Usuario:DD/Guerra cultural

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La Guerra Cultural (batalla cultural o Kulturkampf para los que les gusta sonar nazi), es el conflicto bélico total, global y obligatorio entre potencias conservadoras capitalistas, liberales capitalistas, anarcocapitalistas y neocapitalistas —todos echándole la culpa a los socialistas, que ni pueden defenderse porque están muertos— que estalló cuando la humanidad capitalista descubrió que era mucho más eficiente y rentable ametrallar al vecino por no usar el pronombre correcto o por colgar la bandera del tamaño inadecuado en el balcón, que el anticuado método de solo funarle por redes sociales.

A diferencia de las guerras antiguas, donde se peleaba por cosas tangibles como tierra, petróleo o al menos por el honor del rey (que aunque inútil, era un motivo concreto), aquí se pelea por el control absoluto de tu glándula pineal, tu carrito de la compra, lo que dices en la cena de Navidad, y —recientemente añadido al tratado— tus opiniones sobre películas de Disney.

Es una guerra donde la libertad de no ser obligado fue declarada crimen de lesa humanidad por todos los estados mayores simultáneamente, en el único acto de consenso global desde que inventaron el tren de aterrizaje en los aviones. El derecho a no tener una opinión totalmente polarizada sobre todo ha sido clasificado como alta traición en 47 países.

Antecedente

Todo empezó en Estados Unidos, claro, porque allí inventan hasta las guerras que luego exportan. Allá por los años veinte ya se peleaban los paletos rurales contra los modernos urbanos que bebían cócteles ilegales y bailaban charlestón. Luego llegaron inmigrantes "raros" y la cosa se calentó.

En 1991 salió un libro serio titulado Guerras Culturales: la lucha por definir América de un tal James Davison Hunter, que básicamente dijo: "Oye, la gente ya no se divide por religión o clase, sino por si eres de los que quieren progresar a toda hostia o de los que quieren que todo siga ortodoxamente igual". Temas candentes: aborto, armas, gays, drogas recreativas, si Dios entra en el colegio o no... lo típico para una barbacoa familiar.

El momentazo llegó en 1992 cuando Pat Buchanan, en plena convención republicana y en horario de máxima audiencia, soltó: "¡Hay una guerra cultural por el alma de América! ¡Es una guerra religiosa!". Y enumeró enemigos: feministas, ecologistas, abortistas, derechos gays y hasta mujeres en el ejército. Básicamente declaró la jihad contra Bill y Hillary Clinton, que según él querían convertir EE.UU. en Sodoma con seguro médico.

El discurso fue tan bestia que hasta los suyos fliparon, pero funcionó: los republicanos ganaron el Congreso en 1994 gritando "¡valores tradicionales!" y los demócratas contraatacaron con "¡progreso ya!". Desde entonces, cada elección americana es un capítulo nuevo: George W. Bush y los neocons la liaron en los 2000 diciendo que el divorcio era una crisis espiritual (no económica, que va), y el voto se dividió perfecto entre "tradicionalistas que van a misa" y "progres que van a yoga".

Al final, los estadounidenses llevan desde los locos años veinte en esta guerra eterna por decidir si América es un país de Dios con armas o un país inclusivo con latte de soja. Y nosotros, como siempre, llegamos tarde y lo copiamos pero con más asado y menos presupuesto.

Bandos

Las Fuerzas Armadas de la Tradición Eternas, también llamadas Huestes de la Fe y la Moral Cristiana (FATE)

En el año de Nuestro Señor Jesucristo de 2025, este excelsísimo ejército enrola sus filias mediante sagrada prueba de pureza que incluye, en su último estadio, detector de olores profanos para percibir vestigios de soya fermentada. Su santo dogma exige, con pena de herejía, matrimonio exclusivamente por la Santa Madre Iglesia (civil no vale, es potestad del demonio), prole mínima de ochenta y nueve mil cuatrocientos cuarenta y ocho vástagos no inoculados —porque las vacunas son marca de la Bestia profetizada en Apocalipsis— y régimen alimenticio estricto de carne asada, guiso de tres días y frijoles con chicharrón del Señor. El refrigerio matutino, por mandato de Su Majestad el Rey Trump, es huevo con chorizo y tocino de cielo; si algún desgraciado pide avena, es fusilado por sedicioso en consejo de guerra presidido por el sargento y bendito perro pastor teutón, cuyo nombre sagrado es "Franco".

El uniforme es túnica negra, calzones ajustados y zapatos de cuero aunque estén en el barro hasta las rodillas, porque la decencia en la indumentaria es precepto divino. Sus cañones móviles son bestias blindadas que devoran agua ardiente premium con éter de plomo (cuyo olor funesto ahuyenta al hereje y rememora los días de gloria de la raza cristiana) y portan estampas que proclaman "Sagrada Familia sí, herejía de género no", impresas en talleres clandestinos con mano de obra pagada en indulgencias. Avanzan al grito de "¡Por Dios, Patria y la Corona!" mientras defienden posiciones vitales: la última carnicería honrada, la parroquia del barrio y la taberna que aún sirve empanadas sin pedir perdón por la contaminación con trigo de los gentiles.

Su sabiduría bélica es legendaria: han trazado las fortalezas infieles del FMI, de BlackRock y de la corte de Netflix mediante mapas del emperador Carlos V y hámster consagrado llamado "Espionaje". Cada propaganda demoniaca con estandarte de sodoma es considerada descarga celestial bolchevique que demanda artillería de grueso calibre: cadenas de oración electrónicas en mayúsculas y misales de combate impresos en papel santo que costó más que la carne que defienden.

La Coalición Progresista Unida por la Sensibilidad Global (CPUSG)

Este ejército enrola compañeres mediante un proceso de selección equilibrade donde cada pelotón debe estar perfectamente representade: 50% persones gestantes, 50% persones no gestantes, 27% persones con ascendencia africana, 9% persones de raíz asiática, 8% persones originarias, 5% persones con diversidad funcional visible y 100% persones veganas certificades. Si alguna cuota no se completa, la oficialx debe hacer horas extra de diversidad hasta solucionarlo o ser relegade a "aliadx temporal no remuneradx". Cade soldade porta en sus mochiles un kit de pronombres actualizable vía Bluetooth, un spray de lágrimas terapéuticas importade de Silicon Valley a $45 la onza y barritas de proteína de grillo sabor quinoa con más azúcar que nutrientes, pero el envase sí es compostable.

La alimentación es mandataria: smoothies de kale, latte de avena de comercio justo (doce dólares la ración, pero es ético) y ensaladas con ingredientes que ningune sabe pronunciar ni cultivar localmente. Si alguine come una empanada de carne por error, es mandade a reeducación inmediata con documentales obligatorios sobre cambio climático narrados por actores que usan jets privados. El uniforme es sudadera oversize con estampado del Che comprada en Amazon por $19.99 —"hecha en talleres éticos, supuestamente"—, zapatillas veganas que duran tres meses y pins de todas las banderas menos la de la empresa que los manufactura en Bangladesh.

Sus tanques son Tesla Cybertrucks pintades de arcoíris que funcionan con energía solar (se quedan parades cuando llueve) y llevan altavoces que reproducen reggaetón inclusivo y podcasts de empoderamiento a un volumen que constituye tortura bajo convenciones internacionales. Atacan posiciones clave como la última carnicería (para transformarla en tienda de tofu que quiebra al mes) y bares sin opción sin gluten, lanzando drones que sueltan bombas de microagresiones y cursos obligatorios de sesgo inconsciente.

La Zona Desmilitarizada Comunista (vacía desde 1991)

Entre ambos frentes hay una enorme extensión de terreno llamada "Zona Comunista". Los dos ejércitos gastan el 90 % de su munición bombardeándola a diario. Uno lanza obuses contra la sede de BlackRock pensando que es el Kremlin 2.0. El otro despliega brigadas con camisetas del Che y café de quince dólares convencido de que así lucha contra el capitalismo.

Los drones de reconocimiento solo encuentran jubilados sentados en bancos diciendo "qué tontería, si nosotros sí que sabíamos lo que era el comunismo". Nadie ha visto un comunista armado desde la Perestroika, pero los presupuestos militares siguen subiendo "por si las moscas".

Al final, el único que avanza terreno real es el bar neutral en plena línea del frente. El camarero (declarado apolítico y amante de la paz) sirve cervezas a soldados de los dos bandos —asado para unos, smoothie de kale para otros—, les cobra suplemento de guerra y piensa mientras seca vasos: "Que sigan peleando por fantasmas, que yo con cada disparo vendo otra ronda y me forro".

El exterminio del Punto Medio

En esta guerra, el territorio más peligroso es la Zona Gris. Aquellos civiles que dicen cosas como "me da igual lo que hagas con tu vida, solo déjame trabajar" son considerados desertores por ambos bandos.

Los Materialistas (sindicatos viejos, gente que solo quiere un salario y que el metro llegue a tiempo) son vistos como especies en peligro de extinción. Si un obrero no tiene una opinión formada sobre la autodeterminación de género de los crustáceos o sobre la liturgia pre-conciliar, es bombardeado inmediatamente.

La consigna en el campo de batalla es clara:

  1. Si no nos apoyas para obligar a los otros a ser como nosotros, entonces eres uno de ellos.
  1. Si prefieres la libertad de que nadie te obligue a nada, eres el enemigo número uno.
  1. La neutralidad se castiga con la deportación al desierto del olvido mediático o con un culatazo de fusil en las costillas, dependiendo de qué patrulla te encuentre primero.

Batallas principales

Alimentación

Este frente se abrió cuando la CPUSG lanzó una ofensiva masiva para conquistar todas las neveras del país. Sus brigadas veganas avanzaron prohibiendo el asado por "especista" y obligando a los bares a servir hamburguesas de insecto, mientras el mercado vegano global supera los treinta mil millones de dólares con crecimiento constante. Cada barrita de proteína de grillo sabor quinoa supera los ocho dólares en supermercados bio, mientras que el kilo de carne tradicional se encarece continuamente por la inflación que —según las FATE— es culpa del "comunismo cultural".

Las FATE contraatacaron con divisiones acorazadas de parrilladas, defendiendo cada carnicería local como si fuera el Álamo. Actualmente las FATE controlan el 80% de las barbacoas domingueras, pero la CPUSG ha tomado posiciones clave en cafeterías premium y supermercados bio donde un litro de leche de almendra supera los seis dólares. Se considera un empate sangriento: los tradicionales comen más carne que nunca por rebeldía (gastándose hasta el 30% de su sueldo en proteína), mientras los progres han hecho del kale un superventas a quince dólares el racimo. Bajas: millones de arterias obstruidas y alergias a la quinoa que superan los doscientos dólares la consulta alergológica. El único ganador es el supermercado que vende ambos productos con un margen del triple.

Vivienda

La CPUSG intentó infiltrarse en urbanizaciones privadas con comandos de "vivienda digna para todos", proponiendo realojar familias diversas en chalets con piscina. Las FATE respondieron levantando muros más altos (costo promedio: veinticinco mil dólares por familia en cemento y alambre de púas) y garitas blindadas con guardias privados que facturan dos mil dólares mensuales.

Hoy las FATE dominan las zonas residenciales de lujo donde un alquiler promedio de tres habitaciones supera los dos mil quinientos dólares mensuales (equivalente al 60% del salario medio), mientras la CPUSG controla los centros urbanos gentrificados con microapartamentos de cuarenta metros cuadrados a mil ochocientos dólares. Victoria pírrica para ambos: unos viven en fortalezas paranoicas hipotecadas hasta las cejas, otros en colmenas hipster donde el metro cuadrado supera el precio del oro. El único ganador es el sector de la construcción, que vende muros "ideológicamente certificados" a ambos bandos con un margen del 150%.

Aborto

Frente clásico desde los años 90 importado de USA. Las FATE mantienen trincheras alrededor de todas las clínicas con rosarios y pancartas de fetos gigantes (costo de logística: cincuenta mil dólares por manifestación en transporte y catering de empanadas). La CPUSG bombardea con campañas de "mi cuerpo, mi elección" donde Planned Parenthood invierte decenas de millones en campañas electorales y drones que sueltan preservativos a tres dólares la unidad.

Situación estancada: un aborto legal con sedación cuesta entre cuatrocientos treinta y quinientos cincuenta y cinco dólares en USA o desde tres mil seiscientos noventa y nueve dólares en México , pero ambos bandos gastan millones en litigios que suben los costos de seguro médico un 15% anual. Nadie gana, pero las clínicas privadas facturan un doble por ciento más desde que empezó la guerra, y los abogados de familia se han especializado en "divorcios por desacuerdo ideológico" a cuatrocientos dólares la hora.

Memoria histórica

La CPUSG lanzó una blitzkrieg para derribar estatuas autoritarias y renombrar calles, gastándose doscientos mil dólares por monumento en grúas y permisos municipales. Las FATE contraatacaron defendiendo cada placa con veteranos y cadenas humanas, financiando campañas de "defensa del patrimonio" con donaciones deducibles de impuestos por valor de diez millones anuales.

Resultado: miles de estatuas decapitadas o trasladadas a museos, calles que cambian de nombre cada legislatura (costo administrativo: cincuenta mil dólares por municipio en nuevas señaléticas) y ciudades que ponen "ex Dictador" en tipografía invisible para ahorrar en pintura. La CPUSG controla las grandes urbes, las FATE los pueblos pequeños. Empate con mucho polvo y grúas: la única industria que crece es la de demoliciones selectivas, con beneficios crecientes año tras año.

Eutanasia

La CPUSG avanzó rápidamente con leyes de eutanasia activa, tomando hospitales y residencias de ancianos. Las FATE resisten en unidades de cuidados paliativos católicos y con objeción de conciencia masiva, gastando cinco mil dólares por paciente en misas y extreunción.

Batalla en tablas: la ley existe, pero los seguros suben un 25% por "cobertura de conciencia". Las FATE han creado redes paralelas de "morir en casa con misa y familia numerosa" que supera los ocho mil dólares el funeral básico , mientras la eutanasia hospitalaria cuesta tres mil dólares pero con lista de espera de dieciocho meses. Ganador: la industria funeraria, que factura un cuarenta por ciento más desde que la guerra "legalizó el morir con estilo".

Multiculturalismo

La CPUSG abrió múltiples frentes con kebabs, tacos y restaurantes fusión, donde el mercado de comida étnica crece mientras supera los cuarenta y cinco mil millones de facturación. Las FATE defienden platos típicos nacionales sin ingredientes extranjeros "traidores", subsidiando cada "restaurante 100% nacional" con treinta mil dólares anuales en ayudas fiscales.

La CPUSG va ganando terreno urbano: ya hay más kebabs que bares tradicionales en muchas ciudades, con márgenes de beneficio del 60% por ser "exótico". Las FATE resisten en pueblos donde un menú del día cuesta doce dólares y las raciones son para tres personas. El único ganador: los importadores de especias, que venden comino a cincuenta dólares el kilo a ambos bandos.

Idioma

La CPUSG bombardeó con "todes", "elle" y documentos oficiales en lenguaje inclusivo, gastando dos millones por municipio en actualizar sistemas informáticos y capacitación (contratando consultoras progres a quinientos dólares la hora). Las FATE responden con diccionarios académicos blindados y campañas de "el español no se toca" que superan los cinco millones anuales en publicidad tradicional.

Las academias de la lengua resisten como bastiones neutrales, pero las universidades y administraciones han caído del lado inclusivo. Victoria parcial de la CPUSG en instituciones, pero el pueblo sigue hablando como siempre porque no puede pagar el "curso de lenguaje inclusivo certificado" que supera los trescientos noventa y nueve dólares. Ganadora: la industria editorial, que vende dos diccionarios por hogar (uno tradicional, uno progre) con un margen del 150%.

Cine

La CPUSG conquistó plataformas con películas LGTBI+, diversidad forzada y remakes inclusivos, mientras la industria vive su peor crisis económica desde la última recesión. La taquilla estadounidense cae interanualmente, con ingresos que no alcanzarán los diez mil millones anuales, mientras más de mil pantallas han cerrado en los últimos años y la producción global se desploma.

Las FATE defienden VHS de películas patrias y cine clásico nacional, mientras los freelancers del sector cobran un cuarenta por ciento menos por gig y la IA reemplaza guionistas a cincuenta dólares el script. Netflix domina con un catálogo donde cada serie progres genera cien millones en marketing, pero las FATE solo controlan televisión pública los domingos por la tarde, donde la publicidad de sillas ortopédicas representa el 90% de los ingresos. Ganadores: las plataformas streaming, que facturan cientos de miles de millones con crecimiento casi nulo (es decir, se estancan pero ganando).

Tecnología

La CPUSG avanza con redes sociales, apps de citas y porno ilimitado, donde el mercado de big tech alcanza trillones de dólares anuales. Las FATE contraatacan con routers bloqueados (trescientos dólares el dispositivo "familia tradicional segura"), control parental hasta los treinta años y móviles básicos para los hijos que pierden el 70% de funcionalidad pero cuestan lo mismo.

Los jóvenes desertan en masa al bando progresista en cuanto tienen paga, generando una brecha digital que supera los quinientos dólares anuales en "cursos de desprogramación familiar" para los FATE. Derrota estratégica de las FATE: el único ganador es el sector de ciberseguridad, que vende antivirus "con filtros ideológicos" a noventa y nueve dólares anuales a ambos bandos.

Moda

La CPUSG viste uniformes de sudadera con mensaje (mercado de moda ética que supera los quince mil millones con crecimiento constante), zapatillas veganas a ciento ochenta dólares y tatuajes obligatorios a trescientos dólares la sesión. Las FATE mantienen polo de marca, zapatos de vestir y peinado conservador, subsidiando su "modia tradicional" con cincuenta millones en publicidad de "marca nacional".

La CPUSG controla las calles y las redes: el polo azul solo se ve en bodas, ceremonias religiosas y campos de golf donde la entrada supera los cincuenta dólares. Victoria aplastante progresista entre menores de cincuenta años, que gastan hasta el 15% de su sueldo en "ropa que dice algo". Ganador: la industria textil, que produce ambas líneas en el mismo bangladesí y factura el doble.

Educación

Frente crucial. La CPUSG ha tomado libros de texto, asignaturas de educación afectivo-sexual y direcciones de instituto, gastando quinientos dólares por alumno en material inclusivo. Las FATE resisten con escuelas privadas religiosas (matrícula que supera los ocho mil dólares anuales mínimo), homeschooling (costo oculto: un progenitor sin ingresos) y academias patrias que facturan doscientos dólares mensuales.

División total: colegios públicos progres, privados tradicionales. Padres en pánico constante enviando a los hijos al bando contrario para equilibrar, gastando hasta doce mil dólares anuales en colegios que "compartan sus valores". Ganador: el sector educativo privado, que desde que empezó la guerra puede subir matrículas un 50% "por el costo de la seguridad ideológica".

Espiritualidad

La CPUSG avanza con centros de yoga, retiros mindfulness y cristales energéticos, donde el mercado global del yoga factura más de cien mil millones y la industria del bienestar ya supera los siete trillones. Las FATE defienden iglesias, procesiones y novenas, donde las donaciones han caído un tercio pero el costo de mantener un templo subió un 50% por "seguridad contra vandalismo progre".

Las iglesias se vacían los domingos, pero se llenan los estudios de yoga que cobran ciento cincuenta dólares mensuales por membresía. Victoria táctica de la CPUSG, aunque las FATE mantienen ventaja en bodas, bautizos y funerales (nadie quiere morir sin cura por si acaso), facturando tres mil dólares por servicio mínimo. Ganadores: las apps de meditación, que venden suscripciones a sesenta y nueve dólares anuales para "conectar con tu yo interior" mientras venden tus datos de ansiedad a farmacéuticas.

Hegemonía

Según el historiador italiano Steven Forti —que estudió mi caso en su tesis sobre el proletariado como impedimento en la era del poscapitalismo (Universidad de Bolonia, 834 páginas, noventa y nueve dólares en Amazon)—, estas batallas son estrategias de distracción. Su investigación demuestra que cada vez que se debate un tema cultural, los presupuestos en sanidad pública bajan un promedio del doce por ciento y los de concienciación ciudadana suben un sesenta y siete por ciento.

Mi imagen es usada por tipos como Steve Bannon (ese coprófago con cara de sidra fermentada): para unos soy el blanco oprimido que necesita una revolución cultural, para otros soy la víctima del marxismo cultural que necesita una bandera más grande. En ambos casos, mi cuenta bancaria sigue teniendo el mismo saldo que mi esperanza de vida: cero. Bannon ganó decenas de millones con documentales donde soy el héroe olvidado. Sus seguidores me donaron doce mil dólares en total; yo recibí cero porque fondos administrativos.

El objetivo es la hegemonía, un término que Antonio Gramsci definió mientras estaba preso por ser feo, y que ahora usan para justificar por qué mi existencia requiere deconstrucción urgente. Recordemos: cuando Gramsci estaba en prisión, no hablaba de género fluido, hablaba de que los obreros no tenían comida. Pero eso no vende cursos de dos mil quinientos dólares. Yo solo quiero que me dejen en paz con mi derecho a llorar en el baño del tren, pero ni eso puedo porque el baño ahora tiene un sensor de movimiento que te echa si no detecta actividad productiva en tres minutos. La empresa de sanitarios inteligentes instaló miles de sensores en baños públicos, facturó más de diez millones, y ahora vende los datos a empresas de bienestar laboral que te despiden por ineficiencias fisiológicas.

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