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El llano en pelotas
Me quité todo y comencé a correr dejando libres mis bolas para saltar en el aire, gritando mientras rebotaban como un par de canicas contra el suelo. No me iba a dejar, todo el mundo iba a verme el pito ondear como bandera, bien parada, para que todos le cantaran el himno nacional.
Sentía el pasto entre mis dedos y el sudor rozándome las lonjas, trozos de jamón hechos de persona. Desplazaba mi humanidad colosal con la gracia de un pájaro saltando entre las ramas, pintándole el dedo a todo el estadio mientras las señoras persignadas le tapaban los ojos a los niños, pero ya nada les quitaría la impresión de mi culo en sus ojos, grabado permanentemente en sus memorias.
Ojalá vean mis nalgas hasta en sus sueños, que interrumpan sus pesadillas, que cuando sueñen con los angelitos los vean desnudos, con mis petacas ardiendo en sus delirios, como ballenas encalladas en la playa.
Los árbitros y los guardias van detrás mío, obligados a atraparme pero sin querer alcanzarme, para que no tengan que tocarme, para que no tuviera que arrimarles el cuerpo, como perreándoles; duro contra el muro, macizo contra el piso. Los jugadores se habían escapado del campo también. Iba a llegar hasta su banca, abrazarlos hasta que sus dedos se fundieran con mi carne, les iba a pedir que me autografiaran las tetas de hombre mientras rebotaban ante ellos.
Yo sabía que todos me estaban viendo. Los rostros en la primera fila así me lo decían. Yo sabía que incluso detrás de aquella máscara pirata del Santo se escondía un mojigato que se retorcía de asco al verme imponerme sobre los marcadores, sobre el empate estéril que mi voluptuosidad ayudaba a redondear.
Cuando la basura empezó a caerme encima, el aire ya se me estaba acabando. La suave brisa de agua de riñón impactaba sobre mi cara, confundiéndose entre las gotas de sudor que bajaban desde mi rostro hasta mi barriga. Mis dedos ya se habían disfrazado con el pasto y sentía como que iba a morir corriendo.
Justo antes de que me alcanzaran, se me torció el tobillo. Al caer quedé como chivito en precipicio ante toda la audiencia. Con toda mi cola sucia. Yo esperaba que las cámaras me enfocaran, que me volvieran meme y que pegaran mi cola junto a la cara de desprecio de Cristiano Ronaldo, viviendo en el muro de algún pobre tipo que se dignó en compartir mi trasero.
Las rodillas se me rasparon. Los guardias me levantaron y usaron las banderas de los árbitros para cubrime un poco. Yo no podía parar de reír. Acercándome a la banca, pude ver como el director técnico me miraba como miraba a sus muchachos después de anotar, con una felicidad contenida por el trabajo bien hecho, pero al mismo tiempo quemando con insatisfacción, con la certeza de que se puede todavía más.
En su alegría decepcionada pude ver que todavía no había terminado. Me safé de los guardias y comencé a bailar con todas mis fuerzas. Bailando como una botarga de carne, dejando que mis lonjas formaran patrones imposibles, que mi ombligo se moviera como una manecilla vuelta loca.
Ante los ojos del entrenador se postraba la culminación de mi carrera como desnudista olímpico y vi como se llenaban de sincera aprobación. En ese momento me dije a mi mismo que todo había valido la pena.