Social Justice Warrior
Social Justice Warriors (o Guerreros de la Justicia Social, para los que no hablan el idioma de Shakespeare), esos cruzados de la corrección política que, junto a sus némesis de la *Alt-Right*, forman el glorioso batallón de la *generación de cristal*! Estos paladines de la moral, apodados “progres” por los que los miran con ojitos de “qué idiotas”, son la personificación de la izquierda más *cool*, esa que abraza las banderas identitarias con la profundidad de un charco en el desierto, mientras, sin saberlo (porque, digamos, la perspicacia no es su fuerte), sirven de marionetas al mismísimo neoliberalismo. ¡Qué ironía, queridos! Son como veganos comiendo nuggets de pollo pensando que son de tofu.
Este circo comenzó en las peores universidades de los *Estados Juntitos* y Eurolandia, donde la crisis intelectual es tan épica que hace parecer a Sócrates un influencer de TikTok. De allí, como una plaga bíblica con Wi-Fi, se extendieron por el mundo, armados con hashtags y una indignación tan pura que podría venderse como agua bendita. Internet, ese gran coliseo digital, les dio alas para gritar sus verdades absolutas, compartiendo el escenario con *alt-righters*, terraplanistas, antivacunas, Niños Rata, viejos cascarrabias y otros especímenes que hacen que los botones “bloquear”, "no mostrar" y "no me interesa" sean los verdaderos héroes de nuestra era. ¡Gracias, tecnología, por este banquete de opiniones no solicitadas!
Origen de la enfermedad
Todo comenzó, según los sabios de sillón, después de la Segunda Guerra Mundial, cuando los papás contaban sus hazañas contra Adolfo y sus secuaces, mientras sus pequeños, con ojitos brillando más por la New Age que por las historias bélicas, solo pensaban en expandir su mente con sustancias que no vendían en farmacias. Los que no terminaron en un viaje psicodélico sin retorno quedaron con el cerebro más chamuscado que un taco olvidado en la parrilla, y, ¡sorpresa!, la sociedad liberal occidental los premió con cátedras universitarias. ¡Porque nada dice "academia" como un profesor que ve auras en las pizarras!
Luego, a finales de los ochenta, un muro en algún lugar se vino abajo, y el capitalismo, sin rivales, se puso sus gafas de sol y decidió hacer lo que le daba la gana por el mundo entero. Adiós izquierda combativa, hola sucedáneo light de justicia social, tan profundo como un charco en verano. Los *millennials*, y la *gen z* ansiosos por sentirse los salvadores del planeta sin mover un dedo, se apuntaron a esta moda de gritar en redes sociales, cambiando el mundo... o al menos sus fotos de perfil. ¡Viva la revolución de los hashtags!
Características
esos cruzados digitales que han convertido la indignación en un arte tan refinado que hasta Picasso se quedaría boquiabierto! A diferencia de los izquierdistas de antaño, esos titanes como Stalin, Ho Chi Minh o el Che, que peleaban revoluciones con fusiles y barbas épicas sin siquiera soñar con un smartphone, los SJW han abrazado la tecnología como si fuera el nuevo manifiesto comunista. Armados con cuentas en Facebook, Instagram, Tumblr y X, organizan sus cruzadas al estilo *Anonymous*, pero con un toque más... digamos, *fashion*. Algunos hasta se pasean con máscaras de Guy Fawkes, compradas en Amazon tras ver *V de Vendetta* en Netflix (porque, claro, leer el cómic es mucho pedir). ¡Eso sí que es compromiso!
Su activismo es un espectáculo digno de un Oscar a la improductividad. Defienden a las minorías con una pasión que haría llorar a un guionista de telenovelas, pero sus logros son tan tangibles como un unicornio en un zoológico. En lugar de soluciones reales, se dedican a cazar brujas digitales, señalando a cualquiera que ose cruzar la línea de lo “políticamente incorrecto”. Olvídate de la presunción de inocencia; aquí la regla es “culpable hasta que tuitees una disculpa pública”. Sus juicios en línea son más rápidos que un *scroll* infinito y más implacables que un crítico de cine en un mal día.
Y luego están sus “acciones simbólicas”, esas joyas del activismo que tienen el impacto de un globo desinflado. Adiós a las marchas obreras que exigían derechos con sudor y lágrimas; bienvenidas las “maní-fiesta-acciones”, eventos donde el aroma a marihuana flota como si fuera parte del presupuesto. ¿Protestar por el cambio climático? ¡Pintemos un cartel con brillantes! ¿Luchar contra la desigualdad? ¡Hagamos un *challenge* de TikTok! Resultados: cero. Vibra: máxima.
En su cruzada por la justicia, los SJW idolatran a figuras como Frida Kahlo, a quien llaman “ícono feminista” mientras ignoran que vivió a la sombra de un marido que no era precisamente un modelo de igualdad. O lucen camisetas del Che Guevara, ese revolucionario que, entre otras cosas, no era precisamente el mejor amigo de la comunidad LGBTQ+. ¡Pero qué importa la coherencia cuando tienes un filtro de Instagram que grita “activismo”! Cabalgan contradicciones con la gracia de un caballo en patines.
Y no, no creas que estos guerreros digitales aplauden a los gobiernos comunistas de Corea del Norte, China, Venezuela, Cuba o Nicaragua. ¡Por favor, eso es socialismo *de verdad*! Ellos prefieren el socialismo de *aesthetic*, ese que se practica desde un café con Wi-Fi. Critican a esos regímenes por perseguir opositores, censurar la libertad de expresión y lavar cerebros, pero luego hacen lo mismo en X, cancelando a cualquiera que no use los pronombres correctos o que se atreva a hacer un chiste subido de tono. Eso sí, lo hacen con emojis y memes, porque la opresión digital es más *chic*.
En resumen, los SJW son la vanguardia de una revolución que no revoluciona nada, pero que luce espectacular en las redes. Su lema podría ser: “Cambiar el mundo, un hashtag a la vez”. Y mientras el planeta sigue girando con sus problemas de siempre, ellos siguen peleando batallas épicas... desde la comodidad de sus teclados. En cuanto a las cosas que odian... casi acabaríamos antes diciendo las que no. Así que:
Cosas que NO odian

Conceptos Social Justice Warrior
¡Bienvenidos al maravilloso mundo de los Social Justice Warriors (SJW), esos cruzados de la justicia social que, armados con hashtags y una moral más flexible que un contorsionista, intentan salvar al mundo de sí mismo! Pero cuidado, porque su lucha no siempre es tan pura como parece. A continuación, un glosario de sus conceptos más icónicos, aderezado con un toque de sátira para desentrañar la hipocresía de sus cruzadas, que a veces traicionan la lógica científica que tanto admiran los marxistas clásicos al caer en pseudociencias y noticias falsas. ¡Ajusten sus gafas de arcoíris y prepárense para el paseo!
Apropiación cultural
¿Te pusiste un sombrero mexicano para el Cinco de Mayo? ¡Ladronazo cultural! ¿Comiste sushi con palitos el viernes pasado? ¡Robaste la esencia misma del Japón milenario! La apropiación cultural es el delito definitivo según los SJW: usar elementos de otra cultura sin el permiso explícito de... bueno, nadie sabe de quién, porque ni los propios SJW se ponen de acuerdo. Si bailas salsa, estás saqueando el Caribe. Si haces yoga, estás desvalijando la India. Y si te disfrazas de Aladdín, estás robándole a Disney, a los árabes y probablemente a la lámpara mágica. Pero ojo, si China fabrica iPhones o ropa de marca, eso no cuenta como apropiación, ¡es solo globalización! La ironía es que los SJW, en su afán de proteger culturas, terminan esencializando a los pueblos como si fueran museos intocables, mientras ellos mismos se apropian de términos como "woke" sin cuestionar su origen. ¡Eso sí es coherencia!
Cultura de la Cancelación
La cultura de la cancelación es el arte de linchar digitalmente a cualquiera que no comulgue con la ortodoxia SJW. ¿Dijiste algo en 2007 que hoy no pasa el filtro de la corrección política? ¡Cancelado! ¿Eres fan de los Reyes Magos? ¡Monárquico opresor, cancelado! ¿Te gusta el jazz? ¡Qué horror, surgió en prostíbulos], cancelado por inmoral! Hasta Caperucita Roja es cancelable por su violencia implícita contra los lobos. La cancelación es la máxima expresión de la libertad de expresión, según los SJW: persigues, señalas y destruyes reputaciones en nombre de la felicidad de "todes". Pero no te preocupes, si un SJW es cancelado por sus propios aliados (spoiler: pasa todo el tiempo), siempre pueden culpar al "fuego amigo" o al heteropatriarcado. La coherencia brilla por su ausencia, pero el drama está garantizado.
Cultura de la Violación
Aquí los SJW ven violaciones en cada esquina, pero no en el sentido literal. Es más bien cualquier cosa que les incomode, desde una mirada de reojo hasta alguien que ocupa demasiado espacio en el metro. Esto conecta con las microagresiones (más abajo), porque todo, absolutamente todo, puede ser una agresión si lo miras con suficiente creatividad. ¿Un hombre abriendo la puerta a una mujer? ¡Patriarcado en acción! ¿Un chiste subido de tono? ¡Cultura de la violación! Pero si los SJW usan un lenguaje agresivo para atacar a sus oponentes, eso es "resistencia". ¿La ciencia? Bah, los SJW prefieren teorías conspirativas sobre el heteropatriarcado antes que datos duros, traicionando cualquier rigor marxista que alguna vez pretendieron defender.
Discurso de Odio
El discurso de odio es cualquier cosa que ofenda a un SJW, salvo cuando ellos mismos lo practican, claro. Si criticas su dogma, eres un facha. Si defiendes la libertad de expresión, eres un facha. Si respiras con demasiada confianza, ¡facha! Pero cuando los SJW lanzan insultos, boicots o campañas de desprestigio, eso no es odio, es "justicia". La hipocresía aquí es tan densa que podrías cortarla con un cuchillo de mantequilla. Y si intentas señalarla, prepárate para un tsunami de tuits indignados. ¿Datos? ¿Evidencias? Eso es para los débiles. Los SJW prefieren titulares sensacionalistas y noticias falsas antes que el análisis crítico que el marxismo científico alguna vez exigió.
Espacio Seguro
El sueño dorado de los SJW: un lugar donde solo estén rodeados de otros SJW, libres de cualquier idea que les haga cuestionar su visión del mundo. En teoría, un espacio seguro es un remanso de paz donde nadie sufre "traumitas". En la práctica, es un campo minado donde cualquier paso en falso (¿usaste el pronombre equivocado? ¿No aplaudiste lo suficiente en la última reunión DEI?) desata una guerra civil. Los SJW olvidan que la traición y el fuego amigo son tan humanos como el café de la mañana. Crear un espacio seguro es como intentar criar unicornios: suena bonito, pero termina en brillos y caos.
Fash o Facha
El insulto estrella de los SJW. Originalmente, "facha" era abreviatura de fascista, pero ahora aplica a cualquiera que no se arrodille ante su altar ideológico. ¿No usas lenguaje inclusivo? Facha. ¿Te gusta la carne asada? Facha carnívoro. ¿Crees que la meritocracia tiene algo de bueno? ¡Facha neoliberal! Es un comodín tan versátil que hasta un algoritmo de X podría usarlo sin pestañear. Pero, cuidado, si un SJW es acusado de algo remotamente "facha" por sus propios compañeros, se desata el pánico. Porque, claro, la pureza ideológica es frágil como un castillo de naipes.
Lenguajx Inclusive
¡Bienvenides a la revolución del lenguajx inclusivo! Aquí, la Real Academia Española es el enemigo público número uno por atreverse a sugerir que el idioma evoluciona orgánicamente. Los SJW insisten en reemplazar vocales con "x" o "e" para no "excluir" a nadie, creando frases como "todes somos iguales" o "lxs humanxs". Si señalas que esto es ilegible o que no resuelve nada, te acusan de ser un peón del heteropatriarcado. Curiosamente, el lenguaje inclusivo no incluye a las personas con dislexia ni a los esquizofrénicos (¿por qué no un pronombre para "nosotres" en plural interno?). Y aunque los SJW juran que es por equidad, su obsesión con las formas ignora problemas reales, como si cambiar "médico" por "médicx" fuera a cerrar la brecha salarial. ¿Ciencia? Nah, mejor inventar pseudociencias lingüísticas.
Heteropatriarcado
La madre de todas las conspiraciones, según los SJW. El heteropatriarcado es un complot global donde todos los hombres (¡sí, todos!) se reúnen en un sótano secreto para planear cómo oprimir a las mujeres, que son seres de luz incapaces de error. ¿Evidencias? No hacen falta cuando tienes fe ciega en la narrativa. Este concepto es tan flexible que explica todo, desde por qué no te dieron un ascenso hasta por qué se agotó el café en Starbucks. Los SJW han abandonado cualquier análisis materialista (¡adiós, marxismo científico!) por una mitología moderna donde el enemigo es un ente omnipresente pero convenientemente invisible.
Microagresión
La microagresión es el arte de encontrar ofensas en lo cotidiano. ¿Alguien te preguntó de dónde eres? ¡Microagresión xenófoba! ¿Te ofrecieron un café? ¡Microagresión clasista, porque no todos pueden pagar un latte! Es como si los SJW tuvieran un radar para detectar insultos donde no los hay. Pero si ellos te gritan en una protesta, eso no es microagresión, es "activismo". La ciencia, que podría desmontar estas exageraciones, es ignorada en favor de anécdotas y titulares virales. Porque, claro, ¿quién necesita datos cuando tienes sentimientos?
Woke
Ser "woke" es como despertar de Matrix, pero en lugar de ver la verdad, ves un mundo donde todo es opresión y tú eres el elegido para señalarlo. Los SJW creen que solo ellos han alcanzado esta iluminación, mientras el resto del mundo es un rebaño de ignorantes. Es un concepto tan sectario que recuerda más a un culto que a un movimiento social. Si cuestionas algo, no estás "despierto", eres un traidor. Y aunque el término promete consciencia, los SJW suelen tragarse noticias falsas y pseudociencias (¿alguien dijo astrología o "energías"?) con más entusiasmo que un marxista clásico leyendo El Capital.
Body Positive
Hubo un tiempo en que los SJW juraban que amar tu cuerpo, sin importar su tamaño, era la revolución definitiva. ¡Basta de estándares de belleza opresivos! Pero entonces llegó Ozempic, el medicamento milagroso para adelgazar, y de repente el Body Positive se desinfló más rápido que un globo en una fiesta de cumpleaños. Los mismos que gritaban "¡todas las tallas son hermosas!" ahora hacen fila en la farmacia, porque aparentemente la autoaceptación tiene un límite. La hipocresía es evidente: mientras predicaban amor propio, muchos SJW soñaban en secreto con encajar en unos jeans talla 38. ¿Y la ciencia? Ignorada, porque los datos sobre salud y peso no son tan "inclusivos" como un buen eslogan.
DEI (Diversidad, Equidad e Inclusión)
DEI es la bandera que los SJW ondean para justificar contratar a personas no por sus méritos, sino por cumplir cuotas de diversidad. ¿Necesitas un ingeniero? ¡Contrata a alguien que marque casillas de etnia, género o identidad, aunque su currículum sea un poema haiku! La idea es noble, pero en manos de los SJW se convierte en un circo donde la competencia es secundaria y la apariencia de inclusión lo es todo. Si señalas que un equipo DEI no entrega resultados, te acusan de facha, porque cuestionar la ineptitud es "discriminación". Mientras tanto, el marxismo científico, que priorizaba la capacidad sobre la identidad, llora en un rincón. Los SJW prefieren titulares de prensa que celebren la "diversidad" antes que proyectos que funcionen.
Cultura SJW
Oh, los SJW, esos cruzados del teclado, esos paladines de la justicia social que, armados con hashtags y un café de Starbucks en la mano, están listos para salvar al mundo… o al menos para tuitear furiosamente que lo están intentando. Pero no nos dejemos engañar por su fervor: detrás de su fachada de activismo se esconde una tragicomedia de hipocresía, torpeza y una devoción ciega por las marcas que dicen combatir. Acomódense, que este espectáculo de contradicciones vale cada palabra.
Las corporaciones
Las grandes corporaciones capitalistas, esos villanos de película que los SJW juran odiar, no son precisamente novatas en el arte del engaño. Mientras los activistas digitales agitan sus banderas arcoíris y gritan "¡abajo el sistema!", estas empresas les guiñan un ojo y les dicen: "¿Quieren pretensión? ¡PostuPretensión tendrán!". Pero, claro, a cambio de su billetera. Así, nos venden camisetas "inclusivas" tejidas por manos explotadas en fábricas lejanas, envases de yogur con frases empoderadoras que flotan en océanos de plástico, y anuncios con modelos diversos que ocultan el hecho de que la contaminación ambiental es solo un "detalle" en su plan de negocios.
Junio llega, y las corporaciones se visten de arcoíris** como si fueran las reinas del Orgullo. En marzo, sacan la bandera morada para gritar "¡feminismo!" mientras pagan salarios desiguales. En en América Latina, de vez en cuando, se disfrazan de indigenistas con un filtro de Instagram que dice "somos todos aztecas", ignorando que sus fábricas están en tierras expropiadas. Y cuando una celebridad dice algo ridículo y retrógrada los medios orquestan verdaderas cruzadas mediáticas para distraer de su propio apoyo a causas cuestionables. Los SJW, en un éxtasis de autocomplacencia, aplauden estas migajas como si fueran revoluciones, sin sospechar que son solo carnada publicitaria para sus bolsillos. ¡Qué triunfo, Camaradas! Han convencido a Coca-Cola de poner un emoji de puño en alto y le están diciendo sus verdades a Mel Gibson en televisión. El capitalismo tiembla.
Las marcas "rebeldes"
Estos feroces guerreros contra el capitalismo tienen un curioso fetiche: idolatran a las mismas marcas que deberían repudiar. Apple, Netflix, Disney, CNN… son sus superhéroes con capa corporativa. Mientras critican el consumismo en un tuit, hacen fila para comprar el último iPhone, se maratonean series en streaming y compran boletos para el enésimo remake de Disney que jura ser "inclusivo" porque ahora la princesa lleva un pañuelo en la cabeza. ¿Rebeldes? Más bien son los groupies más leales del sistema que dicen combatir. Si Karl Marx viera esto, pediría un café de $7 para digerir la ironía.
Música
En el terreno musical, los SJW se pavonean con gustos "sofisticados": Indie Rock, Indie Pop, Indie Electro, Indie Folk… todo muy indie, muy alternativo, muy "yo no sigo a la masa". Pero, sorpresa: al final del día, tararean las mismas canciones pop mononeuronales que el resto del planeta. La diferencia está en que ellos exigen que las letras sean políticamente correctas, como si una balada de Taylor Swift sobre empoderamiento fuera a derrocar al patriarcado. Es como los evangélicos con su "música cristiana", pero con Auto-Tune, brillo y hashtags. Y hablando de reinas de la pretensión, ahí están Billie Eilish, Shakira, Belinda y Miley Cyrus, vendidas como íconos feministas mientras los medios las convierten en oro puro. Porque nada dice "revolución" como una canción que repite "¡PODER FEMENINO!" 47 veces.
Libros
Leer no es lo suyo, seamos honestos. Los SJW prefieren un buen meme activista a un libro de más de tres páginas. Pero si hay que leer, que sea algo que grite "justicia social" desde la portada. Novelas sobre lesbianas que "lesbean" con intensidad, racializados que hacen cosas estereotípicamente "de su cultura", o transexuales que "transexualizan" son sus elecciones estrella. No importa si la trama es más delgada que un panfleto: si hay representación, ya es un 10/10. Algunos se jactan de haber leído a Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre, Oscar Wilde o Karl Marx, pero si realmente los hubieran entendido, estarían cancelándolos por no pasar el filtro de la corrección política de hoy. Imaginen la cara de Marx al ser acusado de "problemático" por un tuitero con un emoji de bandera en su bio.
Videojuegos
Y luego está el mundo gamer, donde los SJW y sus némesis, los Alt-Right, se dan con todo… desde el sofá. Ambos bandos están llenos de perdedores que descargan su frustración insultando en partidas online, porque enfrentarse al mundo real es mucho pedir. Los SJW odian a la industria de los videojuegos por sexista, fascista, militarista y, en un giro digno de comedia, hasta "funambulista" (porque, claro, ¿quién no ha visto un videojuego sobre equilibristas opresores?). Las controversias de la franquicia del Gamergate son su gran cruzada, donde ven misoginia en cada píxel. Mientras tanto, los Alt-Right odian los mismos juegos por ser "liberales, comunistas y gay". Es un milagro que ambas facciones no se hayan cancelado mutuamente en un bucle infinito de quejas. ¿La industria? Se frota las manos vendiéndoles a ambos bandos mientras ellos pelean por quién es más víctima.
La lucha LGBT+
La lucha ya no es entre gladiadores, sino entre los guerreros de la justicia social (SJW) y quienes solo querían amor y respeto. Lo que fue una cruzada por los derechos homosexuales se convirtió, gracias a los SJW, en un circo donde todos compiten por ser el "Rey de la Singularidad Sexual". ¡Sujétense las pelucas!
Antes, la bandera arcoíris unía a todos: "¡Amen a quien quieran!" Era simple, hermoso, suficiente. Pero para los SJW, eso es tan aburrido como un lunes sin café. ¿Incluir a todos? ¡Qué básico! Han creado un caleidoscopio de banderas, cada una más extravagante, para un reality show: ¿Quién tiene la orientación más exótica? Pansexuales contra bisexuales, abrosexuales contra agénero, litrománticos contra demisexuales, mecasexuales, autosexuales, asexuales, sapiosexuales, dendrosexuales abrazando árboles y astrosexuales soñando con las estrellas. ¡Un todos contra todos donde nadie gana, pero todos tuitean!
Los pioneros, que marcharon con carteles hechos a mano, miran con horror cómo su lucha se transforma en un campo de batalla de hashtags. Odian a los SJW, esas mentes grises que han secuestrado su causa para un desfile de egos. La bandera arcoíris, reliquia de tiempos simples, es olvidada por estandartes con más rayas que un cuadro abstracto. En redes, cada perfil es una trinchera. Si tu bandera tiene una raya menos, ¡prepárate para un hilo acusándote de opresor! Los SJW han creado una jerarquía donde la rareza define el estatus. ¿Gay? Patético. ¿Bisexual? Pasado de moda. ¿Dendrosexual? ¡Eso sí es cool! Pero cuidado: un pronombre errado y serás cancelado antes de decir "diversidad".
SJW's famosos
Ideólogos
¡Agarra tu café y ponte cómodo, que vamos a hablar de los “ideólogos” de la modernidad, pero con un toque de salsa picante y un guiño satírico! No, no vamos a meternos en el lodazal de los filósofos posmodernos ni a mencionar a la Escuela de Salchichas de Frankfurt, porque eso sería como ponerle un traje de gala a un chiste malo y fingir que es alta costura. En lugar de eso, vamos a echar un ojo a algunos “pensadores” que, con sus teorías, han agitado el avispero social como si fueran chefs preparando un batido de controversia. ¡Prepárate para reír, reflexionar y, tal vez, rascarte la cabeza!
Primero, tenemos a **Judith Butler**, la reina del caos postestructuralista, que parece haber decidido que el sexo y el género son como un buffet libre: ¡tú eliges lo que quieras ser hoy! Según ella, todo es un “constructo social”, como si la biología fuera solo una sugerencia y no un manual de instrucciones. Imagínate a Judith frente al espejo, preguntándose: “¿Hoy soy lesbiana, gay, trans, bisexual o un unicornio no binario?”. ¡Libertad total! Claro que los grupos ultracatólicos y ultraevangélicos deben estar aplaudiendo con las orejas, pensando: “¡Perfecto, esto valida nuestras terapias de conversión!”. Porque, claro, si todo es un constructo, ¿por qué no “desconstruir” a alguien a la fuerza? ¡Un aplauso para la lógica impecable!
Luego está **Peggy McIntosh**, la creadora del concepto del “privilegio blanco”. Según Peggy, todos los blancos llevan una mochila invisible llena de ventajas que ni siquiera saben que tienen. Es como si nacieras con un cupón de descuento eterno para la vida, pero nadie te avisa. “¡Oye, eres blanco, aquí tienes un 20% menos de problemas sociales!”. La idea no está del todo mal, porque las desigualdades existen, pero la cosa se pone graciosa cuando parece que Peggy quiere que todos los blancos se flagelen en la plaza pública mientras piden perdón por… ¿existir? ¡Vamos, Peggy, que no todos los blancos son villanos de película con un castillo en los Hamptons!
Y no podemos olvidar a **Robin DiAngelo**, la gurú de la “fragilidad blanca”. Esta señora dice que los supremacistas blancos son unos llorones que no aguantan que les digan “racista”. Y, bueno, en eso tiene un punto: nadie quiere ser el malo del cuento. Pero luego Robin da un giro digno de telenovela y suelta que *todos* los blancos en países con desigualdades raciales son racistas… ¡por ser blancos! O sea, espera, Robin, ¿tú eres blanca, vives en Estados Unidos, y entonces…? ¡Oh, no! ¿La veremos pronto en una reunión del KKK confesando sus pecados? ¡Alguien avise a Netflix, que esto es material para un documental!
Por último, pero no menos divertida, está **Marina Castañeda** y su teoría del “machismo invisible”. Aquí la cosa se pone ssurrealista. Según Marina, cualquier gesto amable de un hombre hacia una mujer es sospechoso. ¿Un hombre te abre la puerta? ¡Machista! ¿Te ofrece ayuda con las bolsas? ¡Opresor! ¿Sonríe y te dice “buenos días”? ¡Patriarca disfrazado! Según esta lógica, los pobres empleados de atención al cliente deben ser los tiranos más astutos del planeta, oprimiendo a la humanidad con sus “¿en qué puedo ayudarte?”. Marina, querida, a veces un gesto amable es solo eso: ¡alguien intentando no ser un ogro!
En fin, estos “ideólogos” nos han regalado teorías que, aunque a veces tienen un grano de verdad, parecen sacadas de un guion de comedia absurda. Es como si hubieran tomado un problema real, lo metieran en una licuadora con exageraciones y lo sirvieran con una pajilla torcida. Así que, queridos pensadores, bájenle dos rayitas, tomen un té de manzanilla y recuerden: a veces, la vida es más simple que un tratado de 500 páginas sobre por qué abrirle la puerta a alguien es un acto de dominación global.
Artistas, cantantes y deportistas SJW
¡Oh, las celebridades progres, esos faros de virtud que iluminan el mundo con su activismo de Instagram y sus discursos de gala! Son como unicornios éticos, galopando en sus jets privados hacia un futuro más justo, mientras el resto de los mortales nos quedamos oliendo el combustóleo. Con una mano agitan la bandera del cambio social, y con la otra firman contratos millonarios con corporaciones que, digamos, no siempre son el epítome de la moralidad. Pero, ¿quién necesita coherencia cuando tienes un buen equipo de relaciones públicas?
Tomemos a Leticia Dolera, por ejemplo, reina del feminismo en pantalla, dirigiendo series que gritan "¡poder femenino!"... hasta que una actriz embarazada se cruza en su camino y, ¡puf!, adiós sororidad, hola despido. O qué tal Lewis Hamilton, abanderado del medioambiente y la justicia racial, rugiendo en su Fórmula 1, un deporte que quema más carbono que un dragón con indigestión, todo mientras lo financian petrodólares de dudosa procedencia. Y luego está Taylor Swift, surcando los cielos en su avión privado para comprar un café, porque, claro, el planeta puede esperar, pero su latte no.
No olvidemos a Gal Gadot, Wonder Woman del feminismo, hasta que su apoyo a Israelciertas causas bélicas le ganó un abucheo global. Lady Gaga y Billie Eilish también saben de esto: cantan sobre inclusión, pero si el guion incluye un cheque jugoso, parece que la ética se queda en el camerino. Estos iconos del "woke" no parecen perder el sueño por sus cuentas bancarias infladas, mientras predican igualdad tras muros de pago, suscripciones que valen un riñón y bloqueos geográficos que excluyen a medio planeta. ¡Qué ironía tan inclusiva! En fin, son los profetas modernos: venden esperanza a precio de oro, y nosotros, pobres mortales, seguimos comprando.
Políticos SJW
¡Oh, los políticos SJW, esos paladines de la justicia social que cabalgan en unicornios arcoíris mientras prometen salvar el mundo con hashtags y discursos lacrimógenos! En los países democráticos, los partidos de izquierda tradicional les guiñan el ojo a estos cruzados de la corrección política, igual que las corporaciones que venden camisetas de “empoderamiento” fabricadas en Bangladesh. Total, la cosa es pescar votos, ¿no? Pero ojo, que han surgido nuevos especímenes, los SJW de pura cepa, divididos en dos gloriosas categorías.
Primero, los eternos perdedores, los que nunca olerán el poder ni con un milagro. Hablamos de estrellitas como Jorge Álvarez Máynez o el abuelo Bernie Sanders, que no es precisamente un novato, pero se coló en la movida woke como si fuera influencer de TikTok. Estos son inofensivos, puro ruido en redes y cameos en talk shows, lanzando proclamas que no cambiarán ni el menú del comedor comunitario.
Luego están los que sí llegan al trono, como Justin Trudeau, Gabriel Boric o Pablo Iglesias, que se pavonean con sus credenciales progres mientras hacen malabares para no cumplir nada. ¿Igualdad? ¿Justicia? Mejor un selfie con un filtro de arcoíris y un discurso sobre inclusión que no incluye a nadie que no les convenga. En el fondo, gobiernan con la misma mano dura de siempre, pero envuelta en un guante de terciopelo “progre”. Y luego tenemos a los casos más extremos como Joe Biden, Benjamín Netanyahu y Ursula von der Leyen, que llevan la diversidad al extremo: inclusión a cañonazos, con guerras que “liberan” a bombazos mientras excluyen a quienes no les convienen porque, bueno, la diversidad tiene sus límites, ¿no?
Si por un giro del destino un político del primer grupo logra colarse al poder, ¡puf! Se transforma en el segundo tipo más rápido que un tuit viral. Y cuando pierde el cargo, vuelve a ser un meme andante del primer grupo. En resumen, los políticos SJW son como un chiste malo: mucha fanfarria, cero impacto. Solo sirven para que los conservadores tengan un blanco fácil donde disparar sus dardos. Al final, son la prueba de que la revolución no se hace con likes ni con discursos bonitos.
Enemigos de los Social Justice Warriors
Todo el que no sea a su vez SJW. Pero véase en especial Alt-Right, Mario Vargas Llosa, Arturo Pérez-Reverte y El Bananero.
Hechos y conclusiones
- Un progre y un derechista alternativo son la misma cosa con diferente empaque.
- Ambos creen ser libres y rebeldes cuando en realidad son sólo marionetas.
- Karl Marx, Friedrich Engels, Simone de Beauvoir y Jeanns Les Paul el Sarten deben estar revolcándose en sus tumbas (o bailando Thriller con Michael Jackson a saber)...
- Se dicen contraculturales pero su consumo cultural es mainstream.
- Dicen defender la libertad de expresión pero solo si dices lo que quieren que digas.
- Tenerlos de amigos en Facebook puede
causar muerte cerebralprovocar dolores de cabeza. - Creen que pueden derrocar al "heteropatriarcado" con hashtags y memes.
Diferencias entre un SJW y la Alt-Right
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