigos. Consistió en repartirse el continente africano como si fuera una tarta, sin importarles lo que pensaran los africanos, que eran los dueños de la tarta. Los europeos se pusieron muy codiciosos y querían llevarse la mayor parte posible, así que se inventaron unas reglas muy raras para decidir quién se quedaba con qué. Por ejemplo, si un país ponía una bandera en un lugar, ese lugar era suyo. O si un país navegaba por un río, ese río era suyo. O si un país le hacía un regalo a un jefe africano, ese jefe era suyo. Así se fueron repartiendo el pastel hasta que no quedó nada. El reparto de África fue una de las causas de la Primera Guerra Mundial, una guerra tan grande y tan horrible que nadie quiso repetirla nunca más (hasta que lo hicieron).

Positivismo y el «eterno progreso»

En el siglo XIX, los intelectuales se quitaron el pañuelo de los ojos y se pusieron las gafas de culo de botella para ver el mundo con más frialdad y precisión. Como los europeos se habían hecho con medio planeta a base de tiros y barcos, pensaron que la ciencia era la panacea para todo y que el positivismo era el no va más. La ciencia y la tecnología se hicieron inseparables y se creyeron lo mejor del mundo. Los científicos se convirtieron en las celebrities del momento y la gente los idolatraba como si fueran Leonardo da Vinci o Miguel Ángel, pero con bata blanca. El libro de Darwin sobre los monos y los humanos causó un escándalo que todavía dura. La ciencia y la tecnología también se metieron en las novelas de Julio Verne, pero otros escritores como Zola y Wells les pusieron los pies en el suelo y les dijeron que la ciencia sin conciencia es la ruina del alma, y que además podía crear monstruos como el doctor Frankenstein o el hombre invisible. El realismo y el naturalismo nacieron como una forma de contar las cosas como eran y no como nos gustaría que fueran, y se dedicaron a retratar los dramas de la gente corriente, como si fueran un reality show del siglo XIX.

El asentamiento de la revolución liberal

Capitalismo industrial y financiero. Segunda revolución industrial

Fue una época en la que los europeos se creyeron los amos del universo y se dedicaron a arrasar los recursos naturales y humanos de otros continentes, pues era el único trabajo que conocían. Los capitalistas se hicieron cada vez más ricos y poderosos, y crearon grandes empresas y bancos que dominaban la economía mundial, mientras se reían de los pobres y les tiraban migajas de pan. Los trabajadores, en cambio, vivían en condiciones lamentables y tenían que soportar largas jornadas de trabajo, bajos salarios y enfermedades, mientras soñaban con una vida mejor o con ganar la lotería. La sociedad se dividió en dos clases: los que tenían de todo y los que no tenían ni donde caerse muertos, y que a veces se peleaban por un trozo de queso o un calcetín viejo.

La cuestión social y el movimiento obrero

Fue una época en la que los trabajadores se cansaron de ser explotados por los capitalistas y decidieron organizarse para defender sus derechos. Algunos de los problemas que sufrían eran el empobrecimiento, la baja calidad de vida, el hacinamiento, jornadas laborales de hasta dieciséis horas, explotación infantil, etc. Es decir, todo lo que hoy en día los libertarios consideran un lujo y que se debe volver a eso. La cuestión social era el nombre que se le daba a este conjunto de problemas sociales que afectaban a la clase obrera. El movimiento obrero era el nombre que se le daba a las acciones colectivas que realizaban los trabajadores para mejorar su situación. Algunas de estas acciones eran las huelgas, las manifestaciones, las revueltas, las cooperativas, los sindicatos, etc. Es decir, todo lo que hoy en día se considera un delito.

Socialismo y anarquismo

El socialismo y el anarquismo fueron dos corrientes que surgieron en el siglo XIX como respuesta a la cuestión social y el movimiento obrero. Ambas buscaban crear una sociedad más justa e igualitaria, pero tenían visiones muy diferentes sobre cómo lograrlo. El socialismo quería que el Estado fuera el papá de todos y les diera todo lo que necesitaran, mientras que el anarquismo quería que el Estado se fuera a la porra y que cada uno hiciera lo que le diera la gana. El socialismo se basaba en la idea de que juntos éramos más fuertes, mientras que el anarquismo se basaba en la idea de que cada uno era su propio jefe. El socialismo se inspiraba en las teorías de Marx y Engels, dos barbudos que escribieron un libro muy gordo, mientras que el anarquismo se inspiraba en las acciones de Bakunin y Kropotkin, dos rebeldes que les gustaba hacer lío. El socialismo se organizaba en partidos políticos, donde todos decían lo mismo y seguían al líder, mientras que el anarquismo se organizaba en sindicatos y colectivos, donde todos decían lo que querían y nadie hacía caso a nadie. El socialismo pretendía llegar al poder mediante las elecciones o las revoluciones, donde había que votar o pegar tiros, mientras que el anarquismo pretendía llegar al caos mediante las huelgas o los atentados, donde había que parar o poner bombas. El socialismo soñaba con una sociedad sin clases, donde todos fueran iguales y felices, mientras que el anarquismo soñaba con una sociedad sin Estado, donde todos fueran libres y salvajes.

Cuestión social y leyes sociales

La cuestión social era el nombre que se le daba a los problemas que sufrían los trabajadores por culpa del capitalismo salvaje. Algunos de esos problemas eran la pobreza, la miseria, el hambre, la enfermedad, la explotación, el analfabetismo, la violencia, etc. Es decir, todo lo que hoy en día se considera un privilegio. La cuestión social era tan grave que algunos pensaron que había que hacer algo para solucionarla, o al menos para disimularla. Fue así como surgieron las leyes sociales, que eran unas normas que el Estado dictaba para proteger a los trabajadores de los abusos de los empresarios. Algunas de esas leyes eran la limitación de la jornada laboral, el salario mínimo, el seguro social, la prohibición del trabajo infantil, etc. Es decir, todo lo que hoy en día se considera una utopía.

Las leyes sociales no fueron bien recibidas por todos. Los capitalistas se opusieron a ellas porque decían que atentaban contra la libertad de mercado y que les hacían perder dinero. Los trabajadores tampoco estaban muy contentos con ellas porque decían que eran insuficientes y que no cambiaban el sistema de explotación. Los políticos las defendían porque decían que eran necesarias para mantener el orden social y evitar las revoluciones. Los intelectuales las criticaban porque decían que eran una forma de control social y de alienación. Los religiosos las bendecían porque decían que eran una forma de caridad cristiana y de salvación.

Las leyes sociales tuvieron diferentes alcances y resultados según los países y las épocas. Algunos países fueron más avanzados y generosos que otros en materia de legislación social. Algunas épocas fueron más favorables y propicias que otras para el desarrollo de las políticas sociales. Algunos sectores sociales se beneficiaron más que otros de las medidas sociales. Algunos efectos sociales fueron más positivos y duraderos que otros de las acciones sociales.

La sociedad de masas

El siglo xix fue el siglo de la moderna sociedad de masas, que se formó cuando la gente dejó de ser pobre y analfabeta y empezó a comprar cosas y a leer libros. Esto ocurrió porque la industrialización hizo que las cosas se hicieran más baratas y más rápidas, y que aparecieran nuevos trabajos que pagaban mejor que el campo o la fábrica. Los nuevos inventos cambiaron la vida de la gente para siempre, como las latas de comida, que permitieron que la gente comiera cosas raras y exóticas, o el cine, que permitió que la gente viera cosas que nunca había visto ni imaginado ni querido saber.

La educación también tuvo mucho que ver con la sociedad de masas, porque el Estado obligó a los niños a ir a la escuela y a aprender a leer y a escribir. Así se creó un público lector que demandaba más y más libros y periódicos. Los periódicos se hicieron muy populares, sobre todo los que contaban chismes y mentiras. Los libros también se hicieron muy populares, sobre todo los que se publicaban por partes en los periódicos y que contaban historias de aventuras, amor y misterio. Algunos de esos libros fueron Los misterios de París, Los tres mosqueteros, Los miserables o Oliver Twist. A finales del siglo, el escritor Víctor Hugo logró que se respetaran los derechos de autor, para que los escritores pudieran cobrar por sus obras y no se las copiaran otros.