Manuel Blanco Romasanta
Manuel Blanco Romasanta (18 de noviembre de 1809 - oficialmente 1854), también conocido como el Licántropo de Allariz o Sacamantecas) fue un famoso vendedor de grasa ambulante, guía de caminos y en las noches de luna llena se transformaba en una bestia hambrienta de sangre.
Biografía
Nació en 1810 en la provincia española de Ourense. Al principio le confundieron el sexo y la familia le puso de nombre Manuela. Hasta que cumplió los seis años y el médico del pueblo les sacó de de dudas[1] y les aconsejó que lo llamaran Manuel a secas. Esta confusión la arrastró durante toda su infancia como una cruz de plomo debido a que en la escuela se burlaban de él, ya que de repente, en el curso anterior representaba el papel de María en el Belén escolar y al siguiente era San José.
Tras dejar la escuela se pone al servicio de su tío materno, Ramón Romasanta López[2]. Le enseña la profesión de sastre tratándolo con amabilidad y educándole en distintas disciplinas, como la fabricación de jabones y perfumes. Sin embargo, algo llamaba la atención de Manuel, era el hecho de que los días de luna llena su maestro desaparecía y volvía con el cuerpo lleno de rasguños y mordiscos. Cada vez que su sobrino le preguntaba el porqué de esas heridas, su tío se limitaba a contestarle «é cousa de meigas» (es cosa de brujas niño y como me vuelvas a preguntar la hostia que te meto te reconfigura el ADN).
Pero la curiosidad mató al gato, y Manuel joven inquieto decidió descubrir cual era el secreto que tanto atenazaba a su tío. Esperó el siguiente plenilunio y salió tras él. Al cabo de un rato de internarse en el monte observó como entraba en una cueva natural, esperó unos minutos fuera y al ver que no ocurría nada, entró sigilosamente sin hacer ningún ruido. Podía sentir claramente la presencia de un ser viscoso y frío que desafiaba las leyes de la naturaleza. De repente, el horror que contempló en la oscuridad era de un origen tan primigenio que hasta las mismísimas entrañas de la tierra se estremecierón y gritaron al unisono junto a Manuel formando una escalofriante polifonía[3].
Carrera criminal
Feliz de abandonar a su tío Ramón, el joven se ofrece como guía de caminos. Sus conocimientos de los montes es prodigiosa, casi natural y todos sus clientes alaban sus cualidades.
Todo parecía marchar bien pero una noche de luna llena, algo comenzó a marchar mal. Acompañaba a una mujer y a su hijo de diecisiete años. Habían hecho un descanso para dormir y él se encontraba haciendo guradia nocturna. Multiples pelos brotaron de su cuerpo, era capaz de lamerse en sitios que sólo se lamería si pudiera hecerlo, una mosca se convirtió en algo extrañamente divertido y lo peor era que para tumbarse a dormir tenía que dar tres vueltas sobre si mismo. Acechó a las dormidas victimas y las despedazó.
Captura y juicio
Habiendo asesinado trece personas, sus vecinos empezaron a tener sospechas y pensaron que su servicio no era demasiado bueno cuando nadie volvía a saber del paradero de sus clientes. Para evitarlas decidió huir a Castilla donde trabajó como segador. Allí fue reconocido por la típica abuela que lo único que hace es leer los periódicos y espia a los vecinos desde su ventana en busca de conspiraciónes.
Una vez detenido confesó transformarse en una criatura poseída por el mal. Cuando el fiscal le inquirió para que hiciera una demostración a la sala del tribunal, Romasanta afirmó que "la maldición sólo dura trece años y la semana pasada se cumplió el plazo y me curé". Los médicos españoles dictaminaron que Romasanta se encontraba en pleno uso de sus facultades y que todos sus actos fueron voluntarios y no derivados de un posible caso de licantropía. Sin más lo sentenciaron a morir en el garrote vil.
Pero claro, se le tenía que hacer más caso a un gabacho doctor–hipnólogo llamado Philips. Éste le mandó una carta a la reina Isabel II pidiéndole el perdón ya que Romasanta sufría de un desorden amoroso compulsivo, que le instaba a abrazar a la gente hasta asfixiarlos. Si después los devoraba era porque "los quería mucho". La reina le conmutó la pena de muerte por la cadena perpetua.
Muerte
Su rastro se pierde en la cárcel de Celanova y José Ferro, antropólogo de la Universidad de Santiago, mantiene que "murió en la cárcel, vestido de mujer y cobraba unas monedas por enseñar su rostro a los visitantes"[4].