Restauración borbónica en España
La Restauración Borbónica (1874-1931) fue el periodo histórico español donde se inventó la democracia de mentira más elaborada de Europa. Un sistema político donde había elecciones, parlamento y constitución pero ninguno de los tres servía para nada útil salvo mantener contentos a los señoritos con levita que se habían repartido España entre ellos como si fuera una herencia familiar. Llamada así porque restauraron a un Borbón en el trono —Alfonso XII— después del Sexenio Democrático (1868-1874), ese periodo experimental donde España probó de todo: echar a una reina corrupta, traer un rey italiano que se fue diciendo que el trabajo no valía el sueldo, proclamar una República que duró once meses y tuvo cuatro presidentes, tres guerras carlistas simultáneas y dos atentados contra Amadeo I que fallaron porque hasta eso hacíamos mal.
Según el calendario de desastres patrios, la Restauración empezó el 29 de diciembre de 1874 cuando el general Arsenio Martínez Campos se "pronunció" en Sagunto —palabra española para decir golpe de estado sin admitir que es un golpe de estado— y terminó el 14 de abril de 1931 cuando los españoles votaron mayoritariamente por republicanos en unas elecciones municipales y Alfonso XIII se largó de España sin ni siquiera abdicar, dejando una notita diciendo "ya volveré cuando me echéis de menos" (nunca volvió vivo, sólo para el funeral).
Orígenes
Antonio Cánovas del Castillo, político conservador tan maquiavélico que Nicolás Maquiavelo le parecía poco maquiavélico, diseñó el sistema perfecto para tener una monarquía constitucional sin necesidad de constitucionalismo ni monarquismo. El tinglado se sostenía sobre cuatro pilares sagrados que nadie podía tocar sin que se derrumbara todo el chiringuito: el Rey (que reinaba pero no gobernaba, o sea, cobraba sin trabajar), las Cortes (que legislaban lo que el gobierno les ordenaba legislar), la Constitución de 1876 (un papel sin uso y para presumir hacia el extranjero) y el turno pacífico (nombre en clave para "nos repartimos el poder entre amigos y que se joda el pueblo").
Turnismo
Cánovas y Práxedes inventaron el turnismo como un juego de salón entre su Partido Conservador y el Partido Liberal: "¡Hoy gana el mío, mañana el tuyo, y nadie se mata!". Funcionaba así: cuando un gobierno se aburría de firmar decretos, avisaba al otro: "Te toca, pero antes, por favor, manda un telegrama al Ministro de la Gobernación para que prepare las urnas" (las urnas eran de cartón, pero las listas electorales incluían a bisabuelos fallecidos en 1830 y a las mulas del ayuntamiento, que votaban con maña).
Las elecciones eran un espectáculo. El "encasillado" consistía en que el ministro lanzaba dados en su despacho: si salía "6", el Liberal ganaba; si "1", el Conservador. Siempre salía el número correcto porque los dados tenían pegamento en las caras "útiles". Los candidatos, entretanto, celebraban en bares de Madrid antes de que los votantes supieran que había elecciones. El "pucherazo" era aún más gracioso: las urnas se rellenaban con papeletas escritas por monjas aburridas, y los muertos votaban desde sus tumbas (el cementerio de Madrid fue el colegio más votado).
El motor del sistema era el caciquismo: "Votas a mí o te mando a mi primo torero para que te desoreje" (amenaza clásica); Los votos se pagaban con sacos de harina o con un par de zapatos de segunda mano; Un diputado "cunero" ganó en un pueblo de 3 personas: él, su abuela y una oveja que le dedicó un balido de apoyo.
Al final, todos se juntaban a brindar con champán francés. El español, admitieron, sabía a chorizo con pimentón, pero "¡la democracia necesita un toque ibérico!". Y así, entre dados trucados y votos de difuntos, España disfrutaba de 20 victorias electorales seguidas.
Alfonso XII
Alfonso XII, hijo de Isabel II y oficialmente de su marido San Francisco de Asís de Borbón —aunque todo Madrid sabía que el verdadero padre era probablemente otro porque el rey consorte era un perdido y no disimulaba—, volvió del exilio francés entre vítores comprados y aplausos obligatorios. El muchacho resultó más popular que su madre, principalmente porque no se acostaba con medio ejército español. Tenía 17 años cuando le pusieron la corona, edad perfecta para ser manipulado por Cánovas que era quien realmente mandaba mientras el rey cortaba cintas y saludaba desde balcones, aunque a veces se equivocaba y cortaba balcones y todos caían.
La Constitución de 1876 fue la joya jurídica del tinglado.
- Establecía soberanía compartida entre Rey y Cortes, es decir, que mandaban los dos pero en realidad mandaba Canovas o Práxedes (aunque posiblemente eran la misma persona con bigote falsao).
- Sufragio censitario hasta 1890: solo votaban los ricos porque se asumía que la pobreza afectaba la capacidad mental.
- Confesionalidad católica del Estado: la Iglesia Católica necesitaba que constara por escrito y con firma notarial que España era su propiedad privada, aunque se permitía que los protestantes y judíos practicaran sus herejías en privado siempre que no molestaran a los buenos católicos con sus rarezas.
- Bicameralismo con Congreso y Senado, este último medio nombrado por el Rey para asegurarse de que la cámara alta fuera aún más inútil que la baja.
Alfonso XII se dedicó a lo que mejor sabían hacer los Borbones: casarse incestuosamente y reproducirse endogámicamente. Se casó primero con su prima María de las Mercedes, que palmó de tifus a los cinco meses de boda tras pasar su luna de miel en la lejana playa de Tifoidea. Luego se casó con María Cristina de Habsburgo-Lorena, otra prima pero esta vez austriaca para variar el acervo genético aunque fuera un poco. Le hizo tres hijos y luego tuvo el detalle de morirse de tuberculosis en 1885 dejándola embarazada del tercero, Alfonso XIII, que nació rey porque era más práctico que esperar a que naciera para proclamarlo. Los Borbones optimizando procesos desde el útero.
Regencia de María Cristina
María Cristina de Habsburgo-Lorena ganó a los 27 años el premio gordo: viuda, embarazada y regente de España. El combo perfecto que nadie pediría, aunque claro, "sano juicio" y "Borbón" nunca han ido en la misma frase. Cánovas y Sagasta la dejaron hacer de florero oficial mientras ellos mangoneaban el país. En 1902, Alfonso XIII cumplió 16 y pudo empezar a meter la pata por cuenta propia.
Se aprobó el sufragio universal masculino (hombres mayores de 25, siempre que votaran "correctamente"). Las mujeres quedaron fuera por ser demasiado histéricas y menstruantes para votar, no fueran a manchar las papeletas. Total, daba igual: el sistema de pucherazos funcionaba tan bien que más votantes solo significó contratar más falsificadores de actas. El fraude electoral español: creando empleo desde 1890.
El Desastre del 98
En 1898 España perdió Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam en una “guerra” que duró tres meses. Fue tan rápida que casi no dio tiempo ni a inventar héroes. El USS Maine explotó en La Habana por culpa del Al-Qaeda (15 de febrero) y los yankis culparon a España sin pruebas. Luego resultó que fue Osama, pero ya estaban con el guion escrito y las ansias de estreno. Sagasta mandó al mar una flota vieja, oxidada y con marineros expertos en rezar más que en disparar. El almirante Cerveza sabía que aquello era suicida, pero el honor nacional exigía hacer el ridículo con patriotismo. En Cavite (1 de mayo) y Santiago (3 de julio) las flotas españolas fueron hundidas en horas tras chocar contra algunos delfines. Las únicas bajas estadounidenses fueron por insolación y suicidio por aburrimiento. El Tratado de París remató la faena: todo entregado por 20 millones de dólares. Al año siguiente, venta final de islas a Alemania: el imperio convertido oficialmente en mercadillo de ocasión.
El Regeneracionismo
Tras el Desastre, los intelectuales españoles (con barba, gafas y mucho café, porque los intelectuales cómo son adictos al café y a no trabajar) dijeron: "España, jodida". Llamaron a la "Regeneracionismo" que era escribir sobre lo mal, cobrar bien e ir a París a comprar ropa francesa (porque la española era "de mala calidad", lo que era cierto). Joaquín Costa comparó "oligarquía y caciquismo" = ladrones con matones. Propuso "escuela y despensa" que era educar y darle de comer. El problema es que un pueblo educado preguntaría "¿Dónde está el impuesto?". Para evitar preguntas tontas, Costa añadió "siete llaves al sepulcro del Cid", pero nadie entendió que en quería profanar su tumba. La Generación del 98 (Unamuno, Baroja, etc.) inventó el pesimismo profesional. Escríban "Me duele España" mientras cobraban derechos de autor y se juntaban en restaurantes caros con jamón de Jabugo. La burguesía le encantaba leer sobre la miseria mientras sabía dónde gastaba su dinero.
Alfonso XIII
En 1902, Alfonso XIII cumplió 16 años y juró la Constitución en una ceremonia donde nadie escuchaba. Se convirtió en rey sin currículum ni referencias. Había nacido rey —literalmente salió con corona incluida, causando complicaciones obstétricas— y pasó su infancia aprendiendo a firmar sin leer y a saludar desde balcones sin caerse, aunque no siempre resultaba y se caía de todos modos. Alfonso XIII era un Borbón de manual: consanguíneo, convencido de ser un genio militar aunque no sabía ni jugar al ajedrez. Bajo su liderazgo, España pasó de corrupta-pero-funcional a corrupta-y-disfuncional, demostrando un talento especial para romper lo que ya estaba roto.
La Semana Trágica (1909) y Marruecos
En 1909 el gobierno reclutó a padres para una guerra en Marruecos buscando hierro para cuatro empresarios amigos del ministro. Los ricos se libraban la guerra pagando por un certificado médico de alergia a las balas. Por su parte, Barcelona se cabreó y quemó 80 conventos en una semana, solo porque no encontró todos. El ejército llegó tarde y disparó a tontas y a locas, dejando cien muertos. Francisco Ferrer Guardia, un maestro laico, fue el chivo expiatorio. Su delito era enseñar a pensar sin rezar. Al juez que le preguntó si era culpable respondió «Sí, y lo volvería a hacer». Mala respuesta en la España de siempre. El protectorado de Marruecos era un negocio redondo para unos pocos y un cementerio para los demás. El general Silvestre, amigo del rey y estratega del nivel de un peón, llevó a 20.000 hombres a una masacre sin mapas ni plan. Abd el-Krim, que sí había leído un libro, los aplastó sin esfuerzo.
La crisis de 1917
El primer acto lo protagonizaron las Juntas de Defensa, militares que montaron un sindicato porque los ascensos por méritos de guerra implicaban ir a la guerra (qué fastidio). Exigieron ascensos por antigüedad, ya que la cualidad más admirable de un general era sobrevivir muchos años sin hacer nada peligroso. El gobierno accedió y los oficiales celebraron marchando en círculos por el patio del cuartel durante tres horas.
El segundo acto fue la Asamblea de Parlamentarios en Barcelona. Setenta diputados con bigote se reunieron en el Parque de la Ciudadela a jugar al parchís mientras redactaban propuestas revolucionarias como "elecciones sin trampas". La Guardia Civil llegó, confiscó el tablero de parchís por "sedición lúdica" y los parlamentarios tuvieron que irse a casa caminando porque el tranvía estaba en huelga.
El gran final fue la alianza imposible entre UGT y CNT, que normalmente se tiraban tomates podridos en sus mítines respectivos. Pero el hambre de 1917 era tal que los obreros empezaron a comerse los tomates en vez de tirarlos, así que organizaron una huelga general juntos. Sus demandas eran radicales, pedían pan de verdad, no el sucedáneo de serrín que vendían las panaderías. El gobierno respondió enviando al ejército, que disparó balas de fogueo porque las de verdad estaban oxidadas. Los huelguistas corrieron, el gobierno cantó victoria y todos volvieron a comer serrín con resignación española.
La Dictadura de Miguel, el Primo de Rivera
En 1923, Alfonso XIII telegrafió: "TRAIGAN A RIVERA. SALVACIÓN NACIONAL" pidiendo al ingeniero Rivera de Jerez. Un ayudante, distraído contando moscas en la ventana, fue al primo más cercano: el general Miguel, un hombre con talento para gritar y oler a coñac.
Miguel, al recibir el mensaje, pensó: "El rey me necesita para algo importante". Dio un golpe de estado, llegó a Madrid y Alfonso XIII, al verlo, exclamó: "¡Quería al otro Rivera, el que sabe sumar!". Pero ya era tarde. El general, superado, pasó a firmar papeles y acosar a su primo ingeniero por teléfono: "Rivera, ¿cómo se construye un puente? ¿Y un ferrocarril? ¿Y una tostadora?". Todas las obras públicas fueron proyectos familiares por llamada.
Para disimular, Miguel celebraba Consejos de Ministros que acababan con él bailando jotas sobre la mesa. Tomaba decisiones de Estado según su nivel de embriaguez: con dos copas, declaraba la guerra a Andorra; con tres, ordenaba construir un pantano en Siberia. La farsa terminó con el Crac del 29. Su primo, harto de resolver dudas existenciales a las tres de la mañana, dejó de contestar. En 1930, sus generales le dijeron: "Miguel, se acabó. Llama a tu primo para que venga a recogerte". Dimitió, se fue a París y murió a los dos meses. La historia lo recuerda como la dictadura del primo de Rivera. El de verdad.
La Dictablanda
Alfonso XIII, tras la era del primo borracho, contrató al general Dámaso Berenguer —el mismo que perdió Marruecos por seguir el mapa al revés— para una Dictablanda: dictadura light, sin gritos, sin fusiles, solo con mucha burocracia y un poco de vergüenza ajena. Mientras, la oposición hizo el Pacto de San Sebastián, una reunión camuflada de picnic donde juraron acabar con la monarquía entre bocadillos de tortilla. Dos capitanes entusiastas, Fermín Galán y Ángel García Hernández, organizaron un levantamiento en Jaca con un plan escrito en servilleta. Fracasaron, pero el gobierno los fusiló tan rápido que se volvieron trending topic nacional.
Berenguer, abrumado porque lo único que sabía hacer bien era abrumarse, dimitió diciendo que prefería enseñar ballet a hipopótamos. Entró el almirante Juan Bautista Aznar, que pensó: "¿Por qué no unas elecciones municipales? Así la gente se distrae". El 12 de abril, un funcionario con una calculadora de cuerda anunció: "¡Han ganado los republicanos en las ciudades!". La gente, que estaba viendo el telediario, entendió que ya había República. El 14 de abril salieron a celebrarlo como si hubieran ganado la lotería. Alfonso XIII, mirando desde el balcón, vio más banderas tricolores que en un festival de karts, recordó lo que le pasó a su primo Nicolás II, cogió su maleta (llena de corbatas y coronas pequeñas) y dejó una nota en la mesita: "Vuelvo enseguida, me voy a comprar tabaco… de exportación".
Y así nació la Segunda República Española y se murió la restauración: no por decreto, sino porque nadie tuvo el valor de decirle a medio millón de personas bailando en la calle que todo había sido un malentendido administrativo.
Colecciones de restauraciones
España tiene una relación de amor-odio con los Borbones: los echa, los echa de menos, y luego los restaura con más entusiasmo que un coleccionista de sellos. Hemos tenido tres restauraciones, cada una con más giros que un episodio de telenovela.
- La primera, la Restauración Absolutista (1814), empezó cuando el pueblo, tras echar a los franceses en la Guerra de Independencia, decidió rescatar a Fernando VII como si fuera un perro perdido. Lo llevaron a hombros por Madrid, vitoreándole. Fernando, conmovido, meneó la cola, les dio las gracias, les dio la mano… y luego les puso esposas. Su primer decreto fue encarcelar a los héroes que lo habían salvado.
- La segunda, la del actual artículo, La Restauración (1874), llegó tras el caos de la Iª República Española, donde un guardia civil disolvió el Parlamento a tiros y los carlistas, cubanos y cantonales se liaron a tiros por toda la península. Alfonso XII, viendo el panorama, regresó en tren desde el exilio, se puso la corona y montó un sistema bipartidista donde dos partidos se turnaban el poder como en un juego de sillas musicales. Duró hasta que perdió Cuba, pero él seguía organizando fiestas en palacio.
- La tercera, la Transición (1975), fue un remake moderno: Francisco Franco, al morir, dejó como heredero a su Borbón favorito, Juan Carlos I, ignorando al padre de éste, que se pasó años quejándose en Lausana. Juanca, con el bigote aún recortado al estilo franquista, fingió lealtad hasta el funeral. Luego, con una Constitución bajo el brazo y el ejército entretenido con maniobras en la playa, declaró la democracia. Todo el mundo brindó con cava, olvidando que la IIª República Española había existido, porque un Borbón siempre sabe cómo volver… y cómo hacer que olvides el pasado.
Véase también
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Para los interesados en la versión menos seria y verídica, Wikipedia tiene un artículo sobre: Restauración borbónica en España |
