Epidemia de baile de 1518

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La epidemia del baile fue una de las enfermedades contagiosas más divertidas que se recuerdan, y eso que causó un millar de muertos en las circunstancias más espantosas y dolorosas que puedas imaginarte, pero, si ellos lo tomaron con humor y alegría ¿por qué no habríamos de hacerlo nosotros?. Como su propio nombre indica, tuvo lugar en el año de Nuestro Señor de 1518 y tuvo lugar en Estrasburgo, ciudad que de aquella pertenecía al Sacro Imperio Romano Germánico, quizás razón por la que a la gente le dio por mover el sacro, y hoy pertenece a algo mucho más vulgar como es Francia.

Acontecimientos

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El día 14 de julio, hoy día nacional de Francia porque ese tomó la Bastilla, pero esto fue casi trescientos años antes y sin tomarse ninguna pastilla, Frau Troffea iba caminando para su casa a sacar brillo a sus trofeos obtenidos en concursos de ver quién mea más lejos, de los que era una gran campeona en la modalidad femenina. Entonces, sin que ningún politono mediara en ello ni ninguna otra señal perceptible, empezó a menear caderas, pantorrillas y brazos. Incluso hacía el moonwalk y hasta el twerking, y eso que de aquella estos bailes no estaban de moda porque no existían. Sin ninguna razón lógica para ello más que, como decía mi abuela y probablemente también la de Troffea, un tonto hace ciento si le dan lugar y tiempo, otros bailarines se le unieron. Así pronto había por las calles de Estrasburgo un montón de gente realizando movimientos espasmódicos sin que nadie se explicara por qué.

Cuando miramos un programa de revista en la televisión o bien un videoclip, observamos que los bailarines tienen en sus caras una sonrisa boba con la cual pretenden demostrar a aquellos que les observan que están disfrutando en intensamente de las danzas que están realizando, como si esa actividad fuera, a la vez, causa y consecuencia de una inusitada felicidad. No fue el caso de la epidemia de baile de 1518, según refieren los testimonios históricos. Los danzarines, en sus contorsiones, mostraban espantosas muecas de un dolor indescriptible y suplicaban a quienes les observaban que les ayudaran a cesar con sus espasmódicos movimientos. Aquellos que presenciaban este dantesco espectáculo, lejos de cumplir los deseos de los bailaores, se unían a ellos en la danza infernal y al cabo de pocas horas empezaban, a su vez, a proferir alaridos de dolor.

A los cuatro días falleció Troffea, junto con ella empezaron a morir los demás: huesos quebrados, tendones descoyuntados, infartos, sesos que se les salían por orejas y narices y gases intestinales incontrolables eran las causas más evidentes.

Los nobles y regidores de la ciudad, preocupados por la salud de los infelices que trabajaban de sol a sol para que ellos tuvieran una vida regalada de sus conciudadanos, decidieron consultar a los más reputados médicos de la región, quienes siguiendo su ciencia, consultaron el horóscopo (sí, la medicina no estaba muy avanzada entonces por esos lugares). Concluyeron que la enfermedad no se debía a las conjunciones astrales sino a... un aumento... de la temperatura... de... la sangre... ¡un mago lo habrá hecho, seguro!.

El primer tratamiento que barajaron fue prescribir sangrías a los danzarines, pero se hacía muy dificultoso poner las habituales sanguijuelas en el culo de personas que estaban realizando contorsiones, que a ver si de una de estas vas para allá con la sanguijuela y te llevas un mal golpe. Entonces llegaron a la conclusión de que lo mejor era recomendar a la gente que siguiera bailando, convencidos de que un clavo saca a otro clavo. Como se puede ver estos médicos eran la típica gente que apaga un fuego con gasolina o soluciona una crisis económica con recortes en los servicios públicos.

Esta fue la primera solución propuesta por las autoridades. Salió mal.

Entonces contrataron a músicos que tañían la gaita, el sacabuche, la pandereta, el bombo y a hasta la zambomba peluda, pusieron un escenario y abrieron espacios para que la gente pudiera danzar. El resultado no se hizo esperar, en menos de un mes ya había 400 bailarines moviéndose desenfrenadamente, los muertos se acumulaban día a día y la epidemia no parecía que fuera a parar. Los mandos municipales decidieron pues rectificar ya que llegaron a la conclusión de que el baile se trataba de un castigo divino. Entonces prohibieron la música en toda la ciudad salvo para los músicos de la BBC (los que tocan en bodas, bautizos y comuniones), celebraciones en las que la epidemia siguió propagándose más que el Coronavirus en idénticas fiestas a principios del siglo XXI.

Pensando que el castigo era obra de San Vito, el obispado organizó una peregrinación hasta la ermita consagrada al santo. Vistieron a los danzantes de la forma más ridícula que pudieron en señal de penitencia, con toda la gama de camisetas que Nike ha diseñado para el Atlético de Madrid, y para allá se fueron. Cuando el último danzante murió de agotamiento recuperó la cordura gracias al perdón del Santo dieron la epidemia por concluida.

Teorías actuales sobre la causa de todo aquello

Como ya hemos visto las explicaciones que se dieron en la época sobre las causas así como la propuesta de remedios fueron majaderas como ellas solas. Pensarás que ahora que la humanidad ha progresado enormemente (me cuesta contener las risas al escribir eso) tenemos una explicación clara y científica de lo que sucedió, ¿no? Pues no, no la tenemos. No obstante se han propuesto teorías que intentan ir más allá de que un mago o San Vito lo hicieron.

Intoxicación por hongos alucinógenos

Resulta que de vez en cuando en los cereales crece un hongo llamado cornezuelo que produce un efecto parecido al del LSD, con lo cual supuestamente los danzarines eran víctimas de un mal viaje por haber comido bollos en mal estado. Esta teoría tiene en contra que no se ha documentado que quienes bailaban dijeran hacerlo con elefantes rosas y que en todo caso ninguna intoxicación es tan duradera, así que no vayas a hartarte a bollos a ver si te pillas una flipada que dure tres meses, porque lo más probable es que solo consigas ponerte aun más gordo de lo que ya estás.

Fiebres por hambruna

Esta hipótesis puede parecer que entra en contradicción con la anterior, pero no, en todo caso la complementa. Las malas cosechas habían golpeado la ciudad en años anteriores, lo cual explica que la gente comiera cualquier mierda, incluso en mal estado y además tenían miedo de que les invadieran los turcos e impusieran la circuncisión obligatoria para todos los varones, lo cual estresaba también a las mujeres, por si el juguete que portaban sus maridos entre las piernas les quedaba con un mal corte. Esto en teoría produjo unas fiebres que hicieron que la gente perdiera la cabeza, aunque lo cierto es que cuando uno tiene fiebre es raro que le de por bailar.

Histeria colectiva

Esto podría pasarte a ti.

La alternativa más convencia al NPI (siglas de Ni Puta Idea) es la MPI, conocida comúnmente como histeria colectiva. La mencionada hambruna y el terror a los turcos desencapuchadores de pirulinas, así como a las maravillosas condiciones laborales que los nobles regidores antes mencionados otorgaban a sus esclavos vasallos causaron un estrés traumático compartido por la población que se manifestó en que se pusieran a bailar así a lo gilipollas perdiendo toda compostura y control de sí mismos.

En la actualidad

Los expertos estiman que las sociedades actuales en las que predomina el individualismo, la obsesión por pisar al que tienes al lado para subir tú y, en suma, la hijoputez compulsiva, no son ajenas a que puedan volver a darse tales brotes. Por tanto, la próxima vez que salgas a pubs y discotecas de bailoteo con la falsa expectativa de ligar y echar un polvo ándate con cuidado, no sea que no puedas parar lo que empiezas, y no me refiero al polvo.