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Antón Rubinstein

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Anton Grigoryevich Rubinstein (en ruso: El Teclas, 1829 – 1894) fue un ruso desquiciado de la escena rusa desquiciada musical del siglo XIX. Como hermano mayor era un fabricante de conservatorios, como ruso era un alcohólico obviamente, como pianista era un salvaje del teclado, tocando con tanta furia que el público se quedaba preguntándose si eso era música o un ataque de nervios melodioso. Se hizo famoso con sus recitales históricos, una locura de siete conciertos seguidos que eran como una temporada entera de una serie épica, pero sin pausas para ir al baño (por eso su banquito tenía una bacinilla), y los llevó por Rusia, Europa del Este y hasta los gringos, cuando se presentó como espectáculo de medio tiempo del Super Bowl de 1873.

Aunque lo recuerdan más por aporrear pianos como si fueran su enemigo personal y por enseñar a Tchaikovsky a odiarlo con cariño, Anton también era un compositor que no paraba. Escribió 20 óperas, incluida una llamada El demonio como parte de su acuerdo con su relacionista público, Lucio Fernández, y un montón de piezas que dejaban a los músicos exhaustos solo de imaginarse tocándolas.

Biografía

Primeros años de vida y educación

Nació en un rincón perdido de Rusia (hoy Moldavia, mañana posiblemente una mina a cielo abierto de Estados Unidos). Vio la luz en una familia tan pero tan judía que se convirtió al cristianismo ortodox y luego al ateísmo y luego al ateísmo ortodoxo y finalmente al satanismo ortodoxo (de ahí su ópera El demonio, pero eso fue después, cuando el guionista se aburrió).

Su padre, un empresario con más fracasos que un pianista sin manos (porque se dedicaba a construir naves espaciales de grafeno, adelantado para su época, así que mejor hacía lápices), pensó que la mejor herencia era contratar a un profesor de música en lugar de dejarle algo útil, como tierras o sentido común. Así entró en escena Alexander Villoing, un tipo que le enseñó a tocar el piano antes de que Anton supiera atarse los zapatos (por eso caminaba con las agujetas deshechas, se caía cada dos pasos y levantaba las manos al tropezar, prioridades: salven los dedos, no la cara).

A los 8 años, ya ejecutaba escalas como si estuviera desmantelando una bomba (Villoing a veces lo ponía a desactivar bombas con notas de piano, era extremo en su educación, pero funcionaba, aunque Rubinstein es su único estudiante que sobrevivió), y a los 11 daba recitales como parte del circo ambulante, con el título de "La reencarnación de Beethoven" porque fingía no escuchar cuando el público decía que ya no siguiera maltratando al piano, que el instrumento ya estaba muerto.

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Ya mayor, se casó con una cantante de ópera llamada Vera Timanova, que era era muy guapa y por lo tanto celosa y loca. Le prohibía tocar el piano con otras mujeres, le escondía las partituras, le rompía las cuerdas y le ponía laxantes en la comida. Rubinstein no aguantó mucho y se divorció de ella al año siguiente, pero tuvo que pagarle una pensión de por vida, que le dejó casi en la ruina. Poco después, se enamoró de una bailarina llamada Anna Esipova, que era muy tetona y por lo tanto muy torpe. Le pedía que le enseñara a tocar el piano, pero no aprendía nada, le pisaba las teclas, le desafinaba el instrumento y le hacía perder el tiempo. Rubinstein tampoco soportó mucho esta relación y la dejó al poco tiempo, pero tuvo que darle una indemnización, que le dejó casi en la bancarrota.

Decidió dedicarse solo a la música y olvidarse de las mujeres, que le traían más problemas que alegrías. Se fue a vivir a San Petersburgo, donde fundó el Conservatorio junto con el príncipe Troubetzkoy, amigo suyo de IRC. Le pedía que le diera clases de piano, pero no le hacía caso, le interrumpía con preguntas, le corregía con errores y le hacía perder la paciencia. Rubinstein tampoco aguantó mucho esta amistad y se separó de él al cabo de unos años, pero tuvo que devolverle el dinero que le había prestado, que le dejó casi en la miseria.

Se convirtió en el director de la Sociedad Musical Rusa, donde organizó eventos con el fin de promover la cultura musical en el país, que era muy pobre y muy atrasada, y donde la gente solo escuchaba música de balalaika, acordeón y oso. También compuso muchas obras, entre ellas sus primeras óperas, que fueron un fracaso, porque nadie las entendía, nadie las cantaba y nadie las aplaudía, sino que pagaban un poco más del boleto para que en lugar de silla les dieran una cama para dormir más plácidamente. Se sintió muy frustrado, pero no se rindió y siguió componiendo, esperando que algún día le reconocieran su genio, o al menos que le dejaran de tirar tomates. Nunca se enteró de que no sucedería, sino que todavía la gente visita el cementerio de Moscú para arrojarle tomates.

Se fue de gira por Europa y América, donde volvió a triunfar como pianista, pero no como compositor. Rubinstein se sentía muy halagado y muy ofendido, pero no se dejaba influir y seguía tocando, esperando que algún día le aceptaran su música. Se casó con una pianista llamada Antonietta de Mirecourt, que era muy simpática, pero que dios no la quería porque le mandaba todas las enfermedades posibles. Pero no se le quitaba lo mujeriego, porque se enamoró de una actriz llamada Helena Stoessl, que era casada y no le daba bola.

Hizo lo que cualquier ruso macho, y se divorció de su esposa, se separó de su amante y se alejó de su hijo para que aprendiera que la vida musical es cruda. Se fue a vivir a París, donde se dedicó a dar clases de piano a alumnos ricos y famosos, que le pagaban bien, pero el dinero no le daba talento creativo.

Se retiró de la vida pública y se dedicó a viajar por el mundo, buscando nuevos horizontes y nuevas experiencias, pero también huyendo de sus problemas y de sus fantasmas. Visitó lugares exóticos y lejanos, como Egipto, India, China y Japón, donde conoció otras culturas y otras músicas, pero también otras enfermedades y otras desgracias. Se enfermó de cólera, de malaria, de tifus y de disentería, pero se curó de milagro, gracias a su fuerza de voluntad y a su suerte.

Rresó a Rusia, donde se reencontró con su familia y con sus amigos, que le recibieron con alegría y con cariño, pero también con reproches y con reclamos. Se reconcilió con su hermano Nikolai, que le perdonó sus ofensas y le pidió su ayuda. Se reunió con su hijo Lev, que le contó sus aventuras y le pidió su consejo. Se reenamoró de su primera esposa Vera, que le rogó su perdón y le pidió su amor. Rubinstein se emocionó mucho y se conmovió mucho, pero también se confundió mucho y se complicó mucho.