Carta de amor

De Inciclopedia
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Balalaika, 10 de noviembre de 1964.

Mi amada Dobrinka:

El último beso que recibí de ti.

Te escribo partiendo a Tuvalu para olvidar. Es probable que allí dedique mi tiempo a la Legión Extranjera o trabaje de gigoló en uno de los peores tugurios del puerto para olvidar aquellas noches de mágica locura.

¿Cómo impedir recuerdos tan sublimes? Como cuando lograbas controlar esa barba incipiente con ese par de pinzas oxidadas y a momentos podía imaginar que estaba no con Marilyn Monroe, pero sí al menos con una mujer normal. ¿O bien cuando caminábamos juntos por la orilla del mar bajo un cielo de tormenta siendo picados por miles de medusas? De verdad me resulta muy difícil este momento con Soledad de soledad.

Siento no haber podido cumplir esa promesa que para ti era tan importante. Ese par de hotdogs medio fríos del carrito de la esquina se aparecen en las peores de mis pesadillas. De verdad valía la pena el esfuerzo de haberte invitado a tan maravilloso banquete. Seguramente en poco tiempo más podrás disfrutar de una fina velada, entre perfumes y orquídeas, degustando un plato de arroz blanco con otro hombre.

Ahora es claro que no valió la pena correr el riesgo de sacar el auto de mis padres para ir a buscarte. Que no lo podamos encontrar luego fue un problema pero con un poco de sentido del humor supimos salir adelante y nuestro amor se consolidó, o eso creía yo.

Pude haber evitado otros chascarros también. No fue buena idea darle de martillazos a tu madre en la cabeza por no dejarte salir sin ropa interior aquella noche. Sé que tampoco me perdonas la cicuta que le puse en el vino a tu padre el día de su cumpleaños. Harto aburrido me resultaba estar ahí por compromiso y ya quería que se durmiera para ir a mi casa. Nunca te gustó verme molesto, y creo que gracias a eso esa noche anduve alegre y comunicativo. Creo que por un momento logré abstraerme del animal bravío y esquizofrénico que llevo dentro, viviendo momentos de grato compartir con tu familia.

En fin, yo sé que estas mis dificultades suenan menores al lado de mis grandes fallos, como mi costumbre de dejar firmado con tinta café el excusado, o la innoble práctica de eructar usando el micrófono en la iglesia. Son todos problemas que si me hubieses dado una chance podía corregir, pero en tu caso el amor ya se había ido y con él la posibilidad de estar juntos.

La verdad nunca debí dejarme llevar por mis amigos, que pensaban que tú eras muy exigente. Quedaron ingratamente sorprendidos cuando me pediste por favor que te pagara el autobús porque tu padre estaba cesante y no tenía dinero para darte. "De esa bruja por fin te liberaste", me dijeron, mientras se me hacían pocos los 15 años que me acompañaste en mi vida. ¿Era mucho pedir, además, que bailaras con ellos a oscuras, y sólo en pocas oportunidades horizontalmente?

No sé qué tan importante era, pero nunca logré entender esa manía del aseo personal que tenías. Jamás se me habría ocurrido gastar en exceso agua y destinar tiempo a esa actividad ociosa que consiste en ponerse debajo de la ducha. Eso es lo único que no podría transar, un asunto de dignidad personal. Es una lástima que no pudieras seguir aceptando ese detalle tan menor al lado del poder de nuestro amor.

Si pudiera hacer algo para que volvieras a mí estaría dispuesto a todo, incluso a dejar de usar jeringas de vidrio para inyectarme la heroina.

Quizás esta sea la última posibilidad de obtener una señal tuya antes de partir a lejanos pagos. Pronto todo será historia, mientras lloro observando aquella maravillosa fotografía con tu pañuelo en la cabeza.

No bien el puerto desaparezca de mi vista luego de zarpar comenzaré una nueva vida.

Tuyo,

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PS: dile a tu hermana que nos juntamos en la fecha acordada en Ukelele. Le dejé una maleta con lencería de regalo. Besos.