Usuario:Dominvs/El Monte de las Ánimas

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Lugar geométrico compuesto por los puntos del espacio, no lejos de Soria, en los que una vez al año se registran fenómenos paranormales.


Fundamentos

Vamos a ver si a través de unas cuantas pinceladas somos capaces de conocer, esto es, cuantificar, a los fantasmas.

La dualidad alma-corpúsculo

Supongamos que un ser humano inmoral está desangrándose hasta que su corazón se detiene. En el hospital se le intenta reanimar suministrándole la cantidad de sangre perdida y aplicando los procedimientos correspondientes, pero el muerto está bien muerto y no se levanta.

Se trata de un problema de estados, pudiéndose definir tres estados distintos:


Estado I

   Antes de producirse la hemorragia. El ser humano inmoral (SHI de ahora en adelante) cuenta con la cantidad de sangre por defecto.

Estado II

   El SHI está muerto por haberse desangrado.

Estado III

   El SHI cuenta de nuevo con la cantidad de sangre por defecto, pero sigue muerto.


Ah… Y esto de los estados, ¿no huele, como siempre, a energías? Pero no potenciales ni elásticas, no. Denominemos alma al tipo de energía que se ha perdido del estado II al III.

Podríamos sacar variopintas conclusiones a partir de lo expuesto, pero únicamente nos quedaremos con que somos cuerpo y alma y que a priori no hay una sin la otra.

El espíritu

   La energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma.

Entonces, nada nos impide definir la muerte como la separación del alma del cuerpo, de llamar cadáver al nuevo estado del cuerpo y llamar espíritu al nuevo estado del alma. La Medicina se sigue encargando del cadáver, ¿pero qué se encarga del espíritu?, ¿Mm? No vamos a entrar en asuntos que no nos incumben. Únicamente nos interesa saber qué diantres pasa con aquellos que se quedan en la superficie y que incluso llegan a entrar en el espectro visible (aquellos a los que conocemos como espectros). Lo único que sabemos de ellos es que se forman si durante el proceso de muerte se alcanza un determinado estado mental relacionado con la secreción de altas cantidades de adrenalina (ira).

Historia

El Templario

Él siempre había defendido que no merece la pena perder la vida en una guerra imposible, y menos tratándose de los nobles del Rey. Pero ahí estaba, obligado a combatir. Obligado a ver morir a sus compañeros. Rebanó la cabeza de un soldado enemigo y su rostro quedó manchado por la sangre. Demacrado, aún pudo asestar varias estocadas, hasta que una espada fortuita logró burlar su defensa y atravesarle el corazón. No gritó, sintió que fue un corte limpio, pero cuando de inmediato observó que la sangre emanaba de su pecho, intentó taparse la herida y se desplomó.


   — En efecto —pensó—, los nobles originaron la guerra. No nos hemos recuperado lo suficiente de la lucha contra los árabes y ya estamos matándonos entre nosotros. Esto es lo que hacía falta ya… En cualquier caso, desde el principio algo no me ha olido bien, los nobles nos doblan en número y han diezmando nuestras filas, ¿qué sentido tiene esta batalla? ¡Este lugar no puede ser un punto estratégico¡ ¿En qué lugar nos habéis metido? ¿Qué es lo que estamos haciendo en realidad? ¿¡Dónde están los refuerzos!? 


Mientras su aliento se apagaba, no pudo evitar que unas lágrimas escapasen por su rostro. Se había dado cuenta de que habían sido traicionados. La herida le seguía sin doler pero la idea de ser traicionado le llegaba a lo más profundo de su ser.


   — Ah, ya veo… Lo que querían era librarse de mí y de mis hombres, arrojándonos a los nobles. ¿Me muero? Oh, mi patria, mi esposa y mis hijos… Por todo lo que yo he luchado, ¿así es como tengo que terminar? Desde luego todos los vivos están condenados a morir, es algo inexorable, pero… ¡Es el modo, la forma de morir, lo que verdaderamente importa! Yo muero… traicionado… y humillado… por quienes consideré… Compañeros. No lo… permitiré…


Las lágrimas cesaron, ya que la pena había evolucionando a un estado de rabia. Algo tremendamente endotérmico acaeció. Tal era su odio que no estaba dispuesto a morir. Había llegado a un estado mental que le permitió arrancar su propia alma del cuerpo. En su nueva forma fantasmal, el Gran Templario se dirigió a sus moribundos compañeros.


   — Vosotros podéis seguir a Dios… o seguirme a mí.

Y la temperatura cayó.

El Cazador

[…]

   — Adiós Beatriz, adiós… Hasta pronto.
   — ¡Alonso! ¡Alonso! —dijo ésta, volviéndose con rapidez; pero cuando quiso o aparentó querer detenerle, el joven había desaparecido.

A los pocos minutos se oyó el rumor de un caballo que se alejaba al galope. La hermosa, con una radiante expresión de orgullo satisfecho que coloreó sus mejillas, prestó atento oído a aquel rumor que se debilitaba, que se perdía, que se desvaneció por último. Las viejas, en tanto, continuaban en sus cuentos de ánimas aparecidas; el aire zumbaba en los vidrios del balcón y las campanas de la ciudad doblaban a lo lejos.

III

La oscuridad de la noche se veía interrumpida por la antorcha del noble cazador. La lluvia había dejado húmeda la hierba, y debido al hielo que se había formado en las piedras, resbaló un par de veces. La primera vez se dio un golpe que le causó un dolor molesto, la segunda vez a punto estuvo de perder el fuego de la antorcha. Hacía poco rato que se había bajado de su montura, que ahora llevaba por las riendas.


   — ¡Una banda! ¡Una banda de color azul! Aquí, en este lugar de muerte me voy yo… ¡por una banda de color azul!


Pero sabía que aquello no era cierto del todo. El cazador continuó consumiéndose en su pesar.


   — ¿Una banda? ¿Una banda dices? ¡Es mucho peor! ¡Por ella, es por ella por lo que estoy aquí!


Su córcel se detuvo, y por más que tiraba de las riendas, no se movía. Alonso asumió que tendría que continuar solo, así que azotó al animal para que volviera a casa y prosiguió la marcha.

A Alonso le tiemblan los huesos. Había llegado a uno de los sitios en los que había estado con Beatriz, pero allí no había rastro de la prenda. Continuó buscando. Nada. Ya debía ser muy tarde, pero Alonso no estaba dispuesto a abandonar su cometido.


   — El monasterio… El monasterio de los Templarios… El último lugar que me falta.


Y los lobos asomaron.

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Maestro en el arte de la espada y cazador veterano… Alonso desenvainó su arma.

Con una destreza que bien podría recorder a la venidera, Alonso utiliza la velocidad de los lobos en su contra. Describiendo círculos da muerte a una docena, y prosigue su búsqueda sin demora, pero no tardó su tormento en manifestarse:


   — Aparentemente tan cercana, pero realmente tan lejana. Yo, que por fin me había desengañado, ¿por qué estoy pasando frío en este monte? ¿Por qué me veo luchando contra lobos y matándolos, descuartizándolos? Yo lo sé… ¡Es por su amor! Es por esto y no por otra cosa por lo que estoy aquí… Aunque encuentre su banda, aquella que dice querer regalarme, en el fondo habré perdido, pues bien me dice la Razón que debo actuar en contra de mis sentimientos -¡en contra de mi corazón!- , y yo no cuento con la Voluntad suficiente como para siquiera dejar de reunirme con ella, y aquí estoy desparramando sesos y tripas de lobo… por ella. ¡Derrotado, una vez más!

Y apuntó su espada al cielo.

  — ¡Aristocles! ¡Yo te desafío! ¡¡No puedes definir la Trinidad del alma sin las indicaciones y marcharte sin dejar receta para cuando la Razón se vea superada!! 

Sus reflexiones se vieron interrumpidas cuando por fin llegó al monasterio. Ante él se alzaba una muralla que rodeaba todo el monumento y pronto se dio cuenta del halo de muerte que se respiraba. La reja de la muralla estaba levantada. Perplejo y lleno de miedo, entró y encontró la banda de Beatriz en aquellas piedras en las que había estado sentado y hablando con ella esa misma mañana. Con el corazón acelerado, la recogió y se la ató a la cintura. Fue entonces cuando se abrieron los portones del monasterio.


   — …Emboscada…


Esqueletos y fantasmas rodearon al cazador. Antiguas heráldicas e insignias reales pudo distinguir Alonso en sus oxidadas armaduras. Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando identificó a los templarios. Sabía que no tenía salida alguna.


   A un lado, Platón, y fuera fundamentos… Beatriz, quiero casarme contigo… cuando salga de ésta te pediré la mano


Interrumpió sus pensamientos, sólo para alzar la espada desafiante:


   — A un lado, inmurientes, y dejad que este noble cumpla su cometido


Los inmurientes sólo susurran entre ellos.


   — ¿Hum? ¿No os váis a mover? ¿Qué sois? ¿Materia? ¿Energía? ¡Me trae sin cuidado! ¡¡Os desintegraré en el primer caso y os disiparé en el segundo!!


Chispas al forzar el roce de la espada con las rocas, Alonso carga con toda su fuerza. Su espada se movía ágilamete buscando los puntos vulnerables de sus enemigos, que dada su naturaleza, no eran precisamente muchos. Le superaban en número, pero Alonso tenía mayor nivel.

Bien desintegrados, bien disipados, acabó con todos ellos. Pero cuando intentaba recobrar el aliento, notó que la temperatura a su alrededor descendía drásticamente, y tan pronto como pudo ponerse en pie, la hoja de una guadaña le atraviesa la espalda, pudiendo palpar la punta por el abdomen.


   — Dime, mortal, qué te he atravesado, ¿tal vez tus políticas, tus patrimonios… tus amores y desamores? Yo me preocuparía más por tus hígados, nervios y músculos.


Bruscamente retiró el Gran Templario su guadaña del todavía moribundo Alonso, y suavemente le desató la ensangrentada banda de Beatriz. Alonso escupió sangre por última vez. Antes de apagarse, todavía pudo susurrar:


   — …El final es siempre el mismo… Beatriz, ¡Beatriz!…


Los lobos, ahora inmurientes, salen entre los árboles y comienzan a devorar el cuerpo del cazador.

IV

Había pasado una hora, dos, tres; la media noche estaba a punto de sonar, y Beatriz se retiró a su oratorio. Alonso no volvía, no volvía, cuando en menos de una hora pudiera haberlo hecho.


   — ¡Habrá tenido miedo! —exclamó la joven cerrando su libro de oraciones y encaminándose a su lecho, después de haber intentado inútilmente murmurar algunos de los rezos que la iglesia consagra en el día de difuntos a los que ya no existen.


[…]


Vigencia

¡La cosa no terminó ahí!

  • En el año 1930, el detective norteamericano Edward Carnby apareció despeñado en un terraplén…¡en el Monte de las Ánimas!
 En su revólver sólo se encontró 5 balas.
  • En el año 1937, fachas y rojos fueron masacrados por un enemigo mayor… ¡en el Monte de las Ánimas!
 Por fin pudieron comprender.
  • En el año 1951, la medium Sophia Hapgood desapareció tras adentrarse sola… ¡en el Monte de las Ánimas!
   El arqueólogo ya la había abandonado antes.
  • En el año 1987, los cazafantasmas aparecieron descuartizados… ¡en el Monte de las Ánimas!
   La junta de Comunidades de Castilla y León ya no sabe qué hacer.

Notas

¿Qué fue lo que verdaderamente mató a Beatriz? ¿La preocupación por Alonso? ¿O la aparente falta de sentido de la situación (los pasos misteriosos, la "aparición" de su banda en el reclinatorio? A priori podría considerarse que fue lo segundo: la falta de una explicación coherente le pondría muy nerviosa, hasta el punto de darle un infarto. La impotencia de no haber podido hacer nada por Alonso y el deseo de obtener su perdón fue lo que condenó al alma de Beatriz a vagar… por el Monte de las Ánimas.