Josquin des Prés

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Josquin des Prés
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Podemos asegurar sin temor a equivocarnos que tenía un cuello realmente fuerte, para sujetar semejante turbante en su cabeza.
Personal
Nacimiento Defunción En un pueblo de Francia.
En otro pueblo de Francia.
Estado actual En las polifonías celestiales.
Lugar de residencia En Francia y en Ferrara, de donde huyó por no querer coger la peste y morir.
Sobrenombres El turbantes.
Su obra
Se dedica a Compositor, cantante, preboste.
Origen Francés, pero me vale belga.
Hazañas logradas Haber logrado que le pagaran por ser él mismo.
Relaciones Johannes Ockeghem, otros compositores a los que no consideraba tan buenos, Inocencio VIII y Hércules I de Este.
Enemigos Los otros compositores a los que no consideraba tan buenos (y se lo decía).


Poderes El poder de la polifonía con sentimientos.
Objetos Turbante hipertrofiado.

Josquin des Prés (o lo que es lo mismo, Joaquín "del Prao") —latinizado: Josquinus Pratensis (Tournai, ca. 1450 — Condé, 27 de agosto de 1521) fue un compositor franco-flamenco, considerado el más famoso compositor de su tiempo entre otros que probablemente tampoco conozcas como Guillaume Dufay, Palestrina y Tomás Luis de Victoria. Su erudición musical era tal que era capaz de tararear todos los modos hacia atrás y a la pata coja, y por ello se le considera el más importante maestro de la polifonía franco-flamenca (escuela que no tiene relación con Franco, con el Flamenco ni con Franco bailando Flamenco). Por ello, y porque su música era muy expresiva y unas veces te hacía llorar y otras te hacía pegar botes de euforia, cosa que no ocurría con otros contemporáneos suyos que hacían música muy intelectual pero tan inexpresiva como un lenguado.

Su fama fue tan grande durante el siglo XVI que incluso un hombre con pluma como Martín Lutero escribió sobre él diciendo que era el amo de las notas musicales, pues éstas le obedecían como si él llevara una fusta y ellas estuvieran encueradas. Incluso personas que a priori podrían ser envidiosas, como los teóricos musicales en una época en la que por suerte para ellos aun no había Musicología, se desacían en elogios hacia sus melismas, contrapuntos, y cánones, unos por dobles, otros por invertidos.

No obstante esta admiración se volvió un poco contra él. Pues copistas y editores hicieron pasar por suyas obras de otra gente más mediocre para ver si tirando de la marca JosquinTM lograban aumentar sus ventas. Esto no deja de traer de cabeza a los analistas modernos que tienen que diseccionar sus misas y motetes con bisturí para ver qué es legítimo en ellos y qué puede ser fruto de un cuco musical. Y es tarea difícil, porque Josquin, como era capaz de componer de cualquier manera, cada vez lo hacía de una forma. En ocasiones escribía con un estilo austero como lo haría un inspector de Hacienda, y en otras escribía música satíricia, con el fin de reírse de algo o de sus contemporáneos. La prioridad de los autoproclamados eruditos en los últimos tiempos ha sido eliminar música de su canon para dar al menos las migajas de su gloria a esos contemporáneos de los que él parecía burlarse. Y aun sin eso, lo que queda sigue siendo un canon tan potente que debiera abrumarte hasta hacerte llorar de desesperación.

A pesar de todo esto, sabemos poco sobre su vida y su personalidad, por lo que, querido lector, todo lo que viene a continuación puede dar por hecho que es novela. Y dado que no se conservan partituras originales, puede que el tipo no existiera y sea fruto de la febril imaginación de algún inciclopedista de aquel tiempo, especialmente dotado para la música, que inventara un compositor e incluso le creara las obras. Sospechosamente lo único que queda que se atribuye a su propia mano es un grafiti con su nombre inciso en un muro de la Capilla Sixtina junto al cual hay, también inciso, un dibujo de un pene. Incluso vidas de compositores como Franz Stuckenpeef están mejor documentadas que la de Josquin.

Vida

El guía del Vaticano señala el grafitti del pene junto a la firma de Josquin, que se ve que lo pintó muy pequeñito.

Si se conoce poco de su vida, de sus primeros años menos todavía. Francés a ratos, otros ratos borgoñón, se supone que de pequeño jugaría como los demás niños hasta que le metieron a cantar. De aquella no se estilaba aún lo de extirpar las gónadas a los niños que cantaban bien, y en lugar de eso se les enseñaba a componer, así que obtuvo una ventaja doble.

Durante mucho tiempo la historiografía le ha confundido con una persona de nombre similar, Josquin de Kessalia, pero ahora sabemos que éste no es el que nos ocupa, aunque siendo francés es más que probable que el queso le gustara igualmente. Igualmente hoy día sabemos que tampoco su apellido era "des Prés", sino que este es un apodo que le pusieron probablemente por provenir "del prao" (lo que denotaría unos orígenes humildes y gañanes) o, tal vez, por presionar demasiado a la gente. Su apellido era "Lebloitte", pronunciado "lebluat". Dado que dicho apellido suena al acto del vómito, es lógico que se hiciera conocer por el apodo que le pusieron los colegas.

Según los registros de la iglesia de Saint-Quentin[1], fue aquí donde le pusieron a cantar y donde estudió contrapunto con su maestro Johannes Ockeghem, pero dado que los registros de dicha iglesia fueron destruidos en el siglo XVII, esta afirmación es completamente circular y gratuita. En todo caso es probable que fuera así, porque cuando murió Ockeghem, en lugar de aprovechar la circunstancia para ajustar cuentas con el viejo maestro que ya no estaba para defenderse, compuso uno de los motetes más bellos de su producción como homenaje al mismo, La defloración de Johannes Ockeghem. En la sección en la que el poema nombra al propio Josquin y otros condiscípulos, éste aprovecha para deslizar todos los giros prohibidos por las normas del contrapunto, sonrojantes quintas y octavas paralelas, pues ya no iba a haber nadie para marcárselos con corrector en la partitura.

Tras estos estudios parece ser que fue cantante en la capilla del duque de Anjou en Aix-en-Provence hasta que la capilla fue llevada a París (suponemos que sería una capilla-tienda de campaña, porque si no a ver cómo es que se la llevaron). Tras esto fue miembro del coro del papa vampiro Inocencio VIII. Suerte tuvo entonces Josquin de no ser ya un tierno infante cuya sangre, según las opiniones del pontífice, sirviera para recuperar la juventud perdida. Como su servicio al papa coincidió con el paso de éste del mundo de los vivos al de los no muertos, y en este último el papa lo que necesitaba eran ataúdes con la tierra de su patria natal y no cantantes ni compositores, Josquin fichó por el rey de Francia, Luis XII... y ahí estuvo en este puesto tan prestigioso como aburrido hasta que todo un Hércules vino a llevárselo, pues Hércules I, duque de Ferrara quería crear uno de los centros culturales más importantes de Europa para demostrar que la tenía más gorda que nadie (nos referimos a la cultura, y a la fortuna que estaba dispuesto a gastarse en ella, por supuesto).

Y lo hizo. Vale que un duque en principio es menos que un rey, pero a Josquin le debía apetecer cambiar de aires por un lugar más entretenido (la nuera del duque era ni más ni menos que Lucrecia Borgia, anda que no iba a haber salseos en esa corte). Lo que no había eran Ferraris, que estamos a inicios del siglo XVI, así que sería anacrónico y por ello fueron retirados de circulación. Una vez llegó a Ferrara el duque, sabedor de su carácter un tanto díscolo, le propuso que compusiera una obra titulada Andiamo a Ercole pero Josquin se negó porque le parecía una chuminada. Subió la apuesta componiendo una compleja misa sobre un cantus firmus cuyas notas salen de las letras del nombre del duque, la misa Hercules Dux Ferrariae. El duque la escuchó y le pareció muy bonita pero quedó un poco como los conejos cuando les dan las luces largas. Una vez Josquin explicó al duque en qué consistía la obra y este lo entendió (o fingió entenderlo) se sintió muy halagado y desde este momento ya no pidió a Josquin que hiciera nada más. Comprendió por qué tenía fama de componer lo que le salía de los cojones y cuando le salía de los cojones, y que realmente había que dejarle ser así. En otras palabras, en lo sucesivo le dejó libertad completa y le pagó por ser él mismo, logro solo igualado más adelante por Ludwig van Beethoven y Richard Wagner, y superado únicamente por la Pantoja, a quien se pagaba por ser ella misma sin necesidad de componer nada. En conmemoración al trabajo que le costó hacerle comprender las cosas al duque compuso también su célebre Miserere mei, Deus. Y es que a Josquin, de listo que era, le desesperaban mucho las personas que tenían dificultad para comprender lo que para él era obvio. El propio duque escribió a su secretario "Puede ser verdad que Josquin sea mejor compositor, pero Isaac es más capaz para tratar con sus colegas". Si le desesperaban los colegas menos dotados (para la música) ni digamos lo que tendría que sufrir el hombre con los mecenas medio lerdos.

Con una mano toca el órgano (de tubos) con la otra escribe la música.

No obstante lo que se ha dicho, Josquin tenía buenas intenciones para con sus colegas. Es por ello que a veces tomaba canciones de otros y las recomponía creando músicas tan exhuberantes que dejaban los originales como esquemas de palotes hechos por un niño de cinco años. Así les enseñaba cómo se debía hacer. Y quién mandaba aquí, de paso.

A pesar de todas la cosas que hizo en Ferrara, lo cierto es que estuvo poco tiempo ahí, solamente un año. Resulta que dos tercios de los habitantes de la ciudad, incluidos el duque y familia, empezaron a ponerse enfermos y morir, y no fue por escuchar la música de Josquin, que ésta era gloria bendita, sino por un hit que en la época llegó a opacarla: la peste negra. Josquin salió por piernas de allí y su puesto fue ocupado por Jacob Obrecht, buen compositor también, pero no tan bueno como Josquin y desde luego con mucho menos sentido práctico, pues murió por la peste al poco tiempo. Éste fue sustituido a su vez por Antoine Brumel, buen compositor también y que no murió de peste negra, pero se quedó mirando a las apabardas pues cuando llegó allí lo de que aquello fuera un centro cultural que deslumbrara a Europa ya no se lo creía ni el Tato.

La huída de Josquin se detuvo cuando llegó a su regió natal, al sudeste de Lille, donde viendo que el paisano célebre había vuelto decidieron honrarle nombrándole preboste de la catedral. Aunque esto parecía un cargo, fue más bien una jubilación cómoda. Allí él seguía componiendo sus obras, ellos las interpretaban, y por lo demás no le exigían gran cosa. Incluso a veces se las llevaban de gira a la corte holandesa donde las apreciaban mucho, pues siempre fueron en ese lugar amantes de las excentricidades, tal vez por su pasión por ciertas hierbas aromáticas. Así que allí fue feliz para siempre hasta que se murió.

Obra

Las capacidades musicales de Josquin eran tan despatarrantes que hasta sus flatulencias derivaban en complejas polifonías imitativas. Y cierto que le salieron muchos imitadores, pero ninguno como él. Su música podía ser tanto compleja como sencilla, tanto alegre como llorona, lo mismo podía moverte a la solemnidad que a menear el bullate y su perfección formal siempre estaba acompañada de una expresividad que incluso hoy día puede conmover incluso a un político neoliberal haciéndole recuperar, aunque sea por un momento, la humanidad tiempo ha perdida.

Su fama se vio algo ensombrecida durante el siglo XIX pues los críticos de aquella época se dedicaron a ensalzar a Palestrina[2], cuya música es también formalmente muy perfecta aunque sosa como un yogur de agua. La crítica actual tiende a no ser muy dura con esta preferencia decimonónica, pues se entiende que en una época en que todo compositor que se preciara era, digamos, intensito, había que tratar de equilibrar de alguna manera. Como desde inicos el siglo XX los compositores decidieron que el sentimentalismo romántico era una blandengada, de nuevo por compensar, Josquin ha recuperado el lugar que le corresponde desplazando al aburrido Palestrina a su justo lugar de segundón.

De las 32 misas de Josquin son suyas seguro 17, las otras a saber. Así que es mejor que el lector empiece por escucharse esas para estar seguro de que no le dan gato por liebre. Además de eso compuso motetes y canciones, muchas de las cuales tan exitosas que rulaban por toda Europa antes de que existieran los 40 principales. Una de ellas, Mille Regretz, era la favorita del emperador Carlos V quien se la hizo versionar en todos los géneros de la época, e incluso algunos no contemporáneos, como la cumbia.

Algunas de sus misas

  1. Missa ad fugam; compuesta con seguridad mientras huía de Ferrara.
  2. Missa Ave maris stella; que no la canten las Flos Mariae, por favor.
  3. Missa de beata virgine; compuesta tras un rechazo amoroso.
  4. Missa N'auray je jamais; sobre la pobreza y la exclusión en el siglo XVI.
  5. Missa D'ung aultre amer; otro rechazo amoroso, hasta con cuernos de por medio.
  6. Missa Faisant regretz; todavía lamentándose.
  7. Missa Fortuna desperata; misa parodia, o misa inciclopédica.
  8. Missa Gaudeamus; tras descubrir la proto Inciclopedia de Guttenberg estaba mucho más contento.
  9. Missa Hercules Dux Ferrariae; la que tuvo que explicarle pacientemente al duque.
  10. Missa La sol fa re mi; ideal para aprender a solfear.
  11. Missa L'ami baudichon; esta es una misa que narra una historia de colegas.
  12. Missa L'homme armé sexti toni; sobre el tráfico de armas y la guerra contra el infiel.
  13. Missa L'homme armé super voces musicales; misa parodia de la anterior, un cachondo mental.
  14. Missa Mater patris; misa parodia, porque o es madre o es padre ¿cómo va a ser las dos cosas?
  15. Missa Pange lingua; las cosas que involucran la lengua... ya se sabe.
  16. Missa sine nomine; se sentía perezoso ese día.
  17. Missa Une Mousse de Biscaye; misa sobre "Una moza de Vizcaya" que toma "Desde Santurce a Bilbao" como cantus firmus.
  18. Missa da pacem; ¡Id todos a pacer!.

Notas

  1. No debe confundirse este Saint-Quentin con Quentin Tarantino, que todavía no ha alcanzado la consideración de santo de la Iglesia Católica, aunque fuentes cercanas a la Santa Sede confirmen que se le está considerando por milagros como reflotar la carrera de actores como John Travolta o Bruce Willis.
  2. Al grito de "¡Viva Palestrina!". Los más entusiastas hasta plantearon la necesidad de crear un Estado Palestrino, sin que llegara a cristalizarse.