Benito Pérez Galdós

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Benito Pérez Galdós
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Siempre mantuvo su pose naturalista.
Personal
Nacimiento Defunción El siglo XIX, donde la gente era realista, realista.
Estado actual Ahora mismo bien fiambre.
Lugar de residencia Madrid
Sobrenombres El abuelo.
Su obra
Se dedica a Copiar tontunas.
Origen Españistán
Hazañas logradas Plagiar la novela, el drama, el periodismo y la política. Y no siempre de forma consciente.
Relaciones Con su prima Sisita y con todas las que se le parecían.
Enemigos Su madre y su jodida zapatilla.
Obras ‘‘Fortunata y Jacinta’’, inspirada en su amor imposible y muchas otras.

Benito Camelo Pérez Oso Galdós (República Canaria, 1843-Madrid, 1920) fue un español, aunque muchos se quejen, escritor en sus ratos libres, dramaturgo cuando le faltaba dinero, cronista porque le gustaba el chisme y político que se inventaba historias sobre la gente de su época, lo más normales posibles para que parecieran reales (por eso era realista, y no por la realeza).

Es uno de los mejores representantes de la novela del siglo XIX, no solo del mundo, sino también de España. Se le considera el tercer mejor escritor español de la historia, sólo detrás de Cervantes y J. J. Benítez. Sus novelas estaban llenas de puro drama que era diferente al puro drama del romanticismo. Sus personajes sufrían, se enamoraban, se traicionaban, se morían y se resucitaban, igual que los del romanticismo pero menos románticisticamente, sino más naturalísticamente (hasta cuando no estaban desnudos, practicando el naturismo). No lo entenderás hasta que lo leas, y no lo leerás hasta que lo entiendas. Así que no te queda más remedio que confiar en este artículo.

Llegó a ser propuesto al Premio Nobel de Literatura en 1912, pero los curas y los fachas se pusieron de acuerdo para sabotearlo. Los suecos, a los que no les gusta la polémica, se lo entregaron a un polaco que después se dejaría mimar por los nazis. Pérez Galdós tuvo gran afición a la política, aunque él mismo no se consideraba un político. Sus comienzos políticos fueron liberales aunque él no se consideraba liberal, para abrazar después un republicanismo moderado aunque él no se consideraba republicano y, posteriormente, el socialismo aunque él no se consideraba socialista. Y ¿qué se considera? Sólo un bloguero común y corriente.

Biografía

Infancia y juventud

Fue el décimo hijo de un coronel del ejército que había luchado en la Guerra de la Independencia y de una mujer de ‘fuerte carácter’ que le pegaba con la zapatilla. Era hermano del militar Ignacio Pérez Galdós, que también le pegaba con la zapatilla. Con tantos hermanos, Galdós tuvo que aprender a compartir desde pequeño, sobre todo la ropa, el pan y las collejas. Y es que en su casa no se tiraba nada, ni siquiera el agua del baño, que se usaba para hacer caldo.

Siendo aún niño, su padre lo aficionó a los relatos históricos contándole anécdotas de abuelo cebolleta que vivió en la guerra de la Independencia, en la que, como militar, había participado. Galdós se aburría mucho con esas historias, pero fingía interés para que su padre no le pegara con la zapatilla. En 1852, ingresó en el Colegio de San Agustín, donde aprendió a leer, escribir y dibujar monigotes. La educación en esa institución era relativamente progresista, muestra de ello es que pegaban a los alumnos con la zapatilla. Allí se enteró de las polémicas teorías darwinistas, que decían que los humanos venían de los monos. Se interesó por el darwinismo, pero no tanto por la evolución de las especies, sino por la de los personajes de sus novelas. Él pensaba que si los monos podían convertirse en humanos, los humanos podían convertirse en personajes, y los personajes en novelas. Y, tal vez, las novelas en monos, y vuelta a empezar.

Así se quedaba viendo a la gente en la calle, para inventarles chismes interesantes.

Galdós, que ya había empezado a colaborar en la prensa local con poesías satíricas, ensayos y algunos cuentos, obtuvo el título de bachiller en Artes en 1862, en el Instituto de La Laguna, donde había destacado por su facilidad para el dibujo y su mala memoria. La llegada de una prima suya, Sisita, al entorno familiar isleño, trastornó emocionalmente al joven Galdós, que se enamoró perdidamente de ella porque, además de todo, era un degenerado. Pero como eran primos, si bien podían follar, no podían casarse, así que su madre decidió separarlos y mandar a su hijo a Madrid a estudiar Derecho para que se le quitara lo chueco. Galdós no se olvidó de ella, sino que la convirtió en la protagonista de muchas de sus novelas, bajo nombres como Fortunata, Tristana, Marianela, etcétera. Así que, en cierto modo, se casó con ella muchas veces, pero siempre con final trágico, porque era un masoquista.

En la universidad conoció al fundador de la Institución Libre de Enseñanza, que lo alentó a escribir y le hizo sentir curiosidad por el krausismo, una filosofía que nadie entendía pero que Pérez Galdós tampoco. Frecuentó los teatros y la «Tertulia Canaria» en Madrid, formando tertulia con otros escritores, que al igual que él también eran canarios (de Canarias, no es que fueran pájaros, cuando menos no todos) que le contaban chistes y le invitaban vino. También acudía a leer al Ateneo a los principales narradores europeos en inglés y francés, para copiarlos mejor. Fue en esa institución donde conoció a Leopoldo Alas Clarín, durante una conferencia del crítico y novelista asturiano, en lo que sería el comienzo de una larga enemistad, porque Clarín le criticaba todo lo que escribía y le llamaba “el abuelo”.

Entre sus profesores universitarios había gente muy prestigiosa, pero realmente esto no importa, porque casi nunca iba a clase. Según sus propias palabras, se pasaba el día haciendo el gandul por las calles, por las noches escribía y a clase, cuando iba, solo iba a dormir. Así que le botan pronto de la universidad, pero a él le resultó indiferente porque decidió que, tras presenciar algunas algaradas menores como el derrocamiento de Isabel II de España, lo suyo era el ser cronista de acontecimientos históricos. Es por ello que se dedicó a cronicar la elaboración de la nueva Constitución, la cual narraba con mucho gracejo, como si fuera un evento deportivo.

Primeras obras

Tras esto se dedicó a vivir con su familia en el pijo barrio de Salamanca, haraganeando como de costumbre, pasándose el día en el salón de casa en bermudas y sin querer contribuir a las tareas del hogar. Justificaba su vaguería ante su sufrida parentela diciendo que estaba escribiendo una novela. Y parece ser que algo había de cierto en ello, pues cuando la tuvo más o menos lista la autopublicó sableando a su cuñada, que le pagó los costes de impresión, y, desde entonces, se sintió legitimado a presentarse por ahí como escritor. Esto hizo que le admitieran en la revista "La Guirnalda" a la que contribuyó con unas "biografías de damas célebres españolas" de las que contaba todo tipo de chismorreos regodeándose en su ligereza de cascos.

Los Episodios nacionales

Hoy vamos a leer la Colección de Episodios Nacionales.

Los Episodios nacionales son una colección de cuarenta y seis ucronías escritas por Benito Pérez Galdós que fueron redactadas entre 1872 y 1912, cuando ya se había aburrido de escribir novelas realistas. Están divididas en cinco series, según el grado de fantasía que contienen, y tratan la historia de España desde 1805 hasta 1880, más o menos, porque Galdós se inventaba los años. Sus argumentos insertan aventuras de personajes inventados en la narración de los principales acontecimientos españoles del siglo xix, que también eran inventados, porque en realidad España seguía siendo una provincia de Francia, y todo lo que pasó fue una alucinación provocada por Galdós para escapar de la realidad.

En pleno siglo XXI, algunos siguen creyendo, gracias a Galdós, que España no es parte del Imperio francés. Se llaman los galdosistas, y son una secta que venera las obras de Galdós como si fueran la Biblia. Se reúnen en secreto para leer los Episodios nacionales y cantar el himno de Riego, que Galdós se inventó también. Creen que algún día se producirá la liberación de España, y que un descendiente de Galdós será el líder de la revolución. Pero lo cierto es que el Imperio francés los tiene bien controlados, y que Galdós no tuvo hijos, sino que se dedicó a escribir novelas para olvidar su soledad.

Madurez

Solía llevar una vida cómoda, viviendo primero con dos de sus hermanas y luego en casa de su sobrino, José Hurtado de Mendoza, que le hacía la comida y le planchaba la ropa porque como escritor, no sabía atenderse a sí mismo en lo mínimo.

En la ciudad, se levantaba con el sol y escribía regularmente hasta las diez de la mañana a lápiz, porque la pluma le hacía cosquillas. Después salía a pasear por Madrid a cotillear conversaciones ajenas (de ahí la enorme veracidad y variedad de sus diálogos) y a fisgar detalles para sus novelas asomándose impunemente a casas ajenas. No bebía, pero fumaba sin cesar cigarros de hoja, que le dejaban los dientes amarillos y aliento fresco de coladera. Empezó a frecuentar a León Tolstói, que le caía fatal pero era el único escritor que le recibía. Después volvía a sus paseos, salvo que hubiera un concierto, pues adoraba la música y durante mucho tiempo hizo crítica musical, sin tener idea de crítica musical lo que le provocó recibir golpizas de los compositores de su tiempo y de los actuales que aún le pegan a los descendientes de Pérez Galdós. Se acostaba temprano y casi nunca iba al teatro, porque le daba sueño. Cada trimestre sacaba un volumen de trescientas páginas, que a veces sus editores leían y nadie más.

Era descuidado en el vestir cuando no olvidaba vestirse, usando tonos sombríos para pasar desapercibido, aunque no siempre le funcionaba, como cuando iba a la playa con su gabardina gris. Todo un escritor.

Del Ateneo a Santander

Borrador de la introducción de La desheredada, a penas le cupo la lista de personajes.

Desde que llegó a Madrid, Galdós se dedicaba a ir al viejo Ateneo,​ donde se codeaba con intelectuales y políticos de todo pelaje, incluidos algunos que le caían como una patada en el hígado. También se pasaba las horas muertas en las tertulias del Café de la Iberia, la Cervecería Inglesa y del viejo Café de Levante, donde se ponía morado de café, churros y galletas María, pues debía sustituir el vicio del alcohol que nunca tuvo por otros más peligrosos. En Santander (Colombia Cantabria), se dedicaba a pasear por la playa, sacarse la arena de las trusas y tirarle los tejos a las señoritas de la alta sociedad. Pero el auge del naturalismo (el literario, no el desnudista) en Francia y sus lecturas del mismo le hicieron cambiar de idea sobre cómo escribir novelas y en 1881 publicó La desheredada, una obra que dejó a todos con la boca abierta, sobre todo a su prima Sisi que nunca le volvió a dirigir la palabra ni el pack. Su amigo y crítico literario Leopoldo Alas dijo:

Galdós se ha vuelto loco; ha publicado un panfleto de literatura incendiaria que puede literalmente asar malvavíscos, su manifiesto de naturalista: ha escrito en 507 páginas la historia de una prostituta, que en realidad es su prima y que la trata así porque se casó con otro.

Con La desheredada se olvidó de las novelas de tesis y empezó el ciclo de las Novelas españolas contemporáneas (1881-1889) que describen la sociedad madrileña en la segunda mitad del siglo xix, con todos sus vicios, miserias y chismes, material con el que podemos seguir funando a los muertos. A partir de entonces aparecen en sus novelas personajes que son un desastre: locos generosos y abnegados, mujeres sentimentales y tontas, hombres egoístas y cabrones, románticos inquietos y pragmáticos duros. Los personajes ya no son coherentes ni tienen personalidad, y sus sueños o contradicciones ocupan más espacio que la trama, como pasa en El amigo Manso (1882), una novela aburrida sobre un tipo que renuncia al amor y se pasa la vida filosofando en redes sociales. Además, como en La comedia humana de Balzac, los personajes de unas novelas salen en otras, para que el lector se líe más y no sepa quién es quién, haciendo crossover para que tuvieran que comprar todas para entender qué pasaba.​ En 1887 publica en cuatro volúmenes Fortunata y Jacinta, una novela larguísima sobre un triángulo amoroso que adquiere sentido cuando uno se entera de que habla de sus primas.

Como diputado

La carrera parlamentaria de Galdós empieza cuando en 1886 por hacerle la pelota al Partido Liberal, su colega Sagasta lo mete en el Congreso como diputado por Guayama (Puerto Rico).​ El escritor nunca pisaría su circunscripción caribeña, pero se las arregló para ganarse el voto de los puertorriqueños con unas cartas muy emotivas y regalos como un sombrero de paja, una botella de ron y un ejemplar de Doña Perfecta autografiado. Su forzosa asistencia a las Cortes —donde, callado como una tumba, no soltaba prenda— le valió de nuevo de curioso mirador desde el que cotillear lo que luego llamaría como «la sociedad española como materia novelable».

Más tarde, en las elecciones generales de España de 1910, se presentaría como jefe de Conjunción Republicano-Socialista, formada por partidos republicanos y el PSOE, en las que dicha alianza sacaría un 10,3 % de votos, que no está nada mal para ser unos perdedores. Galdós se presentó por Madrid, pero también por otras circunscripciones, como Zamora, Cuenca y Albacete, usando nombres falsos y bigotes postizos. Así consiguió más escaños que nadie, pero también más problemas con la justicia.

En su producción novelística, que seguía dentro de las Novelas españolas contemporáneas (que no eran tan contemporáneas porque pasaban hace un siglo), empieza una segunda fase en que, después de publicar Realidad en 1889, se leyó a Tolstói y le entró el rollo espiritualista y se puso a ver fantasmas, sacando entre 1891 y 1897 diez novelas de esta nueva onda: Ángel Guerra (1891), que era un ángel que hacía la guerra; Tristana (1892), que era una chica que estaba triste; La loca de la casa (1892), que era la mujer de Galdós; Torquemada en la cruz (1893), Torquemada en el Purgatorio (1894), Torquemada y San Pedro (1895), Torquemada y El prisionero de Azkaban (1895), Torquemada y el Caliz de Fuego (1895), que eran las aventuras de un inquisidor que se pasó al lado oscuro; Nazarín (1895), que era un cura que se creía Jesucristo; Halma (1895), que era una santa que se casó con un primo; Misericordia (1897), que era una mendiga que se llamaba así porque le daba pena a todo el mundo; y El abuelo (1897), que era un viejo que se creía el padre de la patria. Todas escritas mientras se tocaba las narices en el Congreso.

La aventura teatral

Galdós pintado a sus 51 años de edad por Joaquín Sorolla.​ Parece que el pintor le cogió en un mal día, porque el escritor sale con cara de pocos amigos y con una bufanda que le tapa el cuello, es que le dolía la garganta de tanto gritarle a los actores que no sabían interpretar sus obras.

Empezó con unas obras que se perdieron (menos mal) y siguió con la comedia Un joven de provecho (que no tuvo provecho ninguno); pero se pasó a la novela, hasta que en 1892 se estrenó Realidad. El autor recordaría esa noche como «solemne, inolvidable para mí». Y no es para menos, porque fue la única vez que le aplaudieron. Luego estrenó La loca de la casa (que como novela no la leyó ni el Tato) y La de San Quintín (que fue su único éxito).

Pero el estreno más recordado de Galdós fue el de Electra, en 1901, por lo que supuso de tortazo a la Iglesia y a los curas que la servían. Aquella bofetada, que sorprendió al propio Galdós, encendió la mecha de una conspiración de los beatos, que se vengaron impidiendo que le dieran el Nobel. Y eso que el escritor no era tan malo como lo pintaban, ni tan bueno como se creía. Era simplemente un hombre con una pluma, una idea y una ilusión. Y una miopía, que le impedía ver lo que se le venía encima.

En general, el teatro de Galdós fue un chasco; odiaba la rutina de empresarios, actores y espectadores que no tragaban sus obras larguísimas y con mil personajes, sus rollos simbólicos, sus caprichos de decorados y ambientación (como demuestra el cabreo que se pilló en el prólogo de Los condenados), aunque tuvo algún colega que le echó una mano, como Emilio Mario, que era un santo y un poco masoca, porque aguantar las obras de Galdós era un suplicio.

Su fama provocó que algunos autores escribieran diversas parodias teatrales de sus obras, en lo que se especializó Gabriel Merino y Pichilo, como Electroterapia, 1901, parodia de Electra (que llegó a tener cuatro parodias de distintos autores); El camelo, parodia de El abuelo y La del Capotín o Con las manos en la masa, de La de san Quintín.​ Estas parodias eran tan malas que hacían parecer buenas las obras originales.