Incilibros/Arca de Noé

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Papa George.jpg ATENCIÓN: Este artículo no es apto para fanáticos
Su lectura puede causar incendios de embajadas
y hacer llorar sangre a las estatuas de la virgen.

Érase una vez, en un valle polvoriento donde el sol besaba las colinas como un abuelo distraído, vivía un buen hombre llamado Noé. Él era pastor de cabras sabihondas, que predecían tormentas con un simple balido y soñaban con loterías que nunca tocaban. Cultivaba higos teimosos, que maduraban solo para arrugarse en su mano como abuelitas gruñonas, y de cuando en cuando armaba mesas cojas que vendía en el mercado como "muebles vintage con alma nómada". Por las noches, mientras sus cabras rumiaban estrellas y la luna susurraba a las nubes, Noé se acurrucaba con su tablet raída, zambulléndose en Inciclopedia para reírse de diluvios pasados, esos chistes divinos que inundaban el mundo sin pedir permiso.

Pero aquel mediodía soleado, ¡ay, queridos niños!, el cielo se rasgó como un telón de teatro barato, y una Voz Grande y Tronante, con eco de cine épico y subtítulos en hebreo antiguo, retumbó desde las alturas: "¡Noé, mi fiel siervo de higos a medio morder! Construye un arca grandota, porque viene un diluvio que no es ni gotera ni fake news. ¡Esta vez es el apocalipsis con devolución gratuita!".

Pobrecito Noé, dejó caer su higo como quien suelta un secreto pecaminoso, y sus cabras alzaron las orejas en coro, como un club de profetas lanudas que ya olfateaban el agua. "¿Un arca? –tartamudeó él, rascándose la barba crujiente de migas y dudas–. ¿Sin tutoriales en YouTube, sin patreon para donativos, sin un tiktoker bendiciendo los clavos? ¿Y la madera? ¿Me la manda el Señor en dron express, o tengo que rezar por un cupón de Leroy Merlin divino?".

La Voz Celestial, con un suspiro que agitó las palmeras como plumas de ángel despeluchadas, respondió con trueno juguetón: "¡Busca en Amazon, hijo mío! Prime te salva el pellejo en dos días laborables. Y no olvides reseñas de cinco estrellas para Mi gloria eterna". Noé, con ojos de cordero perdido, abrió su app en la tablet, que pitaba como un grillo electrónico. "¡Madera de cedro libanés, lote familiar de 40.000 tablones, 12% de descuento con código DILUVIO2025! Añadir al carrito... ¿pegamento épico anti-inundación? ¡Sí! ¿Y un manual de bricolaje para principiantes proféticos? ¡Por supuesto, con ilustraciones de arcas en 3D!".

Sus cabras lo miraron con orgullo místico, la más anciana mascando un scroll imaginario y balando con sabiduría: "¡Meee-hazla con balcón panorámico, para selfies con arcoíris! Y un spa para elefantes, que sudan como faraones en sauna". Noé pulsó "compra ahora", y el cielo guiñó con relámpagos coquetos, como si Dios mismo hubiera activado notificaciones push. Pronto, la familia de Noé –esposa tejedora de sueños, hijos carpinteros de chistes malos– se unió al jolgorio: "¡Papá, metamos WiFi en el arca, por si el diluvio se pone viral!". Los animales llegaron en tropel bendito, elefantes facturando equipaje, jirafas midiendo alturas para literas VIP, y palomas mensajeras con GPS divino.

Y así, entre martillazos torpes y playlists de salmos remixeados, el arca creció como un juguete gigante de Lego celestial. Cuando el diluvio por fin llegó –con fecha de entrega impecable y tormenta en alta definición–, Noé flotó sobre olas caprichosas, riendo con sus cabras: "¡Vean, niños del futuro! Hasta el fin del mundo viene con tracking en tiempo real". Y Dios, desde Su nube-Amazon, sonrió: "Bien hecho, Noé. Próxima vez, un crucero. Con todo incluido". Amén, y like si te mojó el corazón.

Construcción

Noé comprando en Amazon los materiales y herramientas necesarias para construir el arca

¡Y así, queridos angelitos con orejitas curiosas, arrancó la gran epopeya 2.0, bendecida por algoritmos y maldita por el spam divino! Noé, con su tablet de piedra tallada en beta eterna –3G celestial que se trababa como un milagro en hora pico–, encendió la pantallita y abrió Amazon en modo incógnito, por si el Señor espiaba su historial de búsquedas pecaminosas. ¡Oh, sorpresa! El algoritmo, ese falso profeta de Silicon Valley, ya lo tenía fichado: “Clientes que añadieron ‘diluvio universal’ también pecaron con ‘chaleco salvavidas para cabra lanuda’ y ‘kit anti-mareo para camellos VIP’”. Noé filtró por “entrega antes del Juicio Final, con tracking en tiempo real”, y ¡zas!, apareció el Arca Pro Max: 300 codos de eslora para flotar con estilo, Wi-Fi 6 mesh para rezos en streaming, corrales con sensores de metano que pitaban como alarmas de pecado, y un jacuzzi burbujeante para hipopótamos de primera clase, porque hasta los peces gordos merecen espuma santa. En las reseñas, Jonás777 (verificado con ballena) ponía cinco estrellitas: “¡Genial, pero ojo con la bodega! Mi cetáceo ex pidió upgrade y me dejó varado en el spam”.

Noé, con deditos temblorosos como higos inmaduros, pulsó “Añadir al carrito” y, como regalo del cielo (o de Jeff Bezos disfrazado de arcángel), le enjaretaron un dron acuático con estabilizador divino para selfies panorámicas: “¡Mira, mamá, el mundo se acaba en 4K!”. Los paquetes cayeron del firmamento antes que las primeras gotas rebeldes, envueltos en cajas de FedEx alada, aterrizando con paracaídas de nubes algodonadas y lazos de rayos. Un querubín repartidor, con alas de drone y sonrisa de influencer, le pidió selfie para su InstaCelestial y propina en cripto-maná: “¡Scan QR para bendición extra, o te mando al carrito de los devueltos!”. Noé, sudando como un profeta en sauna, montó la bestia flotante siguiendo un tutorial de YouTube narrado por la voz de Morgan Freeman (quien bien podría ser Rubén Moya Acosta para nuestros angelitos latinos o José Fernández Mediavilla para nuestros angelitos ibéricos) (patentada como “Tono de Dios™: grave, sabio y con eco de trueno”). Cada tablita traía su QR sagrado; al escanearlo, un holograma de serafín bailarina surgía: “¡Gira 90 grados a la derecha… no, la izquierda santa! ¡Y no olvides el tornillo anti-apocalipsis!”.

¡Ay, el zoológico llegó en tropel bendito y caótico! Las jirafas aterrizaron en UberXL divino, midiendo el techo con cuellos de GPS; los ornitorrincos pidieron Uber Eats (“¡Cabina húmeda o devolución al Edén!”); y TinderZoos explotó con 14.000 matches peludos: “¿Deslizar a la derecha para pareja eterna? ¡Los leones ya están en lista de espera!”. Hasta los unicornios, esos fantasmas mitológicos, ghostearon la invitación con un emoji de arcoíris sarcástico. De repente, ¡ping! Bill Gates mandó DM desde su nube privada: “¡Hermano Noé, déjame invertir! Añado Windows para Arca: actualizaciones automáticas y bluescreen solo en domingos”. Noé, riendo como un salmista en hora feliz, respondió con sticker de paloma mensajera: “Gracias, pero mi fe no colapsa”. Los pingüinos, vetados por el algoritmo de “extinción VIP”, se colaron disfrazados de frailes pingüinoscos, balbuceando salmos en pingüinés: “¡Ave, arca! ¿Hay hielo en el bar?”.

Cuando el último clavo entró con un ¡clinc! profético, el WhatsApp celestial vibró como un terremoto juguetón: “¡Actualiza el GPS divino o te mando de excursión a Nínive, con Internet débil!”. Noé, rebelde como un higo maduro, ignoró la notificación; total, el mapa era offline, dibujado en pergamino con crayones de Moisés. Y entonces, ¡bum-bum!, llegó el diluvio en alta definición 4K, con lluvia torrencial y efectos especiales de Hollywood bíblico. Los patos transmitieron en Twitch (“¡Suscríbete para olas exclusivas!”), las ovejas exigieron alimentación vegana (“¡Nada de lana mojada, porfa!”), y los elefantes facturaron trompas de equipaje. Noé, empapado en la cubierta como un santo en lavado exprés, abrió su app de notas y garabateó con pluma de cuervo: “Próxima vez: planos en PDF editable, suscripción a Noah’s Pro con cero confianza en voces tronantes, y un chatbot para quejas de animales”. Miró al cielo gris, al dron zumbando como abeja bendita, a la paloma con ramita en GoPro –“¡Selfie con salvación!”– y suspiró con gracia satírica: “Al menos el reembolso divino viene en 40 días y noches, con intereses de maná”. El arca zarpó sobre mares caprichosos, con playlist celestial retumbando “Riders on the Storm” en remix arcangélico, coros de querubines y beat de truenos. Y Dios, desde Su servidor en la nube, likeó el post: “Bien jugado, Noé. Próximo diluvio: con Airbnb flotante. Amén, y comparte si tu barca no se hundió”.

El Diluvio: Modo Tormenta Activado con lista musical incluida

Noé en el arca durante el diluvio

¡Oh, queridos pececitos de fe con aletas curiosas, los primeros siete días a bordo del Arca Pro Max fueron un paraíso flotante en modo zen divino, donde Noé pilotaba con la serenidad de un monje en meditación profunda! La lluvia caía en Dolby Rain envolvente, con luces LED crepusculares que pintaban arcoíris falsos para Instagram, y un difusor de ozono aromatizado a “diluvio fresco con toques de maná y menta”. Los patos, esos influencers emplumados, retransmitían ASMR en directo –“¡Escuchen el chapoteo sagrado, suscríbete para olas exclusivas!”–, mientras las nutrias, con patitas de DJ, exigían vinilos de jazz antiguo para sesiones de spa acuático: “¡Miles, no bebés, o boicoteamos el jacuzzi!”.

¡Pero ay, el unicornio, ese tramposo con cuerno de brillo falso! Se coló con pase VIP mintiendo sobre su estatus de “especie mítica en peligro de extinción por memes”, y exigió suite presidencial con balcón panorámico y servicio a la habitación de arcoíris.

Todo se complicó cuando se peleó con los delfines por el ancho de banda –“¡Tu sonar de chismorreo me satura el Wi-Fi, cetáceo envidioso!”–, y pista celestial: terminó reasignado a la bodega de lastre, donde, tras una noche de embriaguez pecaminosa con mapaches ladrones de almas (y de bocadillos), desapareció del manifiesto como un like olvidado. ¿Mito o rescaca divina? Nadie lo sabe, pero el cuerno se vendió en en eBay como “reliquia flotante”.

Las palomas exploradoras, valientes mensajeras con GoPro 12 atadas al ala, salían en escuadrón bendito para sondear el abismo, grabando en 360°: “¡Primeras tomas del nuevo mundo, like si ves tierra!”. Una torpe, la prima distraída, activó el modo avión por error y ¡pum!, recaló en la Antártida haciendo reels virales con pingüinos en traje: “¡De diluvio a polo en un ala! #BenditaTormenta”. Mientras, el elefante, ese coloso verde como un kiwi apocalíptico (culpa del tinte vegano de las cebras), vomitó un río particular sobre la cubierta, abriendo un boquete tamaño piscina olímpica. Noé, con pragmatismo profético, lo tapó con una lona raída de “Black Friday 40% de descuento: salvación en oferta”. Debajo, los mapaches montaron una fiesta clandestina con luces estroboscópicas robadas a las luciérnagas y altavoces hurtados al coro de ballenas: “¡Bum-bum, salmos remix, entrada con nuez!”. El arca temblaba como un karaoke en Juicio Final.

Al día veinte, ¡cielos, qué saturación bíblica! El arca parecía un hotel flotante para almas errantes, con koalas perezosos pidiendo siesta 24 horas (“¡Despierten cuando el agua baje, amén!”) y búhos noctámbulos exigiendo bloquedor solar para sus plumas de fiesta eterna. Noé, harto de balidos y graznidos, colgó un cartel en pergamino pixelado: “Zona Silenciosa Divina: ronquidos <60 dB, o los mando a nadar con los peces”. Dividió la cubierta por husos horarios celestiales –Oceania roncaba mientras África bailaba zumba con maracas de conchas–, y un flamenco rosa, reconvertido en perchero viviente por los cocodrilos envidiosos, lucía toallas monogramadas “N” como un mayordomo en sandalias.

Cada amanecer, el grupo de WhatsApp “Arca Fam Bendita” explotaba como maná en microondas: la jirafa reclamaba techos más altos (“¡Mi cuello es profético, no un perchero!”), los ornitorrincos denunciaban goteras (“¡Húmedo como el Edén post-manzana!”), y el loro, eco viviente, repetía sin piedad: “¡Actualicen el firmware, actualicen el firmware, squawk-apocalipsis!”. Noé, con ojeras hasta el ombligo como mapas del diluvio, abrió Canva en su tablet empapada y diseñó un cartel con emojis de palomas: “Karaoke Intercontinental Sagrado: ¡Hoy, ópera de ballenas vs Hip Hop de monos! Gana un arcoíris personalizado”. Lo pegó en la puerta del comedor con clavos benditos y suspiró, rascándose la barba de migas flotantes: “Cuarenta días más y abro un Airbnb en el Ararat, con reseñas de cinco estrellas y desayuno en nubes”. Afuera, la lluvia seguía cayendo en 8D envolvente, como un ASMR eterno; dentro, el arca latía como un festival que nadie pidió –pero que Dios le dio Me Gusta desde Su nube–, con bailes caóticos y risas que ahogaban las olas. ¡Y así flotaron, queriditos, recordándonos que hasta el fin del mundo necesita una lista y un poco de caos santo! Amén, y comparte si tu arca no se hundió en el spam.

El Desembarco: Edición Tierra Firme

Los camellos se hicieron un selfie al salir del arca

¡Oh, angelitos con colitas de curiosidad y alitas de algodón de azúcar, cuarenta días, cuarenta noches y seiscientos treinta y siete tableros de parchís después –donde los leones contaban dados con garras tramposas, los monos escondían fichas en sus melenas rebeldes y las ovejas balaban “¡Pasa por mi casilla, o te excomulgo!”–, un pitido juguetón del radar divino anunció: “¡Tierra firme detectada! Bienvenidos al Ararat Resort, check-in eterno”. El Arca Pro Max rozó la cima con la gracia de un yate VIP en crucero de lujo, los amortiguadores hidráulicos suspirando “fin de trayecto, por favor, dejen las propinas en maná digital”. Noé, con barba de náufrago enredada como cable de auriculares y ojeras en 4K que gritaban “café profético ya”, alzó los brazos al cielo y bramó: “¡Alexa, abrir compuerta principal, activar modo selfie y playlist de desembarco con confeti bendito!”. La puerta se deslizó con fanfarria épica de Hans Zimmer –trompetas celestiales y redobles de truenos remezclados–, y un chorro de aire puro, fresco como el aliento de un ángel después de una ducha, inundó la cubierta, barriendo el aroma pecaminoso a metano de hipopótamo y calcetines de camello.

¡Qué desfile glorioso, queriditos, como una pasarela de Milán pero con huellas en lugar de tacones! Los camellos posaron en 360° con filtros “atardecer dorado y arena baja en calorías”, camelos dromedarios: “¡Mira mi joroba, ahora con menos bultos de drama!”. Las jirafas estiraron cuellos eternos para historias en vertical, midiendo likes por metro: “¡Altura profética, vista 5G incluida!”. La paloma heroína, esa mensajera con ala de influencer, aterrizó con una hojita de olivo ecológica –certificada como cero desechos y biodegradable en 40 días– y un regalo exclusivo de su odisea: “De spa vegano en las Maldivas sumergidas a viral en 0,3 segundos. ¡Colecciona mi vuelo, o te mando un DM divino!”. Recibió medalla de algas prensadas y seguidores instantáneos de todo el Olimpo aviar, mientras los pingüinos –aún disfrazados de frailes con capuchas de hielo derretido– pidieron asilo político: “¡Santidad, el polo se derrite más que nuestra fe en el solsticio!”. Noé, con corazón de arcángel barato, les regaló Wi-Fi gratis y un iglú de alquiler con vistas al abismo: “¡Pagad con peces, o negociamos en salmos!”.

En la cumbre ventosa, Noé desplegó su altar portátil –modelo “Easy BBQ Divine”, montaje en tres clics y con app de recetas bíblicas–, y ofreció higos secos como pasas del pecado, vino fermentado de cuarenta días (con notas a “aroma de olas y arrepentimiento”) y un QR parpadeante para donativos: “¡Apoya la cancelación del próximo diluvio, o Dios te manda spam eterno!”. Desde Su nube directiva, con IP celestial y firewall anti-pecado, Dios pulsó “publicar” y colgó en el firmamento el primer arcoíris en 8K HDR: siete franjas vibrantes como un filtro de Snapchat divino, brillo que cegaba algoritmos y hashtag #NuncaMás (con trending en los cielos). Los ángeles, esos querubines de Reels, lo compartieron en bucle: “¡Desliza up para pacto eterno, like si no te mojas más!”. El metaverso del Edén explotó en notificaciones.

Noé, con espíritu de fundador postapocalíptico y resaca de salmos, abrió Notion en su tablet salobre y garabateó el “Plan 2.0: nunca más arca con jacuzzi burbujeante –¡los hipopótamos dejan cabellos en el filtro!–, nunca más karaoke de ballenas a las 3 a.m. –¡sonaron como ópera con resaca!–, nunca más unicornios en lista de espera ghosteando la invitación”. Luego alzó la vista a la montaña brumosa, a la hojita de olivo twitteando su propia bio, a la paloma en directo con comentarios de de “¡Icono!”, y susurró con gracia satírica: “Próxima vez, teletrabajo desde casa, con Zoom al Señor y cero olas en el camino”. El sol se puso en modo dorado, tiñendo el cielo de likes eternos; los animales armaron un flashmob espontáneo –leones perreando con corderos, mapaches mezclando música con conchas–, y el arcoíris quedó guardado como fondo de pantalla divino en todos los iPhones del paraíso. La Tierra 2.0 acababa de lanzar su beta, con errores de serpientes y actualizaciones de manzanas. ¡Y así, pececitos, el mundo renació en pixeles y promesas! Amén, y comparte si tu arca aterrizó con estilo.

Noé 2.0: del carrito de Amazon al arcoíris con Wi-Fi

¡Oh, conejitos de fe con colitas esponjosas y ojos de estrellas curiosas, así terminó la mayor actualización de la historia sagrada: un humilde pastor de cabras sabihondas, reconvertido en capitán de crucero flotante con resaca de olas y listas, un diluvio en 4K con efectos especiales de Hollywood bíblico, y un barco que olía a startup ambiciosa mezclada con estiércol de elefante y sueños ahogados. Cuando el Ararat se erigió como el primer desembarque con reseñas de cinco estrellitas –“¡Llegada suave, vistas eternas, pero el metano en economy era pecado!”–, Noé colgó su tablet de piedra en la pared del nuevo cobertizo, junto a la hojita de olivo enmarcada en oro pixelado y el recibo eterno de Amazon Prime: “Entrega en 40 días, con devolución si el mundo no gusta”. ¡Suspiró como un profeta en modo vacaciones, rascándose la barba de migas flotantes!

Los animales, esos pasajeros peludos y emplumados, abrieron perfiles verificados en el metaverso del Edén: la paloma heroína se coronó influencer de viajes sostenibles –“¡De diluvio a tierra firme en eco-modo, #PazConOlas y patrocinador de algas orgánicas!”–, posando con filtros de arcoíris y collaboracioness con tortugas centenarias. Los mapaches ladrones, con bigotes de píxeles, lanzaron una colección de sus fiestas clandestinas: “¡Fiesta en la bodega, edición limitada a 7.777 copias, incluye baile con unicornio borracho!”. Hasta los pingüinos frailes pidieron tarjeta verde digital: “¡Asilo en el polo 2.0, con Wi-Fi antártico y sin derretimientos!”. Dios, desde Su nube directiva con firewall anti-pecado y actualizaciones automáticas, renovó el dominio “cielo.tierra” por milenios más –“¡Pago con maná recurrente, sin publicidad en los milagros!”– y dejó el arcoíris en loop infinito, con checkbox juguetón: “No volver a mostrar este mensaje, o te mando otro diluvio en beta”.

Noé, por fin en tierra firme que no se mecía como un karaoke de ballenas, plantó la primera viña con palitos de QR –“Crecimiento garantizado o reembolso divino”–, destiló una cerveza artesanal “Diluvio IPA: amarga como arrepentimientos, espumosa como promesas rotas” y actualizó su bio en el pergamino social: “Sobreviví al apocalipsis acuático, al Hip Hop de monos a medianoche y a 637 partidas de parchís donde los leones hacían trampas con garras. Ahora solo anhelo una cabaña con fibra óptica bendita, hamaca anti-olas y cero actualizaciones obligatorias del Señor –¡basta de parches en mi fe!”. Sus hijos, carpinteros de chistes malos, abrieron un food truck de higos fermentados: “¡Snacks post-fin-del-mundo, con cupón DILUVIO2025!”.

El mundo renació como un app relanzada, esta vez con términos de servicio en arameo moderno, política de cookies celestiales –“Acepta o nada de maná”– y un pacto eterno grabado en blockchain: “Nunca más sin conexión, pero lee la letra chica o te mando a corregir errores en el infierno en baja definición”. Y cuando los nietecitos preguntan, con deditos pegajosos de arcilla fresca, “¿Cómo se salvó la humanidad del gran chapuzón?”, Noé sonríe con dientes de higo, señala el arcoíris twitteando su propio hashtag y responde con guiño satírico: “Con Prime express, paciencia de santo en black friday, un buen cupón de descuento divino y un dron para selfies con la salvación. ¡Oh, y no olviden dar propina al arcángel repartidor!”.

Fin del beta, queriditos. Bienvenidos a la versión estable: errores de serpientes incluidos, actualizaciones de manzanas y un Me Gusta eterno para la fe. ¡Amén, y comparte si tu mundo no se reinició en modo avión!

Véase también