rollback
92 406
ediciones
|
Paganini no viajaba, se esparcía como una plaga. De Sicilia a Viena, su gira fue menos tour musical y más cruzada inversa: allí donde la Iglesia intentaba salvar almas con country cristiano y Osanna rap (sí, existió, y fue tan triste como suena), él aparecía con el violín y, sin decir una palabra, devolvía a las masas al paganismo en andante con fuoco.
En Nápoles, los monjes habían inventado algo llamado "Salmodia con beat", que sonaba como un gregoriano con hipo. Paganini escuchó tres compases, se le cayó la cara de vergüenza, y respondió con un capricho que hizo que medio pueblo se pusiera a adorar árboles por nostalgia. En Roma, un obispo intentó exorcizarlo durante un concierto, pero terminó bailando una tarantela y pidiendo
Viena fue el colmo: la catedral había contratado a un coro de niños que rapeaba salmos con ritmo de polca. Paganini, en un movimiento maestro, afinó su violín con demonios menores y tocó una sonata tan pecaminosa que los feligreses empezaron a gritar "¡eso es arte, carajo!" y a quemar sus misales para usarlos de abanico. El arzobispo, furioso, lo declaró "música peligrosa para la moral", a lo que Paganini, en su único comentario público, respondió: "Gracias".
Para cuando llegó a Praga, la Iglesia había tirado la toalla y empezado a vender
== París y Londres ==
Cuando Paganini llegó a París, la ciudad estaba demasiado ocupada revolucionando y decapitando aristócratas como para notar que un italiano flaco y sospechosamente espectral acababa de convertir Notre Dame en un casino. No es que le pidiera permiso a nadie, simplemente un día apareció, afinó su violín frente al altar y empezó a tocar una tarantela tan contagiosa que los feligreses olvidaron rezar o decapitar o hacer baguettes (las tres cosas que definen a un francés) y se pusieron a apostar a cuál santo se le caería primero la cabeza de la estatua. El obispo protestó, pero Paganini le pegó y siguió tocando.
Londres fue menos amable. Los protestantes vieron a Paganini entrar como una sombra elegante y decidieron que lo más cristiano que podían hacer era prenderle fuego. Lo intentaron, al menos. Pero entre el humo y los gritos, se dieron cuenta de que el hombre seguía tocando, imperturbable, como si el incendio fuera un efecto de luces. Cuando las llamas se apagaron, Paganini seguía ahí, un poco más chamuscado, pero con el violín intacto. "Eso no fue un intento de asesinato, fue un sauna", murmuró, y acto seguido lanzó un concierto tan frenético que los mismos que lo quemaron terminaron bailando al rededor de un caldero.
| |||