Usuario:DD/Música de Chile
| Este artículo contiene altas dosis de chilenismos y humor chileno. Si no cachái el mote, mejor pregúntale a un chileno, o vírate o ándate a la que tú sabís o a la otra que tú sabís |
La Música de Chile es el resultado de meter en una licuadora 500 años de historia, mezclar ritmos mapuches con guitarras españolas, agregar una pizca de complejos de inferioridad y licuar hasta obtener una pasta musical que a veces suena la raja y otras veces te hace preguntarte qué chucha estás escuchando. Un compendio sonoro que va desde lo más auténtico hasta las copias más pencas de géneros extranjeros, pasando por experimentos que harían llorar a los mismísimos ancestros.
Chile, país especialista en mirar para afuera buscando validación como cabro chico pidiendo permiso, ha parido una escena musical donde lo nacional siempre anda pidiendo disculpas por existir al lado de lo gringo. Acá los artistas locales solo se vuelven "bacanes" cuando pegan en México primero, porque al parecer necesitamos que nos validen los mexicanos para creer que no somos tan fomes.
Historia
Música precolombina
Los pueblos originarios ya tenían su propia volá musical siglos antes de que llegaran los españoles con sus guitarras y su manía de evangelizar hasta a las piedras del camino. Los mapuches crearon una tradición musical centrada en ceremonias rituales donde el kultrun y las trutrucas servían para comunicarse con los espíritus, no para conseguir seguidores en TikTok.
Los atacameños del norte fabricaban instrumentos de viento con huesos de llama, lo cual era infinitamente más creativo que samplear cualquier weá de trap. Los Selk'nam del extremo sur cantaban para invocar espíritus en ceremonias que duraban días, lo que hoy sería considerado el primer festival ñuñoíno de música experimental.
Esta música ancestral tenía la loca particularidad de servir para algo: comunicar con lo sagrado, marcar ciclos de siembra y mantener unidas a las comunidades. Un concepto más revolucionario que la nueva constitución para la música actual.
Por supuesto, cuando llegaron los españoles con su "civilización", catalogaron toda esta riqueza como "música del diablo" y se mandaron a reprimirla con más ganas que carabinero en protesta estudiantil.
Período colonial
La Colonia importó música europea como quien importa muebles del Líder: con instrucciones confusas y resultados medio chantas. Los ritmos españoles se mezclaron con sonidos locales creando los primeros híbridos musicales del territorio, experimentos que a veces quedaban bacanes y otras veces sonaban como gatos siendo pisoteados por carreta.
Los conventos se convirtieron en los primeros estudios de grabación del país, donde los curas componían villancicos y cánticos que la gente tenía que aprenderse si no quería tener dramas con la Inquisición. Porque nada inspira la creatividad musical como la posibilidad de terminar asado en una hoguera.
La guitarra española se aclimató mejor que inmigrante europeo en Las Condes, volviéndose el instrumento nacional por excelencia y mandando a los instrumentos mapuches al rincón como reliquias de museo.
Los esclavos africanos, mientras tanto, metieron sus ritmos de contrabando en las expresiones populares, siempre a la sordina porque el racismo colonial no era muy sutil que digamos.
Independencia
Con la Independencia llegó la necesidad urgente de inventar símbolos patrios propios, porque ya no podíamos seguir usando los españoles como cabro que sigue viviendo donde la mamá a los 30. La música se subió al carro patriótico con más entusiasmo que hincha de la selección.
La zamacueca, baile que nos choreamos del Perú pero que nadie quiere admitir (como el pisco), se transformó en la cueca a través de un proceso de "chilenización" que básicamente consistió en cambiarle el nombre y hacerse el loco. En 1979 Pinochet la declaró danza nacional, probablemente porque necesitaba algo folclórico para distraer a la gente de los desaparecidos.
Los salones cuicos se llenaron de valses y polkas adaptadas al gusto local, que era básicamente el europeo pero con menos lucas y más complejos. Mientras tanto, en las chinganas y ramadas se gestaba música más criolla, o sea, más curada y menos pretenciosa.
Isidora Zegers se volvió una de las primeras compositoras reconocidas, mezclando tradición europea con elementos locales y estableciendo la noble costumbre chilena de hacer música híbrida que no termina de ser ni chicha ni limonada.
Siglo XX
El siglo XX trajo la radio, que fue como abrir las compuertas del infierno musical. De repente, la música chilena tenía que competir con ritmos gringos que llegaban por las ondas como invasión cultural, y adivinen quién ganó la mayoría del tiempo.
Violeta Parra apareció como una especie de arqueóloga musical, excavando tradiciones folclóricas que estaban más perdidas que político honesto. Su pega de rescate salvó del olvido expresiones musicales que de otra manera habrían desaparecido como los tranvías de Santiago.
El tango argentino invadió los salones con más facilidad que agua de lluvia en micro sin ventanas, los boleros mexicanos conquistaron corazones románticos, y el jazz gringo sedujo a intelectuales ñuñoínos que querían sentirse cosmopolitas. Chile se volvió un territorio musical tan revuelto que era imposible cachar qué chucha estaba pasando.
La Nueva Canción emergió en los 60 como movimiento que politizó el folklore, con figuras como Víctor Jara, Quilapayún e Inti-Illimani que usaron la música como herramienta de transformación social. Como sabemos, esa historia no tuvo final feliz.
Dictadura
La dictadura militar impuso censura musical más estricta que mamá religiosa controlando la música que escucha el cabro. Las canciones de la Nueva Canción fueron prohibidas, sus intérpretes exiliados, desaparecidos o ambas weás, y la guitarra se volvió más sospechosa que mochilero gringo en Valparaíso.
La música chilena no se murió, pero se escondió como fumón adolescente evitando a los pacos. Surgió el Canto Nuevo, movimiento que mantuvo viva la tradición folclórica usando metáforas tan rebuscadas que ni los mismos milicos cachaban de qué hablaban las canciones.
Los Jaivas se mandaron a cambiar a Francia, donde hicieron carrera como los hippies mapuches más famosos de Europa. Illapu y otros grupos mantuvieron encendida la llama musical mientras esquivaban la represión como quien esquiva micros en hora punta.
El rock gringo se volvió refugio de cabros que preferían arrancar de la realidad antes que enfrentarla, lo cual era súper entendible considerando que la realidad incluía toque de queda y gente que desaparecía.
Vuelta de la democracia
Con el retorno de la democracia en 1990, la música chilena experimentó una explosión de libertad creativa como cabro que se va de la casa después del universitario. Los artistas exiliados regresaron como veteranos de guerra, las canciones prohibidas volvieron a sonar, y las nuevas generaciones empezaron a experimentar sin miedo a que los fueran a buscar de madrugada.
La fusión se volvió la norma: folklore con rock, cueca con jazz, música mapuche con electrónica. Todo se mezclaba como ingredientes de completo en los 90s. Surgieron Los Tres, La Ley, Lucybell y otros grupos que experimentaron sin complejos, creando sonidos que a veces quedaban la raja y otras veces sonaban como radio mal sintonizada.
La música mapuche resurgió con grupos como Wechekeche ñi Trawün que fusionaron ritmos ancestrales con hip hop, creando algo tan raro que funcionaba mejor que programa de gobierno. La cumbia chilena se desarrolló como género propio, diferenciándose de sus primas continentales con más personalidad que diputado en campaña.
Géneros y expresiones chilenas
Folklore tradicional
El folklore chileno es como feria de los monos musical donde cada región exhibe sus particularidades. La cueca, oficialmente danza nacional pero que en la práctica es el terror de cualquier weón en fonda, varía tanto entre el norte, centro y sur que parecen tres bailes diferentes haciéndose pasar por uno solo.
En el norte, la cueca nortina tiene influencia boliviana que se nota en los ritmos altiplánicos, como primo lejano que se parece pero no es igual. En el centro tenemos la cueca de la zona central, la "original" según los santiaguinos, que es la que sale en los actos del colegio. En el sur, la cueca sureña incorpora elementos mapuches que le dan un sabor más autóctono, como empanada con merkén.
La tonada es el género más melancólicamente chileno que existe, con letras que hablan del amor perdido, la tierra que se añora y las tradiciones que se van muriendo como almacenes de barrio. Es el soundtrack perfecto para ponerse nostálgico en septiembre después del tercer pisco sour.
Las décimas mantienen viva la tradición de los payadores, esos raperos del siglo XIX que competían improvisando versos con más flow que freestylers actuales. La diferencia es que ellos lo hacían sin autotune y generalmente curados, no volados.
Nueva Canción
La Nueva Canción transformó la música folclórica tradicional en herramienta de protesta social, proceso más radical que cualquier reforma que haya salido del Congreso. Este movimiento recuperó instrumentos andinos como quena, charango y zampoña, que hasta entonces eran más raros que conservador progresista.
Víctor Jara se volvió el símbolo del movimiento con canciones que retrataban la realidad chilena sin filtros, como reportaje de CHV pero con guitarra. "Te recuerdo Amanda" se convirtió en himno universal del amor obrero, mientras "Plegaria a un labrador" sonaba en marchas campesinas por todo el continente.
Quilapayún e Inti-Illimani internacionalizaron la Nueva Canción llevándola a escenarios europeos donde los gringos la recibieron como música de resistencia, aunque no cacharan ni papa de lo que cantaban. En Europa, "El pueblo unido jamás será vencido" sonaba en manifestaciones estudiantiles francesas, adaptación más exitosa que cualquier doblaje de teleserie.
El asesinato de Víctor Jara en el Estadio Chile (ahora Estadio Víctor Jara, justicia poética) convirtió a la Nueva Canción en símbolo de resistencia internacional, dándole a Chile un lugar en el mapa cultural mundial que no tenía desde... bueno, nunca.
Rock chileno
- Artículo principal: Rock Chileno
El rock chileno merece mención especial por ser el género que mejor capturó la neurosis nacional de querer ser modernos pero seguir siendo provincianos. Los Prisioneros se convirtieron en la voz de los 80 con canciones que describían la realidad chilena con más precisión que cualquier estudio sociológico del período.
"La voz de los 80" no era puro marketing: realmente capturaron el sentir de una generación que creció bajo dictadura. "El baile de los que sobran" se volvió himno de los marginados del modelo económico, mientras "Maldito sudaca" anticipaba el racismo que vendría con la prosperidad. Jorge González cantaba como profeta bizarro que veía el futuro del país.
Chancho en Piedra apareció en los 90s con funk rock que mezclaba humor chilensis con crítica social. "Hacia el ovusol" se volvió himno generacional de cabros que crecieron viendo programas gringos doblados al español neutro. Sus videos con efectos caseros y humor absurdo capturaron mejor el espíritu nacional que cualquier campaña del Sernatur.
Los Bunkers intentaron ser el Oasis chileno pero terminaron siendo más exitosos en México que acá, siguiendo la tradición nacional de exportar lo mejor que tenemos. Sus canciones sobre desamor metropolitano sonaban mejor en DF que en Santiago, paradoja más chilena que quejar del frío en invierno.
Cumbia chilena
La cumbia chilena se desarrolló en las poblaciones como fenómeno social que trascendió lo musical. No era solo música, era la banda sonora de los carretes poblacionales, los matrimonios de barrio y las fiestas de fin de año donde se juntaba toda la familia extendida.
Los Mirlos, Sonora Palacios y Los Galos crearon un sonido único que mezclaba cumbia colombiana con sabor criollo, agregando letras que hablaban de la realidad poblacional chilena. No cantaban de playas del Caribe sino de micros atochadas y sueldos que no alcanzan.
La cumbia chilena incorporó el acordeón como instrumento principal, dándole un sonido más melancólico que sus primas tropicales. Era música para bailar pegado en espacios chicos, perfecta para casas de población donde el living es del tamaño de un dormitorio de Las Condes.
La Sonora Dinamita de Lucho Argain se volvió emblemática del género, con "La pollera colorá" sonando en todos los carretes desde Arica a Punta Arenas. Era la música que unía a todas las clases sociales chilenas, aunque los cuicos la escucharan solo en septiembre y los pobladores todo el año.
Música tropical y de consumo masivo
Los 90s trajeron la explosión de la música tropical en Chile, fenómeno que transformó el panorama musical nacional como tsunami sonoro. Américo, Los Vasquez y Noche de Brujas se volvieron los reyes de las fiestas familiares, quinceañeros y matrimonios de clase media.
Américo se coronó como el "Príncipe de la música tropical chilena" con covers de cumbias colombianas adaptadas al gusto nacional. Su versión de "Te vas angel mío" se volvió más famosa que la original, fenómeno que habla de la capacidad chilena para apropiarse de música ajena y hacerla sonar más chilena que empanada frita.
Los Vasquez crearon un imperio musical familiar que abarcó desde cumbia hasta salsa, pasando por merengue y bachata. Eran como la dinastía musical de las poblaciones, con varios hermanos cantando y una producción que sonaba profesional sin perder el sabor barrial.
Música mapuche contemporánea
La música mapuche contemporánea ha experimentado un renacimiento que va más allá del rescate folclórico tradicional. Grupos como Wechekeche ñi Trawün fusionaron ritmos ancestrales con hip hop urbano, creando algo que suena antiguo y moderno al mismo tiempo, como teléfono inteligente con carcasa de madera.
Ankan desarrolló una propuesta que mezcla instrumentos tradicionales mapuches con formatos de rock, creando canciones que hablan de resistencia cultural en mapudungun y español. Sus letras abordan temas como la recuperación territorial y la discriminación, pero con beats que funcionan en cualquier carrete universitario.
La nueva generación de músicos mapuches usa plataformas digitales para difundir su música, llegando a audiencias urbanas que antes nunca habían escuchado kultrun fuera del museo. Es resistencia cultural en formato mp3, más efectiva que cualquier política de integración gubernamental.
Industria musical chilena
Discográficas
La industria discográfica chilena siempre ha sido la cenicienta de la región, compitiendo con presupuestos de emprendimiento contra las multinacionales que manejan el mercado. EMI Chile, Sony Music Chile y Warner Music Chile dominan el mercado mainstream, pero son los sellos independientes los que mantienen viva la diversidad musical.
Quemasucabeza Records se volvió la referencia del rock independiente nacional, descubriendo bandas que después pegaron en otros lados. Su catálogo incluye desde rock experimental hasta folklore renovado, funcionando como laboratorio musical donde se cocina lo que después consume el mainstream.
Oveja Negra se especializó en cumbia y música tropical, convirtiéndose en la discográfica de las poblaciones. Sus producciones suenan caseras pero llegan a más gente que cualquier campaña millonaria de multinacional.
Radios
Las radios han sido campo de batalla entre música nacional e internacional desde la llegada de la FM. Radio Cooperativa mantiene espacios para música chilena en programas especializados, pero su programación general privilegia hits internacionales que generan más audiencia.
Radio Uno fue el experimento más ambicioso de radio dedicada exclusivamente a música chilena, pero cerró porque aparentemente los chilenos preferimos escuchar música de afuera que la nuestra. Su fracaso comercial dijo más sobre nosotros que sobre la calidad de la música nacional.
Rock & Pop en su época dorada de los 90s fue la vitrina principal del rock chileno, pero después se convirtió en repetidora de hits internacionales como todas las demás. La ley del 20% de música nacional obligó a las radios a programar contenido local, pero lo hacen en horarios cuando nadie escucha, como cumplir la ley de la manera más weona posible.
Festivales
El Festival de Viña del Mar es la vitrina musical más importante del país, pero privilegia artistas internacionales sobre nacionales porque vende más entradas. Los artistas chilenos que llegan a la Quinta Vergara generalmente ya triunfaron afuera primero, confirmando que en Chile solo valoramos lo propio cuando otros nos dicen que está bueno.
El Festival de Cosquín en Chile mantiene vivo el folklore tradicional, pero su audiencia está más envejecida que dirigentes de partidos políticos. Los cabros jóvenes van a Lollapalooza a ver artistas gringos, no a escuchar música de sus abuelos.
Festivales independientes como Primavera Sound han creado espacios para música alternativa, pero funcionan como guetos culturales para ñuñoínos que se sienten superiores escuchando música que nadie más conoce.
Problemáticas actuales
Crisis de identidad
La música chilena contemporánea vive una crisis de identidad más profunda que adolescente en terapia. Los artistas jóvenes navegan entre mantener sonidos "chilenos" tradicionales y crear música que funcione en plataformas digitales globales donde prima lo que suena "internacional".
¿Es más chileno hacer Nueva Canción en 2024 o crear trap en mapudungun? ¿Mon Laferte representa mejor la música nacional que un payador de Chiloé? Estas preguntas no tienen respuesta fácil, pero revelan la tensión entre autenticidad y relevancia que vive la música criolla.
Los algoritmos de Spotify no distinguen entre cueca y salsa, y los artistas jóvenes lo saben. Crear música "muy chilena" puede significar quedarse sin audiencia internacional, pero sonar "muy internacional" puede significar perder lo que te hace único.
Concentración mediática
La concentración de medios en Chile afecta directamente qué música chilena se difunde masivamente. Tres o cuatro grupos empresariales controlan la mayoría de las radios comerciales, y sus criterios de programación priorizan lo que vende sobre lo que representa culturalmente al país.
Las radios comerciales programan música nacional solo para cumplir la ley, pero la ubican en horarios muertos como obligación molesta. Es como invitar al amigo fome a la fiesta pero no presentárselo a nadie importante.
La televisión abierta eliminó casi todos sus programas musicales, dejando solo espacios en horarios marginales donde presentan folclore para la tercera edad. Los jóvenes consumen música a través de plataformas digitales donde la música chilena compite en desventaja con producciones internacionales millonarias.
Educación musical
La educación musical en colegios chilenos es más opcional que materia obligatoria, y cuando existe se enfoca en música clásica europea ignorando las tradiciones nacionales. Los cabros aprenden sobre Mozart y Beethoven pero no saben quién fue Violeta Parra.
Las escuelas de música privadas están concentradas en Santiago y comunas cuicas, creando barreras económicas y geográficas para acceder a formación musical de calidad. En regiones, aprender música profesionalmente es más difícil que conseguir hora con especialista en hospital público.
La falta de educación musical formal ha creado generaciones que consumen música pasivamente sin entender su construcción o valor cultural. Es como vivir rodeado de arquitectura sin saber distinguir entre una casa y un edificio.
El futuro de la música chilena
Nuevas tecnologías: Democratización vs. saturación
Las nuevas tecnologías han democratizado la producción musical, permitiendo que cualquier cabro con un computador y ganas pueda crear música de calidad semi-profesional. Ya no necesitas estudio de grabación ni discográfica para lanzar música, solo una conexión a internet y paciencia para aprender YouTube tutorials.
Plataformas como Spotify y Apple Music permiten que artistas independientes chilenos lleguen a audiencias globales sin intermediarios, pero también han creado una saturación donde destacar es más difícil que encontrar estacionamiento en Providencia un viernes por la tarde.
La inteligencia artificial empieza a influir en la composición musical, creando beats y melodías que suenan profesionales pero sin alma. Es como comida de mall: técnicamente comestible pero le falta el sabor casero.
Globalización vs. identidad local
Los artistas chilenos jóvenes enfrentan el dilema de mantenerse locales o volverse globales, como si fueran mutuamente excluyentes. Los que suenan "muy chilenos" pueden quedarse sin audiencia internacional, pero los que se globalizan mucho pueden perder lo que los hace únicos.
Paloma Mami representa una nueva generación de artistas chilenos que crean música global desde la identidad local, pero su éxito genera debates sobre si el trap en spanglish representa realmente la música chilena o es simplemente música hecha por alguien que nació acá.
La clave parece estar en encontrar elementos universales en lo particular chileno, como hizo Mon Laferte mezclando boleros mexicanos con neurosis santiaguina, o como Los Prisioneros que hablaban de Chile pero sonaban como que podrían ser de cualquier lado.
¿Puede sobrevivir la música chilena?
La música chilena enfrenta la misma crisis existencial que el país completo: mantener lo propio mientras se adapta a un mundo globalizado que no siempre valora las particularidades locales. Es como tratar de conservar el español chileno en un mundo donde todo el mundo habla inglés.
La nueva generación de artistas chilenos muestra que es posible crear música auténticamente nacional que funcione internacionalmente, pero requiere más creatividad y menos complejos que las generaciones anteriores. Ya no se trata de elegir entre ser chileno o ser universal, sino de encontrar la forma chilena de ser universal.
El futuro de la música chilena probablemente no se parezca a nada de lo que conocemos ahora, como la música de hoy no se parece a la de Violeta Parra. Pero si algo hemos aprendido en 500 años de mestizaje musical, es que los chilenos somos buenos para adaptarnos sin perder completamente el alma.
O al menos eso esperamos, porque la alternativa es terminar escuchando solo reguetón puertorriqueño para siempre, y esa sí sería una tragedia nacional irreversible.