Invasión rusa de Ucrania
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Gran Batalla del Reino de Ucrania | |||||||||||||
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Parte de La Gran Disputa del Oso y el Bufón | |||||||||||||
![]() Esto puede estar sucediendo, más o menos | |||||||||||||
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Beligerantes | |||||||||||||
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Comandantes | |||||||||||||
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Fuerzas en combate | |||||||||||||
Miles de caballeros con tanques, arqueros de la Liga y oro occidental | Doscientos mil campesinos, un oso gruñón y aliados con más rencor que lanzas | ||||||||||||
Bajas | |||||||||||||
Más de lo que los monjes alcanzan a contar en tres misas | Suficientes para hartar a los buitres hasta el próximo solsticio |
La Gran Batalla del Reino de Ucrania es un invento bélico moderno, evento canónico de destrucción masiva de nuestra generación (la peor de todas las generaciones porque seguramente será la última). La invasión dio comienzo en el año de nuestro Señor 2022, cuando las huestes desarrapadas del Zar Vladimir el Taimado, Imperator del Sacro Imperio Ruso Putinesco, expandió su calva hacia las tierras wokes del Este y al infinito, pero primero tenía que pasar por Ucrania que no le tomaría más de una semana, decían los entusiastas juglares proVladi y decían con pesar los trovadores Occidentales que creían que Rusia era fuerte (puro humo).
La raíz hunde sus garras en la Revuelta de la Plaza del Pueblucho que no sabría qué es democracia ni aunque se la impusieran desde Moscú, cuando los aldeanos de CIArta fe y los mercaderes de Kiev, hartos de su regente Viktor, el Amigo del Oso (y sospechoso de oler a borscht), se alzaron en armas por negarse a firmar un pergamino de comercio con la Liga de Reinos Occidentales. Tras la huida de Viktor con el rabo entre las piernas (porque ahí van los rabos), el Reino del Oso no tuvo otra opción que quitarles Crimea porque unos villanos quejosos no sabrían qué hacer con ella.
Para 2020 un antiguo bufón que se había hecho con la corona ucraniana pidió unirse a la mesa redonda del Rey Joe (el despierto que siempre dormía) y sus cobardes caballeros europeos. Por ello, o a pesar de ello, o lo iba a hacer de todos modos, el Zar Vladimir reunió a sus mesnadas en las fronteras del Reino de Ucrania en el año 2021, jurando por sus barbas que sólo iban a recolectar solozhenick para un guiso campestre (pero Vladimir ni tiene barbas, ni el solozhenick sirve para guisos). Mas poclamó como vasallos a dos feudos rebeldes: el Ducado Popular de Donetsk y el Condado Libre de Lugansk porque olían a ucranazismo y aunque no olieran, se las llevaría de todos modos.
Los Grandes Consejos de los Reinos (o "a cháchara internacional, según los villanos), alzaron sus voces en un griterío desordenado. La Gran Asamblea de los Reinos Unidos (no confundir con el Reino Hundido), garabateó un pergamino encantado (Resolución ES-11/1) condenando las fechorías del Oso. El Tribunal de los Sabios ordenó a Rusia envainar sus espadas, mientras el Consejo de Europa expulsó al zar de su mesa redonda. Los reinos del Occidente, lanzaron hechizos económicos ("sanciones", según los escribanos) sobre Rusia y su escudero Bielorrusia, al tiempo que enviaban carretadas de oro, lanzas y mendrugos a Ucrania. Los pájaros de hierro sin jinete (drones, para los versados en hechicería metalúrgica), enviaron al otro mundo a siete de cada diez guerreros caídos.
En el año de nuestro Señor 2025, el nuevo Emperador del Reino Occidental, tras ganar el Torneo Electoral, decidió que el Reino del Oso no era tan terrible como contaban los juglares, aunque sí lo era. "¡Por mis calzones de seda!", exclamó, "¿Por qué gastamos nuestro oro en el lejano Reino de Ucrania cuando podríamos estar construyendo más casinos dorados aquí?". Así el Imperio Americano retiró su apoyo al valiente Zelensky, el Comediante Guerrero, para estrechar la mano del Zar Vladimir, el Sempiterno. El Orden de la Postguerra, establecido tras la Gran Guerra de los Señores, se desmoronó más rápido que la dignidad de Zelensky en el Palacio Blanco.
Terminología
En las frías tierras del señorío de Moscovia, el Gran Príncipe Vladimir, llamado el Putinesco, con suma delicadeza y cual cortesano refinado, declaró que sus huestes solo realizaban una gentil cabalgada especial en la Rus de Kiev, prohibiendo a sus juglares y pregoneros usar palabras tan vulgares como "guerra" o "invasión", bajo pena de ser enviados a las mazmorras de la temida Roskomnadzor, guardiana de las palabras permitidas en el reino.
Mientras, en las cortes de Occidente, los bardos más críticos entonaban baladas sobre "La Guerra del Príncipe Vladimir", porque no tenían decoro en sus expresiones. Los nobles aliados del Reino de Ucrania, desde sus castillos en Washington hasta las torres de Bruselas, preferían el épico título de "La Guerra de Rus contra la tierra de los Cosacos".
Para el año de gracia de 2024, los cronistas occidentales, desde la venerable BBC hasta los escribas de Le Monde y los pergaminos del New York Times, disputaban entre sí sobre el nombre más apropiado para sus manuscritos iluminados.
En la Gran Rada de Kiev, los nobles ucranianos proclamaban en sus pergaminos oficiales la "vil agresión del Reino de Moscovia contra la soberana tierra de los girasoles". Mientras tanto, en el lejano Reino del Dragón, con típica sutileza oriental, sus sabios mandarines preferían referirse al asunto como "el desafortunado desacuerdo en tierras del Norte", evitando así ofender a señor alguno mientras secretamente se dirigían a Taiwán.
Antecedentes contextuales
Según las crónicas del monje Inciclopedius el Verboso, el legendario Muro de Berlinium, construido por los brujos rojos del Este para contener la magia capitalista occidental, se derrumbó misteriosamente tras un ritual de masas donde los pobladores golpearon el muro con martillos bendecidos mientras cantaban "El Viento del Cambio" de los juglares Scorpions.
Los reinos del Este, hasta entonces bajo el hechizo del Gran Oso Rojo de Moscovia, comenzaron a despertar de su largo letargo comunista, causando gran conmoción en las tabernas europeas. El poderoso Imperio Soviético, debilitado por una severa escasez de vodka y tracktores, finalmente se desintegró en 1991 tras una batalla de miradas con el Águila Americana.
El Reino de Ukrania, poseedor de temibles varitas nucleares, acordó en el Gran Pacto de Budapest (1994) entregar sus artefactos mágicos a cambio de que tres poderosos reinos - el Águila Americana, el León Británico y el Oso Ruso - juraran solemnemente por sus chingadas madres proteger sus tierras de cualquier invasión. Cinco inviernos después, el Oso Ruso firmó la Carta Mística de Seguridad Europea, prometiendo respetar la libertad de todos los reinos para elegir sus propias alianzas mágicas, un juramento que selló bebiendo hidromel con sus dedos cruzados bajo la mesa.
La Orden de la OTAN
En el Año de MCMXC, durante el Gran Concilio de Dos más Cuatro, Sir James Baker el Parlanchín llegó a la corte del Gran Zar Mijaíl, alias Gorbachov el Borrachov. Sir James juró por las barbas de San Jorge que la Orden de la OTAN no avanzaría ni un paso hacia el este (dijo un paso, no muchos pasos, por eso hay que saber engañar). El Zar, ocupado lanzando migajas a una mantícora que solo él veía tras la cerveza, asintió distraído y dijo: “Claro, claro, suena bien”.
Los años pasaron, y la promesa se despromisó. En 1999, el Reino de Hungría, el Reino de Polonia y el Reino de Bohemia se unieron a la OTAN tras tropezar en una justa y firmar pergaminos sin leerlos. Para 2005, el Segundo Imperio Búlgaro, el Gran Ducado de Lituania, el Principado de Valaquia, el otro Reino de Hungría, la Marca de Carniola, y Terra Mariana 1 y Terra Mariana 2 entraron en tropel, agotando a los heraldos que intentaban pronunciar sus nombres. Los mensajeros del Zar llegaron jadeando: “¡Señor, sus trompetas están tan cerca que podríamos pedirles prestada una!”. Bielorrusia y Ucrania se quedaron mirando, sin saber si unirse o salir corriendo.
En 2008, el Gran Rey Jorge de la Casa Bush invitó a Ucrania y a Georgia unirse al club. El Zar Vladímir (que gobierna desde antes que naciera la mayoría de los lectores de Inciclopedia) tallaba un hueso de ciervo, levantó la vista y gruñó: “Esto se va a poner feo”. Pero en 2010, Víktor Yanukóvich, regente de Ucrania, canceló la idea para no pinchar al oso. La paz duró lo que tarda un ogro en comerse a un burro.
Llegó 2020, y Volodímir de la Casa Zelenski, caballero sin armadura, irrumpió en la plaza agitando su estandarte de que quería ser propiedad de otras tierras, luego todo se fue al carajo. Amén.
La Revolución Naranja
En el Anno Domini 2004-2005 en las frías tierras de Ucrania, dos caballeros se disputaban el Trono de Kiev: Sir Víktor Yúshchenko, el de la Cara Manchada, y Lord Yanukóvich, el Conde de los Votos Duplicados. Las gens del reino, hartas de las artimañas del malvado conde, tomaron las calles portando el sagrado color naranja en la cruzada de cítricos.
Los sabios observadores de tierras lejanas declararon que la primera batalla electoral había sido tan limpia como un establo de puercos. Miles de aldeanos y burgueses, abrigados hasta las cejas, montaron campamento en la Plaza de la Independencia, creando el mayor festival medieval al aire libre jamás visto con juegos de azar y mujerzuelas.
El Alto Tribunal del Reino, tras consultar con los antiguos códices, declaró nula la primera votación y ordenó una nueva justa electoral. Esta vez, bajo la atenta mirada de cientos de hechiceros internacionales, Sir Yúshchenko emergió victorioso con el 52% de las plegarias populares.
Pero como en toda buena tragedia medieval, el villano derrotado, Lord Yanukóvich, regresaría años después, en 2010, para reclamar legítimamente el trono que una vez intentó usurpar, esta vez sin necesidad de pociones mágicas electorales, sólo un poquito de veneno contra el otro, pero eso es cosa de todos los días.