José Bonaparte
| Lor apañole' semos asín.
(Humor español que probablemente no entiendas si no provienes de la Península Ibérica o de las colonias restantes) |
Rey de Españita y traidor a la patria (Le veritáble roi du l'Espagne oh lá lá) |
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| Reinado o lo que sea | 1808 - 1813 (en disputa con Fernando VII el "verdadero") |
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| Residencia | Le Câse Roiale dé lé France |
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| Mayordomo | Nadie |
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| Hechos | Cargarse medio imperio español, Independencia de Argentina, Independencia de Chile, Independencia de Colombia, Independencia de México, Independencia de Venezuela, Independencia del Perú, y más... |
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| Poderes | Ilimitados, reinado anarco-bonapartista |
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| Predecesor | Sucesor |
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| Nombre de verdad | Joseph-Napoléon Charles Bonaparte Guardiola a.k.a. Don Pepito |
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| Nacimiento Defunción |
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| Casa |
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| Estado actual | Más muerto que los fusilados el 3 de mayo |
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| Familia | Napoleón Bonaparte |
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| Relaciones | Primer Imperio francés y aliados |
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| Enemigos | España, Portugal, Reino Unido, El timbaler del Bruc |
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En la inigualable, increíble e ingloriosa Historia de España destaca un hombre que no fue ni inigualable, ni increíble ni siquiera español, pero que marcó al destino de la Nación por dos o tres días, volviéndose Rey de España por mero, vil y criticable nepotismo, a diferencia de los demás reyes que llegan por méritos propios. Su nombre era Pepe Botella, aunque en su natal Francia se llamaba Joseph Nabulion Omelette du Fromage Bonaparte, mejor conocido por ser el hermano especial (mente alcohólico) de Napoleón Bonaparte, el original, no acepte imitaciones.
Ya tomando en cuenta que fue monarca de España, no hizo nada de provecho en la vida, cuando menos en eso se parece a un verdadero monarca hispano. Se presume que fue político, diplomático y abogado, pero se presumen muchas cosas que no se pueden comprobar y esas son unas de ellas. Luego de dividir aún más al reino, acabarse las reservas de vino del palacio y presumir que fue Rey de Nápoles, con esto consideró que su trabajo estuvo completo y se retiró a América a fundar su propia España francesa con juegos de azar y mujerzuelas.
Biografía
Joseph Bonaparte nació en Córcega en 1768, cuando la isla todavía era italiana, pobre y llena de franceses que juraban que no eran franceses. Su familia, los Bonaparte, era tan noble como una cabra con sombrero, pero con más hambre y menos cabra.
De joven (si es que algún día fue joven), era el sensato de la familia, lo cual en ese clan equivalía a ser el rarito. Su sueño no era ni ser bombero, ni astronauta, ni dictador de Europa, como los demás niños de la familia, sino convertirse en abogado del montón, con la esperanza de especializarse en abogado ebrio y llegar sin zapatos a defender a sus clientes. Sus padres, hartos de que no quisiera conquistar el mundo como un niño normal, lo mandaron a Pisa a enderezar la torre, pero él se escapó para estudiar derecho.
Dicen que se graduó, aunque nadie recuerda de qué ni por qué y menos si fue cierto o no. Volvió a Córcega con su título nuevo para ponerlo en la pared, pero su familia ya había vendido las paredes para solventar los sombreros de su hermano y no tuvo donde ponerlo. Pero el mismo Napoleón, que empezaba con su fetiche de juntar países de colección, lo sacó de la mediocridad y lo envió de embajador a Roma, donde su misión era aparentar que trabajaba y no romper nada, que no cumplió porque rompió muchas cosas.
Ahí empezó su brillante carrera diplomática: fue ministro, consejero y decoración de despacho. No hizo nada escandaloso, lo cual en su familia era casi un logro. La mitad de Europa ardía y Joseph seguía practicando la mirada seria del hombre que no tiene idea de lo que pasa, y no la tenía, por eso lo hacía tan bien.
En 1806, su hermano, en un gesto de cariño familiar o simple falta de personal, lo nombró Rey de Nápoles. Joseph aceptó sin saber exactamente de qué se trataba, aunque con la esperanza de que al menos el puesto incluyera vino gratis, al cual se aficionaba porque las embajadas estaban llenas.
Rey de Nápoles
Poco después, llegó una carta donde Napoleón le dijo que se pusiera calzones limpios, pues ahora sería Rey de Nápoles, ya que Nápoles rima con Napoleón, lo que quedaría genial en el currículum. José, que hablaba un poco de italiano porque había estudiado en Pisa y practicaba con frases como “il formaggio è mio amico”, aceptó a cambio de esos calzones nuevos, pues los antiguos habían desaparecido misteriosamente.
Al llegar, saludó a todos, pero se dio cuenta de que no se hablaba italiano sino napolitano, idioma que parecía inventado para confundir a los extranjeros. Su solución fue contratar a un bufón que firmara papeles por él, hiciera gestos ceremoniales y lanzara tartas de limón a los nobles cuando la situación se tensaba. José, por su parte, se dedicó a explorar las bodegas del palacio, midiendo la profundidad de cada barrica y anotando los vinos según su “potencial diplomático” y la capacidad de hacer girar los corchos como trompos.
Intentó dictar leyes, pero cada vez que lo hacía se perdía en la descripción exacta de cómo servir el limoncello real en copas anatómicamente estúpidas, o en inventar canciones sobre el mozo que olvidó limpiar la sala del trono (que era él mismo ya que como rey pobre no tenía empleados). La peor de las leyes fue cuando se le ocurrió prohibir el feudalismo porque estaba muy borracho para ver las ventajas como la autarquía económica y el derecho de pernada, por tal afrenta los nobles pasaron de llamarlo del simpático José Botella, al insultivo Pepe Botella.
Periodo del reinado en España
Estando Napoleón, su hermano rockstar, en Bayona, y aprovechando el colocón de maría su influencia en Europa, llamó a Carlos IV y a Fernando VII, que estaban en plena pelea a navajazos en Aranjuez por la sucesión del trono, para obligarles a abdicar. La llamada llegó en un momento tenso (Fernando estaba a punto de ensartarle un testículo a su padre), pero ambos dejaron sus rencillas familiares a un lado para hablar con Napoleón.
Ambos, padre e hijo, recibieron una invitación para una casa de citas (en francés puticlub). Se fueron allá, raudos, veloces y desarmados. Tras dos días sin aparecer, se les dio por muertos en las conversaciones con Napoleón, pero aparecieron al tercer día, agarrados a una farola, dando tumbos y cantando lo de El vino que vende Asunción.... Al parecer Napoleón, aprovechó para emborracharlos (más) y obligarles a que firmasen una abdicación en la marrana augusta majestad del emperador (sí, suponemos que fue así, porque si no, no se entiende como es que abdicaron tan rápidamente al trono español).
Napoleón le dio entonces el trono a San Pepe Botella, patrón de los borrachos, bebidos y "mamaos" españoles (y eso que dicen que era abstemio), José I Bonaparte, segundo rey de España que dura tan corto espacio de tiempo en el trono, si contamos a Amadeo de Cebolla.
Su reinado quería traer a España paz y prosperidad, objetivos que cambió cuando un español le metió con un cantorrodao en la boca, decidiendo entonces que traería "un pelotón de fusilamiento para el hijodeputa" y "un pelotón de doscientos cincuenta mil soldados para el resto". Napoleón trajo entonces a los susodichos soldados, que estaban de reserva en Francia (o sea, comprándose trapitos y haciéndose la manicura), para invadir España.
El hermanísimo creía que invadir España iba a estar "tirao", ya que el ejército con el que contaba España era de dos mulas de tiro y el hombre que las cuidaba de lunes a miércoles, porque el que las cuidaba de jueves a sábado era el que le tiró la piedra a José, y tenía razón. Sin embargo, ayudados por los ingleses (que también nos ayudaron a acabar con la industria que nos sobraba por el método de la cerilla y la gasolina) se pudieron fortalecer ciudades como Zaragoza o Cádiz.
En cuanto los franceses empezaron a arañar con las uñas atacar fieramente tales ciudades viendo que no obtenían resultados, y temiendo por el terrible verano español (40 graditos a la sombra en ciudades y pueblecítos, como Écija, Sevilla y Villarequemada de las cenizas) decidieron atacar ciudades costeras como Cádiz (Y así aprovechar para veranear) con los mismos resultados.
Napoleón, desesperado por la inteligencia de su hermano en la gestión de la guerra decidió hacer lo que cualquiera de nosotros haría con un familiar que nos abochorna, dejarlo en la estacada y poner pies en polvorosa para que las balas perdidas no te alcancen.
Gestión del reinado
Pero no todo fue guerra y lanzamiento de objetos contundentes. En uno de sus pocos momentos de sobriedad, José I decidió que iba a convertir Madrid en una ciudad europea civilizada, un error de cálculo monumental. El pobre iluso pensó que a los madrileños les gustaría tener agua corriente en vez de orines cayendo desde ventanas alcantarillado moderno, plazas bonitas en lugar de estercoleros públicos, y calles por las que se pudiera caminar sin necesidad de llevar botas de pescador, e incluso tuvo la osadía de prohibir tirar basura por las ventanas. Los madrileños, indignados por semejante ataque a sus libertades fundamentales.
A este buen hombre, apodado "El Rey Plazuelas", se le ocurrió la terrible idea de derribar iglesias y conventos para crear plazas diáfanas. Para un español de bien, una plaza era un lugar horrible donde no te podías esconder para echar la siesta, emboscar a un gabacho o evitar a tu suegra. Para colmo, intentó abolir la Inquisición, el programa de cotilleos y salseo más popular de la época, quitándole al pueblo su principal fuente de entretenimiento y el método más eficaz para deshacerse de un vecino ruidoso. Creó el Museo Josefino (que luego se convertiría en el Museo del Prado cuando los españoles borraron cualquier rastro de su existencia). ¿Para qué coño quería un español del siglo XIX un museo, si el mejor espectáculo era ver a dos vecinos zurrarse por los lindes de un campo de nabos? El gran pecado de José I no fue ser francés, sino intentar aplicar la lógica mariconada esa de la Ilustración a un país que funcionaba a base de navajazos, fe y vino peleón.
Vida privada
José, como buen Bonaparte, no se casó por amor, sino porque su hermano Napoleón, en su faceta de director de casting familiar, le dijo: "Tú, con esta". La afortunada fue Julie Clary, una francesa de buena familia que tenía la particularidad de ser normal bastante más lista que él. Julie, al enterarse de que su marido iba a ser rey de España, tuvo una reacción muy sensata: quedarse en Francia fingiendo jaquecas, vapores y todo tipo de achaques que le impidieran pisar suelo español. La mujer alegó que el clima no le sentaba bien, cuando en realidad lo que no le sentaba bien era la idea de que le lanzaran frutas podridas y excrementos varios cada vez que saliera a pasear por Madrid.
De este matrimonio oficialmente aburrido y a distancia nacieron dos niñas con nombres de heroína de telenovela venezolana: Zénaïde y Charlotte. Siguiendo la sana costumbre de las monarquías de no mezclar su sangre azul con la de la plebe (y de paso ahorrarse un test de compatibilidad), ambas se casaron con sus primos Bonaparte. Así se aseguraban de que la fortuna y la baja estatura se quedaran en casa.
Pero seamos sinceros, a nadie le importa la descendencia oficial. Lo que de verdad define a un rey, sobre todo en España, es su capacidad para sembrar la tierra... de hijos bastardos y de esos hizo muchos
Exilio
Tras ser catapultado de España, José Bonaparte inició su "Gap Year" particular. Hizo las maletas (unas doscientas, todas llenas de botín de guerra "recuerdos" que se había traído de los palacios españoles) y se largó primero a Francia. Cuando Napoleón cayó definitivamente en Waterloo (el lugar, no la canción de ABBA), su primera parada fue Suiza, donde intentó blanquear dinero poner a buen recaudo sus tesoros y pasar desapercibido, cosa difícil cuando llevas un séquito de cincuenta personas y un convoy de carruajes llenos de cuadros de Velázquez y Goya que "casualmente" habían desaparecido de España.
Así que, harto de tanta paz, se embarcó hacia el único lugar del mundo más caótico y extraño que la España del siglo XIX: los Estados Unidos. Vendía la idea de que iba a "empezar de cero", aunque su equipaje pesaba más que una ballena embarazada y contenía suficiente oro y joyas como para comprar Nueva Jersey entera (que de hecho, casi hizo).
Aterrizó en Nueva Jersey, la axila de América, un lugar donde su título de "Rey" valía menos que un billete de tres dólares. Para no dar el cante, se hizo llamar "Conde de Survilliers", que a los locales les sonaba a una marca de queso francés caro. Se construyó una modesta mansión de lujo con 211 hectáreas casita de campo, que era un trozo de Versalles plantado en mitad de un campo de maíz, con ciervos de verdad en el jardín para que no se le olvidara que era noble.
Se convirtió en una especie de celebridad local, el excéntrico millonario europeo del pueblo, el Tony Soprano original de Bordentown: un hombre de poder exiliado, con mucho dinero y un acento raro, dedicado al crimen y feo como él solo. Se dedicó a cultivar viñedos (porque lo de la botella no era solo un mote), coleccionar más arte y recibir visitas de otros nobles europeos venidos a menos que se pasaban las tardes jugando a las cartas y recordando los viejos tiempos cuando tenían poder y España los odiaba un poquito menos. Incluso recibió una oferta de una delegación de mexicanos para convertirse en su emperador. José, que ya había aprendido la lección de no aceptar coronas de gente que te saluda con piedras, declinó amablemente la oferta porque además debía aprender a comer chile.
Finalmente, como todo buen europeo que se retira a un lugar exótico, decidió volver a casa para morir, falleciendo en Florencia en 1844, probablemente mientras intentaba explicarle a un italiano que el vino español era mejor. Dejando como legado una colección de arte robado, dos países que preferían olvidar que existió, y el título honorífico de "el rey que nadie quiso" grabado en letras invisibles en su tumba.
Balance de su vida
¿Fue exitosa la vida de Pepe Botella? Como todo en la vida, depende del cristal con que se mire (y de cuánto vino lleves encima). He aquí un resumen objetivo, imparcial y totalmente sesgado de sus logros y... "logros":
En el debe
- Pérdida de un Imperio: Bajo su "gestión", España perdió la mayor colección de territorios de ultramar desde que un niño pierde canicas en el patio del colegio. Argentina, México, Colombia... Vamos, que fue el mejor aliado de los independentistas americanos sin querer queriendo.
- Guerra de Independencia Española: Logró el hito de unir a españoles, que normalmente solo se unen para quejarse del tiempo, en una guerra feroz contra él. Toda una hazaña diplomática.
- Apodo eterno: Se ganó para la posteridad el cariñoso mote de "Pepe Botella", un apodo que huele a taberna de madrugada y que ningún libro de texto se atreve a omitir.
- Expolio artístico: Se llevó "de préstamo" medio Museo del Prado en sus maletas. Fue el primer turista que convirtió el "souvenir" en un delito internacional de gran magnitud.
- Reinado efímero: Su mandato en España duró menos que un caramelo en un patio de recreo: de 1808 a 1813. Un suspiro en los anales de la historia.
- Rechazo popular: Fue tan querido por el pueblo como una lluvia en domingo. Los madrileños preferían su basura en la calle antes que sus decretos de limpieza.
En el Haber
- Carrera internacional: Fue Rey de Nápoles y Rey de España. Pocos currículums pueden presumir de dos reinos fallidos en dos países distintos.
- Supervivencia: A diferencia de su hermano, murió en una cama, en Florencia y de viejo. En el clan Bonaparte, eso equivale a ganar la lotería.
- Vida de lujo en EE. UU.: Se retiró a una mansión en Nueva Jersey con el botín español, viviendo como un noble excéntrico y siendo el Tony Soprano del siglo XIX.
- Pionero del "Gap Year": Antes de que los millennials lo inventaran, él ya hizo un viaje de autodescubrimiento por Suiza y Estados Unidos tras ser expulsado de un trabajo.
- Legado histórico (involuntario): Sin su intervención, España no habría tenido una guerra de independencia tan épica, ni tantos países latinoamericanos tendrían el mismo día de la patria. Es el héroe accidental que nadie pidió pero la historia necesitaba.
- Creación del "Museo Josefino": Sentó, sin querer, las bases de lo que sería el Museo del Prado. Su mayor legado cultural fue un accidente.
Conclusión Final
Balance Global:
Fracaso Épico / Triunfo Cínico
José Bonaparte fue, ante todo, un hombre en el lugar equivocado en el momento más equivocado. Demostró que se puede ser un desastre absoluto para un país y, aun así, salir personalmente bastante bien parado. No fue un buen rey, pero fue un excelente ejemplo de cómo el nepotismo puede llevarte a lo más alto para, acto seguido, arrojarte a lo más bajo, aunque con un aterrizaje suave sobre un colchón de oro y obras de arte robadas.