Incilibros/El proceso creativo
Ella miraba la lluvia que caía inclemente sobre el cristal de su parabrisas. Era sin duda, el reflejo de su propia melancolía; pues escapaba de todo y de nada, de sí misma y de la gente que le hizo sufrir; que la obligó a abandonar a Clementino Silvestre; el amor de su vida. Y en la carretera mojando -quizá consientemente- a los inocentes vendedores de hot-dogs; recordaba el por qué de sus pesares. Su marido era un títere de su madre y él nunca lo aceptó.
Clementino Silvestre, era, aunque le dolía decirlo; un niño de mamá. Cuando se casaron, fue su suegra; Doña Amalia Ingrid de la Concepción; quién eligió todo para la ceremonia: pastel, invitados, vestido, flores e incluso a los guapos meseros con los que engañó a su marido esa semana. Además de pagarlo todo, ¿qué le daba derecho a meterse en su vida? Incluso ahora, regañaba a su nuera por no atender a su marido; siempre ocupada con su negocio de vender pulseras de fruta seca a domicilio. ¿Quién puede culparla? Su marido trabajaba 12 horas diarías en la fundición de acero y ella todo el día moviéndose por la ciudad en un auto del año.
Estaba harta. La lluvia le hacía pensar. Necesitaba una forma de desahogarse. Pero ella no era la del problema' eran todos los demás, aquellos contra los que tenía que luchar para recuperar su alma, atrapada entre las garras de la alta alcurnia, de donde provenía la familia de su esposo.
Pero eso se acabó. Todos aprenderían a respetarla. Y mirando las gotas de lluvia que quedaban, atropelló al séptimo limpiaparabrisas del mes. Era hora de ponerse los pantalones y resolverlo todo. Era hora...
- ¿Qué es esto?
- Es así como inicia el primer capítulo de mi libro. ¿Te gusta?
- No quiero que te ofendas, pero es basura.
- ¿Por qué?
- A nadie le gustan las historias de mujeres decepcionadas de la vida que se vengan de quienes las hicieron sufrir.
- ¿Estás seguro?
- Por supuesto. ¿Quieres dormir bajo techo? Escribe otra cosa.
El samurái de negro mira a su contrincante fijamente. Su mano, o el sitio donde antes estaba; era un chorro impresionante de sangre, cortada por la katana que sostenía en sus manos. Estaban luchando por la libertad de todo Japón, pues el terrible barco del Samurái Negro; El lucero de la perdición se aproximaba rápidamente a Tokyo para destruir a la resistencia de la princesa Amaterasu.
- ¡Técnica de las ocultas gónadas del dragón!- grito el samurái de blanco. El imponente guerrero de negro lo esquivó sin problema y empujó a su rival hasta el borde de la cubierta.
- Es inútil resistirse.- Dijo.
- No es cierto, te venceremos, juntos.
- Te venceré tal cómo maté a tu sensei.
- No, te ganaré.
- Ya te dije que no.
- Qué si.
- Qué no.
Un golpe más. Estaba a punto de caer al mar, que estaba bastante separado de la cubierta.
- Luki-san, yo soy tu padre.
- ¡Nooooooo! ¡Eso no es posible!
El muchacho se veía desesperado con la revelación de la verdad. Alegó que su maestro le dijo que murió y se tiró al mar....
- Listo. ¿Qué te parecío?
- Peor. Nadie quiere ver tanta desintegración familiar. Un padre que no es su padre pero si es su padre y que mató al maestro que casi casi fue su padre, pero que no le dijo quién era su padre y para acabarla le corta la mano. ¿Qué demonios tienes en la cabeza?
- Esta bien. Escribiré otra cosa.
Y muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Abelardo Mañanitas recordaba cuando su abuelo le llevó a conocer el hielo. Supone que el hielo no era tan fantástico, también había en el refrigerador. No importa que su abuelo fuera al mismo tiempo su tío y su madre fuese de todas maneras su prima hermana o que el tío que vino desde el mar a fornicar con su hermana fuese su padre y su nieto o que él mismo se sintiera asfixiado entre tantas y tan enredadas ramas de la genealogía de la estirpe maldita que fundo aquel utópico pueblecito de Mambo, donde todos tenían casas del mismo tamaño y a todos les llegaba el mismo sol, donde el ruido de los canarios era tan ensordecedor que todos los días comieran micro-pollos o que la compañía bananera en donde tenía acciones y que jamás extrajo bananas quebrara, lo único que le importaba era que los tipos que le apuntaban no lo mataran, por que ser un fantasma no es divertido, pregúntenselo a su tía Úrsula. ¿O era abuela?
Era mejor decirles a todos tíos, por que nadie estaba seguro de cuanto tenían en común por que los múltiples Abelardos que según eran hijos del coronel homónimo no se parecían nada a su supuesto progenitor y de ellos viene la costumbre de enamorar extranjeros, decirles que no y esperan a que se suiciden. No quería morir ahí, tenía una niña con la cual casarse y millones de pescaditos de oro que fabricar. Además, él todavía pensaba que era inmortal, hasta su café sin azúcar pero si con veneno para matar un caballo no le hizo nada. Además las estirpes malditas no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra y todo eso...
- Ahora te pasaste con la integración familiar. Ya te lo dije diez mil veces ¡El incesto no vende!
- Pero...
- Pero nada. ¿Crees que te van a dar un premio por esto? Lo que sigue.
Un mono miraba como un jaguar devoraba a su mejor amigo. No entiende por qué se come al mono, si a su lado hay un engendro cerdo-pony que seguro está más jugoso. Ni como entenderle, su cabezita no da para más. Así que toma una de las plantitas secas de por ahí y se pone a comer. Comiendo todos son contentos, aunque el jaguar dejé tres changuitos desamparados. Si señor, son buenos tiempos; tan buenos que no hay diálogos durante mucho tiempo.
Entonces, un monolito negro aparece. Los monos se espantan y con razón. ¡Es negro y cuadradoso!. Lo tocan mientras suena una composición bastante sencillita, pero no pasa nada. Al día siguiente, dos bandas de changos rivales se pelean por el control del Barrio Fino, un charco de agua sucia. Los Mara salva-monos derrotan a los Chango 99K cuando uno de los primeros blande el hueso de su compadre y lo estampa en la nuca del mono conocido con el seudónimo de "el Guapo".
El líder de los Mara salva-monos se da cuenta que es el dueño del mundo y piensa que algo se le ocurrirá después. Avienta el hueso al aire y éste se convierte en una nave espacial.
- Oye, ¿cuántas drogas consumiste hoy?
- Unas poquis. ¿El que sigue?
- Ajá.