Carlos de Austria (príncipe de Asturias)
Publicado por | En Pucela, pero después fue retirado de la circulación |
---|
Primera aparición | Madrid |
---|
Creado por | La familia Flodder... digo Habsburgo. |
---|
Nombre real | Carlos de Habsburgo y Avis, que no era muy Avis-pao. |
---|
Estado | Felizmente, finado. |
---|
Afiliaciones actuales |
---|
Afiliaciones anteriores | No gasta de esto. |
---|
Alias conocidos | El Quasimodo español |
---|
Familiares | Todos, todos, emparentados entre sí. |
---|
Poderes destacados | Chepa y andar escorado. |
---|
Otros | Sadismo estremo y debilidad mental. |
---|
Carlos de Austria (Pucela, 8 de julio de 1545-Mandril, 24 de julio de 1568) fue príncipe de Asturias, y menos mal que nunca llegó a ser rey de España, de buena nos libramos. Caracterizado por ser un auténtico engendro, un ser abyecto y un aberrado mental, fue el hijo primogénito de Felipe II y su primera esposa, la infanta María Manuela de Portugal. El típico tarado monstruoso producto de la degenerada dinastía de los Austrias.
Origen y primeras travesuras del muchacho
La dinastía de los Habsburgo (o Austrias) había convertido en su lema familiar aquello de "A la prima, se le arrima" hasta que llegó un punto en que la cosa se les fue totalmente de las manos y de producir príncipes relativamente normales pasaron por la repetida endogamia a producir infraseres como el rey Carlos II. Cierto que eso fue un par de generaciones después, pero con el príncipe Carlos de Austria ya tuvieron el primer aviso serio: y es que sus padres eran dobles primos, que ya les vale: eso es "A la prima, se le arrima" pero multiplicado por dos. Y a pesar de las desdichadas andanzas de este individuo, que a continuación pasaremos a relatar, ni caso hicieron, porque siguieron igual.
La madre de Carlos se murió a los pocos días de nacer él y su padre estaba todo el día por ahí ausente, entre sus obligaciones reales y también que se corría sus juergas. Por ello le criaron dos de sus tías, que eran más bien melifluas y le tenían totalmente consentido y enhuevado, con lo que le dieron una educación que ni era educación ni era nada. Hasta los tres años ni siquiera hablaba, y luego cuando por fin aprendió a hablar tartamudeaba y algunas letras ni las pronunciaba: farfullaba y siseaba y de tal manera que su dicción era una cosa a medio camino entre la de Gollum y la de Rajoy. Su padre, para arreglar el problema, en lugar de buscarle un buen logopeda mandó que le cortaran el frenillo (el de la lengua, no sean malpensados) y si bien la cosa a peor no podía ir, tampoco mejoró. Quizá aquí es donde se iniciaron los rencores del joven príncipe hacia su padre, a quien odiaba visceralmente. Y si la cosa fue mal para hablar, no digamos ya para leer. Que tenía 9 años y todavía andaba con las cartillas Rubio: el chico, lo que se dice una luminaria, no era.
Si sus dotes intelectuales no presagiaban un futuro prometedor para el príncipe, físicamente no era tampoco lo que podríamos llamar un figurín: de pequeño sufrió malaria y raquitismo y quedó medio enratonao, tenía una pierna más larga que otra y caminaba como se aparcan las Harley Davidson, un hombro lo tenía caído y el otro levantado, el esternón a la altura del ombligo, una voluminosa joroba en la chepa, pelo oscuro, lacio y churretoso, tez lívida como la de un cadáver y labios grises, el belfo caído como toda su familia y, además, mirada de besugo y cara de bobo. Y voz de pito, como Franco.
A veces la cara es el espejo del alma. A Carlitos desde muy pequeño le gustaba jugar con los animales, por los que desarrolló una gran afición. De esta manera, a falta de otra cosa que hacer, se entretenía asando liebres vivas para oir como chillaban y sacando los ojos a los caballos que tenía su padre en el establo. Un auténtico hijo de puta. Eso sí, su interés por los animales no le impedía, además, interesarse igualmente por las personas: agarró a una zagala de su servicio, la mandó atar a un poste y la hizo azotar hasta que sangrara solo por echar la tarde. Felipe II cuando se enteró de esta última peripecia abroncó mucho a Carlitos y trató en la medida de lo posible de compensar al padre de la moza: a él le dio veinte euros y ella se quedó con los azotes, que eso al fin y al cabo no tenía ya vuelta atrás. Aunque en principio el asunto quedó ahí, lo cierto es que el rey empezó a mostrarse preocupado y a pensar que quizás este chico no estaba todo lo bien que sería deseable. Así que lo mandó a estudiar a Salamanca, a ver si el cambio de aires le hacía centrarse y hacerse un hombre de provecho.
El accidente
En Salamanca estuvo con su tío Juan y su primo Alejandro, formando todo un trío calavera, los tres se pasaban el día cocidos como perros y de juerga en juerga. Estudiar estudió poco y mal, que tampoco le daba mucho la mente para ello, pero los puticlubs de la zona sí que se los tenía controlados, pues como todos los tontos se daba sin mesura a las más bajas pasiones. Si hubiera tenido que examinarse de eso...
Fue esta afición por las señoritas la que le trajo una nueva desgracia. Acabada su poco provechosa estancia en Salamanca (poco provechosa en lo que a los estudios se refiere, claro) estaba un día en su palacio y le dio por perseguir una sirvienta a la que quería calzarse. Como habíamos dicho anteriormente Carlos era medio cojo y caminaba siempre escorao, y al correr tras ella por las escaleras cayó rodando para abajo golpeándose en el centro del plexo solar y quedando completamente agilipollao.
Los mejores galenos del reino intentaron curarle con todo tipo de tratamientos siguiendo el más riguroso método científico: le untaron la cabeza con esperma de reno y grasa de foca, además de meter con él en la cama a la momia disecada de un fraile. Extrañamente el joven no sanaba y estaban casi por darle por perdido cuando uno de estos insignes doctores tuvo la brillante idea de perforarle el cráneo con un sacacorchos. Y así cieramente salió del trance en que estaba y recuperó la consciencia, si bien en lo sucesivo quedó, si cabe, más tocado del ala de lo que ya estaba: tenía los mismos instintos sádicos y lúbricos que antes, pero ahora era como si le hubieran quitado el freno de mano, estaba desatao y tratar con él era como manejar un volador sin palo, que nunca sabías por dónde te iba a salir y lo mismo le daba por tirar por la ventana a un paje porque no le gustaba su cara que por pegar fuego a una vivienda porque desde ella le hubieran arrojado orines.
Aumenta el resentimiento contra su padre
Papá no me toma en serio
Como se pasaba todo el día llorándole a su padre porque (con razón) no confiaba en él, al final el rey decide nombrarle Consejero de Estado (y hasta príncipe de Asturias), más que nada porque deje de darle la brasa todo el día, se piense que es útil para algo y haga algo mas que andar de lupanar en lupanar. No ha quedado registro de los consejos que daba a su padre, pero visto que era más corto que el rabo de una boina y estaba medio volao todo hace suponer que no le aconsejaría mas que majaderías que ni las de Donald Trump. En cualquier caso lo que resulta evidente es que Felipe II, quien no en vano ha pasado a la Historia con el apelativo de El Prudente, no hacía ni el más puto caso de estos consejos, y así Carlitos se sentía frustrado y más inútil que el cenicero de una moto, y hasta alguien tan lerdo como él empezó a tener claro que el cargo que tenía era meramente simbólico. Y esto aumentó el resentimiento contra su padre.
Papá va a ser rey mucho tiempo (y yo lo tengo crudo)
Como Felipe II le había tenido muy joven y gozaba de buena salud, Carlos preveía que su reinado iba a ser largo y fructífero, o en otras palabras: que él iba a catar la corona cuando las ranas criaran pelo. Así que no se le ocurrió otra cosa que tratar de minar la autoestima de su padre haciendo ridículas imitaciones suyas en el Consejo de Estado, que parecía el Latre, en las que trataba de hacer quedar a su padre como un pusilánime y un mentecato en comparación a la idealizada figura de su abuelo, Carlos V. Felipe II, que era muy devoto, miraba hacia arriba y juntando las manos como para hacer plegaria preguntaba a Dios qué había hecho él para ser maldecido con la pesada carga de tener un hijo tan bobo[1]. Finalmente botaba a Carlos de la reunión diciéndole que dejara de hacer el payaso y que dejara trabajar a los mayores en paz. El príncipe, ladino, se quedaba fuera con la oreja pegada a la puerta, muy interesado por la situación en Flandes...
Papá... ¡incluso me levanta la churri!
Pero lo que incrementó todavía mas el resentimiento contra su padre, si es que esto es posible, fue lo de la churri. Felipe II, buscando hacer las paces con su hijo le había buscado una buena moza con la que casarse, Isabel se llamaba y era infanta de Francia. Y ciertamente a Felipe II le pareció tan buena moza, pizpireta y de buen ver que el rey se preguntaba por qué iba a casarla con el tarado de su hijo si podía calzársela él mismo. Así que le quitó la novia al chaval y se casó él con ella. "¿Y qué más te da que sea tu mujer o tu madrastra?", le decía. "Lo importante es que somos todos una familia y todo queda en casa ¿verdad?". Menudo cuadro.
Papá se va a enterar de lo que vale un peine
Si uno va a conspirar contra su rey lo último que hace es ir contándolo por ahí como el que cuenta lo que hizo el otro sábado en el botellón con los colegas. Pues el botarate de Carlos no había caído en la cuenta de esto, e hizo partícipes a sus amigotes de su plan para aliarse con los rebeldes de Flandes (recordemos cómo pegaba la oreja a la puerta cuando su padre hablaba de estas tierras en las reuniones de Gobierno), pirarse para allá y declarar la independencia de estos territorios y a sí mismo como rey de Flandes. Por suerte para los flamencos a su tío Juan y al Duque de Alba les faltó tiempo para ir con el cuento a Felipe II. Éste en un primer momento trató de llevar la cosa con cierta discrección, pero Carlos, airado, intentó apuñalar en público tanto a su tío como al Duque, quienes eran ahora el blanco de sus iras, pues, además de chivarse al rey de sus planes, le habían espiado los guasaps y habían descubierto que además el muy cabrón planeaba culminarlos con un parricidio -sí, fue tan tonto como para ponerlo por escrito-. La situación era insostenible y Felipe II se vió forzado a tomar una decisión drástica.
Confinamiento y muerte
Felipe II tendría sus cosas, como todo el mundo, pero todavía tenía suficiente sentido de Estado como para darse cuenta que no podía permitir que el mastuerzo impresentable de su hijo heredase el imperio sin que su nombre fuera maldecido por ello durante generaciones. Así que tomó la decisión de hacer lo que, siguiendo su ejemplo, se ha hecho desde entonces en Galicia con los hijos retrasados: encerrar a su vástago entre cuatro paredes para evitar que se hiciera daño a sí mismo y a los demás. Bueno, sobre todo a los demás, lo de que se hiciera daño a sí mismo en el fondo le importaba un carajo. Mejor que no, pero ya puestos, si pasaba, no hay mal que por bien no venga.
Así que el rey, resguardado tras con su hermanastro Juan, el duque de Alba y unos cuantos guardias se plantó en el cuarto de Carlos. Allí, para empezar, le dieron dos sopapos, que bien a gusto se quedaron. Seguidamente le quitaron el porno, las armas blancas y las armas de fuego (básicamente estas cosas son las que tenía en sus aposentos de adolescente inadaptado) y le ataron y amordazaron mientras ponían siete candados en la puerta de su habitación, y allí que le dejaron.
Libre ya de sus ataduras y mordazas, pero encerrado, le dio primero por hacer huelga de hambre. Pero claro, esto a un blandengue como era él se le hacía demasiado duro, así que decidió que mejor enfocaría lo de la huelga de hambre a la japonesa: se hizo un supersize me, atracándose de Big Macs y de pizzas grasientas del Pizza Hut, y luego para digerir mejor se hacía llenar la cama de nieve. En una de estas pilló una salmonelosis que le produjo unas cagarrinas de irse por la pata abajo y se murió agarrado al orinal. Nadie lo lamentó demasiado.
Carlitos en la literatura y la música
Como a Felipe II le daba vergüencica hablar de este hijo malhadado y de los motivos que le habían llevado a encerrarle, las potencias enemigas de España (España era de aquella una potencia mundial ¡quién lo diría!¿verdad?) aprovecharon el velo con el que la corte española había cubierto el asunto para sacar punta al tema y crear una leyenda negra sobre la crueldad del rey. Así fue pasando esto a la cultura popular y artistas tan renombrados como Schiller y Verdi el chuntatero hicieron obras literarias y musicales en las que se loa al joven y romántico príncipe que es reprimido y encerrado por su autoritario y cabronazo padre. Tiene cojones la cosa.
Notas
- ↑ Pues follarte a tu prima, imbécil.