Las Aventuras de Tintín/Colaboracionista
El Cangrejo de las PInzas de Oro. Tintín se ve una vez más metido en una red de tráfico de drogas (combatiéndola, no formando parte de la misma). Parece que las va buscando, el tío. Amplía su círculo de amistades masculinas conociendo al que se convertirá en su favorito: un marinero cincuentón y borracho como una cuba que cada vez que bebe es como un volador sin palo y las arma que da miedo. A diferencia del pavisoso Tintín tiene mucho carisma, tanto que eclipsa incluso al perro, y gracias a él generaciones de niños han deseado que su mejor y más íntimo amigo sea un hombre mayor, soltero y barbudo. Viajan por el mar, por el desierto y terminan en una cuba de vino en Marruecos. Es un álbum en el que Hergé se expresa desde el corazón: el alcohol constituye el motor de la acción de todo lo que pasa en el mismo, tal y como sucedía en su vida en aquellos momentos.
La Estrella Misteriosa. Pues resulta que se iba a acabar el mundo, pero al final solo era una araña. Entonces Tintín y Haddock (el marino barbudo) se van en una expedición con científicos de países del eje a buscar un meteorito que ha caído en el ártico, rivalizando contra una expedición de gángsters capitalistas cuyo jefe parece ser judío. Al final Tintín se sube al meteorito y tiene un viaje LSD que flipas. El álbum parece ser una rebuscada metáfora de la ocupación belga por los nazis, pero no sé si se entiende muy bien.
El Secreto del Unicornio. Resulta que Haddock es de rancio abolengo y un ancestro suyo escondió un tesoro que había mangado a un pirata. Haddock nos lo cuenta representando escenas de la vida de su ancestros con tal verismo que destroza la mitad del mobiliario de su casa. Unos anticuarios atrabiliarios querrán también el tesoro y finalmente Tintín y sus amigos salen victoriosos gracias a un carterista cleptómano. Ahora que tienen las coordenadas del sitio donde está escondido el tesoro, solo queda buscarlo, ¿verdad?
El Tesoro de Rackham el Rojo. Continuación del anterior. Van pues, a buscar el tesoro y luego resulta que estaba escondido a tiro piedra de casa, que para ese viaje no hacían falta alforjas. Eso sí, conocen al Profesor Tornasol, que al principio medio les cae mal, pero como al final les paga a Tintín y al Capitán Haddock de su bolsillo un palacete al que se irán a vivir los tres juntos, ya todos tan amigos. El heroísmo desinteresado es lo que tiene.
Las Siete Bolas de Cristal. Pronto veremos que el tal Tornasol es como las princesas de los cuentos y le rapta todo Cristo. Aquí le raptan unos peruanos que estaban currando en Bélgica de teleoperadores. Los peruanos, en sus ratos libres, se dedican a lanzar bolas de vidrio que narcotizan a unos tipos que hicieron una expedición arqueológica para profanar las momias de los incas. El ambiente es onírico, opresivo, fantasmagórico y despiporrante, gracias a la colaboración de Edgar P. Jacobs, quien todavía tenía esperanzas de ser acreditado por Hergé (menudo pringao).
El Templo del Sol. Continuación del anterior. Van a rescatar a Tornasol de los peruanos peleones esos, salen llamas y montañas, y selvas y es muy bonito todo. Tintín (cada vez se parece mas a Michael Jackson) se hace amigo de otro niño cuyo nombre, Zorrino, lo dice todo. Y por hacerse, se hacen al final amigos hasta de los peruanos que habían raptado a Tornasol, que tampoco era para tanto la cosa. Nada, nada, vosotros despertáis a los arqueólogo, nosotros nos vamos para casa sin robaros vuestros tesoros y aquí no ha pasado nada, todos amigos.