Historia de Prusia

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Artículo principal: Prusia

El reino de Prusia fue creado en 1618 por una panda de granjeros del norte de Alemania que estaban hartos de ser unos don nadie. El granjero Johann se autroproclamó archiduque de Prusia; más tarde cuando se dio cuenta que archiduque era menos que rey se proclamó rey. Fue su heredero Federico II el Grande (no confundir con Perico de los Palotes paladín de Ratisbona) quien hizo de aquel país de locos una potencia europea gracias a la disciplina y la mano dura. Su estrategia se basaba en pillar trozos de aquí y de allá que aparentemente no eran de nadie pero que cuando los pillaban parecía que eran de todos.

Federico es frecuentemente recorado no tan sólo por su militarismo y su afición a la caza, sino también por ir repartiendo leña (en sentido metafórico) a todos aquellos príncipes, duques, condes, barones... que por entonces abundaban en Alemania y que lo único que gobernaban era una parcela de bosque. Fueron sus sucesores los que creyéndose que eran los amos de Europa y que las arcas del estado eran un pozo sin fondo que empezaron a derrochar el dinero en construir monumentos y palacios como el de Sanssouci. Durante la construcción de dicho palacio se inició la guerra de los 7 años en la cual lucharon Prusia con alguna ayuda de Inglaterra contra Francia, Austria, Suecia y Rusia. Cuando el monarca prusiano se enteró que estaban en guerra contra todos estos imperios se le cerró el culo, su primera reacción fue ponerse a gritar y entrar en una crisis de nervios pero después de que le calmara su consejero decidió probar suerte en la guerra.

La suerte de Prusia cambió cuando Catalina la Pequeña (de estatura), la Grande (de honor) fue proclamada Zarina de Rusia. Prusia y Rusia se aliaron y se repartieron Polonia que sin comerlo ni beberlo desapareció del mapa. Una vez terminada esta guerra los monarcas prusianos en vez de aprender una lección siguieron como si tal cosa hasta que un día llegó un francés que se hacía llamar Napoleón Bonaparte y les dio una somanta de palos, suerte que como de costumbre Rusia les salvo el culo. Una vez Francia perdió esta guerra, se celebró el Congreso de Viena en la que como es costumbre Prusia sacó tajada y se llebó la mejor parte, la confederación de Rin.

Durante el siglo XIX Prusia potenció la industrialización de Rin creando grandes acerías para construir cañones y todo tipo de armas. Pronto dejo de haber pequeños reinos al lado de Prusia a los que pudiera acosar sus fronteras delimitaban con el Imperio Rusio, el Reino de Suabia, Reino de Baviera, Baden-Wurtemberg y el Reino de Francia. Durante un tiempo se contempló la idea de atacar Baden pero lo dejaron correr ya que era uno de los países más ricos de entonces en Europa. Así que sin tener a quien acosar decidió dedicarse al colonialismo para ir a fastidiar a otros continentes, a finales del siglo XIX se celebra la Conferencia de Berlín en la cual los ingleses y los franceses se reparten África y extrañamente Prusia no saca la mejor parte.

Federico II el gay

Representativa imagen de Federico II de joven. Ya sabemos por que nunca perdió una sola batalla.

Federico II, el Gay, fue el mejor rey de Prusia. Su niñez estuvo marcada por las rabietas de su padre, el rey sargento, que perdía una batalla tras otra contra enemigos de toda calaña, sufriendo el joven príncipe las consecuencias de estas derrotas. Primero se quedó sin comadronas que le dieran de mamar su leche, cosa que le encantaba. Después de quedó sin palacio, puesto que se desmanteló para forjar cañones y bayonetas, y finalmente se quedó sin madre, que murió al ser capturada por unos cosacos que le hicieron de todo como represalia a la sustracción de su iglesia, que se desmontó y usó para confeccionar calcetines del Real Mandril.

Fede se quedó al cargo de su malvado y facha padre, el sargento duro (El sargento de artillería Hartman es la versión suavizada de él). Le obligaba a ir vestido de soldado (con botas de cuero hasta la rodilla, una peluca muy fashion y un sable el doble de alto que él sucio de sangre de bávaro. Como al niño le gustaba leer libros de aventuras en francés, escribir cartas a filósofos y jugar con sus amigas, el rey sargento se preocupó y lo mandó al campo de entrenamiento del ejército Prusiano de Postdam, donde rapado al cero y vestido de caqui aprendió a romperle el cuello a turcos con cimitarras, cosacos, spetsnaz y a mujeres guerreras buenorras. Claro, con todo esto quedó traumatizado y en cuanto volvió a Berlín, su padre descubrió algo horrible: Federico era gay. Algunos de sus amores por esa época fueron J&B Bach, Voltaire y Carlos II de España. Pero había uno que era el más predilecto.

Su amante en secreto era el teniente Katte, un joven nacido en Prusia Oriental que amaba al tabaco y al azucar glasé tanto como a Federico. El vil rey sargento urdió en la oscura cámara real de su palacio (el austero cuartel militar de campaña del ejército prusiano de Brusnwick) una mala jugarreta contra el teniente Katte. Consiguió que el Cardenal Richelieu (católico conservador facha a ultranza, aunque no tenía reparos en juntarse con protestantes, herejes y moros fumaos) pillara por sorpresa a Federico y al teniente consumando el acto sexual junto con una cuadrilla de damas de honor. Las consecuencias fueron nefastas: el cardenal murió de un infarto mental borrascoso y se quedó petrificado como le roca, así España ganó un par de batallas que tenía casi perdidas. Al teniente lo decapitaron allí mismo en presencia de Federico, que quedó doblemente traumatizado y se volvió adicto al licor del fuerte. Tras una paliza de su padre, aceptó sus condiciones: casarse con la princesa más fea (y boba) que se pudiera encontrar, matar a 2000 campesinos polacos en una semanita, ir a Rusia y mearse sobre un atamán (jefe) cosaco y dejar de comportarse como un gay. Vaya si lo hizo.

Cuando el rey sargento murió atravesado por las bayonetas rusas y Federico II subió al trono comenzó a comportarse como un tío peor aún que su padre. Osó escribir un libro de poemas amorosos un tanto cochinos con un vic cristal, que escribe normal (el vic naranja aún no se había inventado), ordenó construir estatuas de Madame Pompadur, María Teresa de Austria y Catalina la grande totalmente desnudas. Fue un escándalo que le costó la excomunión por parte del obispo de Varsovia, aunque a este, a su vez, esto le costó la lengua, la nariz, los ojos y la cabellera. Por si todo eso fuera poco, instauró un nuevo sistema del ejército prusiano para aumentar las proles de los soldados, dotándolos de campesinas polacas medio arias (no era cuestión de joder la raza). Otra hazaña famosa de las suyas fue la escandalosa conducta que tuvo hacia Luís XIV, al que llamó gay-emo francesito en presencia del Papa de Roma y lo retó a una carrera. Con sus pesados zapatos de tacón, Luís XIV se cayó al suelo y se destrozó la cara, por eso era tan feo (aunque lo retrataban más bien guapetón). Lloriqueando en el suelo fue Federico a darle pataditas en la espalda (tradición prusiana adoptada más tarde en cuanto al trato con todo dignatario franchutesco) Federico fue expulsado de Francia y osó arrasarla después un par de veces durante la Guerra de los Siete años, que ganó fácilmente y aún tuvo tiempo de pasarse por el harén turco de Constantinopla para llevarse un par de muchachas.

Finalmente murió en 1786 cuando leyó "El príncipe" de su icono sexual Maquiavelo y vio que había hecho todo lo contrario de lo que se indicaba en el libro acerca de como ser un hijo de la grandísima... Fue enterrado en un panteón coronado por las estatuas de las señoras desnudas y su muerte se celebró en Francia armando los burguesillos ricos y algún que otro campesino pobretón con ansias de poder y sangre (y sexo, como todos) la Revolución Francesa.

Prusia durante las Guerras Bonapartistas

¡Ufff! Se podría hablar largo y tendido (sobre todo tendido... a ser posible en un buen sofá) sobre la sádica participación de Prusia en las guerras contra el francés bajito ese tan miserable que aquí llamamos Malaparte... Pues estas son las principales victorias prusianas contra Napoleón Bonaparte (Malaparte, Buenas partes, tocahuevos, Hitler padre o como quieras llamarle):

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Es obvio que Prusia se acabó juntando con otros paisillos...

El Congreso de Viena

En 1815, después de que todos los régimenes absolutistas (enemigos de los libegales y los comuneros) se unieran en matrimonio para juntitos y cogiditos de la mano patearle el trasero (y la cabeza) al bajito y malo Napoleón Bonaparte y lo derrotaran dos veces encerrándole en una isla llena de viento, pideras, cormoranes gordinflones y casacas rojas fervientes monárquicos anglicistas que iban todo el día cantando "God Save the Queen", se reunieron todos ellos en Viena, la capital del imperio Austro-Húngaro Marxista para tomar el té en el palacio del emperador y dando paseos por parques y bosques. Mientras los rusos y los prusianos, que eran más brutos cazaban osos, lobos y acosaban campesinas austríacas hasta que se enteraban de que eran croatas o bosnias, los francesitos, austríacos, italianos e ingleses jugaban a la caza del zorro y a la del pato y acosaban a campesinas polacas hasta que se daban cuenta de que eran austríacas.

Tras varias semanitas de diversión y juegos llegó al mal rato para los estadistas de países pequeños y el divertido rato para rusos, austríacos, prusianos... Los grandes imperios se juntaron todos en una esquina cuchicheando entre ellos acerca de Polonia, los ingleses se quedaron solos en medio tomando pastitas con té y cantando el ya típico "Himno de Riego", y los países que probablemente iban a desaparecer formaron piña en el rincón opuesto rezando y tratando de dar miedo, pero más que eso, daban ganas de comérselos vivos. Sus chupas y sus fusiles de repetición adornados con florecillas navideñas no bastaron para persuadir a los grandes líderes mundiales.

Total que Polonia desapareció... ¡Plooom!, Francia se quedó sin nada (aunque Nicolás Sarkozy y Talleyrand consiguieron salvar algunos muebles que habían pertenecido a Napoleón, considerándolo una gran victoria) y Prusia, Austria y demás naciones absolutistas, sadomasoquistas y cuyos monarcas eran aficionados al sexo, se quedaron los trozos que les interesaban: Croacia... Moldavia... el Rin... pero nada importante.

La revolución pacifista-progre de 1848

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Multitudinario botellón nocturno en las calles de Brunswick en las protestas contra... ¿qué era? No me acuerdo. Hubo muchos más como este.

Sofocada a base de vaselina, jarabe de palo y descargas... no electricas sino de artillería de campo y fusiles, a esta manifestación libegal progre se la llamó popularmente en las naciones más dadas a este tipo de eventos patosillos creyendo que hasta son guays y molan, como La Primavera de Los Pueblos, en la vieja Prusia, chapada no a la antigua sino con la guardia real, se la conoció como La gran broma de los burgueses pijos. Por que si somos normalitos, es decir, no románticos en plan Lord Byron o los payos que lo imitan (como ciertos elementos que protagonizarán la entrada en Pagí de las tropas prusianas), veremos que los campesinos oprimidos lo estaban tanto que no podían ni salir a comprar el periódico conservador-facha que vendía el gobierno: trabajaban como rumanos (muchos de hecho lo eran) en fábricas de armas, conservas, de lencería sexy de mujer... Tenían que dejarle prestada a su rico aristócrata a su mujer una noche al año... Tenían que pasarse la vida follando para tener muchos hijos sanos y fuertes que le ayudaran a sembrar las 200.000 hectáreas de campos de cultivo de sus nobles (como los chavales salieran enclenques acababan en el caldo de la sopa) y yendo de aquí a allí y de allí a aquí llevando vacas, burros y otras bestias robadas que los volvían locos.

En la ciudad, en cambio, los pijos burguesillos tenían muy poco trabajo. Sus papitos tenían sopotecientas fabricas de esclavos y ellos tenían todo hecho. (A destacar Karl Marx padre, con su indústria de extracción de Tungsteno, que mandaba a la porra a 300 polacos/rumanos/valacos al año... y eso si no nevaba... por que si nevaba... buffff... malamente... para el cura que oficiaba los entierros, claro). Las principales ocupaciones de los pijos franceses/austríacos/prusianos eran leer libros de Víctor Hugo/Lord Byron/Paco Ibánez, volverse adictos a la droga (en jeringuilla, claro, con los sensiblones que eran todos), asistir a orgías (mal llamadas bailes de sociedad) y leer periódicos de izquierdas. Con todo esto hay que ser muy obtuso, o cristiano copto para no darse cuenta de que poco poquísimo tenían que hacer.

Seguro que te habrán dicho en el colegio o en el bar de la esquina, donde suele conversar con las altas esferas intelectuales (Heidegger, Frak Kafka, Lewis Hamilton...), que la rabieta esta que les dio a los más liberalistas-penosos comenzó porque alguien tenía que defender la libertades de las doscientas naciones sin estado oprimidas por villanos fachas malotes y por supuesto imperialistas. En realidad todo empezó por que se prohibió en la Confederación Germánica (Austria y Prusia) ir en chanclas por la calle. Los jóvenes burgueses respondieron a esta imposición nazi ahorcando y quemando vivo a un funcionario del humilde reino de Westfalia. El canciller austríaco, un tal pepero (pero en versión austríaca) llamado Metternich no supo que hacer ante tan curiosa reacción y optó por casarse con su perro (un husky) y dimitir. Se armó la gorda. Hasta que no llegaron las tropas de la Confederación buscando bronca con los pacifistas, las calles de las ciudades germanas se llenaron de gente en chanclas que se dedicaba a quemar banderas alemanas, pisotear huevos y a cantar consignas pegadizas como: "Natillas danone, listas para tirar al soldado".

El soldado llegó y abrió fuego a cañonazo limpio. Plis plas... ya se acabó la revolución, pero fue divertido mientras duró, y al menos quedó patente que todos los alemanes eran igual de guapos y tontos y por lo tanto, debían estar juntitos durmiendo en la misma cama.

La Guerra de los Ducados

El joven Moltke comenzó sus andanzas serias con la Guerra de los Ducados. Como el solía decir en sus borracheras con las altas esferas del gobierno: "Viva la santa Prrrussia, coñssshooo"
Los famosos Ducados, causa de tantas guerras...

En Prusia la llamaron como la guerra de la justa conquista y en Dinamarca no hubo tiempo a ponerle nombre alguno debido a que duró la friolera de dos semanitas de la cálida y afectuosa Primavera de 1864. Todo comenzó cuando al rey de Dinamarca, a sabiendas de que su país sólo era un sitio lleno de vikingos cutres, señoritas, lagos, islitas y novelas policíacas de tercera clase, decidió que por que él lo valía iba a quedarse dos ducados netamente prusianos: Schleswig y Holstein. Fue allí, y desarmó fácilmente a los ochenta granjeros viejos o jóvenes que, con dos escopetas baratas y varias guadañas como únicas armas se batieron con gloria contra las tropas danesas inflingiéndoles cuatro bajas: tres heridos leves por contusiones y un muerto al masturbarse dentro de una bañera demasiado pequeña.

En Prusia, cuando llegaron las noticias, el bundescanciller en jefe, Otto Von Bismarck le hizo una perdida a Francisco José de Austria y juntos y cogiditos de la mano quedaron en Baviera para decidir que hacer. En la cita hubo un coqueteo entre un coronel prusiano borracho y la novia de don Francisco, lo que casi provoca una guerra entre ambos países. De hecho le metió mano, pero nadie dijo nada. En esos momentos no podían entrar en guerra, eso lo dejarían para dos añitos más tarde. Otto Von Bismarck, después de empalmar la sorprendente cifra de sesenta botellas de las de cristal grandes de medio litro de cerveza de mantequilla mezcalada con chucrut proclamó su famosa frase: "General Helmuth Von Moltke, a Dinamarca ya". El payo este fue con toda una legión de austríacos y prusianos a pasear por los místicos bosques y las apestosas, aunque guays ciénagas danesas.

Cuando el santo ejército austro-prusiano cruzó la línea intermitente roja de tres metros de ancho que hacía de frontera, se topó con el grueso del ejército danés: una casita de cuento donde una veintena de soldaditos peinaban a sus muñecas Barbie. Uno de ellos osó llamar bruto facha a un soldado prusiano. ¡Pan, pan, pan, pan, pan, pan, pan! ¡Fuego, boooooom, puuuuuf! Las pobres danesas, quiero decir, pobres daneses aguantaron bien el ataque durante el primer minuto, lugo cayeron bajo las zarpas de los soldados prusianos, que se los merendaron a bayonetazos y culatazos. Sin pretenderlo, ya habían llegado todos a la frontera y el rey danés, que estaba en su palacio comiendo galletitas y tomando el té con su novio, fue sorprendido por la kriegsmarine entera bombardeando Copenhaguen a diestro y siniestro. Gracias a que Gran Bretaña intervinó, el rey danés fue perdonado y sólo le quitaron su colección de tacitas de té y sus doscientos pares de zapatos. En cuanto a los ducados, uno se fue para Prusia y otro pues para Austria.

El rey danés quedó muy tocado (unos añitos antes ya había perdido Noruega) y se unió a los caballeros de la orden Teutónica tonsurándose y aprendiendo los fanáticos métodos de conquista de las SS y los Templarios, que si se mezclan, pues sale eso: La Orden Teutónica, orden santa y militar de caballeros prusianos que velan por la defensa de la raza aria y por el predominio alemán en la zona de Rusia oeste.

La Guerra corta de las Siete Semanitas

Fue esta una guerra mayúscula en cuanto a incompetencia. Los oficiales austríacos eran en realidad aristócratas jugadores de póker amantes de la caza de zorros, los trucos de ilusión (como puede observarse en la palícula El Ilusionista) y por supuesto, del burdel. La guerra fue casi una segunda parte de la saga La Guerra de los Ducados. A raíz de que el joven coronel se había saciado a placer con la tía buena de la emperatriz Sissi de Austria, Paco José I, el emperador del gran bigote, exigió los testículos del innoble soldado en un plato junto a un cocido de salchicha de sangre bávara de cerdo destripado. Por supuesto, en Prusia, el joven coronel era un héroe nacional. El coronel resultaba ser un tal Alois Hitler, el padre del pequeño Adolf, y para 1865 ya habían escrito treinta novelas sobre sus hazañas y habían rodado una película de sus aventuras. El mismísimo Richard Wagner compuso la música, y Hitler padre el guión. Fue un éxito. Pero volviendo al tema, Austria declaró la guerra a Prusia, que le respondió mandándoles a sus primos del sur una foto de Von Bismarck desnudo. El primero en abrir la carta la palmó al instante y luego el papel se autodestruyó. Los prusianos habían pretentido matar así Paco John I.

La guerra no duró ni dos meses. Los italianos, que habían conseguido unificarse del todo gracias a los esfuerzos de un tal Cabrour y de su brazo militar Giussepe Mussolini Garibaldi, se unieron a Prusia a condición de que cuando llegaran a Austria les dejaran por lo menos quedarse con las húngaras, los Restaurantes Viena (la pizza aún no se había inventado en Italia y debían recurrir a porquerías foráneas) y los cañones Napoleónicos del ejército austríaco. Este por su parte tenía un 22% de austríacos, un 25% de húngaros, un 8% de polacos, un 7% de eslovenos, un 6% de yugaslavos, un 16% de rumanos y el resto de otras tribus más primitivas. Con tal desorden se fue a la batalla de Sadowa, cerca de la región de Hannover.

Ludwing Von Benedek, el comandante en jefe de las fuerzas multinacionales supuestamente austríacas era tan soberanamente tonto que había olvidado dotar a sus hombres de armamento moderno, y en vez de eso llevaban chatarra de las guerra Bonapartistas. Helmuth Von Moltke, de nuevo al mando, se cepilló... a un par de cuencos de chucrut y se fue pa' la batalla. Sus tropas ya tenían listas las bayonetas. Sonó una trompeta que tocaba el himno de Riego, todos se cabrearon, mataron al trompetista, vino otro, tocó la canción Tot el camp, ple de morts, visca Prusia... Tras la cancioncilla de los cojones se atacó. Los austríacos demostraron tener un par de huevos... entre todos, porque duraron cinco minutos y gracias. No quedó un sólo austríaco indemne. Los prisioneros fueron entregados a los sabuesos... para que los llevaran a Prusia y las señoritas solteras se los quedaran para ellas y pudieran divertirse jugueteando. Se hizo así un buen negocio.

Los italianos también tomaron parte en la treta atacando en plan "Salvar el soldado Ryan" por el sur, pero perdieron. Los tropas de esquiadores del ejército Austríaco les cayeron encima y los dispersaron en golpe de tabla de sonwboard. Bueno, se firmó la paz, Prusia podía hacer lo que le diese la gana y todos contentos, menos Austria y un montón de estados pequeñitos que iban con ella.

La Guerra Franco-Prusiana

Artículo principal: Guerra Franco-Prusiana
Soldado Prusiano de infantería ligera. Como se puede ver ha cometido la locura de quitarse la mitad de la coraza de protección.
"Nous les françaises allons a la guerre disfresées de carneval"

Conocida en Prusia como La guerra antimostachista y en Francia como La Guerra del papelito se originó como consecuencia de la zancadilla que le puso el joven príncipe Willie al embajador francés Claude Gordinflonne durante la firma del tratado de Ems (por el que Prusia adquiría veinte tonaladas de latas de atún claro (la marca se desconoce) para vender a un precio elevadísimo en China). Los franceses denunciaron la acción cruzando patosamente en Rin en barcazas y a nado, con los fusiles llenos de agua hasta llegar a Saarbrücken en Sarre, donde los dieciocho soldados de la guarnición (diecisiete en realidad, ya que uno se había casado y estaba de luna de miel en París escalando la Torre Eiffel y quemando cuadros en el Louvre)), fueron hechos prisioneros al ser sorprendidos masturbándose con los cañones de sus pistolas mirando a fotos de Otto Von Bismarck. La notícia llegó a Berlín en telegrama y el alto mando decidió convertir Francia primero en un campo de tiro, después en una peli de la Segunda Guerra Mundial y por último en un apéndice de Hannover quedándose un par de fincas fronterizas de burgueses republicanos franceses.

Von Bismarck, al enterarse del feo asunto de los soldados y su foto decidió dejar la política durante la guerra y se retiró a Lübeck a planear futuras guerras contra España, Polonia y Estados Unidos. El genio militar Hemluth Von Moltke, ex atleta olímpico en la categoría de tiro, espada y asesoramiento militar de imperios decadentes y penosos (como el turco otomano (y un poquito grecobúlgaro) o el Chino Mandarín) fue puesto al mando por el káiser en persona y entre majorettes, la banda de trompetistas de Hesse-Kassel, todos borrachos hasta más no poder y el niñato Willie, que con una bota de tacos la pateó el culo al general, tradición claramente prusiana. Moltke preparó con sus ayudantes un plan increíble que consistía en atacar Francia por el Rin, como era tradición y ley de los manuales Alemanes del Reichswher. ¡Ojo, porque siempre que Prusia no ha atacado a Francia directamente por su frontera ha perdido lloriqueando y babeando!

Los soldados franceses iban disfrazados con gallumbos, gorras de béisbol y fusiles con bayoneta-cuchilla de afeitar, dualidad comodísima, pero a la hora de la verdad, casi no tan útil como las cafeteras expresso del ejército italiano. Atacando los voluntarios gays de Sajonia los primeros, los prusianos consiguieron cortar las provisiones del ejército franchute, que se quedó sin revistas porno, leche en polvo, whisky J&B y fotos de la emperatriz francesa desnuda y se desmoralizó. Al final se rindieron pronto y fueron obligados a desfilar en pelotas delante de Moltke en persona y el brioso general Federico, que era el enchufado del káiser (era su hijo), que en esos años tan guays acudía al campo de batalla en su pijama de rayas de la bandera de Prusia, y llevaba una barba hasta los codos. Después de este desfile, el general francés Abel Sarkozy Douay se hizo el hara kiri con el eficaz fusil Chassepot, ¡compren una en cualquier establecimiento histórico-militar de su localidad o adquiéranlo en Internet.

Con ese clima de pesimismo general en Francia, algunas voces como la de Jean Jacques Annaud se alzaron en defensa de la paz y incitaron a Napoleón III a cumplir las condiciones de paz que pretendían imponerle desde el perverso y centralizado caserío de verano de Von Bismarck en Lübeck (casa tradicional alemana de estilo, no obstante, holandés). Dichas condiciones era que Francia adoptse el idioma alemán como lengua, que Napoleón III se afeitara el bigote, que La frontera prusiana avanzase hasta el río Sena y la más morbosa: que las mozas francesas más calientes se pusieran al servicio de la cámara imperial prusiana en el palacio de Brandenburgo. Hay que decir que esta última idea fue del joven príncipe Willie, harto de tanta alemana sosa. Como es de esperar, todos los franchutes que eran partidarios de tales planes tan descabellados fueron pasto de los gusanos en menos que se dice: ¡Plis, plas, pim, pam, pum, boom, ban, bum, pa, pe, toc, pim... y así repitiéndose hasta el puñetero final de la guerra, un año más tarde! La policía francesa, llamada Guardia Ramellier de la noble nation française no pudo capturarlos gracias a la intervención de los maquis comunistas progres que ayudaron a estos elementos a seguir con sus innobles actos sexuales en pisos francos del bohemio París del siglo XIX.

Mientras tanto, Moltke estaba en Brandenburgo, jugando al tenis y al Liumberg, un deporte tradicional alemán que consiste en tirar piedras de gran tamaño a ideólogos pacifistas feos (sin son tías buenos sólo se les lava el cerebro). Al mando quedó el general enchufado Federico, aunque al ser bastante idiota y retrasado mental, Moltke le enviaba telegramas con las instrucciones. Cabe decir que enviaba telegramas y no cartas porque si enviaba cartas, estas irían en medio de las revistas porno y las fotos de mujeres desnudas que desde casa se enviaban a los soldados aburridotes que estaban en Saarbrüken sobando y leyendo periodicos franceses que aún estando la zoba bajo control prusiano seguían llegando con regularidad gracias al infalible sistema francés de ciclistas-carteros veloces. Los periódicos eran muy animosos: aparecían fotos de Otto Von Bismarck donde aparecía más guapo o mejor dicho, menos feo de lo normal (conste que esas imagenes era caricaturas donde aparecía con cuernos, barriga cervecera y patas de gallo).

Siguiendo las fáciles instrucciones de los telegramas, se inició una maniobra dificilisma que llevó al inframundo a cerca de 25.000 soldados prusianos, muchos de los cuales fueron en realidad al cielo o al purgatorio para tener una breve charla con san Pedro y sus ángeles antes de que estos decidieran donde mandarles. Muchos de esos soldados se quedaron en el purgatorio hasta que acabó la guerra y Dios, como gran sabio que es (más aún que Santiago Ramón y Cajal o Alexander Fleming) decidió tomar partido por el bando vencedor y los prusianos muertos fueron al cielo con todas esas tías buenas que hay allí a beber whisky y cerveza Mortiz o San Miguel 1516 (pero de la que es en serio de 1516) y los franchutes muertos fueron al infierno, con las gordas y los demonios borrachos de ácido sulfírico, H2SO4. La elevada cifra de caídos en acción, llamados KIAs prusianos no impidió que los soldados gays franceses perdieran la batalla sufriendo 7624 muertos y 6000 prisioneros que fueron deportados a Prusia a trabajar como actores porno representando ante el Káiser Guillermo "Willie" I sus dos obras de teatro favoritas: "Las gordas y los Emos no van al cielo" y "Hamlet", causando una sarta de chistes malos que circularon por Prusia sobre todo durante el oscuro período de la República de Weimar con el nombre de Los chistes del Jaimito. Nótese que siempre aparece un francés (enemigo de Prusia), un inglés (mirad luego la Primera Guerra Mundial) y un español (estos no les caemos bien ni a Andorra).

Tras este varapalo (la batalla de Gravelote Saint Privatt), conocida en Francia como la batalla de la colina de la hamburguesa, por toda la carne picada que se hizo, y como la más alta ocasión para quedarse dormido en Prusia, debido a que era mejor estar en la retaguardia aquel glorioso día, Napoleón III guillotinó a Manfred Villiers Jaubel, el general francés al mando y lo cenó en Sedán, donde había reunido a sus 180.000 soldados (130.000 eran gays o afeminados y 50.000 eran bestias, con patillas, bayonetas-cuchillas desangradoras y tenía muchos güevos). Mientras el cuertel general francés cenaba ostras con champán, bullabesa y fondué y los sargentos primeros contaban chistes sobre prusianos, en Metz, el mariscal Bazaine se suicidaba comiéndose la moqueta de la puerta de la casa de su anciana madre, que vivía allí, y las tropas francesas se rendían tras tres horitas de batalla y dieciocho tiros de fusil y algún que otro cañonazo esporádico (sólo se ha podido confirmar un tiro de cañón). A Napoleón III la notícia le produjo un ataque de apoplejía que lo volvió normal. Dedició jugársela y atacar a saco a las fuerzas de Von Moltke y el joven Federico a las afueras de la noble y sangrienta villa de Sedán.

Como escribió Von Moltke más tarde en sus memorias (donde aparecen fotos de sus doce novias en bolas, prestando especial atención a su novia turca de cuando intentaba sin éxito enseñarle a los soldados castrados turcos a disparar con los fusiles), la batalla fue un caos absoluto y total para los franceses y una victoria felmática y muy grande para los prusianos, que lo celebraron más que el mundial de caza de zorro de 1887, emborrachándose a mansalva y haciendo una orgía muy guay después de la batalla. Empezó la cosa con los franceses gays fumando cigarrilos afeminados y desfilando al son de las trompetas y de la Marsellesa campo abajo con los cañones disparando. En el otro lado estaban los prusianos, escuchando la Mersellesa en alemán con tacos duros en Alemán (el mayor taco en alemán es culo). A la orden del príncipe Federico, comenzó la tunda y en trece minutos los franceses estaban rodeados. Muchos comenzaron a besarse entre sí y a desnudarse, provocando que muchos soldados prusianos cerraran los ojos para no quedar traumatizados, errando así muchos disparos. Luchando a ciegas, una balla hirió en sus partes nobles al general francés Mac Mahon, hubo de haber un cambio de sexo, perdón, de mando. Llegó el general Wimpffen a relevarle y lanzó un contraataque mientras Napoleón III fumaba como un carretero y tenía espasmos observando la batalla desde una posición privilegiada: una ventana del burdel "Vierville sur mein" de Sedán, con un vaso de champán en una mano, un porro de marihuana en la otra y comiéndose el bigote de modo un tanto grotescó, algo típico francés, ah, y leyendo a ratos Los Miserables de Víctor Hugo.

Wimpffen pisó por accidente una mierda de caballo prusiano y murió por las heridas recibidas. La victoria prusiana era ya casi absoluta. Napoleón III salió caminando por el campo con una bandera blanca (en realidad era el camisón de dormir del general Wimffen, pero que más da) pidiendo la paz. La obtuvo. Los prusianos le saltaron encima y le saltaron todos los dientes a pedradas, aunque le trataron bien y lo llevaron al palacio de Versalles a firmar la paz. Acudieron Von Moltke, Bismarck, ya recuperado y totalmente eufórico, y el káiser jefazo Willie I. Además de quemar cuadros de Luís XIV, jugar al pilla pilla y a polis y cacos por los salones, jugar al billar, hacer el tonto y tal, se firmó un tratado de paz que incluía los siguientes puntos (no seáis malpensados ¿eh?):

  • Francia debe admitir que su país huele a tabaco y a queso podrido Rochefort del barato del Carrefour o pero aún, del Mercadona.
  • Francia debe admitir que Prusia es el país más cool del mundo y que Bismarck es el mejor político del mundo.
  • Prusia se queda como regalo de guerra Alsacia, Lorena, Maguncia y el Palatinado.
  • Napoleón III se queda en Cassel (Prusia occidental) como rehén del káiser y tendrá que ir a pie y por... ¡Caminos rurales tirando de un carro donde viaje el káiser, el pequeño Willie y Von Bismarck!
  • Los soldados prusianos podrán remendar sus heridas de guerra GRATIS en burdeles de toda Francia.
  • Francia será una República ridícula llena de libegales, comunistas y emos (estos los más numerosos, por favor, dijo Von Bismarck frotándose las manos, deseoso de atacar en la Primera Guerra Mundial).

En Prusia las celebraciones de la victoria se hicieron apedreando las ventanas de la casa de Karl Marx rompiéndole los cristales, haciendo unos botellones gigantescos en las principales calles de Berlín, Breslau, Múnich y otras ciudades bebiendo cerveza Moritz y Duff, llevando la gente banderas Prusiana y todos en calzones y las mujeres enseñando las tetas y quemando banderas francesas. La policía tuvo que intervenir uniendose a la multitud para animar aún más a porrazos y a tiros la celebración de la victoria y todos juntos fueron pasándolo en grande durante un par de días de orgía. En Francia hubo suicidios a mansalva, sobre todo en París, que estaba sitiada por los soldados prusianos de Von Moltke (que ya habían obtenido panfletos publicitarios de ciertos locales de alto nivel de la ciudad). Cayó en enero la ciudad y los emos recibieron a los prusianos con los brazos abiertos. Los prusianos les respondieron abrazándolos con fuerza... para estrangularlos. No hubo prisioneros, jajajajajajajajajaja. Así, más o menos se acabó la guerra Franco-Prusiana, con una movida impresionante de prusianos en Pagí, la ciudad donde se ve la Torre Eiffel desde cualquier puto sitio. ¡Viva Prusia y Amén!

Unificación alemana

Con el nombramiento de Willie I como káiser supremo de todos los germánicos, desaparecieron súbitamente todos los estados alemanes salvo Prusia, que se los quedó sin tener ni que invadirlos. Alemania ya se había unificado, toma, así de rápido. Nunca en la historia tantos países se han esfumado a la vez, lo que es tremendamente admirable y guay, propio del genio Bismarck, comiéndose veinte países a la vez. Aquí se acaba la historia de Prusia, pero Bismarck y Moltke siguieron maquinando contra la previsible Primera Guerra Mundial, protagonizada y dirigida por el pequeño Willie, con Paco John I y Nicolás II de Rusia como coproductores, Inglaterra y Francia... y un güevazo de soldados rusos haciendo de extras y con USA como el más oscarizado.

Si miramos los escaños del parlamento de la Confederación de la Alemania Norte en distintos años más o más aún gloriosos nos daremos cuenta de como demonios consiguió Bismarck zamparse de merienda a los otros paisillos menores en producción de armas buenas, acorazados Pre-Dreadnougth y cerveza (pinta de negra).
1850 1854 1860 1864 1870 1874
Conservadores Bismarckistas (Partido del bigote) 123 133 126 131 167 164
Partido libegal 20 28 23 21 24 14
Marxistas 1 1 1 1 0
(este día fue terrible para la humanidad: Karl Marx perdió su escaño)
1
Ecologistas 66 37 41 30 42 42
Partido militarista Von Moltke 106 96 102 100 123 111
Sociatas 35 44 56 81 43 45
Catalanistas (pro independencia de Polonia) 2 4 2 1 0'2 -1
Antisemitas nazis 5 16 13 11 22 10
Partido Cervecero (el partido del pequeño Willie) 10 11 8 6 111 135
Partido antialemán -11 -34 -18 -11 -11 -92


Los conservadores Bismarckistas, los militaristas Von Moltke y los cervecistas pequeño Willie sumaban casi todos los escaños y con mayoría absoluta finiquitaron a los otros (nazis incluidos), excepto a los del partido Antialemán (si los finiquitan hubieran tenido algún escaño postitivo ya que - por - es +) y se quedaron como los amos y señores.


Este artículo ha sido traído desde ultratumba,
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Prusia
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