Artículo de Videojuegos Destacado |
Incilibros/Memorias de un Mii
Escribo esto mientras me dirijo a mi fin como últimas palabras, para dejar constancia de mi existencia. Para que alguien haga algo contra ese malvado malvado ser al que llaman La Mano.
Desgarrador comienzo
La Mano
Es difícil explicar mi existencia, especialmente teniendo en cuenta el inicio de la misma, ya que, de repente, aparecí. No me pregunten como, pero aparecí. La primera vez que abrí los ojos me dolieron. Era grande la luz que me deslumbraba, luz a la que tarde o temprano me tendría que acostumbrar. No podía moverme. Tenía los pies pegados a una plataforma. Yo mismo me sentía pegado contra un fondo invisible, como si en dos dimensiones estuviera. Todo era una auténtica tortura, tenía un miedo atroz, pero todavía no había empezado lo peor, ya que, de repente, apareció Ella...
La Mano. No hay palabras para describir ese ser. Nada ha cambiado desde la primera vez que la vi; todavía me sigue helando la sangre, paralizándome por completo. Ella rige el destino de todos, de todo. Ella puede leer tu mente, puede leer tu alma. Ella es, como descubrí más tarde, todopoderosa, dadora de dolor y felicidad.
Cuando descubrí que Ella me ignoraba, suspiré aliviado. Caso error. De pronto, sentí como mi cuerpo se alargaba, como me arrancaban los ojos para sustituírmelos por otros, como incluso me cambiaron de sexo repetidas veces, con lo que aquello dolía. Me implantaron diversos tipos de pelo, me cambiaron el color de mis ropajes (aunque, debo admitir, que el rosita que me pusieron quedó de lo más mono)... y, por último, La Mano comenzó a pulsar unos símbolos extraños, y yo pensé que todo había acabado... cuando de pronto los símbolos que Ella había marcado se me grabaron a fuego en la espalda. Me había dado un nombre, pero yo lo único que sentía es que era un simple juguete en sus manos.
Al acabar esa particular sesión de tortura, La Mano me sacó en volandas de aquel lugar azul tenebroso, y me desmayé.
La vida en la comunidad Mii
Cuando desperté, Ella se había ido, pero en su lugar habían aparecido numerosos seres a mi alrededor. Los había bajitos, altos, amarillos, rosados... todos eran, a simple vista, diferentes, pero en el fondo iguales. Esos seres eran como yo. Eran Miis. Por primera vez, desde que recuerdo, me sentía a salvo.
Cuando desperté, se me acercó un Mii de profundo bigote y mirada antisemita. A su paso, el resto de Miis se postraban ante él, con sumo miedo y respeto. Yo les imité, pero aproveché para mirar al Mii de reojo. Era un Mii como otro cualquiera, tal vez con más detalles que los demás; pero especialmente se diferenciaba porque portaba una gran Corona de Bronce en la que, fácilmente, se podía leer la palabra "Favorito".
—Yo soy aquí el jefe— dijo el Mii —El nombre que me dio La Mano es "Yo", pero tú llámame simplemente Favorito.
—Sí, señor Favorito— respondí temblorosamente.
—¿Sabes que significa esta Corona de Bronce?— dijo, mostrándomela una y otra vez. —Pues esto demuestra que soy el líder aquí, y tú debes obedecer.
Dicho esto, Favorito se marchó. Más tarde algunos de los Miis me comentaron que Favorito era el preferido de Ella, al cual siempre elegía para ver El Exterior, un lugar que nadie más había visto, ya que nunca habían salido fuera de aquella prisión que llamaban Canal Mii.
Y así fue como el tiempo fue pasando constante, sin cambios. De vez en cuando, Ella agarraba a Favorito y se lo llevaba a algún lugar lleno de aventuras, o al menos eso me imaginaba yo. Mientras, el resto de Miis vigilábamos con recelo a La Mano, que de vez en cuando nos exigia formar filas, y agarraba a alguno y lo zarandeaba. A veces, incluso, Ella escogía a un Mii y se lo llevaba; pero todos nosotros sabiamos que no iba al mismo sitio que Favorito, ya que ese Mii no volvía nunca más. Intentábamos no hablar de ello, hacer como si nunca hubiera ocurrido, por si haciendo eso conseguíamos que no sucediera nunca más.
De vez en cuando llegaban Miis nuevos, pero a pesar de eso, nada cambió durante mucho tiempo, y yo pensaba que seguiría así para siempre... ingenuo de mi.
Visitando el paraiso
Todo ocurrió de golpe. Hallábame yo conversando con uno de los Miis novatos, cuando de pronto Ella surgió de la nada y se abalanzó sobre mi. No pude esquivarla, y me agarró con sus potentes dedos. Supliqué auxilio, pero el resto de los Miis ni siquiera me dirigían la mirada. Cuando La Mano me sacó del Canal Mii, yo ya me veía perdido. Pensaba que iba a seguir el mismo camino que el resto de los Miis desaparecidos, que iba a perecer en el olvido para siempre... cuando aparecí en medio de una pista de tenis.
—¿Qué es esto?— me pregunté con recelo. De pronto, había surgido una raqueta en mis manos, y una bola a alta velocidad se dirigía hacia mi. Era lanzada por otro Mii, uno que nunca había visto. En sus ojos vi el deseo de vencerme.
—Eh, tú, ¡dale a la pelota!— gritó una Mii que compartía el campo conmigo. Con todas mis energías, le di al minúsculo esférico, causando que saliera disparado con llamas a su alrededor. A partir de ahí, me dejé llevar por el frenético deporte del tenis. Al cabo de un rato, de sopetón aparecí en un gran campo de beisbol. ¡Y no tenía piernas! Sin embargo, flotaba en el aire, bateaba como un gran campeón, marcaba Home Runs y era feliz. Pensé que aquello debía ser el paraíso, un paraíso donde se adquieren aptitudes para cualquier deporte, y donde a veces te arrebatan las piernas.
Por último, aparecí en un ring de boxeo. Tras las victorias que había obtenido, presentí que aquello sería fácil... fue entonces cuando apareció Favorito delante mía. ¡Era mi contrincante! ¿Por qué se había metido dentro de ese paraíso que era mío? Tal fue la rabia que sentí por esa intromisión, que en unos pocos puñetazos dejé KO a Favorito. Me sentía increíble, aquel era un lugar maravilloso, donde yo era imbatible y nada me tenía que preocupar, ni siquiera Ella. Tristemente, poco después de pensar eso, La Mano volvió a agarrarnos a mi y a Favorito, y nos llevó de vuelta al Canal Mii. Yo estaba anonadado por los sucesos, pero ante todo, estaba feliz. Había visto el paraíso, y sobrevivido para contarlo.
La Corona de Bronce
Al llegar, todos los Miis me rodearon, coreando mi nombre: —Alabado sea aquel que volvió de la muerte— Me alzaban en volandas, pero yo no podía dejar de pensar en aquel paraíso que se me había arrebatado tan repentinamente. De pronto, las alabanzas cesaron, y Favorito se colocó delante mía.
—No sé como llegaste a Wii Sports, pero pagarás por la derrota que me has hecho sufrir— dicho esto, lanzó un puño contra mi, con el propósito claro de herirme, cuando de pronto Ella me agarró, una vez más. Comenzaba a apreciar a La Mano, aquel ser que me había insuflado la vida, a pesar de que fuera con mucho dolor, y me había mostrado un auténtico paraíso. Pero los buenos sentimientos hacia ese todopoderoso ente desaparecieron cuando descubrí que me llevaba a la primera sala, la sala de las torturas. De poco sirvieron los gritos, los llantos y las súplicas, ya que en cuanto toqué la plataforma, volví a ser prisionero de aquel lugar. Me reconforté pensando que no me haría mucho daño, pero estaba equivocado. La Mano agarró una Corona de Bronce en la que se podía leer Favorito, exactamente igual que la que tenía el Mii que había abatido en el ring, Favorito, y me la incrustó, haciéndome sentir el mayor dolor que he sentido en toda mi vida. La Corona de Bronce desgarró mi carne, me hizo enloquecer de sufrimiento, me llevó al borde de la muerte...
Cuando desperté, me encontré de bruces con Favorito. Había perdido la sonrisa que solía llevar en su rostro. Me dijo amargamente:
—Ahora eres tú el señor Favorito. Disfruta de lo que tienes, porque dentro de poco, alguien te lo arrebatará, al igual que has hecho tú conmigo. Y ojalá sea pronto.
Al acabar la frase, Ella agarró al antiguo Favorito y se lo llevó en volandas. No volvimos a saber de él.
Cuando desapareció, yo me convertí en el nuevo Favorito. He de admitir que mi rutina era fantástica. Me pasaba el día jugando a béisbol, tenis, golf... a veces perdía, pero la gran mayoría ganaba, y eso me hacía sentirme feliz. Cuando iba al Canal Mii, la gente me trataba con sumo respeto, y yo empecé a despreciar a aquellos Miis que no habían visto la Verdad, y que estaban encerrados en el Canal Mii. Me era imposible ser amable con seres de tan baja ralea, que no habían sufrido los tormentos que yo había sufrido al recibir la Corona de Bronce.
Ocaso y fin
Un día como otro cualquiera, Ella me volvió a escoger, y me llevó lejos. Yo suponía que aparecería en la pista de bolos, ya que hacía mucho tiempo que no aparecía allí... cuando observé, con mucha sorpresa, que me hallaba en el interior de un kart, rodeado por unos Miis especialmente raros: una princesa, una especie de dinosaurio, un fontanero vestido de verde... tan solo reconocí a uno de ellos; era el Mii con el que yo hablé justo antes de que La Mano me llevara por primera vez al paraiso Wii Sports. Por su cara, sabía que era la primera vez que salía del Canal Mii. Debí haberme alegrado por él, por tener la suerte de conocer el mundo exterior, pero lo único que sentí fueron puros celos, celos de alguien que siente que le roban su paraiso.
En cuanto la carrera comenzó, los desastres se sucedieron uno tras otro. Fui golpeado por tortugas, atropellado por una bala gigante, carbonizado en lava... cuando conseguí llegar a la meta me enteré de que había quedado el 12º, mientras que el otro Mii había sido el campeón de la competición. Tras saber esto, lo único que pude hacer fue llorar, llorar desconsoladamente, hasta que me dormí encima del volante de mi kart.
Cuando desperté, me dió la sensación de que había pasado mucho tiempo. Vi como aquel Mii portaba ahora una reluciente Corona de Bronce, y contaba al resto de Miis las maravillas de un lugar llamado Mario Kart.
Cuando Ella vino a por mi, yo ya sabía que no era para ver ningún paraiso. Seguía el mismo camino que el anterior Favorito, y no volvería nunca más al Canal Mii. Sabía que tarde o temprano el nuevo Favorito seguiría mi camino, y también el siguiente, y el siguiente... la vida de los Miis es como una montaña: escalas y escalas, y cuando llegas a la cima, y ves que por fin eres alguien, mueres.
Escribo esto, mientras me dirijo a mi fin, como últimas palabras, para dejar constancia de mi existencia. Para que alguien haga algo contra ese malvado malvado ser al que llaman La Mano.