Incilibros/El Hobbit

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La invasión inesperada

A pesar de las apariencias, los agujeros hobbits son tremendamente espaciosos: caben hasta dos personas, si se aprietan un poco, claro.

En un agujero en el suelo tipo fosa séptica, vivía un hobbit. Pero no en un agujero cualquiera, vivía en un agujero Hobbit, y eso solo significa una cosa; bueno varias cosas: que era mugriento, asqueroso, estaba plagado de gusanos y/o dinosaurios y que de las paredes brotaba un líquido verdoso de procedencia indefinida. Este hobbit era un hobbit acomodado y se llamaba Bilbo Bolsón de la casa de los Armani.

Un día, Bilbo se encontraba fumando una pipa de agua, es decir Hierba, en la puerta de su hogar cuando, de súbito, apareció un viejo harapiento que si alguna vez se había bañado de seguro los piojos se habían bebido el agua, al que llamaremos Mago. Después de dos horas de avanzar por el camino, el enigmático ser llegó hasta donde estaba Bilbo. Éste, aun teniendo ganas de mandar a la mierda a lo que parecía ser un indigente, no olvidó las formas y lo saludó amablemente.

—¡Buenos días!— dijo Bilbo con los ojos rojos como los tenía.

—¿Qué quieres decir?— preguntó— ¿Qué me deseas un buen día o que hace buen día?

—Quería decir que te deseo un buen día, pero ahora mismo lo que deseo es que te vayas a tomar por culo— dijo Bilbo con total sinceridad.

—Fíjate, pequeño hobbit, me has caído bien, por eso me autoinvito a tomar el té mañana— dijo con naturalidad.

—No, me ha entendido mal. No he dicho que se vaya a tomar té, le he dicho que se vaya a tomar por culo— aclaró el señor Bolsón.

Pero era demasiado tarde. El mago ya se había ido, dispuesto a volver al día siguiente. Bilbo pensó que se trataba de una broma, por eso siguió disfrutando de la hierba buena durante todo el día sin preocuparse por el mago. Al día siguiente, a las cinco de la mañana, alguien picó a la puerta. Debe de ser el maldito mago, pensó Bilbo. El hobbit abrió la puerta y se encontró con un ejército de enanos.

—¿Quiénes soís vosotros?— preguntó Bilbo, atónito.

—¡Yo soy Thorin y estos son unos enanos y venimos a tomar el té!— dijo uno, y entraron todos a casa de Bilbo. Este es Bifur-cación -Y uno de los cochinos enanos saludó con el dedo medio levantado en expresión cortés- Este Bofur y Bombom. -Y un enano y una cosa con barba y los labios pintados hicieron el mismo elegante gesto que él anterior, claro que la pseudo "mujer" barbuda lo hizo con todo el brazo. -Y el resto de los inutiles. Allí permanecieron todo el día hasta que, por la noche, se tumbó cada uno donde pilló y se durmieron, Bilbo entre ellos por supuesto.

Carnero picado

Al abrir los ojos se encontró con que se estaba moviendo.

—¿Dónde demonios estoy?— preguntó en voz alta.

—¡Ah! Es que se nos olvidó decírtelo, ¡vamos a robarle un tesoro a Smaug, el dragón más poderoso de todos, y tú nos vas a ayudar!

Bilbo se había dado cuenta de algo. El mago, que no era otro que Albus Dumbledore, no, eh... Merlin, no tampoco, ehhhh... Gandalf el Gris, el mejor y único mago de la Tierra Media; iba junto a los enanos. Pasaron el día cantando y avanzando hacia su propia muerte. Según parecía, el dragón se encontraba en una montaña. Ellos tenían un mapa y una llave, pero no sabían para que servían, es decir, les sería de gran utilidad.

He aquí uno de los malvados trolls que amenazaron al grupo con el que viajaba Bilbo. Nótese su mirada asesina y sus dientes manchados de sangre.

Después de unos cuantos días, se hizo de noche (solo entonces, porque antes había sido siempre de día). Pero algo iba mal: ¡Albus Dumbledore, no, ehhhh... Gandalf no estaba! Todos, los enanos y el hobbit, se encontraban hambrientos, por eso, al ver a un par de trolls comiéndose a un humano fueron a preguntar si les daban comida.

—¿Perdonad, nos daís un poco?— preguntó Bilbo poco convencido.

—¡Y un huevo! Tú no sabes lo caros que están ahora los hombres.— le dijo un troll.

—Es más, ¡os comeremos a vosotros también!— y los atraparon a todos, a todos excepto al intrépido Bilbo que se fue llorando como una nenaza.

Justo cuando solo se habían comido a veinticinco de los veintiséis enanos, apareció Merlin, no , ehhhh... Gandalf trayendo consigo la luz del alba. La luz le dió a los trolls y, al no llevar gafas de Sol, murieron instantáneamente.

Después de preguntarle al mago dónde había estado y este les dijera que haciendo submarinismo, siguieron avanzando. Pronto llegarían a las montañas nubladas ¡y sólo quedarían 5/6 de camino! Bilbo fue haciéndose amigo de los enanos y, en especial de Gandalf (porque no le quedaba otra, era eso o hablar con las piedras). El grupo hizo un alto en casa de Elrond donde durmieron cómodamente en una cama de pinchos, construida especialmente para ellos. A los tres días partieron de allí, solo quedaban dos días más para llegar a las montañas.

Sobre la colina y bajo la colina

El rey trasgo sufría un grave caso de sobrepeso crónico. ¡¿Pero quién se acordaba de él?! ¡Nadie!

El Sol reinó durante esos dos días y, al tercero, justo al llegar a las peligrosas montañas, empezó a tronar de una manera impresionante. El grupo intentó resguardarse, pero al verlo imposible, le pidieron a un amable trasgo si les dejaba entrar en su guarida. El trasgo accedió, pero con una pequeña condición: tenían que permanecer como esclavos del rey trasgo durante toda la eternidad. Por supuesto aceptaron de buen grado y todos entraron en la guarida de los trasgos.

El amable trasgo llevó a nuestros compañeros delante del rey trasgo. El rey trasgo se quedó un rato examinándolos y finalmente dijo:

—Me habeis caído bien pequeños, tan bien que cuando pare la tormenta os dejaré salir de mi guarida porque...

—Ante todo rey trasgo hay que aclarar que nosotros somos amigos de los Elfos vuestros más temidos enemigos. A partir de ahí haga usted lo que quiera— dijo ingeniosamente Bilbo.

—¡Como queráis! ¡No volveréis a ver la luz del Sol! ¡Lleváoslos!— y los trasgos tiraron de ellos llevándoselos a las más oscuras cavernas.

Mientras avanzaban hacia lo que sería una tortura eterna, Bilbo recordó que se había olvidado su mechero junto al rey trasgo y al volver a recogerlo, tropezó y se desmayó.

Jilipolleces en las tinieblas

El hecho de que Gollum habitara en un lugar sin luz no influye en que no tenga que acicalarse.

Cuando Bilbo abrió los ojos se preguntó si en verdad los habría abierto, pues todo estaba tan oscuro como si los tuviese cerrados. ¡Ah, claro! Aún tenía puestas las gafas de sol. Después de quitárselas se dió cuenta de que en verdad todo estaba oscuro. Bilbo empezó a avanzar palpando las paredes para no darse un porrazo y así lo hizo durante horas.

Después de veinte minutos andando por la oscuridad Bilbo tropezó con algo y se cayó de bruces. ¿Qué es esto? ¡Un anillo! Voy a guardármelo a pesar de que es posible que haya un ser sediento de sangre que lo buscará incansablemente. Y se lo guardó. Dos minutos después se encontró con que el suelo estaba mojado. ¡Una playa nudista!, pensó Bilbo; y se tiró de cabeza, ya sin ropa, al lago que acababa de encontrar. Pero Bilbo perturbó a un ser que habitaba en el lago, Gollum. Gollum se acercó silenciosamente hacia donde se encontraba Bilbo.

—¡¿Quién anda ahí?!— preguntó Bilbo tras oír a un ser cayendo al agua.

—Soy Gollum y voy a comerte— aclaró amablemente éste último.

—¿Porque no mejor jugamos a las adivinanzas?— preguntó Bilbo.

—¡Está bien! Pero después te comeré igual. Empiezo yo. Señoras y señoritas, casadas y solteritas, se las meten estiradas y las sacan arrugaditas.

—Mmm... déjame pensar... ¿un consolador de mala calidad?

—Lo adivinó, preciosso mío, ¿cómo es posible?

—Bueno me toca. Entra seca y arrogante y sale fofa y chorreante..

—Una magdalena.

—¡Pero mira que estaba fácil, una poya!

—Otra oportunidad, preciosso mío.

—Muy bien, ahí va otra: Soy redondo como el queso, y en las mujeres penetro hasta el hueso.

—Un anillo... ¿mi anillo?

—Pues no, realmente es una po...

—¡Mi tesoro! ¡¿Dónde está mi tesoro?!

Y entonces Gollum lo comprendió todo, pero antes de que se abalanzara sobre Bilbo éste se puso el anillo y se volvió invisible. Después se fue de las cavernas de los trasgos hatsa el exterior, donde se encontró con los demás compañeros que habían vivido una aventura parecida, pero un poco más gore.

Del fuego a la sartén

Los Wargos pueden ser enemigos peligrosos. Pero si se dispone de un alfiler, no son más que una leve molestia.

Después de pasarse cinco horas de cháchara, entre bebidas y juegos sexuales varios, Albus Dumbledore, no, ehhhh... Gandalf, que había permanecido callado, les recordó que los trasgos los perseguían. Después de permanecer media hora cagándose en la madre que parió al mago y en su estúpida manía de hacerse el importante, partieron rumbo al Este, bajando por la montaña.

Cuando les quedaban ya unos pocos metros para llegar a un pequeño bosque oyeron a los trasgo a sus espaldas. Entonces empezaron a correr como locos. Lo que no sabían es que el bosque no era otra cosa que un nido de lobos, los Wargos. Todos tuvieron que subirse a los árboles para que los Wargos no los alcanzaran, excepto un enano que se negaba y que fue devorado.

—¡Tranquilos, tengo una idea!— dijo Gandalf.

El mago tiró una piña ígnea hacia los lobos, pero erró el tiro y dio en el árbol en el que se encontraban, haciéndolo arder.

—¡Gracias Albus Dumbledore !— dijo Bilbo sarcástico.

—¡¡¡¡¡SOY GANDALF!!!!!— respondió Gandalf.

—Bueno Merlin.— dijo Bilbo.

—¡¡¡¡¡ANDATE A LA MIERDA!!!!!— respondió Gandalf.

Los trasgos llegaron y se quedaron un buen rato viendo la escena. El árbol ardía y, poco a poco, los enanos iban ardiendo y consumándose en el fuego. Pero, de súbito, aparecieron dos águilas gigantes que los rescataron de los árboles, llevándoselos a su nido. Allí otros dos enanos más fueron destripados por las águilas, pero los otros compañeros consiguieron huir.

Conociendo a Papá Oso

Papá Oso podía ser de lo más despiadado cuando se lo proponía. Era capaz de robar cestas de picnic, esconder el mando del televisor y despedazar viva a la gente.

Los compañeros huyeron de las montañas y se internaron en las Tierras Pardas, lugar deshabitado... O eso creían. Una noche, mientras Bilbo hacia la guardia, vió una gigantesca sombra: la sombra de un oso. Un oso, voy a acercarme a él a ver si me despedaza y después se come mis restos, pensó Bilbo]. Pero una mano lo agarró de la capa:

—Ése Bilbo, es Papá Oso el señor de estas tierras— le advirtió Gandalf— Más te vale que no le molestes o te destrozará.

Bilbo asintió y se fue a dormir. Un aroma embriagador lo despertó, era el olor de unas tortitas.

—Buenos días viajeros— dijo una voz— Soy Papá Oso y os doy la bienvenida.

—¿Pero no era malo, Gandalf?— le susurró Bilbo al mago.

—No, pero quería hacerme el interesante— aclaró Gandalf.

—Bueno pequeños viajeros, les invito a mi casa allí muy lejos, al Este. Podremos comer hasta hartarnos y hay condones de sobra— dijo Papá Oso.

Así llegan a la casa de Papá Oso, que está plagada de abejas gigantes, no se sabe porqué. Allí permanecieron los viajeros durante cinco días entre fiestas, orgías y prostitutas y, después, marcharon hacia el norte, repuestos totalmente y con unas cuantas provisiones que Bilbo consiguió birlarle al Oso.

Moscas y arañas

¡Una araña! ¿No la ves? ¡Con lo grande que es!

Avanzaron durante dos días hacia el norte y llegaron al linde del Bosque Negro. Su nombre se debe a que un barco que pasaba cercano naufragó y perdió litros y litros de chapapote, dejando el bosque hecho unos zorros. Justo a la entrada del camino por el que tenían que ir, Gandalf se despidió:

—Lo siento amigos, pero debo irme— dijo.

—¿Porqué, Gandalf?— preguntó Thorin.

Saruman me reclama para no se qué asunto— dijo—. ¡Os echaré de menos!

—¡Nosotros no, adiós Gandalf!— dijeron todos al unísono, mientras se internaban en el bosque.

El bosque estaba oscuro, no se veía nada, lo que no era muy alentador. Avanzaron sin parar durante cinco días y, al quinto, descubrieron que sus víveres (que constaban de solo una puta una galleta medio mordida) se habían acabado. Después de otros tres días sin agua ni comida, todos estaban desfallecidos. Un sonido interrumpió a los compañeros.

—¡Arañas!

Unas colosales arañas de tres centímetros los tenían acorralados; no tenían escapatoria. Pero Bilbo se puso el anillo y descubrió que le hacía invisible. Así aplastó a todas las arañas saliendo sano y salvo. ¡Ah! También habían unas moscas por ahí tocando los huevos (ha de concordar con el título del capítulo). El problema de la comida persistía, así que se entregaron como prisioneros a los Elfos del bosque. Todos excepto el valeroso Bilbo que había estado detrás de un árbol llorando durante todo el día.

Vino de contrabando

El bueno de Bilbo se lo pasó bien, después de todo.

Bilbo hizo acopio de valor y se dirigió (invisible por supuesto) hacia la guarida de los Elfos. Allí se encontró con que los enanos estaban encerrados en mazmorras y que no saldrían jamás (para que luego digan que los Elfos son buenos). Allí Bilbo habló con ellos y les prometió que los liberaría. Bilbo pasó tres meses robando comida de los Elfos y violando a las Elfas mientras dormía (claro, era invisible).

Pasado ese tiempo se replanteó lo de los enanos y fue a verlos a las mazmorras. Por suerte dos habían muerto y los demás habían podido alimentarse de ellos. Todo iba bien. Fue entonces cuando Bilbo tuvo una idea brillante. Se meterían dentro de un barril de vino y se tirarían al río, dejando su vida a su suerte. Pero los barriles debían de ser vaciados y Bilbo se ocuparía de ello.

Cuatro meses más tarde, los Elfo hicieron una fiesta y todos se fueron a la planta de arriba. La bodega estaba vacía, era el momento de pasar a la acción. Bilbo se puso manos a la obra y se bebió todos los barriles de vino que necesitaban, más otros dos que le apetecían. Después fue en busca de los enanos y los liberó doblando los barrotes de sus celdas. Cada uno se puso dentro de un barril a la espera de que un Elfo los tirara. Todos se pusieron excepto Bilbo que iba con un pedo tan grande que no era capaz ni de mantererse de pie. Cuando fueron arrojados al río Bilbo cayó con ellos y se aferró a un barril para no ahogarse, eran libres.

Valor y...¡al dragón!

Como puede verse, el dragón se encuentra detrás de la montaña ¡podremos entrar sin que se de cuenta!

Los barriles se rompieron en la ribera del río, se encontraban en las tierras del dragón, todo iba según lo planeado. Bilbo y algunos enanos tiraron los cadáveres de los enanos fallecidos al río. Fue entonces cuando Thorin les mostró el mapa que poseía, además de la llave. Según decía la llave habría la puerta secreta para entrar en la montaña del dragón, que contenía el tesoro. Bilbo sería el encargado de robar el tesoro, por el contrario, los enanos serían los encargados de mirar como lo hacía. Establecido ya el plan, empezaron a andar hacia la montaña, contentos y felices a sabiendas de que en ella, se encontraba un dragón dispuesto a destriparlos.

Avanzaron por la desolación de Smaug durante dos días y finalmente llegaron a la entrada de la montaña. Allí mandaron a un enano a explorar y, al no volver, se fueron en busca de la entrada secreta.

Un día, Bilbo se fue a mear alejado de todos los enanos, pues le daba vergüenza y se encontró con una especia de puerta de color negra en cuya superfície tenía tallado las siguientes palabras: Entrada secreta, shhht no se lo digas a nadie. Bilbo meó sobre ella y después llamó a los enanos. Éstos empezaron a besarla pues llevaban cinco días buscándola sin cesar y Bilbo empezó a vomitar. Después de estrujarse los sesos para ver como se abría la puerta, Bilbo descubrió que se abría introduciendo la llave. ¡Qué casualidad! La entrada hacia la guarida del dragón estaba abierta, las cartas jugadas y el dragón tenía escalera de color.

Mr Smaug

¡Malditos enanos! Anda que ya les vale a estos graciosillos...

El umbral estaba abierto y de él salía un olor asqueroso que recordaba a lo que se encuentra en la segunda puerta a la derecha. Todos se acercaron a la meada puerta y le echaron una mirada a Bilbo.

—Es tu turno— dijo Thorin.

Bilbo respiró profundamente, estaba asustado, iba a morir, pero moriría dignamente. El Hobbit empezó a avanzar por el pasillo que descdía y descendía, internándose en el corazón de la montaña. Finalmente llegó a la sala del tesoro. El oro y las joyas cubrían toda la sala que era inmensa y, sobre el tesoro, un dragón dorado (que en realidad era rojo) dormía. Bilbo se acercó silencionsamente y después de tirar todos los jarrones que había en la sala, cogió una copa de madera pintada de amarillo y se la llevó. Al llegar arriba los enanos lo felicitaron y le mandaron volver a por más. Bilbo se negó pero lo amenazaron con un tenedor, por lo que no tuvo más remedio que ir.

Bilbo descendió de nuevo hasta la guarida del dragón ¡pero el dragón estaba despierto! Bilbo se puso el anillo en el dedo en el último momento.

—¡Quién anda ahí!— gritó Smaug furioso.

—Andar no se, yo estoy robando— dijo Bilbo.

—Encima graciosillo, pues mira utilizaré mi bola de cristal— dijo Smaug— ¡Ajá! Eres un Hobbit y vas con trece enanos.

—Te aplaudo oh Smaug, el magnífico, pero eso no impedirá que te robe— le dijo Bilbo.

—¡Ni yo que te achicharre so lerdo! ¡Wraaaaaag!— y lanzó una llamarada.

Bilbo cogió un par de coronas de oro y se largó por donde había entrado. Se le quemó el culo, pero eso no importaba. Tenía más dinero. Lo malo es que el dragón ya le conocía pero eso no tenía importancia.

Caída de Smaug y asuntos personales

¿Qué pinta aquí un gato volador? Ah, que es Smaug.

Smaug entró el cólera y después de quemar todas las piedras que tenía alrededor hasta derretirlas, salió de su montaña para ir en busca del hobbit y de su escuadrón de enanos.

Smaug sobrevoló los cielos durante minutos y minutos sin encontrar cualquier rastro de enanos. Solo encotró a un grupo de seres diminutos que se escondían de él y chillaban como tontos, pero eran demasiado pequeños, parecían hormiguitas; claro que quizás era por la altura, todo puede ser. En cualquier caso, Smaug no los encontró y finalmente se posó sobre la montaña a echarse una siestecita. Bardo, un hombre que pasaba por un desierto desolado, estaba de paso; apareció por allí y, al ver al dragón, decidió tocarlo con un palo para ver si se movía. Bardo empezó a tocarlo a modo de mierda con un palo pero dio con tan mala suerte (para Smaug) que le creó un traumatismo severo y los intestinos del dragón fueron expulsados como defensa corporal. Smaug había muerto y la montaña era de los enanos... ¿o no?

Bardo, como buen hombre que es, se dirigió a la montaña, dispuesto a tomarla como suya. Al llegar a la entrada se encontró a un bastión de trece enanos y de un hobbit defendiendo la entrada.

—¡No puedes pasar!— dijeron.

—¡No puedes pasar! ¡Soy un servidor del fuego Secreto, que es dueño de la llama de Anor! ¡No puedes pasar! El fuego oscuro no te servirá de nada, llama de Udun. ¡Vuelve a la sombra! ¡No pasarás!— gritó Bilbo dando con su espada en el suelo.

Todos lo miraron con cara de ¿pero que haces lelo? por lo que Bilbo se volvió a dentro cabizbajo.

—Yo he matado al dragón ¡merezco la montaña y el tesoro!— dijo Bardo.

—¡Tu mereces una patada en el culo!— dijo Thorin.

—Que así sea, mañana estaré aquí con un ejército a mis espaldas— y se fue.

Todos se quedaron pensativos. Era poco alentadora la idea de tener un ejército a las puertas de una montaña siendo solo catorce, bueno trece pues el hobbit no contaba. ¡Aún así lucharían y morirían! ¡Por esparta!

La guerra de los cinco ejércitos

¡Hijas de puta, dejádnos en paz!

El Sol salió allá lejos al oeste (?) y el gélido aire matinal azotaba las hojas que, mecidas por el viento dejaban caer el rocío de la mañana sobre la tierra. La batalla había empezado. Dos ejércitos se encontraban a las puertas de la montaña para reclamar el tesoro. Los hombres dirigidos por Bardo y los Elfos que pasaban por allí. El hobbit y los enanos estaban ya armados y listos para el combate. La batalla empezaría pronto.

—¡Enanos!—gritó Bardo—. ¡Rendíos o morir!

—¡No os movais! Si nos mantenemos unidos seremos fuertes porque... ¡¿a donde vas Bilbo?! ¡Vuelve! Maldito hobbit, estamos perdidos. Bueno como iba diciendo si nos mantenemos los trece unidos aguantaremos y ganaremos ¿entendido?

—¡Señor, si Señor!

—¡Al ataqueeeeeee!

La guerra empezó, la sangre comenzó a brotar de todos los lados manchando las armaduras de todos los combatientes, excepto de Bilbo que se encontraba fumando en un árbol. La guerra duró más de dos minutos y cuando parecía estar ya decidida se oyó un cuerno de batalla...

—¡Los trasgos!

Así era, un ejército de trasgos descendió desde la montaña y atacó a los ejércitos. Pero éstos tenían un punto a su favor. Gandalf estaba allí y no venía solo.

—¡Águilas de mierda! ¡dejádme en paz cojones! ¡a los ojos no!— gritó mientras corría y lloraba como una nena.

Gandalf tiene razón, debemos olvidar nuestras diferencias y unirnos contra el enemigo común. ¡A por los trasgos!

Águilas, Hombres, Elfos y Enanos batallaron contra los ejércitos trasgos que fueron vencidos fácilmente. La guerra fue ganada y se hizo una orgía para celebrarla a la que acudió Bilbo. Todo había acabado bien, el tesoro estaba ganado, el dragón derrotado y las cosas en su sitio.

Vuelta al hogar

Y Bilbo vivió feliz hasta el final de sus días.

Después de la sonora y devastadora orgía Bilbo fue a hablar con Thorin sobre sus honorarios. Al llegar hasta él se encontró con que estaba en el suelo agonizante. Bilbo se acercó corriendo.

—¡Thorin dios mío!, ¿que ha ocurrido?

—No se lo digas a nadie pero... me muero Bilbo. Se me fue la mano con las viagras y temo que mi corazón empieza a fallar. Lo siento Bilbo, siento haberte traído hasta aquí. Como recompensa te daré está moneda. Te juro que es lo único que tengo. Adiós.

—Adiós Thorin— pero era demasiado tarde.

Bilbo cogió su moneda (que estaba rota), se la guardó en el bolsillo y se dispuso a marchar, de nuevo al hogar. Bilbo marchó con Gandalf y Papá Oso que se encontraba allí no se sabe porqué) hacia el Este, hacia la amada Comarca. Casualmente no hubo ningún incidente y atravesaron media Tierra Media sin tropezar. Al mes llegaron a la Comarca donde Bilbo se estableció de nuevo en su agujero hobbit.

Bilbo vivió feliz pero ya no amaba la Comarca como lo hacía anteriormente. Empezó a pasar de los demás hobbits y centró su atención a los viajeros que pasaban por allí que muchas veces se paraban en su casa a repostar. Un día Gandalf y un enano fueron a visitarle y hablaron durante horas y horas.

—Eres una gran persona maeseBolsón. Gracias a ti un enano ha podido proclamarse rey de una montaña que no le pertenecía y gracias a ti hemos robado un tesoro de un dragón. Pero no te emociones, eres solo una pequeña persona en este vasto mundo— dijo Gandalf.

—¡Gracias al suelo!— dijo Bilbo meciéndose con la silla, pero con tan mala suerte que cayó al suelo y se desnucó contra un bordillo.

—¡El bueno de Bilbo!