Formatos de disco óptico

De Inciclopedia
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En un mundo donde los autos se manejan solos, los refrigeradores tienen Wi-Fi y los teléfonos ya no caben en los bolsillos, hay una reliquia tecnológica que se niega a morir: el disco óptico. Sí, ese brillante círculo de plástico que alguna vez fue el rey del entretenimiento y ahora vive una existencia semi-zombi entre estantes polvorientos y cajones olvidados. ¿Quién necesita streaming cuando puedes buscar durante 20 minutos el DVD de “Shrek 2” que juraste que estaba “por aquí”?

Los discos ópticos son como ese tipo que sigue usando calcetines con sandalias: fuera de lugar, pero entrañablemente tercos. Su persistencia es una oda a la nostalgia y una bofetada a la lógica moderna. En pleno siglo XXI, aún hay quienes los usan para ver películas, instalar software o guardar fotos “por si el internet se cae para siempre”. Son el surrealismo hecho hardware: una tecnología que sobrevive no por necesidad, sino por puro capricho emocional y resistencia al cambio.

Así que desempolva tu lector de discos (si aún tienes uno), porque vamos a explorar cómo estos círculos mágicos siguen girando en un mundo que ya no lo hace.

Funcionamiento

¿Recuerdas ese objeto circular que parecía una mini nave espacial y que juraba guardar tus recuerdos para siempre? Sí, el disco óptico. Ese héroe de aluminio y policarbonato que, con ayuda de un láser más preciso que tu ex cuando te juzga, grababa surcos microscópicos en espiral como si fuera un vinilo con complejo de robot.

Su lectura es todo un espectáculo: el disco gira como bailarina en festival de pueblo, entre 200 y 4000 RPM, mientras un láser lo ilumina como si fuera estrella de cine. Y así, mágicamente, aparece tu música, tu video o ese archivo que juraste respaldar y nunca más volviste a abrir.

Por detrás, el disco presume una etiqueta impresa con orgullo, cubierta por una laca que no protege nada. Porque, a diferencia de la USB que viene con armadura de titanio (ok, plástico), el disco óptico es tan vulnerable como tus emociones en domingo. Rayones, huellas, polvo… todo lo afecta. Eso sí, puedes limpiarlo con un trapito húmedo, como si fuera reliquia sagrada.

Hay discos que solo se leen, otros que se graban una vez y los más atrevidos que se regraban, como si fueran el “Día de la Marmota” del almacenamiento. Pero todos, sin excepción, están siendo reemplazados por memorias USB y la nube, que llegaron como el primo millonario que nadie esperaba.

Y aunque la ECMA los respalda desde 1984, hoy los discos ópticos son como los VHS: reliquias que solo sirven para decorar estanterías o para que los gatos se reflejen en su superficie iridiscente.

Características

Ah, el disco óptico: ese redondel brillante que vive encerrado en su “Jewel case”, como si fuera una joya de la corona… de 1998. Vienen en estuches plásticos, sobres de papel o lo que sea que no proteja contra niños, gatos o la gravedad. Sirven para guardar música, video y datos, porque nada dice “seguridad” como un objeto que se raya con solo mirarlo feo.

|Aunque parezca que ya nadie los usa, siguen vivos gracias a dos fuerzas imparables: la codicia de los proveedores de streaming y la ineptitud de sus servidores. Porque cuando Netflix decide que tu serie favorita ya no es rentable o cuando Amazon Web Services se cae más que tus propósitos de año nuevo, ahí está el disco, esperando en su caja, diciendo: “¿Ves? Te lo dije”.

Las bibliotecas aún los cuidan como si fueran manuscritos medievales, con normas de preservación que harían llorar a un monje. Y aunque la memoria USB y la nube se pavonean con su velocidad y conveniencia, el disco óptico sigue ahí, como ese tío que no fue invitado pero igual llegó a la fiesta.

Porque sí, puedes tener 2 TB en la nube, pero cuando el Wi-Fi se va y Spotify se congela, el viejo CD te mira desde el estante y susurra: “Yo nunca te fallé”.

Primera Generación

En los años 70, cuando los pantalones acampanados dominaban el mundo y los peinados desafiaban la gravedad, nació una tecnología que prometía revolucionar el universo: ¡el disco óptico! Usando un láser infrarrojo —como un Jedi pero con menos estilo— estos discos comenzaron a guardar música, texto, fotos y hasta animaciones, como si fueran el baúl digital de la abuela.

El Laserdisc, primo corpulento y analógico, quiso ser el rey del video... pero terminó siendo el VHS con complejo de superioridad: enorme, caro y tan práctico como una licuadora sin tapa. Luego vinieron los VCD y SVCD, que intentaron ser modernos pero se tropezaron con su propia inutilidad. Eran como esos amigos que prometen ayudar en la mudanza y desaparecen el día clave.

Pero entre tanto drama láser, emergió el disco compacto: pequeño, brillante y con más vidas que un gato. El CD sobrevivió a la extinción de sus parientes, resistió el MP3, el streaming y hasta el olvido. Hoy, sigue girando con dignidad en estéreos polvorientos y autos que aún creen que el Bluetooth es una enfermedad.

¡Larga vida al disco compacto, el último mohicano del láser infrarrojo!

El Ganador: Disco Compacto

Como un vinilo pero más pequeño y colorido, y menos pretencioso.

En un mundo donde las cintas se enredaban más que las relaciones en telenovelas, apareció el disco compacto: redondo, brillante y con la actitud de “yo no me atasco, gracias”. Fue la revolución silenciosa (pero de alta fidelidad) que hizo que los walkmans se sintieran obsoletos y los casetes lloraran en sus estuches.

Nada de rebobinar con la punta del lápiz, ni de escuchar a Chayanne como si cantara desde una pecera. El CD llegó con sonido limpio, sin dramas magnéticos, y con la capacidad de guardar música, software y hasta fotos del perro disfrazado de Santa Claus. Era como tener un mayordomo digital que decía: “¿Desea escuchar su álbum sin interrupciones, señor?”

Su éxito fue tan rotundo que, décadas después, sigue apareciendo en autos, estanterías y cajas misteriosas en el clóset. Mientras otros formatos nacen y mueren como modas de TikTok, y Spotify sigue recomendado Bad Bunny como si fuera Mozart mientras sube precios y agrega botones que nadie usa, el disco compacto se mantiene firme, como ese tío que aún usa cinturón con celular.

Así que brindemos por el CD: el héroe redondo que derrotó al caos de las cintas y aún gira con orgullo, aunque ya nadie tenga dónde meterlo.

Los perdedores

LaserDisc

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sobre los LaserDiscs
Parece un DVD gigante, pero en realidad es un LaserDisc.

En los años 70, cuando todo era grande —los autos, los peinados y las solapas—, nació el Láserdisc: un disco óptico del tamaño de una pizza familiar que prometía video analógico de alta calidad. Era el Rolls-Royce del entretenimiento… si el Rolls-Royce solo pudiera recorrer 60 minutos antes de tener que darle la vuelta.

Con su brillo metálico y su precio de lujo, el Láserdisc se presentó como el futuro del cine en casa. Pero resultó ser más bien el VHS con ínfulas de aristócrata: enorme, delicado y tan práctico como ver una película en dos partes con intermedio obligatorio. ¿Querías ver Titanic? Prepárate para cambiar de disco más veces que Jack cambia de opinión sobre subirse a la tabla.

Mientras los cinéfilos lo adoraban como un objeto de culto, el resto del mundo lo miraba como a ese primo que estudió filosofía tibetana y vive en una yurta: interesante, pero poco útil. Y así, tras años de cargar con su tamaño XL y su ego aún mayor, el Láserdisc se retiró en 2009, dejando tras de sí una estela de nostalgia, estanterías reforzadas y reproductores del tamaño de microondas.

Descansa en paz, Láserdisc. Fuiste brillante, literal y figuradamente… pero nadie quería cargar contigo.

Minidisc

Claramente era mucho menos "cool" y "sexy" que el iPod.

Sony, en un arranque de genialidad y café muy cargado, creó el Minidisc: un disco compacto en versión mini, como si el CD hubiera pasado por una dieta estricta y un curso de yoga. Era práctico, portátil y con una calidad de sonido que hacía llorar de emoción a los audiófilos… pero también de frustración a los que intentaban encontrar un reproductor compatible.

En los 2000, el Minidisc se lanzó al ruedo como el rival del iPod. Pero mientras el iPod desfilaba en pasarelas tecnológicas y se convertía en el accesorio favorito de los ricos con bufanda, el Minidisc se quedaba en la mochila del estudiante de ingeniería que decía “esto es mejor, pero nadie lo entiende”. Por otro lado, los mortales con presupuesto preferían el disco compacto, que al menos funcionaba en el discman, el estéreo del coche, el equipo de la sala y hasta en el DVD del tío.

Así, el Minidisc quedó atrapado en el limbo tecnológico: demasiado caro para los pobres, demasiado nerd para los ricos. Su existencia fue como ese restaurante gourmet que solo sirve comida molecular: interesante, pero nadie va. Finalmente, en 2013, Sony lo despidió con un “gracias por participar” y lo mandó al museo de los gadgets olvidados, junto al beeper y el mouse con bolita.

Descansa en paz, Minidisc. Fuiste pequeño, pero tu confusión fue grande.

VCD y SVCD

Ni todas las luces ni adornos de mal gusto bastaron para salvar al VCD del fracaso.

En la era dorada del “adiós cintas enredadas”, aparecieron los VCD y SVCD, los primos digitales del CD que dijeron: “¡Nosotros también queremos guardar películas!” Y lo lograron… más o menos. Con 80 gloriosos minutos por disco, ver El Señor de los Anillos requería más cambios que una obra de teatro escolar.

Eran baratos, sí, como los tacos de la esquina: accesibles, sabrosos al principio, pero con consecuencias. La calidad de video era tan modesta que parecía grabada con una papa, y los menús eran más básicos que una tostada con sal. Aun así, durante un breve y confuso periodo, fueron los reyes del entretenimiento pirata y los favoritos de los reproductores chinos con nombres impronunciables.

Pero la gloria fue fugaz. Entre cambiar discos a mitad de película y explicarle a la abuela por qué la imagen se veía como un GIF borroso, el público dijo “gracias, pero no gracias”. Y así, los VCD y SVCD fueron descontinuados, dejando tras de sí una pila de cajas plásticas y recuerdos pixelados.

Hoy, descansan en paz en cajones olvidados, junto a cables sin propósito y controles remotos que ya no controlan nada. Fueron el intento valiente de jubilar las cintas… pero terminaron jubilados ellos mismos.

Disco Magneto-Óptico

Un disco magneto-óptico para guardar fotos del yate de papá.

En los 90, cuando los disquetes eran los reyes del almacenamiento y se perdían más que calcetines en la lavadora, apareció el disco magneto óptico: una maravilla tecnológica que prometía velocidad, capacidad y cero frustraciones… siempre y cuando tu cuenta bancaria dijera “sí, señor”.

Este disco era tan avanzado que parecía diseñado por alienígenas con doctorado en física cuántica. Tenía más espacio que una maleta de viaje y combinaba lo mejor del magnetismo y la óptica, como si Einstein y Da Vinci hubieran colaborado en una USB con esteroides. Pero había un pequeño detalle: costaba más que una cena en restaurante de manteles largos, y el lector parecía una caja fuerte con Wi-Fi.

Así, mientras los ricos lo usaban para guardar sus tesis, sus fotos de vacaciones y probablemente sus recetas secretas, el resto del mundo seguía luchando con disquetes que se rompían con solo mirarlos. El magneto óptico era como ese primo que llega en helicóptero a la reunión familiar: impresionante, pero nadie lo entiende ni lo invita.

Finalmente, con la llegada de la memoria USB —barata, práctica y tan universal— el disco magneto óptico fue descontinuado y enviado al retiro tecnológico, donde comparte café con el Zip Drive y el fax.

Adiós, disco magneto óptico. Fuiste brillante… pero demasiado exclusivo para este mundo.

Segunda Generación

En un mundo donde los discos giraban más que los DJs de los 90, nació la segunda generación de medios ópticos: los discos con láser rojo, también conocidos como "los que aún no sabían que iban a ser obsoletos". El DVD, ese redondito brillante que parecía un CD con complejo de superioridad, prometía más espacio, mejor calidad y menús interactivos que nadie sabía usar.

Pero lo que nadie vio venir fue su superpoder definitivo: la inmortalidad por negligencia corporativa. Mientras el Blu-ray se creía el heredero legítimo del trono, el DVD se aferró a la vida como suegra en sobremesa. ¿La razón? Netflix y sus colegas del streaming, que entre aumentos de precio, catálogos menguantes y algoritmos que recomiendan "Sharknado 7" como cine de autor, lograron lo impensable: hacer que la gente vuelva a soplar discos y buscar el control remoto del reproductor.

Hoy, el DVD sigue ahí, en estantes polvorientos, en cajas de mudanza olvidadas y en la guantera del coche, esperando su momento de gloria... o al menos que alguien no encuentre nada en Netflix y decida ver Shrek 2 por enésima vez. ¡Larga vida al láser rojo y a la terquedad tecnológica!

El Ganador: DVD

Finalmente todo este desvarío tolkeniano pudo caber en un solo disco.

Antes de que el DVD conquistara nuestros corazones y estanterías, hubo una larga fila de fracasos con nombre de contraseña WiFi: Laserdisc, VCD, SVCD… todos intentaron, todos fallaron. Pero en los 90, el DVD llegó como el primo listo de la familia: compacto, brillante y capaz de guardar una película entera sin que tuvieras que voltearlo como tortilla.

No solo ofrecía alta calidad, también venía con idiomas, subtítulos y extras que nadie veía pero todos presumían. Fue el golpe final para el VHS, ese rectángulo negro que rebobinaba más que tu ex. La última videocasetera se fabricó en 2013, probablemente por alguien que pensó que era una tostadora.

Y aunque el Blu-ray intentó robarle el trono con más píxeles que sentido común, el DVD sigue vivo. ¿Por qué? Porque Netflix y compañía decidieron que pagar más por menos contenido era el nuevo estándar. Entre catálogos que desaparecen, series que se cancelan antes de terminar el piloto y algoritmos que recomiendan El Pequeño Pony: La Venganza, el DVD se mantiene como el último bastión de la cordura audiovisual.

Así que sí, el DVD tropezó con medio siglo de intentos fallidos, pero cayó de pie. Y ahí sigue, girando en nuestros reproductores… como un héroe olvidado que nunca pidió aplausos, solo que no le rayaran la superficie.

Los perdedores

Hi-MD

En un intento desesperado por no quedarse atrás en la carrera musical del siglo XXI, Sony lanzó el Hi-MD: un Minidisc con esteroides, vitaminas y complejo de superioridad. Prometía más capacidad, mejor calidad y la posibilidad de grabar tus propias canciones como si fueras un DJ de garage con presupuesto limitado. Pero tenía un pequeño problema… bueno, dos.

Primero, era tan emocionante como ver secar pintura. Los ricos querían algo con estilo, pantalla a color y ruedita mágica: el iPod. Segundo, costaba lo suficiente como para que los pobres dijeran “mejor me compro 50 discos vírgenes y una grabadora de sobremesa”. Así, el Hi-MD quedó atrapado en un limbo tecnológico: demasiado nerd para los cool, demasiado caro para los prácticos.

Sony lo mantuvo con vida a base de nostalgia y terquedad, hasta que en 2011 finalmente aceptó la derrota y lo descontinuó antes que el Minidisc original. Hoy, el Hi-MD vive en los recuerdos de tres melómanos empedernidos y en foros oscuros donde aún se discute si era mejor que el MP3. Spoiler: no lo era.

Fue el Rocky Balboa de los formatos… si Rocky hubiera perdido en el primer round y nadie hubiera ido a verlo.

EVD

Increíble que esta cosa terminara apoderándose del DVD original.

A principios de los 2000, China dijo “¡basta!” a las regalías del DVD y lanzó el EVD, un disco que prometía alta definición, mejor compresión y cero pagos a los señores feudales del entretenimiento. Físicamente era igualito al DVD, como un gemelo rebelde con sueños de independencia tecnológica. Pero había un pequeño detalle: los fabricantes exigieron que los reproductores también leyeran DVDs… y con eso, ¡bam!, de vuelta a pagar regalías. Revolución fallida en tiempo récord.

El resto del mundo, ocupado viendo Shrek en VHS o pirateando en LimeWire, ni se enteró. El EVD fue ignorado con la misma intensidad con la que ignoramos los términos y condiciones. Y así, el glorioso intento de emancipación digital terminó en el cajón de los formatos olvidados, junto al HD-DVD y los disquetes de 5¼.

Pero China no se rindió. En un giro digno de telenovela empresarial, TCL compró a Thompson, uno de los dueños de la tecnología DVD, lo convirtió en Technicolor y luego en Vantiva. Aplicaron la vieja máxima: “Si no puedes vencer a tu enemigo… cómpralo, renómbralo y hazlo trabajar para ti”.

El EVD murió joven, pero su espíritu vive en cada adquisición estratégica y en cada intento de no pagar regalías. Un brindis por el disco que quiso ser libre… y terminó siendo accionista.

GD-ROM

Artículo principal: Dreamcast
No te dejes engañar por su aspecto extraño, solo es un CD-ROM disfrazado.

Sega, en su era de “¡yo también quiero ser cool!”, lanzó el GD-ROM para su consola Dreamcast: un CD-ROM con esteroides que guardaba hasta 1GB, prometía gráficos de infarto y, sobre todo, una muralla anti-piratería. Pero como toda muralla hecha con cinta adhesiva, los piratas la miraron, se rieron… y la atravesaron con un CD virgen de la papelería.

El GD-ROM era básicamente un CD-ROM disfrazado con gafas de sol y chaqueta de cuero. Sega pensó que nadie notaría la diferencia. Spoiler: todos lo notaron. Los juegos se copiaban como si fueran recetas de cocina, y la consola se convirtió en el buffet libre de los hackers.

Y cuando llegó el PlayStation 2, con su DVD, su marketing agresivo y su capacidad de hacerte sentir pobre si no lo tenías, Sega simplemente dijo “hasta aquí llegué”. El GD-ROM fue descontinuado, la Dreamcast retirada, y Sega se convirtió en lo que es hoy: una fábrica de contenido de Sonic, donde el erizo corre más que sus antiguos planes de hardware.

El GD-ROM quiso ser el héroe que salvaría a Sega… pero terminó siendo el último disco en la fiesta, sin música, sin amigos, y con los piratas bailando encima.

Nintendo GameCube Disc y Nintendo Wii Disc

De todas las cosas absurdas del GameCube, la capacidad del disco fue la peor.
Artículo principal: Nintendo GameCube
Artículo principal: Nintendo Wii

Tras perder la guerra de los 90 por aferrarse a los cartuchos del Nintendo 64 como quien no quiere soltar su palo y piedra, Nintendo decidió modernizarse. Pero a su manera. Así nació el disco del GameCube: un Mini DVD adorable, compacto y con la capacidad de almacenar juegos y frustraciones por igual. Porque claro, ¿quién necesita espacio cuando puedes tener estilo?

Luego vino el Wii, con un disco que parecía un DVD normal, pero con ese toque “mágico” de Nintendo: un formato propio que, según ellos, evitaría la piratería. Spoiler: no lo hizo. Los piratas, con su habitual entusiasmo y un quemador de 300 pesos, descubrieron que esos discos eran tan únicos como una taza blanca en una tienda de regalos. En poco tiempo, los juegos de Wii y GameCube se copiaban más que tareas en secundaria.

Nintendo intentó proteger sus juegos con formatos especiales, pero terminó regalándolos en bandeja de plata… o más bien, en bandeja de DVD. Aun así, vendieron millones, porque nadie puede resistirse a un fontanero bigotón que lanza caparazones y grita “¡Wahoo!”

Hoy, esos discos siguen girando en consolas polvorientas, recordándonos que en Nintendo todo es diferente… incluso cuando es lo mismo.

UMD

Sony pudo haber sido el rey con esto pero, su paranoia y conservadurismo lo arruinaron.

En un arranque de genialidad futurista, Sony lanzó el UMD (Universal Media Disc), un mini disco con complejo de estrella de cine. No solo iba a guardar juegos del PlayStation Portable, también películas y videos para ver en el camión, el baño o la fila del banco. ¡Una visión adelantada a su tiempo! Lástima que Sony también fue su peor enemigo.

Decididos a evitar la piratería, Sony se negó a licenciar el formato, a fabricar grabadoras y, por supuesto, a vender discos vírgenes. Porque nada dice “éxito” como crear un formato universal… y luego no dejar que nadie lo use. El UMD era como una fiesta exclusiva donde solo Sony estaba invitado, y ni siquiera trajo botana.

Mientras tanto, el mundo descubría YouTube, los teléfonos empezaban a reproducir videos y los piratas seguían haciendo lo suyo con DVDs y memorias USB. Cuando el PSP fue descontinuado, el UMD se fue con él, sin funeral, sin despedida, y con miles de películas atrapadas en discos que hoy solo sirven como adornos con estilo gamer.

El UMD pudo haber sido el TikTok de los 2000, pero terminó siendo el Betamax de bolsillo. Un formato brillante, encerrado en una jaula de oro… con candado y sin llave. Bravo, Sony. Bravo.

DataPlay

Demás decir que también eran fáciles de perder y eran los villanos para los niños y mascotas.

En la era dorada de los gadgets que cabían en el bolsillo y prometían cambiar el mundo, apareció DataPlay: un disco compacto en miniatura que quería ser el Messi del almacenamiento portátil. Su lema no oficial era “más práctico que un CD, más seguro que tu contraseña del WiFi”. Pero como todo sueño tecnológico, se topó con la dura realidad… y con su propio ego.

DataPlay llegó con una protección contra copias tan estricta que los consumidores pensaron que venía con vigilancia satelital. ¿Quieres escuchar tu música? Primero firma aquí, da tres vueltas y reza que el disco te lo permita. Y por si fuera poco, la empresa decidió no licenciar su tecnología a nadie. Porque claro, ¿quién necesita aliados cuando puedes fracasar solo?

El resultado fue un formato que nadie podía copiar, nadie podía grabar, y nadie quería usar. Era como tener un Ferrari sin llaves ni gasolina. Mientras el mundo abrazaba el MP3, los USB y los discos grabables, DataPlay se quedó esperando que alguien lo entendiera… y ese alguien nunca llegó.

Hoy, DataPlay es recordado por nadie, excepto por coleccionistas de fracasos tecnológicos y por algún ingeniero que aún tiene uno en su cajón, junto a su credibilidad. Un disco que quiso ser el futuro… y terminó siendo un souvenir del pasado.

Ultra Density Optical y Phase Change Dual

En la desesperada cruzada por jubilar al disquete —ese cuadrado que guardaba menos que una conversación por WhatsApp— surgieron dos héroes con nombres dignos de película de ciencia ficción: Ultra Density Optical (UDO) y Phase Change Dual (PCD). Prometían velocidad, capacidad y un futuro brillante… si es que podías pagar el precio de entrada, que parecía más bien el de una membresía secreta en la NASA.

UDO y PCD eran tan avanzados que solo los laboratorios, gobiernos y coleccionistas de acrónimos sabían cómo usarlos. Mientras tanto, el resto del mundo descubría las memorias USB: pequeñas, baratas, y sin necesidad de leer manuales de 300 páginas. ¿Grabar datos sin hipotecar la casa? ¡Claro que sí!

Los discos UDO y PCD se quedaron viendo cómo los USB se multiplicaban como gremlins en mochilas escolares, oficinas y bolsillos. Eran como los genios incomprendidos del salón que nadie quería en su equipo porque costaban demasiado y no sabían jugar fútbol.

Hoy, UDO y PCD son leyendas urbanas del almacenamiento, mencionados solo en foros oscuros y por técnicos nostálgicos que aún creen que el láser azul cambiará el mundo. Pero el mundo ya cambió… y lo hizo con un USB de 2GB que venía gratis con la caja de cereal.

Fluorescent Multilayer Disc

Con 1TB de capacidad y tecnología fluorescente digna de película sci-fi, el Fluorescent Multilayer Disc prometía guardar series completas y hasta tus traumas digitales. Pero nunca salió del laboratorio. Mientras el mundo abrazaba la memoria flash y el streaming, este disco quedó como el primo nerd que nadie invitó a la fiesta. Brillaba, sí… pero solo en la oscuridad del olvido.

Tercera Generación

A principios de los 2000, los discos ópticos decidieron evolucionar y se pusieron científicos: “¡Traigan el láser azul violeta!”, gritaron. Tras años de sudor, lágrimas y probablemente quemaduras de laboratorio, nació la tercera generación: más capacidad, más tecnología, más ganas de quedarse para siempre.

Pero justo cuando el Blu-ray se sentía el rey del almacenamiento, llegaron tres villanos con capa digital: el streaming, la [[Nube (informática)nube y la memoria flash. “¿Guardar películas en mí? ¡Por supuesto!”, decía el Blu-ray, mientras Netflix le robaba los estrenos, Google Drive le quitaba los documentos y las USB se burlaban de su tamaño.

Aun así, el Blu-ray se niega a morir. Persiste como ese tío que sigue llevando DVD a las reuniones familiares, aunque nadie tenga reproductor. Es el último samurái de los discos, el héroe que no se rinde, aunque el mundo ya no lo invite a la fiesta.

¿Obsoleto? Tal vez. ¿Olvidado? No del todo. ¿Dramático? Siempre. Porque si algo sabe hacer el Blu-ray, es guardar información… y rencor.

El ganador: Blu-ray Disc

Aquí podemos ver un disco de Blu-ray a punto de autodestruirse por el lelo que escribió "copiar" en el Mésenller

Creado por Sony con la noble misión de llevar el cine a nuestros ojos en gloriosa alta definición, el Blu-ray emergió como el Jedi de los discos ópticos. Su enemigo: el HD-DVD, un formato que duró menos que un cameo de Stan Lee. ¿La razón de su victoria? Más capacidad, más versatilidad y, probablemente, mejor nombre para marketing.

Los cinéfilos lo veneran como si fuera una reliquia sagrada: “¡Mira esos píxeles, se le ven los poros a Brad Pitt!” Mientras tanto, el resto de la humanidad sigue con el DVD, porque cuesta menos y no exige una maestría en compatibilidad de reproductores.

Pero el Blu-ray no se rinde. Junto con el DVD, se ha convertido en el búnker donde nos refugiamos cuando Netflix decide borrar nuestras series favoritas o cuando el streaming se congela justo en la escena del beso. Es el formato que dice: “Aquí no hay buffering, solo respeto”.

Y en los videojuegos, el Blu-ray es el rey absoluto. Las consolas lo adoran, los gamers lo necesitan, y los desarrolladores lo llenan con mundos enteros, cinemáticas eternas y actualizaciones que pesan más que tu tesis.

Así que sí, el Blu-ray ganó la guerra de los formatos… pero ahora vive en resistencia, armado con calidad, nostalgia y una caja azul que nunca pasa de moda.

Los Perdedores

HD-DVD

La vida de la edecan no volvió a ser la misma.

En un rincón del mundo tecnológico, Toshiba dijo: “¡Yo también quiero un disco de alta definición!” Y así nació el HD-DVD, el primo musculoso del DVD, pero con la misma personalidad. Su estrategia: parecer moderno sin cambiar demasiado. Básicamente, se puso una chaqueta nueva y dijo “soy el futuro”.

Pero el mundo no se dejó engañar. Las compañías miraban al Blu-ray, ese disco elegante, versátil y con más espacio, y decían: “Gracias, Toshiba, pero no gracias”. El HD-DVD empezó a perder amigos más rápido que un VHS en una tienda de streaming.

Mientras Blu-ray ganaba terreno en consolas, películas y corazones cinéfilos, el HD-DVD se quedaba solo, como ese invitado que llega con botana genérica a una fiesta gourmet. En 2008, Toshiba aceptó la derrota y retiró su formato con la dignidad de quien sabe que compitió… pero no entendió las reglas.

Hoy, el HD-DVD vive en los memes y en los cajones olvidados, recordándonos que no basta con ser “HD” si no traes algo realmente nuevo. Porque en la guerra de los discos, no gana el más fuerte… gana el que no parece un refrito.

Nintendo Wii U Disc

Artículo principal: Nintendo Wii U

Ah, el disco del Wii U. Ese valiente redondelito que, con la frente en alto y el logo de Nintendo grabado con orgullo, se lanzó al mercado diciendo: “¡Yo no soy un Blu-ray cualquiera, soy especial!” Y sí, era especial… tan especial que casi nadie lo entendió.

Nintendo, fiel a su tradición de ir contra la corriente (y a veces contra la lógica), decidió que su consola sucesora del exitoso Wii necesitaba un disco casi igual al Blu-ray, pero no del todo. Porque claro, ¿por qué usar un formato estándar cuando puedes inventar uno que confunda a todos?

El Wii U, con su control-tablet del tamaño de una bandeja de desayuno y su interfaz que parecía diseñada por un comité de topos miopes, no logró capturar ni a los hardcore gamers ni a las abuelitas que jugaban bolos en el Wii. Mientras tanto, los jugadores casuales huían en masa hacia sus teléfonos, tablets y tostadoras inteligentes (computadoras).

Y así, el disco del Wii U quedó relegado al olvido, como ese primo raro que lleva sombrero en las reuniones familiares. Nintendo, en un acto de redención, tiró la toalla óptica y volvió al cartucho con el Switch, como diciendo: “Olviden eso, estábamos bromeando.”

Hoy, el disco del Wii U descansa en paz en tiendas de segunda mano, esperando que alguien lo confunda con un posavasos futurista.

CBHD

El CBDH no conquistó el Blu-ray y el DVD... los compró con té verde, sonrisas diplomáticas y una horda de inversionistas chinos que pensaban que “alta definición” era una filosofía de vida.

China, cansada de pagar regalías por cada Blu-ray que salía de fábrica, dijo: “¡Vamos a hacer el nuestro!” Y así nació el CBHD, un disco que reciclaba la tecnología del HD-DVD (sí, ese que ya había perdido) pero con un toque chino: más caracteres, más orgullo, y menos ganas de pagarle a Sony.

El CBHD prometía alta definición sin las molestas regalías, pero los fabricantes dijeron: “¿Y mis películas de Hollywood?” Exigían compatibilidad con Blu-ray, y ahí se rompió el sueño. CBHD quedó como ese estudiante que entrega la tarea en papel reciclado y espera un 10.

Pero China no llora derrotas. En lugar de insistir, aplicó la estrategia milenaria del capitalismo moderno: “Si no puedes vencer al Blu-ray… cómpralo.” Hoy, varias compañías del Blu-ray Disc Association, del DVD Forum y la DVD+RW Alliance tienen accionistas chinos, y otras parecen reuniones familiares de inversionistas de Shanghái.

Así que el CBHD no conquistó el mundo, pero sus creadores ahora están sentados en la mesa donde se decide qué disco vive y cuál muere. Porque en esta historia, el disco puede fallar… pero el negocio nunca.

FVD

Taiwán, con espíritu independiente y ganas de brillar, dijo: “¡Nosotros también haremos nuestro disco HD!” Y así nació el FVD, el Forward Versatile Disc. ¿Innovador? Más o menos. Era como un DVD que se había metido al gimnasio, había aprendido a comprimir mejor los videos… pero seguía usando el mismo láser rojo de siempre. Un rebelde con causa, pero sin presupuesto para cambiar de color.

El FVD prometía alta definición sin pagar regalías a los chinos del Blu-ray. “¡No más dependencia tecnológica!”, gritaban. Pero el mercado respondió con un bostezo. Los fabricantes querían compatibilidad con Blu-ray, los consumidores querían algo que no sonara a truco barato, y el futuro… bueno, el futuro quería láser azul.

Al final, el FVD fue como ese estudiante que entrega la tarea en papel reciclado y dice que es ecológico, pero no responde la pregunta. Perdió la batalla tecnológica y quedó como una nota al pie en la historia de los discos ópticos.

¿Fracaso? Tal vez. ¿Intento valiente? Sin duda. Porque aunque el FVD no conquistó el mundo, demostró que en Taiwán también saben decir “¡yo lo hago solo!”… aunque sea con el mismo láser de siempre.

DMD

El DMD llegó con múltiples capas y promesas de 32 GB, pero seguía usando el láser rojo de siempre, como ese chef que quiere impresionar con sopa instantánea. El mundo, harto de DVDs disfrazados, lo ignoró con elegancia y se fue con el Blu-ray, que al menos traía tecnología nueva y no solo maquillaje digital. El DMD quedó como el intento desesperado de no pagar regalías… y no pagar el futuro.

Cuarta Generación Formatos cancelados (menos uno)

Después del éxito del Blu-ray, las compañías tecnológicas se pusieron creativas (o desesperadas) y lanzaron una serie de formatos ópticos que prometían revolucionar el entretenimiento digital. Spoiler: no lo hicieron. Mientras la memoria flash, el streaming y la nube se pavoneaban como los nuevos reyes del barrio, estos pobres discos quedaron relegados al cajón de los olvidos tecnológicos, junto a los beepers y los reproductores MiniDisc.

Pero la historia no termina ahí. Porque cuando el Internet decide tomarse un día libre (¡gracias, Amazon Web Services y Cloudflare!), y los servicios de streaming se comportan como villanos de telenovela —caros, caprichosos y con pésima calidad de audio—, los viejos discos resurgen como héroes inesperados. Sí, esos mismos que supuestamente ya no deberíamos usar, pero que siguen ahí, girando con dignidad en nuestros reproductores. A tal extremo llegó el asunto que hasta hay quienes intentan hacer un disco de nuevo.

Este texto es un homenaje (con risas y lágrimas) a los formatos que intentaron ser el siguiente capítulo tras el Blu-ray para no terminar como el epílogo que nadie leyó.

El que sigue intentando: Super Disc[1]

Los chinos, que ya se quedaron con el Blu-ray, el DVD y hasta el humilde Compact Disc, ahora apuntan más alto: el Super Disc, un monstruo capaz de guardar 1.6 Petabytes. Sí, suficiente para meter a Homero, Bob Esponja, Meredith Grey, los zombis de Walking Dead y todavía sobrar espacio para tus memes favoritos.

La estrategia es digna de un guion de Silicon Valley: primero lo lanzan a empresas, porque si falla nadie se entera, y luego al público, cuando ya esté barato y listo para reemplazar tu torre de discos polvorientos. Todo esto motivado por la fragilidad del Internet moderno, que se cae más seguido que un servidor de Amazon Web Services en lunes y es tan caprichoso como Netflix quitando tu serie favorita justo cuando ibas en la temporada final.

¿Será el Super Disc el nuevo rey del almacenamiento o terminará como el Archival Disc, olvidado en algún cajón junto al MiniDisc y el HD-DVD? Nadie lo sabe. Lo único seguro es que, si funciona, podrás presumir que tienes literalmente toda la televisión mundial en un solo disco… y aún espacio para guardar la lista del súper.

Los perdedores

El Archival Disc soñó con ser el futuro, pero terminó como un posavasos caro en la era del streaming y la nube.

En 2015, Sony y Panasonic se juntaron como dos científicos locos para crear el Archival Disc (AD), el supuesto sucesor del Blu-ray. ¿La promesa? Un disco con 300GB en su versión de entrada y hasta 1TB en las versiones premium, ideal para guardar desde tu colección de películas hasta tus traumas digitales. Se decía que el PlayStation 5 lo usaría, que sería el nuevo estándar, que revolucionaría el almacenamiento… y luego puf, desapareció como tus ganas de hacer ejercicio en enero.

Mientras el AD se preparaba para su gran debut, la memoria flash, el streaming y la nube ya estaban en la alfombra roja, robando cámaras y contratos. Sony y Panasonic, en modo vendedor ambulante, intentaron convencer a las empresas: “¡Miren este disco, tiene más espacio que el ego de Elon Musk!” Pero las empresas respondieron con un “meh” corporativo y siguieron usando servidores y café.

Al final, el PlayStation 5 se fue por lo seguro: Blu-ray y la buena (o mala) Internet. El Archival Disc quedó como ese primo que estudió algo rarísimo y nadie sabe en qué trabaja. ¿Fue un fracaso? Tal vez. ¿Fue olvidado? Sin duda. ¿Fue útil? Solo si lo usas como espejo o frisbee de oficina.

HVD

La última foto que tenemos del HVD antes de su misteriosa desaparición.

Era el año 2005. Las compañías tecnológicas hablaban en susurros de un artefacto legendario: el Holographic Versatile Disc, alias HVD. Un disco capaz de almacenar 3.9TB usando hologramas, como si Obi-Wan Kenobi fuera el ingeniero jefe. Se decía que podía guardar todas las temporadas de Grey’s Anatomy, Los Simpson, One Piece y tus archivos de la universidad que jamás abriste. El futuro estaba aquí… o eso creíamos.

Con respaldo de grandes empresas y promesas de gloria, el HVD parecía destinado a dominar el mundo. Pero entonces, como en todo buen misterio, algo cambió. La nube apareció flotando con arrogancia, el streaming se volvió adictivo y la memoria flash se multiplicó como gremlins mojados. El HVD, confundido y sin Wi-Fi, empezó a desvanecerse.

Hoy, nadie sabe dónde está. No hay lanzamientos, no hay actualizaciones, ni siquiera un triste post en Reddit. ¿Fue sabotaje? ¿Un encubrimiento corporativo? ¿Se convirtió en posavasos de laboratorio? Los expertos no lo saben. Los conspiranoicos tienen teorías. Y tú… tú probablemente nunca lo viste.

Este es el expediente HVD. Un caso sin resolver. Un disco que prometía el futuro y terminó como leyenda urbana tecnológica. Si lo ves, no lo toques. Podría contener Lost en calidad 4K.

PCD

Wikilogo botante.gif Para los interesados en la versión
menos seria y verídica, Wikipedia
tiene un artículo sobre:
Disco óptico

El Protein Coated Disc (PCD) prometía 50TB por disco usando bacteriorodopsina, una proteína de arqueobacterias saladas. Ciencia de punta… y de pantano. Pero al parecer, guardar tus archivos y series en algo que suena a sopa de ciénaga no fue muy popular. El público dijo “guácala”, las empresas huyeron, y el PCD desapareció sin rastro. Hoy es más mito que medio. ¿Tecnología del futuro o experimento de Frankenstein con moho? Nunca lo sabremos.