Usuario:Aijiru/ProyectosII
Compañero, este embrollo que ves aquí es mi laboratorio.
Siéntete libre de entrar, mirar y toquetear cuanto quieras; pedir permiso es cortés, pero no obligatorio. |
Plantilla:Colegio
Ciencias |
Matemáticas - Física - Química - Biología - Geografía - Psicología - |
Humanidades |
Lengua castellana - Filosofía - Lenguas extranjeras - Literatura - Historia universal - Música - Artes visuales |
Hombre invisible (Rehecho)
Nacimiento
Nací en 1923 en el seno de una familia alemana de clase media. Según me contaron, cuando me llevaron envuelto en una manta a mi madre, ella creyó que era una broma y que yo era solo un caso agudo de gases intestinales. Mientras discutían acaloradamente, yo, que tenía mucha hambre, la saqué de su error sin querer al morderle el pezón izquierdo. Ella gritó y se levantó de la cama, creyendo que alguno de aquellos señores le estaba metiendo mano, y yo me caí al suelo. Fue el primer gran golpe de mi vida.
Convencida al fin de que aquella cosa que berreaba desconsoladamente en el suelo era su hijo menor, me tomó en sus brazos (cabeza abajo) y se fue indignada del hospital sin siquiera esperar a mi padre.
Mi bautismo fue un fracaso. Mis numerosas tías y abuelas se sintieron hondamente decepcionadas al no poder comentar mi increíble parecido con mis padres, y se dedicaron a jugar a las cartas en el último banco de la iglesia. A la hora del bautismo se presentó otro problema. Mi familia, con indudable buena voluntad, pensó que era lógico que yo necesitaba unos pañales. Pero con indudable mala vista, me los habían puesto en la cabeza. Así que cuando el cura me cogió para echarme el agua bendita, yo, que a esas alturas aún no controlaba mi cuerpo, me hice pis encima del infortunado sacerdote.
Solo la rapidez de reflejos de mi padre impidió que yo me ahogase en la pila bautismal. Regresaron a casa avergonzados, convencidos de que yo no llegaría a nada con un nombre como Otarghmalditoguarro; ellos, en la intimidad, siempre prefirieron llamarme Otto.
Infancia y adolescencia
Tras unos meses dulces y placenteros en la cuna, durante los cuales no tuve que preocuparme de nada salvo de comer, llorar y ensuciar pañales, comencé a dar mis primeros gateos por la casa. Al principio, mis hermanos huían asustados cuando veían venir hacia ellos un chalequito de punto y unos pañales que parecían poseer vida propia; solo mi buena suerte me salvó de acabar en el cubo de la ropa sucia un par de veces, confundido con la colada. Al tiempo, sin embargo, se acostumbraron a mí. Solían encargarme las tareas delicadas, como robar el chocolate de la alacena o coger el balón de la casa del vecino; cosa que yo hacía encantado, pues a pesar de mi corta edad ya disfrutaba colándome en los sitios sin ser visto.
Tuve cinco hermanos, todos mayores que yo y a cual más rubio y blanco de piel. Mi hermana Anne, la menor, no podía salir a la calle a menos que llevase protector solar del 120 y burka a riesgo de sufrir dolorosísimas quemaduras. Según mi padre, eran los genes de la familia los que nos habian jugado la mala pasada: pues si mi hermana pasaba perfectamente desapercibida si se paraba delante de una pared encalada, yo eran tan blanquísimo de piel que resultaba invisible en cualquier superficie. Nunca supe si tenía razón.
A los seis años comencé a ir al colegio. El primer día de clase los niños no querían sentarse conmigo: decían que les daba miedo juntarse con una camisa parlante. Un par de charlas de mi padre con el profesor, sin embargo, arreglaron pronto la cuestión, y mi estancia en el colegio fue tan normal como la de cualquier otro niño. Me hice famoso por mi habilidad para jugar al escondite, y llegué a ganar un campeonato con el equipo de fútbol de la escuela, jugando de portero; nadie se explicaba cómo era posible que nunca entrasen los goles en una portería vacía.
En el instituto, sin embargo, no destaqué en nada en especial; pasé bastante desapercibido. Pese a mi natural sex-appeal, las chicas de mi edad no se fijaban en mí. Esto me hizo desarrollar un agudo complejo de inferioridad y me volví un chico tímido y reservado. Pero todo esto cambió el día en que descubrí que si me desnudaba completamente nadie podía verme. Aquel día entré en un mundo nuevo: el vestuario de las chicas.
Primeros trabajos
Acabado el instituto, desoí los sabios consejos de mi padre acerca de estudiar la carrera de político. A esas alturas, yo ya había descubierto mi auténtica vocación: la de actor. Resolví irme a Hollywood a buscar trabajo, pero para ello necesitaba ahorrar algo de dinero con lo que pagarme el viaje, por lo que me dispuse a buscar un empleo temporal bien remunerado que me permitiese conseguir mi sueño americano.
Pronto descubrí que esos empleos eran más difíciles de encontrar que yo en una habitación a oscuras. Tras unos cuantos tumbos acá y allá paseando perros (que se empeñaban en morderme, afortunadamente yo era más agil que ellos) y repartiendo propaganda (ocupación que dejé porque me aburrí de que la gente me ignorase al darles el papelito), encontré un trabajo como hombre-anuncio. Tenía que llevar dos carteles, por delante y por detrás, anunciando algo que no me paré a leer.
Durante un tiempo me fue bien. Por primera vez mi apariencia me resultó beneficiosa, pues el cartel llamaba la atención de los transeúntes, que se paraban a leerlo. Algunos huían despavoridos, pero era algo a lo que yo ya estaba acostumbrado. Mis jefes alabaron mi eficaz colaboración en "La expansión de la verdad por el mundo" y me subieron el sueldo, generosidad que en aquel momento no alcancé a comprender.
Un día especialmente caluroso, al pararme ante un espejo para secarme el sudor me fijé en unas extrañas líneas que tenía mi cartel. Era una esvástica. Me paré a leerlo detenidamente y se me pusieron los pelos de punta. En aquel momento decidí que ya había ahorrado lo suficiente, y que sabía Dios si a aquella gente no se les ocurriría declarar también a los invisibes como raza inferior y mandarme a algún campo de concentración. Por lo que dejé mi empleo y tomé el primer avión a EEUU.