Demasiado feo para ser un escritor
El joven Hans creció entre charcos de agua fría, donde intentaba disimular sus patas palmeadas y pico prominente (sus padres no le quisieron comprar una cama porque era demasiado feo para tener una). Los demás niños, que al menos habían nacido humanos, lo perseguían lanzándole pan duro y gritándole “Ese Andersen, es demasiado feo para ser un escritor” con una crueldad que solo los niños y los críticos literarios son capaces de ejercer. Pero Hans no se ofendía, ya que pensaba que algún día se transformaría en algo mejor… aunque no estaba del todo seguro de qué. “Con suerte seré un cisne, y con mucha suerte, al menos un pollo frito decente,” pensaba.
El Sirellero
ara ayudar a su empobrecida familia, cuya idea de un lujo consistía en tener hijos para ponerlos a trabajar, Hans salía a las frías calles a vender cerillas. “¡Cerillas! ¡Cerillas!”, graznaba—digo, gritaba—con su peculiar voz entre pajero pájaro y niño desesperado, “¡Perfectas para encender la chimenea, el corazón o incluso las esperanzas cuando ya no queda nada por perder!” gritaba con aire de intelectual, y por eso no vendía nada, por mamón insufrible.
Cansado de ser el bufón de Copenhague y de que sus patas de pato le dificultaran usar zapatos (si es que hubiera podido comprarlos), Hans decidió hacer lo que cualquier adolescente desesperado haría, buscar drogas, pero como no encontró entonces buscó a una bruja callejera para hacer un trato.
Una noche, cuando el frío era tan brutal (que incluso los muñecos de nieve hacían huelga por mejores condiciones laborales), Hans se topó con la Bruja de las Cerillas que era su proveedora de cerillas alucinógenas.
- ¿Quieres piernas humanas, muchachito-pato?
- Sí, por favor, señora bruja.
- Perfecto, pero tiene un precio *risa malévola*, te daré piernas humanas, pero te costará *música dramática* medio centavo.
- Pero señora bruja, no soy millonario.
- No es mucho, es lo que uno encuentra tirado por la calle cualquier día, bueno, entonces el precio es cada paso será como caminar sobre cuchillos afilados, y perderás tu adorable voz de pato.
Hans, que odiaba su voz de pito más que el pan duro, aceptó con entusiasmo.
- Oh, y un detallito más, - Añadió la bruja mientras sacaba su última cerilla para fumársela - Si no logras que alguien se enamore de ti en tres días, te convertirás en espuma de mar... o peor, de nuevo en pato pobre.
Con un chasquido de los dedos de la bruja, las patas de Hans se transformaron en piernas humanas (feas como él, pero humanas), aunque cada paso dolía como si estuviera paseando por un campo de Legos. Mudo y cojeando, tenía tres días para conquistar a alguien. "Fantástico", pensó, "Soy La Sirenita, pero sin la voz melodiosa ni el glamour del sujetador de conchas".Desesperado, Hans comenzó a escribir cuentos. No porque fuera romántico, sino porque, honestamente, era lo único que podía hacer sin terminar como espuma de mar, o peor, como pobre. Para su sorpresa, sus historias gustaban tanto que la gente se enamoraba de ellas, aunque no necesariamente de él.Al tercer día, justo cuando estaba a punto de convertirse en espuma o en tercermundista, descubrió que el amor de sus lectores rompía la maldición (no podía follar, pero igualmente le gustaba vivir y aterrorizar). Así que Hans Christian Andersen se convirtió en el escritor más famoso de Dinamarca, aunque seguía caminando como si llevara un par de clavos en los zapatos.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado... aunque las facturas del podólogo y el terapeuta apenas comienzan.
El escritor y el guisante
La princesa protestó preguntando por qué no podían usar Tinder como la gente normal. El palacio se llenó de príncipes, nobles y algún que otro plebeyo sobre todo para robarse los jabones del baño. Entre ellos estaba Hans, un escritor cuyo mayor éxito había sido no morir de hambre y caminar raro.
La primera noche, Andersen se enfrentó a la torre de colchones escalándolos en pantuflas, incluyó tres resbalones, dos aterrizajes de emergencia y un encuentro cercano con una araña de tamaño sospechoso, pero llegó a la cima.Dormir fue imposible. No por el guisante, que ni siquiera se enteró que estaba ahí, sino porque le tocó en la habitación contigua de la princesa y ella roncaba roncaba como si estuviera talando un bosque entero con una motosierra oxidada.A la mañana siguiente, Hans bajó de la torre con el aspecto de quien ha luchado contra un dragón y perdido. Tenía el pelo de haber metido los dedos en un enchufe y unas ojeras que de lejos parecían mapas del inframundo, pero de cerca también.
El rey lo dio como ganador, confundiendo el agotamiento con sensibilidad principesca. La princesa, desanimada porque el menos guapo fue el ganador llamó a su amiga de Frozen para que la desaparición del prometido pareciera un accidente, pero esa es otra historia.
Frozdersen
Se quejaba del canto de los pájaros por la mañana (Interrumpen mi flujo creativo), del brillo de la vajilla de plata (Refleja la luz y no puedo ver mi sopa), e incluso del color del cielo (Ese azul no combina con mi tintero favorito). Pero eso le pasa a los feos cuando adquieren cierto estatus, por eso nunca deben alcanzarlo.
La princesa tomó medidas drásticas. buscó en "Reinas de Hielo para Eventos y Rupturas", una app muy popular entre la realeza, y contrató a Elsa de Arendelle para deshacerse de su quejumbroso prometido.Elsa llegó, sus ojos brillando como espejo "Te daré un beso", sonrió maliciosamente, "y congelaré tu corazón", sin embargo cuando vio lo feo que era cambió a que darle un apretón de mano sería suficiente para congelar su corazón.Andersen intentó huir en un trineo mágico, pero éste se negó a moverse. "Hasta los trineos están hartos de tus quejas", exclamó la princesa que estaba escondida por ahí viendo como se deshacían de su novio.
Desesperado, el escritor trató de resolver el acertijo de la eternidad porque era así como una regla de la Reina de las Nieves de que si lo resolvía lo liberaría y le regalaría unos patines, pero la princesa del guisante sin querer darle ninguna oportunidad tomó la pistola de hielo de Elsa y congeló a Hans, transformándolo en una estatua de hielo quejumbrosa.
Elsa no se quejó, no tuvo que darle el beso y eso, así que a partir de ahí cambió sus reglas.
El Andersito y el Soldadito
En su nueva y diminuta forma, se encontró vagando por el jardín del palacio. De repente, un sapo enorme saltó frente a él queriéndose casar, porque eso hacen los batracios berrugosos cuando maduran.
Justo cuando el sapo estaba a punto de atraparlo, apareció un soldadito de plomo cojeando, pero, curiosamente, con tres piernas. "Alto ahí", exclamó el soldadito. "Si alguien se casa con este enano feo, seré yo."
El sapo, con el corazón partido y la baba caída, dio media vuelta y se fue saltando, refunfuñando algo sobre lo difícil que era encontrar un buen esposo en estos días.Hans miró al soldadito y su intrigante tercera pierna. "Bueno... no es que lo haya planeado, pero... si te soy sincero, una pierna extra suena mucho más interesante que un sapo babeante," dijo, dándose cuenta de que la idea de casarse con un soldadito de plomo no era tan mala después de todo. Juntos, se lanzaron a la vida matrimonial con entusiasmo, esquivando escobas, gatos y prejuicios sociales.Sin embargo, una noche descubrieron que el plomo friccionando a alta velocidad es inflamable. El soldadito, usó su pierna extra como pértiga para catapultar a Hans fuera del peligro. A medida que el calor hacía crecer a Hans de nuevo (como suele ocurrir con todos los hombres en situaciones similares), él observaba cómo su amado se convertía en una fuente de plomo derretido. "¡No, mi querido trípode! ¡Te estás convirtiendo en una escultura moderna!", al final solo quedó el corazón del enano.
El traje nuevo de Hans
Durante varios días, permaneció recluido en su estudio, atrapado por el muro del escritor mientras buscaba inspiración en sitios inapropiados que lo estimulaban en zonas delicadas. Aunque hubiera querido compartir "Los Diez Mandamientos del Sexo entre Fantasmas y Vampiros" que ya tenía listo, se conformó con su obra más mediocre: "Señores y señoras, tengo el honor de presentarles mi magnum opus, 'La Historia de la Nada Total'", que eran hojas en blanco.
El jurado -formado por críticos con más vanidad que habilidad- intercambió miradas con miedo a parecer simplones delante del público.
"Buen trabajo... Es... Épico..." balbuceó uno de ellos, mientras los demás asentían mecánicamente, fingiendo haber entendido el mérito artístico detrás de la narrativa no presentada.Mientras tanto, en otra parte del salón se encontraba otro aspirante a visionario, un sastre que desveló su obra maestra: una prenda invisible e intangible accesible sólo a la élite cognitiva. El destino quiso que el editor le otorgara a Andersen este atuendo transparente como premio y le encomendara que narrara su obra ataviado con semejante innovación frente a todos.
De repente, un ruiseñor (porque ya sabes cómo son esos pajarracos) posado en una ventana cercana no aguantó más la tentación y rompió a cantar con todas sus fuerzas: "Pero si está desnudo y no tiene nada que decir", los jueces dijeron que así era el performance del arte vanguardista para no tener que rectificar.
Después de este incidente, Andersen nunca volvió a aparecer en público con el traje invisible, aunque se rumoreaba que lo usaba cada noche para dormir, asegurando que era muy cómodo y fresco.
...
Una noche de primavera de 1873, mientras dormía, un duende travieso (o quizás su artritis) le colocó un par de zapatillas rojas mágicas. Al despertar, Andersen se encontró bailando descontroladamente por toda la habitación. "¡Por las barbas de Elsa!", exclamó, "¡Estoy viviendo mi propio cuento!".
Las zapatillas lo llevaron dando saltos y piruetas por toda Copenhague. La gente en las calles aplaudía, pensando que era una nueva forma de promocionar sus libros. "¡Miren!", gritaban, "¡El escritor feo baila tan mal como escribe bien!".
Exhausto y mareado, Andersen finalmente logró regresar a su casa, donde se tropezó y cayó de su cama. Cuando despertó en el hospital, los médicos le dijeron que se había herido gravemente. "¿Fueron las zapatillas rojas?", preguntó Andersen. Los doctores intercambiaron miradas preocupadas y asintieron lentamente, "Claro, señor Andersen, fueron las zapatillas mágicas y no el hecho de que tiene 68 años y bailó toda la noche".
El 4 de agosto de 1875, cerró los ojos y sus últimas palabras fueron: "Asegúrense de que mi lápida sea más atractiva que yo".
Bibliografía
- Andersen, H. C. (1835). El encendedor mágico: Manual para pirómanos principiantes. Copenhague: Llamas & Chispas.
- ___ (1837). La sirenita: Guía de cómo NO negociar con brujas marinas. Odense: Escamas & Escarmientos.
- ___ (1838). El soldadito de plomo: Lecciones de equilibrio para juguetes con discapacidad. Copenhague: Fundición & Funambulismo.
- ___ (1838). Los cisnes salvajes: Guía práctica para desencantar a tus hermanos emplumados sin perder la voz. Jutlandia: Plumas & Paciencia.
- ___ (1839). El traje nuevo del emperador: Sobre la importancia de contratar sastres reales con referencias verificables. Copenhague: Hilos & Embustes.
- ___ (1842). El ruiseñor: Por qué los pájaros mecánicos nunca superarán a los orgánicos en concursos de canto. Pekín: Trinos & Engranajes.
- ___ (1843). El patito feo: Memorias no autorizadas de la infancia del autor. Odense: Plumas & Complejos.
- ___ (1844). La reina de las nieves: Guía de supervivencia en inviernos escandinavos extremos. Laponia: Témpanos & Temblores.
- ___ (1845). La pequeña cerillera: Guía de cómo NO manejar la pobreza infantil en la era victoriana. Copenhague: Cerillas & Conciencias.
- ___ (1845). Las zapatillas rojas: Manual de cómo NO elegir calzado maldito para ir a misa. Copenhague: Suelas & Suplicios.
- ___ (1848). La princesa y el guisante: Manual de detección de realeza para anfitriones escépticos. Estocolmo: Colchones & Coronas.
- ___ (1852). El abeto: Advertencia sobre los peligros de la ambición desmedida en la flora. Bosque Negro: Ramas & Remordimientos.
- ___ (1855). Pulgarcita: Guía de supervivencia para personas extremadamente pequeñas en un mundo de tamaño normal. Jardín de las Flores: Miniaturas & Maravillas.
Notas
* Hans Christian Andersen (Odense, 1805-Fondo del mar, 1875) fue un destacado odiador de niños danés, famoso por crear cuentos infantiles con mensajes tristes y depresivos para arruinar no una ni dos, sino a ocho generaciones de personas que nacimos desde que publicó sus escritos. Tras pasar una miserable y desgraciada infancia, una violenta adolescencia y una desesperante madurez, decidió plasmar sus traumas en su más famoso cuentos El traje nuevo de la sirenita fea de las nieves, que los críticos literarios consideran la más desgarradora y fiel autobiografía de un autor universal después de Pinocho de Guillermo del Toro.