Mentira

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Se dice que hay dos tipos de mentiras: las que tienen la nariz larga, y las que tienen las piernas cortas. Pero la mentira, injustamente vilipendiada y maltratada desde el principio de los tiempos, se nos ha revelado como la verdadera piedra angular de la convivencia humana. Porque, ¿qué sería de nosotros, cínicos y mezquinos mortales, si se nos arrebatara la imprescindible facultad de mentir a nuestros semejantes? ¿Qué sería de los políticos dependientes de las tiendas de ropa, de las reuniones de alcohólicos anónimos, del gremio de hostelería recreativa alternativa con luces de neón y precios superlativos? Partiendo de la base de que sólo podremos definir la verdad por exclusión, del noventa por ciento restante es de lo que tratará este artículo, que, como no podría ser de otra manera, predicará con el ejemplo.

Algo me dice que esta señorita oculta algo...

Después de los pulgares oponibles, la adaptación más esencial de nuestra larga historia evolutiva solicita, orgullosa, el reconocimiento que se le adeuda desde hace tiempo. Afortunadamente, todo el mundo miente. Y el que diga lo contrario, también.

Evolución histórica del concepto de mentira

No son pocos los pensadores que, a lo largo de la historia de la filosofía, han intentado aportar su granito de arena a tan nebuloso concepto. Cada uno de ellos, a cual más embustero, actuaba movido por diversos y variopintos intereses, pero todos compartían un evidente ánimo de lucro en cualquiera de sus manifestaciones.

  • Platón y Aristóteles (¡estos tipos salen por todas partes!): A Platón, la mentira le resultaba bastante desagradable, sobre todo cuando procedía de su mujer. Pero la idea de Estado con que atormentaba a sus invitados durante sus celebérrimas farras etílico-festivas en su famosa Taberna de Platón, le empujaba a defender la necesidad de los gobernantes de mentir descaradamente al pueblo bruto en aras de su correcta indoctrinación, dado que el método del garrote estaba severamente desaconsejado por motivos de desigualdad numérica. Aristóteles, a quien nada producía más satisfacción que enmendarle la plana a su decrépito maestro, dejó dicho en la “Ética a Nicómaco” que eso de mentirle a la gente estaba muy mal, que no había que ser tan fanfarrón, y que acababa de pescar un besugo de noventa centímetros, pero lo había devuelto al agua porque le había dado mucha pena.
  • San Agustín de Hipona: Enemigo irreconciliable de la mentira en todas sus manifestaciones, este africano doctor de la iglesia estableció una clasificación de las mentiras según su nivel de gravedad en el best seller “De Mendacio”, que se mantuvo en el primer lugar de las listas de ventas durante varios meses, siempre siguiendo el sabio criterio de las Sagradas Escrituras (Dios nos coja confesados). El orden, de mayor a menor gravedad, sería el siguiente:
Octavo círculo: mentirosos. Lo sentimos, este círculo está lleno.[1].
Motivo de la mentira Ejemplo Veredicto
Por convertir a alguien Poca broma con las cuestiones de fe. Al infierno
Por hacer el mal sin motivo alguno Es decir, por lo de siempre. Al infierno
Por disfrutar del engaño ¿Encima regocijándose? Al infierno
Por hacer un favor a alguien perjudicando a un tercero Muy agradecido Al infierno
Por hacer un favor sin perjudicar a nadie Por mucho que nos ilusione tal favor Al infierno
Por animar una conversación Veamos, ¿dices que te alegras de verme? Al infierno
Por salvar una vida Algunos nunca aprenderán Al infierno
Por evitar que alguien sufra un ultraje impuro ¡No es lo que parece, cariño! Al infierno
  • Immanuel Kant: Para el filósofo alemán, la mentira resulta totalmente inadmisible desde el momento en que no puede convertirse en norma de conducta universal. Evidentemente, si Kant hubiera salido de su pueblo una sola vez en sus tristes ochenta años de vida, se habría dado cuenta de que la mentira ya era la norma de conducta universal. En su defensa podemos aducir que por aquel entonces no existía la televisión. En cualquier caso, la mentira chocaba frontalmente contra el consabido Imperativo Categórico con el que torturaba día sí y día también a su esposa e hijos, allá en su granja de la Königsberg prusiana, cada vez que alguno de ellos alegaba tímidas objeciones a la tarea de fregar los platos, sacar la basura u ordeñar al caballo. O, como le gustaba decir a él:
Cita3.png¡La ley moral, en nosotros; y el cielo estrellado, sobre nosotros!Cita4.png
Kant amenazando severamente a sus retoños con su dedo índice.
Nota: No sean burros: la interpretación puede variar terriblemente con sólo alterar la posición de una coma; no es el caso:
Cita3.png¡La poción mágica, en nosotros; y el cielo, estrellado sobre nosotros!Cita4.png
Obélix señalando temerosamente el amenazador firmamento con su dedo índice.
Evidentemente, no es a esto a lo que se refería Kant, pero nunca está de más echar un vistazo hacia arriba de vez en cuando. Y de todas formas, no nos queda menos que reconocerle al prusiano su extraordinaria capacidad para cargarnos de responsabilidades morales sin utilizar ni una sola vez las palabras "guillotina" "infierno" o "prisión", con el valor añadido de expresarse en alemán.

¿Pero qué demonios es la mentira?

Después de permitirnos el lujo de comprimir veinticuatro siglos de intensísimo debate filosófico en dos párrafos escasos y una tabla cochambrosa, podemos, sin más preámbulos, intentar ofrecer una definición comprensiva de la mentira. En pocas palabras, mentir es hacer creer a otra persona algo que consideramos erróneo. Se puede mentir por omisión, por comisión, por acción, por compasión, por activa, por pasiva, por abajo y por arriba. Pueden tratarse de viles difamaciones o de sutiles verdades a medias; pueden ser calumnias indiscriminadas o proposiciones lógicas aparentemente válidas pero falaces cual razonamiento inductivo de premisa particular y conclusión universal (el viejo truco: no diga que no lo ha utilizado nunca, pillín).

Pizarra.png Inciso didáctico: La Inciclopedia educa y divierte. Condiciones necesarias de la mentira.

Incihuevo Humpty Dumpty, preparado para la tortilla.
Para que una mentira tenga lugar, ha de producirse la confluencia de una serie de condiciones y circunstancias en un espacio y tiempo determinado (como con los eclipses):
  • El mentiroso: Se trata de un sujeto de nariz ganchuda, ojos vidriosos, diabólica sonrisa dibujada en sus casi inexistentes labios y unas cuantas verrugas en la frente. Si lleva corbata, hay un 50% de posibilidades de que pretenda engañarle como a un chino. Si trata de ofrecerle un estupendo apartamento en multipropiedad con una ventajosas condiciones de financiación económica en una entidad bancaria congoleña, puede añadirle un 50% más al porcentaje.
  • La víctima inocente: El un 50% de los casos es usted. En el 50% restante, es su interlocutor.
  • Un significado compartido: No hay nada más aburrido que dos acromatópsicos tratando de convencerse mutuamente de que sus ropas están muy mal conjuntadas. O dicho de otro modo: no puedes intentar engañar a Humpty Dumpty, y no puedes intentar engañar a un Houyhnhnm[2].
  • Intención de engañar: Para que pueda hablarse de "mentira", debe haber una intención manifiesta de generar en el otro un estado más o menos momentáneo de imbecilidad. El cuco del reloj de pared averiado de su cocina no le está mintiendo. Los prismáticos de juguete que le regaló su tía Birula por su trigésimo cuarto cumpleaños no le están mintiendo. El hombre del tiempo que vaticina un espléndido día soleado de verano el mismo día en que el huracán Zoilo arrasa con su cobertizo y envía sus más valiosas pertenencias al otro hemisferio no le está mintiendo (bueno, en este último caso puede que haya algo de eso).


Tipos de mentiras

  • Mentiras piadosas: Pecados veniales, mentirijillas que buscan proteger al ingenuo de las terribles amenazas que se ciernen sobre su cabeza. Si después de escuchar alguna de estas frases, nota que su interlocutor le da un par de palmaditas en la espalda y le guiña el ojo a su acompañante mientras silba distraidamente una tonadilla ligera, puede comenzar a sospechar. Algunos ejemplos: "Por supuesto que he tomado precauciones"; "No hace falta que me pagues ahora mismo"; o "Tenemos los resultados de sus análisis, y no es cáncer".
  • Mentiras evidentes: Se trata de aseveraciones cuya incongruencia o insostenibilidad las convierten en embustes rápidamente detectables. De corto recorrido, suelen resolverse con un sonoro bofetón, o una rápida llamada a la comisaría de policía más cercana. Vienen acompañadas de un característico enrojecimiento facial por parte del sujeto emisor de la patraña, y se pronuncian de manera entrecortada y mirando hacia la derecha. Los silenciosos estudiosos de la comunicación no verbal afirman que, al mirar hacia la derecha, el sujeto trata de acceder a la parte del cerebro que se ocupa de crear pensamientos originales (en la mayoría de las personas, el cráneo). En realidad, lo más probable es que el atribulado embustero esté buscando desesperadamente la ventana más cercana para desaparecer lo antes posible.
  • Rumores: Las mentiras favoritas de todo hijo de vecino, por ofrecer inagotables posibilidades de diversión con un riesgo insultantemente bajo. Suelen comenzar con las palabras "Pues me sé yo de buena tinta que..." o "Ni se te ocurra ir contándolo por ahí, pero me acaban de confirmar en la frutería que...". Sus consecuencias suelen ser desastrosas y desternillantes a partes iguales, siempre y cuando traten sobre personas que no sean usted. En este caso, lo mejor es contraatacar con otro rumor compensatorio de mayor capacidad de propagación social, para lo que se recomienda que incluya alguno de los siguientes elementos, o una combinación de varios: infidelidad, mascota, asesinato, extraterrestres, apocalipsis, Sala de Urgencias, Michael Jackson. Las posibilidades son infinitas.

Mentirosos profesionales

Son legión los embusteros célebres que se han labrado un prestigio en la Historia de la Calumnia por sus elevadas dotes para el engaño, los ardides, y la tergiversación de la realidad en beneficio propio. Algunos de los profesionales más destacados en el ámbito de la mentira son:

  • Pinocho: La figura arquetípica de la mentira por antonomasia. La pobre expresividad de sus facciones y la astillosa rigidez de sus apolilladas articulaciones complicaba en extremo la tarea de apoyar sus cada vez más desastrosas falsedades con la tan siempre necesaria comunicación no verbal. Este hecho, unido a la archiconocida hipertrofia progresiva de su apéndice nasal directamente proporcional al volumen de patrañas emitidas por minuto cuadrado, provocó que la carrera profesional de nuestro protagonista se viera truncada prematuramente. Tras estar a punto de ser chamuscado, ahogado, ahorcado, congelado, muerto de hambre y nuevamente ahogado, se libra por los pelos de convertirse en un borrico y es deglutido por una hambrienta, hambrienta ballena asesina, para terminar sus días en compañía de un anciano alucinado con principio de Alzheimer aficionado a los cuchillos, y un insecto repugnante al que sólo él podía ver y que le incitaba a "quemar cosas con una cerilla". Sin duda, un cuento sin moraleja.
Pinocho, en su celda de aislamiento. Se lo tenía bien merecido, no le den una cerilla.
  • Odiseo: (Ulises para los irlandeses). Sus habilísimos ardides le dieron fama y gloria, y le libraron de multitud de peligros sobrenaturales del más diverso pelaje. Su sutil retórica, combinada con la refinada técnica del "Palo en el ojo", le permitió salir airoso de veinte años de penalidades divinas por inhóspitas e ignotas tierras extranjeras, matar a los malos, y quedarse con la chica. Son célebres sus disfraces de oveja, y su canibalismo transubstancial. Fue capaz de convencer a su esposa de que su pequeño retraso de veinte años en volver a casa tras salir "un momento a por tabaco" se debió a una penosa gestión gubernamental del Ministerio de Fomento y Transportes. En una de sus más afamadas correrías, tras diezmar considerablemente la caballería de su ejército por el método del vacíamiento equino masivo en un primer intento no muy elaborado que finalmente resultó ser una idea no demasiado buena, logró introducirse en la ciudad de Troya junto con algunos de sus amigos más borrachos en el interior de un caballo de madera de enormes dimensiones. Lamentablemente, olvidaron practicar un orificio de salida adecuado y todos murieron asfixiados, salvo dos[3]. Las malas lenguas dicen que el tal Ulises es responsable también de esos bichos informáticos llamados troyanos, aunque esto último no se ha podido comprobar.
  • Yago: Alférez de Otelo en la célebre obra shakesperiana. Maestro en el arte de mentir sin faltar a la verdad, despierta al monstruo paranoico de ojos verdes y malas pulgas que habita en el interior del moro de Venecia con la sola ayuda de un pañuelo, algunos imperceptibles alzamientos de cejas y un par de botellas de vino peleón. Sus hábiles triquiñuelas provocan el habitual baño de sangre final al que nos tiene acostumbrados el dramaturgo inglés, y por los que nunca habría gozado de predicamento entre el ambiente pastelero del Happyending hollywoodiense, lo que han provocado que los sucesivos intentos de adaptar la obra en la actualidad como comedia romántica protagonizada por Julia Roberts y Hugh Grant, hayan fracasado estrepitosamente. Como solía ser costumbre en la época, el negro es el asesino. Como podemos comprobar, el bueno de Yago, efectivamente, se compromete a decir la verdad, pero desde luego, no toda la verdad, ni mucho menos nada más que la verdad. El afilado acero de la espada de Otelo no le dio tiempo a acogerse a la quinta enmienda.

Enlaces falaces

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Letra pequeña

  1. Adaptación sobre un chiste de Woody Allen de críticos cinematográficos.
  2. En realidad sí puedes intentarlo, pero los resultados serán desastrosos.
  3. Dato no verídico.
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Artículo NO destacado

Este artículo jamás ha sido destacado en la Portada
por decisión popular o de cualquier otro tipo.

Ni el más leve rumor se atreve a sugerir que sus autores
hayan podido ser instruidos por el mismísimo Miguel de Cervantes.

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