Juan Carlos vs Los Elefantes
Lor apañole' semos asín.
(Humor español que probablemente no entiendas si no provienes de la Península Ibérica o de las colonias restantes) |
En la inmensa jungla africana se escucha el retumbar de los tambores aborígenes anunciando un enfrentamiento mortal entre una bestia salvaje y bruta contra un elefante.
Un hobbie sangriento
Aburrido de estar sentado en su trono escuchando al nieto genio que tiene preparando una escopeta para dispararle a una ardilla y luego ¡BAM!
se escucha el disparo, las aves que escapan de los árboles y el niño que dice: "¡Mamaaaaaaaaaa otra vez me disparé en el pie!", Juan Carlos piensa: "Ah, que dergracia y que aflisión. Que aburrida es la vida de un Rey de Aspaña hombre. En los viejos tiempos mis antecesores conquistaban continentes y libraban guerras contra los anglosajones. ¿Y hoy? Lo mas emocionante que tengo es ver la sangre de mi nieto retardado, que por suerte no le hemos comprado un cañón. ¡Joder! si soy descendiente de una vieja estirpe de poderosos guerreros y no he visto la sangre desde que maté a mi hermano. Tendré que buscar alguien a quien matar... ¿Pero quien? Indios no puedo, ingleses tampoco. ¡AH, ya sé! Las bestias más grandes que hay; voy a matar a los elefantes".
Así, Juan Carlos decidió irse de vacaciones todos los años al África haciendo una mínima inversión de fondos públicos españoles de unos cuantos miles de millones de euros para convertirse en un verdadero macho machote que combate a esas plagas de elefantes que son los animales carnívoros más grandes del planeta, o eso cree él. Ademas, debe apurarse, porque están en peligro de extinción y no se le vayan a acabar.
Convertido en un feroz cazador, Juan Carlos se apunta al safari pero no acepta ninguna de las comodidades a las que acceden frecuentemente los tipos ricos. Solo admite que le contraten dos mil esclavos negritos, un autobus de lujo, seis jeeps, un jet privado para movilizarse tranquilamente, treinta assitentes personales y dos cazadores expertos que le asesoren en matar al elefante primero para que él no corra peligro la mejor forma de disparar, convirtiéndose así en el macho más feroz de todas las monarquias europeas, y que se chupe eso el metrosexual del príncipe Carlos de Inglaterra que a lo sumo caza codornices tiernas ¡joder!
La respuesta de los elefantes
La noticia de la cacería de elefantes, o carnicería de elefantes como lo llaman ellos, provocó airados trompeteos entre la comunidad paquiderma. El Rey de los Elefantes, Babar, rompió relaciones diplomáticas con España y amenazó con declarar la guerra. Así mismo, solicitó a la Interpol que se emitiera una orden de arresto contra Juan Carlos declarándolo asesino en serie de elefantes. Los elefantes también acudieron a su dios Ganesh, dios de los elefantes, quien prometió maldecir al Rey de España y ponerle muchos obstáculos. Babar solicitó que se devolvieran los cadáveres de las víctimas en el ya legendario Cementerio de Elefantes. Otros monarcas mostraron solidaridad con los elefantes entre ellos Kimba, el Rey León y Goku el Rey Mono.
Reacciones
Por supuesto, la sensacionalista prensa española no pudo contenerse: ¡el Rey se rompe la cadera el día del aniversario de la República! Finalmente las ouijas que se esforzaban por invocar al espíritu de Manuel Azaña lo lograron. No podía ser una consecuencia, así que empezaron a clamar con felicidad dicho acto. Las únicas excepciones fueron Telemadrid e Intereconomía, la primera alegaba que la fractura de cadera era culpa de ETA, y la segunda que era culpa de Zapatero.
Posteriormente salió a la luz la guerrilla que tenía Juancar contra los elefantes. Un machote septagenario contra una indefensa mole de seis toneladas. Era la primicia perfecta para cargar contra la Familia Real, dejando el accidente del infante Froilán del lunes como el aperitivo para el plato fuerte.
Se ve que el elefante que mató el Rey le había echado un mal de ojo. Su foto con el difunto aparecía en todo medio. Periódicos, televisión, Internet, radio, Redtube... Nunca tendría una recuperación tan dura. El bombardeo mediático hacía que viese a su víctima en todas partes (tal vez influya que tenía una pantalla de cuarenta y dos pulgadas justo delante de su camilla).
Fue tan duro el linchamiento que, nada más salir del hospital, lo primero que hizo fue pedir disculpas. Que no volvería a hacerlo. Eso sí, no sabemos si se refería a matar elefantes, romperse la cadera, aceptar regalitos de jeques arábigos o irse de fiesta en mitad de una crisis.