Contactos de Messenger
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El autor de este artículo se ha olvidado de poner fotos, o las que hay no son suficientes. Sé buena persona y ayúdanos colocando un par de ellas para la causa. Que la academia te lo premie. |
Además de por su nick, también se puede clasificar a la fauna del Messenger, el WhatsApp y Telegram basándose en un profundo análisis psicológico.
El Pesado
Esa joya de la corona en tu lista de contactos. Si alguna vez pensaste que "No disponible" o "Ausente" eran estados útiles, este héroe los ignora olímpicamente porque, claro, sus mensajes son demasiado vitales para el destino de la humanidad (spoiler: no lo son). Su nick, siempre encabezado por un guion bajo como si fuera el protagonista de una película épica (_ElReyDelMundo87), asegura su posición privilegiada en tu lista. ¡Y qué decir del contenido de sus mensajes! Torbellinos de información crucial tipo “hola”, “¿qué haces?”, “te vi en línea” o “jaja”. Pero cuidado, si además es un Telegrafista frustrado, prepárate para recibir cincuenta mensajes cortos seguidos que podrían resumirse en cinco palabras. Es agotador pero, admitámoslo, también tiene cierto talento: nadie más logra hacerte sentir tan acosado y al mismo tiempo tan indispensable. ¿Quieres escapar? Imposible. Leerás todo hasta el final, aunque te arrepientas después. ¡Es ley de vida!
El Telegrafista (No confundir con un usuario de Telegram)
Una alma torturada que confunde WhatsApp con un telégrafo del siglo XIX. No es que sea molesto (bueno, lo es), pero su convicción de que el universo colapsará si supera las tres palabras por mensaje roza lo heroico. “Sabías que ayer”. ¿QUE PASÓ AYER? ¡ESPERA! “Vi a Marta”. ¿Y? “Me contó”. ¿CONTÓ QUÉ? “Que ha cortado”. ¡POR FAVOR, TERMINA LA FRASE! “Con su novio?” Ah, genial, ahora tengo taquicardia y él se siente realizado.
Pero prepárate para lo peor: cuando este espécimen se fusiona con el Tecuento-mi-vida-en-una-línea-larga, tu cerebro clama piedad. Alternar entre mensajes cortísimos y párrafos bíblicos te deja traumatizado, como si tus ojos hubieran sido agredidos verbalmente. Y encima, si tienes activados los sonidos, cada "pling" consecutivo es un recordatorio de que nunca sabrás qué diablos está pasando hasta que reconstruyas el rompecabezas narrativo más absurdo de la historia. ¿Para qué sirve esto? Ni Freud podría explicarlo.
El anónimo
El contacto de WhatsApp que se cree protagonista de *Misión Imposible* por usar un nick como *"$3xyC0bra_69"* o *"Y0SoyE1Qu3TeHabl4"*. Porque claro, tu memoria debe ser un santuario dedicado a memorizar combinaciones como *h1r45868@hotmail.com*, el número telefónico de un espía ruso (555-587-694-25) o frases como *"·#·$9Purpur, purpur, purpur-inaa…"* que parecen el código de un Wi-Fi psicodélico.
Este ser superior te bombardea con mensajes como si fueras su biógrafo oficial: *"¿Te acuerdas cuando fuimos a…?"* (spoiler: NO). Y tú, entre emojis de cactus y fotos de perritos meme, intentas descifrar si es el primo de tu ex, el vendedor de aceite de serpiente o un bot fallido.
Pero el *gran finale* llega cuando, tras 20 minutos de monólogo sobre su día, exclama: ***"¡¡SOY BERTO, CARAJO!! ¿NO ME VES??"***. Ah, ¡claro! ¡Berto! ¡El mismísimo! ¿Cómo no relacionar *"Bertín"* con ese poema visual de purpurina y números aleatorios? ¡Es tan obvio como tu PIN bancario!
Y mientras él se ofende cual diva del drama, tú piensas: *"Amigo, si tu ego fuera un grupo de WhatsApp, estaríamos todos silenciados"*. Pero no importa, total, mañana te llegará otro mensaje suyo con *"¿Y ahora?"* y un audio de 12 minutos. ¡Felicidades! Has sido elegido para el Juego del Anónimo.
- (P.D.: Si tienes +100 contactos, empieza a grabar funerales… de tu paciencia).*
El Te-cuento-mi-vida-por-mi-estado-del-Wats
¿Alguna vez te has preguntado por qué tu WhatsApp se parece a un *reality show* de gente que ni te cae bien? Ahí están, los "amigos" que comparten su drama como si fueran protagonistas de su propia serie: "¡Me dejó la novia!", "¡Me multaron por exceso de velocidad en el estacionamiento del súper!", "¡Aprobé la carrera en tiempo récord (gracias al profesor que se apiadó de mi existencia)!". ¿Y qué hago yo? Aquí, fingiendo interés mientras me pregunto: *¿En serio te sigo teniendo en esta app?
Pero el colmo son los *"cronistas del cotidiano"*, esos artistas que documentan cada respiración: "Barriendo", "Viendo YouTube", "Sacando la basura", "Comprando pan integral (porque soy adulto funcional)". ¡Por Dios! Si tanto miedo te da que te hablen, pon "ocupado" y listo. ¿O acaso tus contactos son como perros de Pavlov que saltan al ver un estado? *Spoiler: Sí, y es tu culpa por juntarte con gente que necesita un manual para respetar el espacio ajeno.*
¿Quieres venganza? Regálales un poco de su propia medicina. Actualiza tu estado con: "Respirando (por si no lo notabas)", "Bebiendo agua (para sobrevivir a tu spam)", "Cuestionando mi elección de conocidos". O mejor: "Escribiendo un ensayo sobre por qué tu vida no me importa".
En fin, querido diario de WhatsApp: si tu vida es tan emocionante como un documental de Netflix, ¿por qué no cobras entrada? Y si te aburres tanto que narras hasta tu digestión, *¿has considerado un vlog?* Así, por lo menos, tendrías *un público que elige escucharte*.
El Nunca-estoy
¡El Nunca-estoy en WhatsApp, esa maravilla de la hipocresía moderna! El tipo que tiene el "Ausente" más presente que su propia sombra. Es como si se creyera un ninja del chat, invisible para el mundo pero con Wi-Fi pagado y al día. ¡Oh, claro, él no está! Pero lee tus mensajes con más entusiasmo que un fanático de memes a las 3 a.m.
Este ser supremo de la contradicción ha perfeccionado el arte de decir "no estoy" mientras su pulgar derecho hace horas extras deslizando la pantalla. ¿Qué tendrá de especial mi vida, Nunca-estoy? Porque, vamos, si no te interesara, ni siquiera abrirías la app. Pero ahí estás, fisgoneando conversaciones ajenas como si fueran telenovelas baratas.
Es el rey del drama digital: "No molesten, no existo", pero siempre conectado. Qué sacrificio tan noble el suyo, fingir que no está mientras devora cada palabra que escribes. Y tú, ingenuo mortal, le sigues escribiendo igual, alimentando su ego virtual, sabiendo que esos "no disponibles" están más vivos que una discusión política en X.
Bravo, maestro del engaño tecnológico. Eres la prueba viviente de que en el mundo digital, lo único más falso que los influencers son sus estados de "no molesten". Una ovación para el Nunca-estoy, ese genio que nos recuerda que nadie miente mejor que alguien con internet.
El Filósofo
¡El Filósofo de WhatsApp, esa joya moderna que convierte el chat en un seminario existencial! Este personaje inmortal se las arregla para inspirarte (o hastiarte) con sus frases de almanaque desgastado, cuidadosamente seleccionadas para hacerte reflexionar sobre... bueno, cualquier cosa menos su propia vida. Porque claro, ellos no son como esos plebeyos que escriben "jo ke jenial tq nena kon el chikitibambam"; no, ellos están POR ENCIMA de eso.
Primero está **el místico-profundo**, ese que te paraliza con una frase tan críptica que terminas cuestionando tu existencia mientras esperas un meme de gatos. Luego tenemos al **almanaque ambulante**, que cambia de cita diaria como quien cambia de calcetines: siempre fresco pero igual de olvidable. Y cómo no mencionar al **usurpador intelectual**, ese genio creativo que plagia frases célebres y luego te mira desde su pedestal diciendo: “¿Te gustó? ¡Es mía!” Sí, claro, Shakespeare estaría orgulloso.
Pero el verdadero MVP es **el que se cree genio**. Este espécimen tiene la habilidad innata de refutarte hasta cuando dices “hoy hace sol”. Su misión en la vida parece ser demostrar que tú no sabes nada y él lo sabe todo… aunque use emojis de berenjena sin ironía alguna. Así que ya sabes: si ves uno rondando por tus contactos, prepárate para recibir dosis diarias de humildad envueltas en papel de regalo pretencioso.
El Buitre
El depredador emocional del teclado Este espécimen tiene una galería de contactos más seca que el humor de su madre. Colecciona números como quien colecciona tapas de cerveza: sin criterio ni futuro útil. Envía su clásico “Hola ;)” esperando conquistas épicas, pero recibe respuestas tan cálidas como un bloqueo preventivo. Su técnica de insistir hasta que la otra persona conteste no es seducción, es acoso con autocorrector. Si fueran menos patéticos, hasta darían lástima… pero ahí siguen, alimentando su ego con silencios incómodos y vueltos a leer infinitos. ¡Bravo, campeón!
El Marginadin
El ser supremo que considera tu falta de mensajes como un crimen contra la humanidad, aunque estés salvando el mundo, sacando adelante una tesis o simplemente respirando. Su hobby es hacerte sentir culpable por vivir tu vida mientras él espera ansioso, como un guardia de tráfico emocional, a que le escribas. Porque claro, ¿qué puede ser más importante que alimentar su ego virtual? ¡Prioridades, querido!
El psicópata asociable
El ser supremo que convierte una simple conversación en una experiencia aterradora, como intentar compartir un café con un velocirraptor. Su cerebro parece hecho de mayonesa caducada y relleno de teorías conspirativas sobre por qué tu último TikTok merece un Nobel… al fracaso. Si se les ocurre opinar, prepárate para recibir críticas tan profundas como un charco y tan constructivas como un insulto directo. Pero tranquilo, no descansarán hasta asegurarse de que sepas lo mediocre que eres.
Y si osas decir "ahora no puedo hablar", ¡sorpresa! Eso solo activa su modo Terminator: insistirán hasta que cedas o cambies de número (si es que recuerdas cómo hacerlo). Son los reyes del arte sutil de arruinar conversaciones, como si hubieran estudiado en la universidad de "Cómo Ser Insoportable Online". Por suerte, el bloqueo existe, aunque dudo que entiendan qué significa, pobres diablos tecnológicamente desafiados. Aplaudamos mientras pulsamos ese bendito botón.
Los Desertados
Los Desertados de la Mensajería: esos seres míticos que hace años se evaporaron del mundo digital, como si WhatsApp fuera una secta de la que lograron escapar. Cambian de número o cuenta sin avisar, porque claro, su vida no gira en torno a notificarte sus decisiones existenciales. Tal vez se quedaron sin datos, sin Wi-Fi o simplemente descubrieron algo revolucionario: ¡el aire libre! Ojalá todos tuviéramos esa fortaleza mental para abandonar el culto a la doble marca azul.
Los Mudos
Los Mudos de WhatsApp: esos amigos que podrían ganar un Oscar a la interpretación silente. Les narras tu vida, tus dramas y emociones, y ellos, con la profundidad de un pozo seco, responden con un ‘👍’ o un sticker de un gato sonriente. Conversaciones profundas, no; galería de emojis, sí.
Los Habladores
Los Habladores: esos personajes que convierten un 'hola' en el prólogo de la saga ‘Guerra de los Anillos’. Les mencionas que tienes hambre y te responden con un ensayo sobre la historia de la gastronomía, su receta de sopa y tres anécdotas irrelevantes. Un boomerang verbal que jamás pediste.
El que envía audios largos
Ah, los amantes de los audios infinitos en WhatsApp y Telegram. Esos seres especiales que escuchan el sonido de su propia voz como si fuera un concierto de Beyoncé y deciden compartirlo contigo… sin tu permiso. ¿Te atreviste a comentar algo simple, como “hoy hace calor”? Prepárate para recibir un podcast casero de 7 minutos donde te explican la historia del calentamiento global, las mejores marcas de ventiladores y cómo ellos solían refrescarse de niños en una aldea perdida.
¿Y si mejor lanzaran su propio programa de radio? Así, en lugar de sentirte culpable por no escuchar los audios mientras trabajas o conduces, podrías buscarlos intencionalmente cuando tengas insomnio. Imagina sus títulos: *"“Reflexiones Existenciales Mientras Me Lavo Los Dientes”* o *“Opiniones Infundadas con Café de Fondo”*.
Claro, siempre puedes activar el mensaje automático: "Gracias por tu audio, lo escucharé en cuanto termine esta cirugía cerebral". Pero incluso así, ellos seguirán enviando sus radionovelas diarias. Al final, solo queda preguntarse: ¿realmente quieren comunicarse contigo o solo buscan oyentes cautivos para su monólogo perpetuo? Porque, sinceramente, ni Spotify les paga regalías por tanto contenido.
El indeciso consumista
El indeciso consumista de WhatsApp: ese personaje que no puede decidir si su vida es un desfile de móviles o una tienda de electrónica ambulante. Cambia de cuenta, de chip y teléfono más veces que de calcetines, bombardeándote con peticiones de amistad como si fueras su único contacto en el apocalipsis zombie digital. Claramente, su mayor miedo no es la soledad, sino quedarse sin tu valiosísima lista de memes para sobrevivir al fin del mundo tecnológico. ¡Agrega, bloquea, repite! Es el ciclo eterno de su existencia virtual.
Los Enlazadores
Los Enlazadores de WhatsApp: los autoproclamados "influencers del spam", esos héroes modernos cuyo único propósito en la vida es llenar tu chat con enlaces tan útiles como "cómo perder tiempo en internet". Te bombardean con cadenas interminables, memes dudosos y sitios web que probablemente instalen un virus en tu teléfono. Su misión no es otra que hacerte creer que son el rey o la reina del humor digital, aunque en realidad solo están a un paso de ser bloqueados permanentemente. ¿Cool? Más bien patéticamente predecibles.
Los plásticos
¡Oh, gloriosos plásticos de WhatsApp! Esa panda de aristócratas digitales que confunden su perfil con una pasarela de vanidad y su chat con un altar al ego. Son tan superficiales que si cayeran en un charco, rebotarían. Su materialismo brilla más que sus supuestas "vidas interesantes", aunque en realidad solo tienen el grosor emocional de una servilleta usada.
Sus nombres son un festival del absurdo: “Aiden Noir”, “Lady Vainity_69” o “Mr. Wolf Armani”—porque aparentemente nacieron en un capítulo de *Gossip Girl* y nadie les avisó que era ficción. Sus estados rezuman pretensión: frases como “El dinero no importa… pero ayuda” o “Clase alta, vibras únicas” parecen escritas por alguien que aprendió filosofía leyendo biografías de influencers en TikTok. Y ni hablemos de los avatares: logos de marcas caras (que probablemente compraron en AliExpress), selfies con filtros que los hacen parecer Kardashians fallidos o fotos insípidas de cafés caros junto a frases motivacionales robadas de Pinterest.
Lo peor es su arrogancia, esa especie de aura falsa que intenta intimidarte pero termina siendo tragicómica. Creen que dominan el mundo mientras todos pensamos: “¿De verdad te crees especial por usar Gucci virtual?”. Si fueran comida, serían esos cupcakes decorados hasta la nausea que saben a cartón. Si fueran música, serían una canción pegajosa que odias pero no puedes sacarte de la cabeza. En resumen: insoportables, risibles y absolutamente irrelevantes. ¡Bravo!
Los dinámicos
Esos genios del diseño que tienen el poder de transformar su perfil en una explosión visual según su estado de ánimo. Cambian colores, fuentes cursis, imágenes extravagantes, nombres incomprensibles y fondos que parecen un graffiti hecho por un niño hiperactivo. Y ni hablemos del caos cuando actualizan también Facebook, Instagram y X para completar la sinfonía de mal gusto. El resultado es tan agresivo para la vista que podrías necesitar una máscara de soldar solo para leer un "hola". Es como entrar a una discoteca sin invitación y con luces estroboscópicas en modo pesadilla. Una verdadera experiencia que desafía la vista y la paciencia.
El "escucha esto"
¿Tienes un amigo que cree que su gusto musical es el Santo Grial de la cultura? 2 Esos seres que, con cara de iluminado, te envían canciones como si fueran misiles teledirigidos al chat ("*oye, esto te cambiará la vida*)", ignorando que ya te has bloqueado 17 veces? ¡Felicidades! Has sido reclutado por la secta auditiva más persistente del planeta.
Estos héroes del *indie* (o del *underground*, o del *hipster*, o del "esto-no-lo-conoce-ni-tu-abuela") viven en un bucle cuántico: te mandan un tema, esperan tu reacción, y si no respondes con un "¡WOW, EL SOLO DE GUITARRA ES UNA METÁFORA DE LA EXISTENCIA!", te acosan con preguntas existenciales: "¿No te parece *revolucionario*?" o "¿En serio no captas la ironía del sintetizador?". Y si osas criticar, ¡activan el modo *berserker*! Prepárate para una guerra de memes filosóficos o, peor, un discurso sobre Nietzsche con chupete.
El ejemplar más rastrero es el que te persigue con "¿Ya escuchaste el disco? ¿Y la discografía? ¿Y el *demo* que subió el primo del vocalista a SoundCloud?". Es como un zombie, pero en vez de comer cerebros, quiere que le analices el *beat* de un tema que suena a lavadora descompuesta.
¿Solución? Atácalos con su debilidad: el éxito comercial. Envíales "el último hit de Dua Lipa, ¡con 10 millones de *streams* y coreografía de TikTok!". Verás cómo huyen despavoridos, como vampiros ante un crucifijo hecho de *likes*. Claro, te odiarán para siempre, pero ¿acaso no es un precio justo por recuperar tu paz mental?
En resumen: el "escucha esto" es un acto de guerra. O respondes con cinismo, o terminarás escuchando *covers* de *Vencedores vencidos* en versión acordeón. ¡Que vivas para contarlo!
El 69
Ah, el mítico "69". No es una especie en sí, sino más bien una mutación genética que afecta principalmente a los especímenes *adolescentes* y, en menor medida, a cualquier humano con acceso a WhatsApp. Estos seres creen que colocar un "69" en su nombre o estado es como gritar al mundo: "¡Soy sexy! ¡Tengo profundidad! ¡Y probablemente sé hacer malabares... con dignidad!".
Porque claro, nada dice "persona interesante" como un número que hace referencia a una posición que ni siquiera saben deletrear bien. Y no nos engañemos: si su cerebro fuera un motor, funcionaría a base de chistes verdes y baterías recargables. La mayoría de las veces, su doble sentido es tan sutil como un concierto de Metallica en una biblioteca.
Pero espera, hay más. Algunos lo integran en su nombre: "Messi69", "Gatita69", o incluso "TuMama69" (porque nada grita "sofisticación" como arrastrar a tu propia madre a esto). Son tan predecibles que podrías entrenar a una IA para detectarlos antes de que te envíen su primer "¿cuándo quedamos?".
Ojo, no confundir con los nacidos en 1969, que seguramente añoran el Woodstock mientras intentan entender TikTok. Esos tienen excusa: son reliquias vivientes de la Generación X. Pero los "69s" modernos… ellos son como un meme mal hecho: graciosos al principio, irritantes después y, finalmente, tristes.
Así que, querido lector, frente a estos ejemplares, no tengas piedad. Bloquéalos sin remordimientos. Después de todo, si realmente fueran tan *HOT*, estarían ocupados teniendo vida social en lugar de avisarle al mundo que leyeron algo sobre Kamasutra en línea.
La "coméntame"
La clásica especie del *Homo comentatoris*, esa criatura que habita las profundidades de WhatsApp y te bombardea con enlaces a su Instagram, donde exhibe su último "ensayo" fotográfico: un *selfie* en el espejo (porque la cámara frontal es "para mortales"). Su misión: que le dediques un comentario, aunque sea un *emoji* de caca, porque su vida social se reduce a añadir desconocidos a cadenas más largas que su autoestima.
Pero aquí viene el *plot twist*: cuando toca responder, ¡sorpresa! No tienes ni idea de qué decir. ¿Qué tal si le dices que su tutorial de maquillaje "parece pintado con un lápiz de labios en un bache"? Ah, no, mejor usa una IA. Ella, con su algoritmo frío y sin alma, te soltará un comentario tan falso como su humildad: *"¡Increíble contenido! ¡Sigue inspirando!*". Copias, pegas y… *voilà*, acabas de alimentar el ego de alguien que celebrará tu *like* como si fuera un Nobel.
Así funciona el círculo vicioso de la desesperación 2.0: ellas suben fotos donde el único *highlight* es el reflejo de la luz del baño, tú finges entusiasmo con texto generado por robots, y todos nos ahogamos en este pantano de vanidad y *spams*.
En resumen: si tu vida dependiera de comentarios en redes, estas chicas serían las reinas del apocalipsis digital. Y tú, querido copión de IA, su cómplice. ¡Felicidades, acabas de contribuir a la tristeza global!
El "queridísimo"
Ah, el clásico *queridísimo* que adorna su estado de WhatsApp con dedicatorias tan falsas como su humildad. ¿Quién no ha visto a ese ser supremo que publica *"Gracias, amor, por existir"* (escrito por él mismo, una IA con crisis existencial o su primo invisible)? Especialidad de féminas que, sin novio ni autoestima, convierten a sus dos amigos (uno de ellos su peluche de la infancia) en el *fan club* más patético de la historia.
Su lógica es impecable: *"Si pongo 'te amo, mi vida' en el estado, ¡soy trending topic emocional!"*. Creen que la popularidad se mide en *visto* a las 3 AM, y que un *"❤️🔥"* de su contacto "favorito" (que ni sabe cómo se llama) los salva de la bancarrota afectiva. ¿El ejemplo máximo? Lisa Simpson en su fase "Lady Gaga", pero hasta los genios tropiezan.
En el fondo, son almas en pena que confunden lástima con amor, y *spam* con conexión. Ojo: si tu vida dependiera de sus estados, serías el protagonista de un drama mexicano… pero sin presupuesto para efectos especiales.
Así que, querido *queridísimo*: no, no eres viral. Eres el meme andante de la desesperación. ¡Pero tranquilo! WhatsApp es el único lugar donde tu tristeza puede tener *emoji* de corona.
El Oráculo
el clásico sabiondo que, desde su trono de autosuperación comprado en AliExpress, ilumina a féminas con consejos tan útiles como un mechero en una inundación. Claro, sus palabras "sabias" siempre van dirigidas a chicas que, misteriosamente, protagonizan sus pensamientos más... *manuales*.
Si llegan a conocerlo en persona, prepárate para la “magia”: esa mezcla de incomodidad, acoso y ese toque especial de violación de espacio personal. Porque nada dice "soy un experto en amor" como ser un completo incómodo. ¡Bravo, Casanova Barato!
El Oráculo Filósofo
Ah, el Oráculo, ese ser superior que, desde su cueva de memes motivacionales y libros de autoayuda leídos a medias, ilumina al mundo con analogías más enredadas que los cables de su cargador después de una semana. ¿Problemas de amor? Él tiene la solución, siempre envuelta en metáforas tan profundas que ni él las entiende. Por ejemplo: *"El amor no correspondido es como un yogur caducado: aunque lo revuelvas con un tenedor de madera, seguirá oliendo a desilusión fermentada"*. ¿Traducción? *"Pásale al siguiente, rey de los besos de aire"*.
Su especialidad es hacerte sentir inferior con frases como: *"La vida es un río, pero tú sigues usando un colador para pescar estrellas"*. ¿Qué demonios significa? ¡Exacto! Nada. Pero suena tan *profundo* que asientes con cara de *"wow, este hombre ha leído a Nietzsche en el baño"*. Claro, su sabiduría es tan útil como un paraguas en un huracán: te deja mojado, confundido y con ganas de tirarle el libro de autoayuda a la cabeza.
Y cuando alguien osa cuestionar su lógica, responde con aires de suficiencia: *"No todos están listos para entender la poesía de la existencia"*. ¡Claro! Porque comparar el desamor con un yogur vencido es poesía pura, ¿no? En el fondo, es un gurú de pacotilla que confunde sabiduría con hablar como un horóscopo escrito por un algoritmo ebrio. Pero ojo: si no aplaudes su genialidad, te tachará de *"incapaz de ver la luz cuántica del universo"*.
En resumen: el Oráculo Filósofo es ese amigo que, en vez de decir *"olvídala y sal a bailar"*, te habla de supernovas y tostadoras como si fuera el mismísimo Sócrates. Y tú, querido crédulo, terminas más perdido que un emoji de calavera en una conversación de WhatsApp.
El Rebelde Farsante
Imagina un cruce entre un TED Talk de segunda mano y un anuncio de té de ketamina. Así es este personaje, que salta el “Hola” como si fuera un *muro de pago* de Pornhub y te suelta: “La TV nos lobotomiza, el 5G te esteriliza y el gluten es una invención de Bill Gates”. Tú, ingenuo, respondes “¿Qué tal?”, y ¡zas! Te enchufa un discurso sobre cómo los extraterrestres controlan TikTok, si es de izquierda radica con el comunismo mientras pide Deliveroo, o si es de derecha derecha combate el sionismo comprando en AliExpress. Todo ello citando a Marx entre memes de “¿Y si en realidad SÍ somos marionetas?”.
Su mayor logro: desaparecer 48 horas tras soltar su verborrea, como un OVNI que huye de la NASA. Cuando reaparece, envía un “¿Hola?” que suena a gato pidiendo perdón tras romper el sofá. ¿Su excusa? “Es que estaba en una manifestación” (en realidad, viendo televisión)
Este “rebelde” es el mismo que denuncia el consumismo desde su último iPhone Pro Max, lucha contra la gentrificación tomando cerveza artesanal en bares de 30 dólares, y presume de “despertar” mientras retuitea a Greta Thunberg y a Elon Musk en el mismo hilo. Su legado: convertir conversaciones en un *scroll* infinito de paranoia gratis.
En resumen: un genio. Si los genios fueran spam andante con crisis existencial y WiFi pirata.
El Epiléptico
El Epiléptico de WhatsApp: esa rara especie que confunde su cuenta con un festival de arte digital en crisis. Son como Frankenstein de los emojis, vestidos con pijamas de rayas y un avatar de un gato con gafas de sol. Sus "crisis" no son epilépticas, ¡son ataques de creatividad posmoderna! De repente, ¡zas! Te despiertan a las 3 AM con un "qñwéjkdñf" en negrita, sobre un fondo de flores animadas y la bso de *David Guetta en un burro de carga*. Intentan parecer genios existencialistas, pero en realidad solo presionaron "enviar" mientras soñaban con memes de llamas. Su legado: convertir tu chat en un museo de lo absurdo donde nadie entiende nada, pero todos les dan "me gusta" para no quedar mal. ¡Salud por los mártires del caos digital!
El "Inteligente"
Ah, el *Inteligente*: ese ser superior que desciende de las alturas de su ego para iluminar tu chat con su sapiencia. Su frase favorita: "¿En serio no sabes eso?". Su hobby: convertir un "hola" en un debate sobre tu coeficiente intelectual.
- Ejemplo de diálogo con un *Genio*:
—Tú: "Buenos días 🌞". —*Genio*: "¿Buenos? Qué optimismo más vacío. ¿Acaso el sol te derritió el cerebro? Porque tu frase tiene menos contenido que un tuit de un político".
—Tú: "Hace calor…" —*Genio*: "Claro, como no tienes el privilegio de vivir en un clima nórdico, como yo, que disfruto del frío intelectual. Además, tu mensaje es redundante: el calor es una ilusión de los débiles mentales. ¿O es que tu Android de segunda mano no te deja ver el pronóstico?".
—Tú: "…" —*Genio*: "Silencio incómodo. Tipico de alguien que escucha *reggaeton y tumbados*. Seguro tienes una funda de celular con un gatito y usas stickers de *TikTok*. Patético".
Conclusión: El *Genio* suele ser un híbrido de snob, elitista y conservador que cree que su iPhone Pro de última generación le da derecho a juzgar tu existencia. Su arrogancia es inversamente proporcional a su capacidad de entender ironía. Si respondes, pierdes. Si no respondes, pierdes. La única solución es bloquear y seguir con tu vida, mientras él se autoproclama vencedor en su universo de memes de derecha y playlists de *rock clásico* (porque sí, esas cosas *importan*).
PD: Si usas Android, prepárate. Para el *Genio*, eres menos que un humano.
El entrometido de grupos
Ah, los grupos de WhatsApp. Esa bendición moderna que todos amamos tanto como una migraña en pleno almuerzo. Pero si hay algo más incómodo que recibir 184 audios seguidos sobre recetas de puré de zanahoria para bebés, es cuando alguien te mete a un grupo donde claramente no pintas nada. Por ejemplo, ¿qué hace este pobre soltero en un chat de madres lactantes? ¿Esperaban que opinara sobre la posición ideal para dar pecho mientras discute su última partida de Fortnite?
La persona que te agrega sin tu consentimiento siempre lo hace con las mejores intenciones... o al menos eso cree ella. "¡Seguro le interesa!", piensa mientras ignora por completo tu vida, tus intereses y tu dignidad. Y claro, cómo no va a querer participar un chico sin hijos en debates apasionados sobre pañales ecológicos o los beneficios del colecho. Total, seguro tiene mucho tiempo libre después de limpiar biberones imaginarios.
Lo peor no es solo estar ahí, perdido entre mensajes irrelevantes; es sentirte obligado a fingir entusiasmo ("Gracias por incluirme, qué divertido") porque rechazar la invitación sería considerado un acto hostil equivalente a declararle la Tercera Guerra Mundial a tu prima Lucía. Así que terminas siendo testigo involuntario de conversaciones que parecen escritas en otro idioma.
En resumen: queridos entrometidos digitales, antes de agregar a alguien a un grupo, pregúntense: ¿realmente pertenece aquí o será como invitar a un pez a una competencia de escalada? La tecnología avanza rápido, pero parece que la empatía aún necesita actualizarse.
El impaciente
¡Ding! Envías un mensaje y comienza la cuenta regresiva del apocalipsis emocional. Pasan tres minutos sin respuesta, y ya estás visualizando a tu amigo perdido en una isla desierta, siendo atacado por cangrejos asesinos mientras su teléfono se hunde lentamente en el océano. ¿O tal vez sufrió amnesia instantánea y olvidó quién eres? Tranquilo, no te preocupes… seguramente solo está viviendo su vida como cualquier humano funcional.
Pero claro, para algunos, un silencio momentáneo en WhatsApp es directamente proporcional al colapso del universo. "¿Y si le pasó algo grave?" se convierte en el guion de una película dramática que solo existe en tu cabeza. Spoiler: probablemente solo están ocupados haciendo cosas normales, como trabajar, dormir o, lo más doloroso de todo, ignorándote deliberadamente.
El arte moderno de la comunicación incluye entender que nadie tiene la obligación de responder inmediatamente, aunque tú hayas enviado ese mensaje con la urgencia de un parte médico. Quizás hasta leyeron tu texto y pensaron: “Uy, esto merece más de dos segundos de atención”. Pero no, mejor sigues imaginando escenarios catastróficos donde ellos son rescatados por helicópteros mientras musitan tu nombre con su último suspiro.
En serio, relájate. Si realmente hubiera una tragedia, alguien más habría posteado algo en Instagram antes de que tú empezaras a redactar mentalmente su epitafio. La falta de respuesta no siempre es personal; a veces, simplemente, las personas tienen prioridades. Como vivir.
El Hola/Adiós
Ese artista del drama digital que convierte tu pantalla en un partido de tenis emocional. Aparece, desaparece, reaparece y vuelve a esfumarse más rápido que tu dignidad después de mandar un mensaje equivocado. ¿Está conectado? ¿Desconectado? ¿O simplemente jugando al gato y al ratón con tu paciencia? Nunca lo sabrás, pero él (o ella) asegurará que estés al tanto.
Este personaje no se conforma con vivir su vida; necesita que tú seas testigo de cada uno de sus movimientos virtuales. "¡Acabo de iniciar sesión! ¡Salúdame!" parece gritar desde la distancia, como si acabara de llegar a un país exótico y esperara una comitiva de bienvenida. Y cuando decide irse (spoiler: solo para volver 30 segundos después), también exige reconocimiento: "¡Me voy! ¡Dime adiós!". Claro, porque nada dice "madurez" como pedirle a alguien que te despida como si fueras un niño en su primer día de escuela.
Y por si fuera poco, actualiza su estado como si fuera un cronista deportivo narrando su propia partida de ajedrez contra el Wi-Fi: "Ya llegué", "Voy a comer", "Me desconecto un rato", "Regresé". Fascinante. Uno pensaría que están enviando señales de humo en clave morse para salvar a la humanidad, pero no: solo quieren asegurarse de que TODOS SEPAN que existen.
En resumen, el *Hola/Adiós* es esa persona que confunde WhatsApp con una ceremonia de inauguración y clausura simultáneas. Quizás deberían cobrar entrada. O mejor aún, bloquearlos hasta que aprendan que podemos sobrevivir sin saber cuándo entraron o salieron de la app. Porque, sinceramente, ni siquiera los superhéroes hacen tanto alboroto cuando aparecen o desaparecen.
El Precoz
Ah, el *Niño Rata* (o *Emperador del Teclado* para los académicos de la paternidad fallida), esa joya de la evolución que exige contactos de WhatsApp/Telegram como si fueran cupones de supermermercado. Pero no se conforma con un "hola": ¡no, señor! Quiere presas *altísimas, riquísimas, y con un trasero que parezca un emoji de melón*. Especificaciones técnicas incluidas: "que su cámara frontal soporte zoom para ver el brillo de mis ojos mientras le mando audios de *Así se pone el sol*".
Cada día, su lista de exigencias crece más que su ego: "30 contactos, o bloqueo a tu cuenta de Among Us". Y si no cumplen, ¡zas! Los elimina más rápido que a un contacto de la abuela en Navidad. Porque claro, su conducta es tan ejemplar como un meme de gato estampado, pero usan apps para esconderse. ¿El motivo? Sexo virtual (porque a los 12 ya son *Influencer de la Nada*) o ciberbullying (su deporte favorito, después de *robar WiFi*).
Así, mientras sus padres presumen de "mi hijo es un crack de la tecnología", ellos siguen cazando víctimas con la sutileza de un anuncio de criptomonedas. Futuro prometedor: de *Ciberacosador Junior* a *Rey del Spam en Grupos Familiares*. ¡Bravo! Porno, poder y peticiones absurdas: la trilogía de una generación que, en vez de juguetes, rompe algoritmos. Y tú, mientras, pensando: "¿En qué momento la infancia se convirtió en un *Black Mirror* con pañales?"
(P.D.: Si ven a uno, córtenle el WiFi. Es por su bien… y el de la humanidad).
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