Restauración Meiji
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La Defraudación Meiji (明治維新) | |||||||||||||
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Parte de Occidentalización Forzada de Japón | |||||||||||||
Samurái intentando entender un formulario de impuestos | |||||||||||||
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Beligerantes | |||||||||||||
Tradicionalistas: Samuráis desempleados Vendedores de armaduras en quiebra Fans de los katanas |
Modernistas: Burócratas con gafas Dominios de Archivo:BanderaChōshū.png y Archivo:BanderaSatsuma.png Vendedores de trajes occidentales Fabricantes de papel para formularios Archivo:BanderaEE.UU..png Interventores extranjeros como el Comodoro Perry | ||||||||||||
Comandantes | |||||||||||||
Saigō Takamori El Último Samurái (con cameo de Tom Cruise) |
Emperador Meiji Líderes de Archivo:BanderaChōshū.png y Archivo:BanderaSatsuma.png (maestros de la modernización) Yamagata Aritomo (maestro del "llenado de formularios") Archivo:BanderaEE.UU..png Comodoro Perry (*padre de las corbatas y el caos moderno*) | ||||||||||||
Fuerzas en combate | |||||||||||||
Miles de samuráis confundidos y sus familias indignadas | Tropas modernizadas de Archivo:BanderaChōshū.png y Archivo:BanderaSatsuma.png Millones de formularios por triplicado y traductores con dolor de cabeza | ||||||||||||
Bajas | |||||||||||||
Todo el honor samurái Infinitos kimonos pasados de moda |
Millones de árboles para tanto papeleo Unas cuantas corbatas quemadas en protestas |
Hola, soy Ken Shimizu, un samurái rōnin desde 1868, desempleado gracias a la infame Restauración Meiji (明治維新 Meiji Ishin), también conocida como la "Defraudación Meiji" (1868-1912), un período histórico donde Japón, en un arranque de inexplicable entusiasmo por lo occidental, dijo que siete siglos de gloriosa tradición samurái valían menos que un dorayaki frío. Olvidando tiempos aquellos cuando uno podía resolver sus diferencias con un duelo a muerte. Ahora hay que llenar formularios por triplicado.
La "modernización" comenzó cuando unos barcos afroamericanos aparecieron diciendo "comercien con nosotros o ya verán". En vez de responder honorablemente con una lluvia de flechas, el gobierno decidió que era buena idea copiar todo lo extranjero. El resultado fue que cambiaron mi magnífica armadura por un ridículo traje occidental que pica y el majestuoso castillo de mi señor feudal es ahora un café de furros.
Acto I: Antecedentes históricos
Antes de este desastre, Japón era el paraíso. Los samuráis imponíamos el orden con un simple swish de nuestras katanas en las tripas de algún vagabundo. Nada de llenar formularios o hacer colas. Los campesinos vivían felices cultivando arroz, sin preocuparse por cosas innecesarias como vacaciones pagadas. Y los comerciantes, aunque sí, la escoria de la sociedad (con todo respeto), no hacían malavares de contabilidad, con darle la mitad de su ingreso al daimyo bastaba.
Había paz y armonía en Japón… hasta que llegó el ornitorrinco. Bueno, técnicamente no era un ornitorrinco literal, sino Matthew Perry, un comandante estadounidense que, con sus “barcos negros” y aires de superioridad, arruinó el zen nacional en 1853.
En lugar de recibirlo como se debe (con un ejército de 10,000 samuráis listos para morir gloriosamente), nuestro gobierno optó por cobarde diálogo diplomático que en los mejores tiempos mereciera el sepuku con una katama cubierta de wasabi.
Acto II: El desarrollo del desastre
Lo que siguió fue una transformación cultural que, según este servidor, es un mal drama kabuki.
- Vestimenta: Adiós a nuestros gloriosos kimonos. Hola a esos trajes occidentales, que son kimonos baratos con botones y cero dignidad. Además nos obligaron a usar pantalones, no tienes idea de lo incómodo que es usarlos, aprietan los huevos.
- Militar: Mi katana ancestral, símbolo de mi linaje, ahora es un abridor de cartas. ¡Un ABRIDOR DE CARTAS!
- Economía: Los castillos se transformaron en fábricas. ¿Cómo se supone que uno organiza un asedio heroico en una fábrica de botones?
Acto III: Consecuencias
En la era Meiji, los samuráis pasamos de ser los guardianes del orden y la justicia a ser... curiosidades históricas. Hoy en día, mi topknot está empeñado (literalmente) y tengo trabajos temporales explicándoles a turistas cómo no apuñalarse con palillos.
Lo que sólo les interesa a los historiadores
Alianza Satcho
Chōshū y Satsuma no eran amigos, ni siquiera conocidos, nunca se habían visto, no habían estado juntos en ningún lugar y ni siquiera sabían de la existencia uno del otro. Pero se odiaban como yo odio a <inserta tu nombre aquí>. Así que se juraron la muerte mutua, pero un día, alguien dijo: “¿Y si dejamos de pelearnos y nos unimos para algo más útil? Como destruir al Shogunato, por ejemplo”. Genios.
Satsuma puso el dinero y las armas que consiguió de unos extranjeros con sombreros raros. Chōshū trajo un ejército lleno de ganas de pelear con cualquiera que respirara. Su trato fue sencillo: “Nos odiamos, pero odiamos más a los Tokugawa”.
Guerra Boshin
Imagínate esto: estás tranquilito, viviendo tu vida de samurái, cuando de repente llegan unos genios de Satsuma y Chōshū diciendo que el Shogunato Tokugawa ya no rinde. Y su brillante plan es tumbarlo y poner al inútil de su divina majestad (bendito sea) Emperador en el trono, un crío que ni siquiera se sabe limpiar la cola. Pero no lo hacen solos, se traen a unos extranjeros que, entre lecciones de cómo usar rifles y tenedores.
Primera parada: Kyoto. El Shogunato va con katanas y honor; ellos responden con balas y tácticas modernas como no dejarse clavar nada. En la Batalla de Toba-Fushimi, aprendimos una lección importante: el bushido no detiene disparos.
Luego entregamos Edo sin pelear. Nada como regalar tu castillo para demostrar fuerza. Los últimos leales al Shogunato nos refugiamos en Hokkaido, fundamos la República de Ezo (porque ya qué más daba) y esperamos a que nos masacraran. Tardaron un año.
Cambios sociales... ¿para bien?
De repente, cualquiera podía tener apellido. ¡Cualquiera! En mis tiempos, sabías quién era alguien por el tamaño de su moño, el brillo de su katana y cuántos sirvientes cargaban sus sandalias. Ahora, hasta el zapatero del barrio se hace llamar "Suzuki-san", como si fuera un daimyo. ¿Dónde quedó la jerarquía, el respeto?
Y ni hablemos del ejército. Antes, un samurái luchaba por honor, por su señor, por su clan. Ahora, el reclutamiento es obligatorio y cualquiera que sepa gritar "¡Banzai!" puede llevar un fusil. Ya ni siquiera puedes presumir que sabes cortar a alguien en dos con un solo golpe. No, ahora te dan un uniforme de algodón y te enseñan a marchar como si fueras un cangrejo cojo.
La rebelión de Saigō Takamori
Saigō Takamori, nuestro líder y último samurái, será recordado por su firmeza al negarse a usar esos incómodos pantalones occidentales, manteniéndose fiel al noble hakama.
En 1877, harto de ver cómo nuestras tradiciones eran reemplazadas por rifles y trajes europeos, Saigō-sama nos reunió a sus leales para liderar la Rebelión de Satsuma. Armados con nuestras espadas, kimonos y el honor de nuestros ancestros, marchamos contra el ejército imperial, que, con sus armas modernas y sus uniformes extranjeros, parecía más preparado para un desfile que para una batalla.
El destino nos fue cruel. Muchos tropezaron con sus kimonos mientras cargábamos colina arriba, y una ráfaga de viento expuso nuestra dignidad ante el enemigo, desatando risas que aún resuenan en mi memoria. Saigō-sama, incluso en la derrota, mantuvo su honor. Sus últimas palabras fueron claras: "Prefiero morir que usar pantalones".
Hoy, su estatua en Ueno nos recuerda esa lucha, y aunque los turistas le dejen calzoncillos como ofrenda, sabemos que jamás los habría aceptado.
Progreso y estabilidad... ¿para quién?
Claro, los historiadores dicen que todo esto trajo "progreso y estabilidad". ¡Ja! Seguro que vender caballas en el mercado y trabajar de contable es el sueño dorado de todo samurái. Antes, si alguien me faltaba al respeto, lo solucionaba con mi katana. Ahora, si un cliente me reclama por el precio del pescado, tengo que disculparme con una reverencia y ofrecerle un descuento.
Ni siquiera puedo llevar mi katana conmigo. "Es que asusta a los clientes", dicen. Lo único que me queda de mis días gloriosos es la vieja armadura que tengo colgada en casa, cubierta de polvo, como un recordatorio de que alguna vez fui un guerrero.
Reflexión final
En fin, mientras los historiadores siguen escribiendo tratados sobre "la transformación sociopolítica de la era Meiji", algunos todavía recordamos los buenos tiempos. Los tiempos en los que un samurái era un samurái, no un vendedor de pescado o, peor, un burócrata con gafas redondas y un bolígrafo. Antes podía caminar con orgullo, mi katana a mi lado, listo para defender mi honor. Ahora, lo único que defiendo es mi puesto en la fila del mercado.
¿Progreso? ¡Que se lo queden ellos! Dame de vuelta mi chonmage y mi libertad para cortar sandías o enemigos, lo que haga falta. ¡Eso sí era vida!