Alhambra
| Ubicación | Granada, entre el río Darro, el Genil y la desesperación por conseguir entradas |
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| Tipo de lugar | Fortaleza palatina con TOC decorativo y vocación de parque temático |
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| Fundado en | Siglo XIII (cuando Muhammad I dijo “necesito algo más que una tienda de campaña”) |
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| Historia | Construida por artesanos con pulso de neurocirujano y paciencia de santo. Luego ocupada por cristianos que pensaban que las fuentes funcionaban con magia. |
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| Superficie | 3.7 campos de fútbol + 15,000 poemas en las paredes + 1 palacio renacentista que no pega ni con cola |
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| Población | 0 sultanes, 0 reyes, pero 47 gatos con derechos adquiridos |
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| Idioma | Árabe poético, español turístico y maullidos estratégicos |
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| Atractivos principales | Columnas que desafían la física / Leones que parecen perros con peluca / Jardines que dan paz hasta al más estresado / Palacios que gritan “¡mírame!” / Andamios que ya son patrimonio |
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| Sitio web | https://www.alhambraconcolaygatos.com/ |
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La Alhambra (del árabe Al-Hamra, que significa "hecha de alambre rojo" traído directamente de Marte porque había dinero y había que demostrarlo) es una base secreta no tan secreta en la cima de Granada en Al-Ándalus, lo que los cristianos insisten en llamar el reino de España, que representa la culminación del arte nazi nazarí andalusí. Cuenta con palacios, palacetes, palacitos y palaciotes, además de un museo, pinacotecas donde exhiben los pinos, hemerotecas y discotecas. Es el tercer lugar más visitado del emirato después de La Sagrada Familia y Valle de los Fachos.
Construida entre los siglos XIII y XIV por los musulmanes por motivos presumiblemente malvados y tenían tiempo libre para hacer virguerías arquitectónicas. Los sultanes nazaríes, que evidentemente padecían un trastorno obsesivo-compulsivo severo por la decoración, consiguieron crear el conjunto palatino más sobrecargado de Europa, donde no hay ni un centímetro cuadrado sin tallar, grabar o decorar con algún patrón geométrico que marea solo de mirarlo.
Historia
Los inicios
Su construcción comenzó cuando Muhammad I Ibn al-Ahmar, al que por motivos didácticos llamaremos Miguel, un señor de la guerra que acababa de usurpar el trono de Granada en un golpe de Estado (o lo que términos españoles se llama "cambio de gobierno"), se dio cuenta de que no podía gobernar un reino desde una tienda de campaña por muy de marca que ésta fuera. Su ambición y su complejo de Napoleón con turbante le hizo querer un palacio que se viera desde la otra punta del Mediterráneo.
El sitio que eligió, la colina de la Sabika, no fue una elección al azar. Estaba estratégicamente situada entre los ríos Darro y Genil (cuando no era verano y tenían agua de verdad, no como ahora que parecen arroyos de barrio), lo que la hacía un lugar ideal para controlar a la chusma, cobrar peajes a los comerciantes que pasaban por debajo, y más importante aún, un sitio perfecto para salir por patas hacia las Alpujarras si los cristianos, siempre tan pesados con eso de la Reconquista, venían a tocar las narices con sus cruzadas de saldo.
Para las primeras murallas usó arcilla roja del terreno, una decisión que los historiadores (que de marketing no tenían ni idea pero de romanticismo iban sobrados) han romantizado como "la búsqueda de un color que simbolizara la grandeza y la pasión del sultán". La realidad es más prosaica: usó el material más barato y a mano que encontró, como cualquier constructor andaluz que se precie. Pero el resultado, una fortaleza que se veía desde Jaén en días despejados, era perfecto para dejar claro que había un nuevo sheriff en la ciudad y que sus facturas de cemento eran astronómicas.
La construcción duró más que las obras del Metro de Madrid. Cada sultán que llegaba decidía que su predecesor no tenía ni idea de decoración y se ponía a reformar. Muhammad II añadió torres porque le daba miedo la oscuridad, Muhammad III construyó baños porque su esposa se quejaba del olor, y así sucesivamente hasta que el complejo se convirtió en un Ikea gigante de la época medieval, donde cada habitación tenía un nombre impronunciable y necesitabas un mapa para no perderte (aún lo necesitas, 100 leros cuesta).
Los vecinos
Los habitantes de Granada (la fruta, no la explosiva) al principio no sabían qué pensar de su nuevo palacio. Algunos lo veían como una demostración de pito chico, otros como el capricho de un rico que no podía ir al espacio todavía. Pero cuando se dieron cuenta de que los turistas de la época (peregrinos, mercaderes y diplomáticos) venían a ver la maravilla arquitectónica y se dejaban dinero en las tabernas y prostíbulos locales, todos se volvieron fanáticos de la construcción. Nacía así el primer ejemplo documentado de turismo en Andalucía, aunque entonces no existían los autobuses de turistas japoneses con cámaras.
La edad dorada
Durante los siglos XIII y XIV, la Alhambra vivió su momento de gloria. Los sultanes nazaríes, que tenían tanto dinero como ganas de presumir, convirtieron el lugar en una especie de Las Vegas medieval pero con mejor gusto, aunque no demasiado mejor. Yusuf I y Muhammad V fueron los Bill Gates y Steve Jobs de la época: innovadores, obsesivos con los detalles y con presupuestos ilimitados para sus caprichos arquitectónicos.
El Patio de los Leones, construido durante esta época, era donde el sultán recibía a sus invitados importantes, si le caían bien les daba un tour, si les caía mal se los daba de comer a sus gatos. Los doce leones de mármol que sostienen la fuente central no eran solo decorativos: cada uno costaba lo mismo que una casa en el centro de Granada y además tenían una tecnología que cada uno meaba el chorro de agua dependiendo de la hora del día como un reloj.
Los jardines del Generalife se convirtieron en el lugar donde las esposas del sultán (que eran varias, porque la poligamia era el streaming de la época: tenías varias opciones para no aburrirte) pasaban las tardes conspirando, cotilleando y planeando cómo deshacerse de las rivales. Las fuentes y los setos perfectamente podados creaban el ambiente perfecto para los dramas palatinos y sus versiones porno para adultos.
La vida en palacio
La vida diaria en la Alhambra era una mezcla entre un reality show y un internado de lujo. El sultán se levantaba al mediodía (privilegios del poder), desayunaba en el Patio de los Arrayanes mientras leía los informes de sus espías sobre lo que tramaban los cristianos, y pasaba el resto del día recibiendo visitas, preñando conyugues, firmando decretos y decidiendo a quién ejecutar esa semana. Los viernes, día sagrado, se dedicaba a la oración y a planificar las próximas reformas del palacio, porque ningún sultán que se preciara podía morir sin haber añadido al menos una sala nueva.
Las fiestas en la Alhambra eran legendarias. Se organizaban banquetes que duraban días enteros, con música de Badhammad Bunny-Ahmar, bailarinas que venían de Damasco y Bagdad, y comida exótica como gelatina. El vino, oficialmente prohibido por la religión pero extraoficialmente consumido "con fines medicinales", corría como el hagua de las fuentes. Era como si Ibiza y Versalles hubieran tenido un hijo arquitectónico en el siglo XIV.
La Reconquista
En 1492, la fiesta se acabó de forma abrupta. La Alhambra cayó en manos de los Reyes Magos, que llegaron a Granada fingiendo que iban como turistas a tomarse unas fotos al lugar y que su ejército iba a lo mismo, nunca sospecharon que los católicos pudieran ser mentirosos. El último sultán nazarí, Boabdil (cuyo nombre real era Abu Abdallah, pero Boabdil era más fácil de pronunciar para los cronistas castellanos), se encontró en la situación más incómoda de su vida: tener que entregar las llaves de la casa familiar después de ocho siglos de propiedad.
Según la leyenda, cuando Boabdil se puso a llorar al ver por última vez su palacio, su madre le soltó una frase que ha pasado a la historia por ser el ejemplo más brutal de amor duro maternal: "Llora como una mujer lo que no supiste defender como un hombre". Está claro que Aixa no había leído ningún manual de autoayuda sobre cómo consolar a un hijo en crisis, o quizá sí, pero era un libro malo.
La entrega de llaves fue un momento histórico, pero también profundamente incómodo. Isabel y Fernando llegaron con toda la pompa real, esperando encontrar un palacio lleno de tesoros y lujos. Lo que se encontraron fue un lugar precioso pero prácticamente vacío, porque Boabdil había tenido tiempo de llevarse todo lo que no estaba clavado al suelo.
Los nuevos inquilinos
Una vez que los cristianos se instalaron, se enfrentaron al mismo problema que cualquier persona que compra una casa de segunda mano: no tenían ni idea de cómo funcionaba nada y lo que sí funcionaba, lo rompían intentando que funcionara diferente. Isabel y Fernando usaron los palacios nazaríes como si fueran un hotel de cinco estrellas, pero sin el servicio de habitaciones ni camas. Las sofisticadas fuentes se secaron porque nadie sabía cómo mantener el sistema hidráulico islámico (había que echarles agua, no aparecía por magia de Mahoma), los jardines se llenaron de malas hierbas y vagabundos, y los elegantes salones se convirtieron en almacenes para guardar vino, armas y cosas robadas a los musulmanes.
La era del abandono
Los siglos XVI y XVII fueron duros para la Alhambra. Carlos V, que tenía la sensibilidad estética de un bulldozer y el ego del Trump del Renacimiento, decidió que necesitaba su propio palacio dentro del complejo nazarí para hacer el Imperio Católico Grande Otra Vez. Su Palacio de Carlos V, un círculo perfecto dentro de un cuadrado perfecto, era su manera de decir "yo también soy importante" en piedra y mármol. El problema es que se quedó sin dinero a medio construir porque resulta que no era tan importante, por lo que durante siglos los granadinos tuvieron que convivir con lo que parecía un OVNI arquitectónico inacabado en medio de la joya musulmana.
El palacio circular se convirtió en el meme arquitectónico de la época: todo el mundo sabía que estaba ahí, nadie entendía muy bien por qué, y todo el mundo hacía chistes sobre ello. Durante los siglos siguientes, la Alhambra vivió una época de multiusos. El complejo se usó como cuartel militar (los soldados colgaban la ropa en los arcos nazaríes), como prisión (los presos tallaban sus nombres en las paredes del Patio de los Leones), como almacén de pólvora (porque qué mejor lugar para guardar explosivos que un monumento histórico), y hasta como vivienda para familias gitanas que convirtieron los salones reales en cocinas comunales y brevemente como fortaleza cuando Godzilla atacó España.
Los okupas ilustres
Durante el siglo XVIII y XIX, artistas, escritores y aventureros europeos (que eran pobres por ser artistas, escritores y aventureros) descubrieron que podían vivir gratis en uno de los palacios más bonitos del mundo, simplemente presentándose allí y pidiendo permiso al guardian, que normalmente estaba tan aburrido que aceptaba cualquier compañía. Washington Irving, el escritor americano, vivió allí durante varios meses en 1829 y escribió "Cuentos de la Alhambra", un libro que romantizaba el lugar y que se convirtió en el primer ejemplo de mercadotecnia de destinos no intencionado de la historia.
Irving describía la Alhambra como un lugar mágico lleno de fantasmas moros y princesas encantadas, cuando la realidad es que estaba lleno de goteras, murciélagos y corrientes de aire que helaban los huesos. Pero su libro se hizo tan famoso que los europeos empezaron a llegar a Granada esperando encontrar un cuento de hadas oriental, y los lugareños, que no eran tontos, se dieron cuenta de que podían hacer negocio vendiendo esa fantasía.
El renacimiento romántico
El siglo XIX marcó el renacimiento de la Alhambra gracias a la jodida fiebre del Romanticismo. A los europeos les dio por enamorarse de ruinas, como si las suyas no fueran lo suficientemente viejas. Los artistas y escritores, esos hipsters del pasado, invadieron Granada con la misma urgencia con la que los cristianos invadieron Al-Ándalus, buscando la inspiración que decían para no admitir que no tenían ideas propias.
Théophile Gautier y compañía fueron los primeros en hacerse de oro vendiendo la idea de que la Alhambra era un lugar místico. Sus descripciones eran tan empalagosas que daban puto asco, pero la gente se las tragaba. Gautier, por ejemplo, escribió que la Alhambra era "un sueño de piedra", una mierda que solo se le ocurre a uno después de fumarse un hachís de la Alpujarra y flipar con las gárgolas.
Con la fama, llegaron las restauraciones, que fueron tan desastrosas como la carrera política de Boabdil. Los arquitectos del siglo XIX, con la misma delicadeza que si estuvieran pintando un coche con spray, se pusieron a "corregirle la plana" a los musulmanes, que evidentemente no tenían ni puta idea de estética. El primer "conservador", Rafael Contreras, tenía buenas intenciones pero el criterio estético de un mono borracho: se inventaba elementos "moriscos", repintaba frescos con colores chillones y reconstruía partes con cualquier material que se encontraba, simplemente porque le salía del nabo. El resultado fue una Alhambra mitad auténtica, mitad Disneylandia orientalista.
Época moderna
En el siglo XX, la Alhambra se convirtió oficialmente en lo que siempre había estado destinada a ser: una máquina de hacer dinero. A la Guerra Civil Española le dio pereza bombardearla, y Franco, ni corto ni perezoso, la usó para impresionar a los extranjeros y demostrar que España tenía cultura, algo que necesitaba desesperadamente.
Luego llegó el boom turístico de los 60. Granada se preparó para recibir a millones de guiris como si fuera una ciudad sitiada por autobuses y cámaras. El Albaicín se llenó de tabernas con nombres "moriscos" que vendían paella y sangría como si fueran especialidades nazaríes, y los turistas se conformaban con comprar imanes de nevera fabricados en China.
Hoy en día, la Alhambra es una masificación de 2.7 millones de visitantes al año, lo que significa que pasa más gente por los patios nazaríes que por el metro de Madrid en hora punta. La cola es un infierno. Los guías, armados con banderas y megáfonos, pastorean a los grupos como si fueran rebaños de ovejas, y los jardines del Generalife, que eran un oasis de paz, se han convertido en un puto estudio de fotografía para TikTok e Instagram con poses ridículas.
La Alhambra moderna es, en esencia, un negocio de nostalgia donde los españoles hemos perfeccionado el arte de vender nuestro pasado por miles de millones. Los antiguos sultanes, que se pasaron siglos peleando por construir el palacio más impresionante, se sentirían orgullosos de su obra maestra. Aunque quizás se quedarían un poco perplejos al descubrir que ahora su casa tiene que reservarse con antelación, que hay que pagar, y que la gente está más preocupada por el selfie que por el puto arte.
Arquitectura
Los Palacios Nazaríes
Los Palacios Nazaríes son la prueba definitiva de que a los sultanes con dinero infinito se les iba la olla. No es un palacio, es un conjunto de salas y patios donde el Trastorno Obsesivo Compulsivo aplicado a la arquitectura nazi nazarí llegó a su máxima expresión. No hay un puto centímetro cuadrado sin tallar, en lo que los historiadores llaman horror vacui y los limpiadores modernos llaman pesadilla logística.
El Patio de los Arrayanes es la materialización de esa locura. Se plantaron setos de mirto para que el sultán se relajara siendo un sultán (cosa que debería ser solo ir al harén y firmar condenas de muerte, nada de estrés), algo que evidentemente no funcionó, a juzgar por el nivel de paranoia que gastaban. El estanque central refleja la Torre de Comares con la precisión de un espejo, una forma un tanto ostentosa de presumir de ingeniería y de recordarle a todo el mundo que el sultán, además de loco, era un puto genio que controlaba el agua de la montaña.
El Patio de los Leones es el delirio hecho realidad y la prueba de que los escultores nazaríes no habían visto un león en su vida. Los doce bichos que sostienen la fuente parecen más bien perros de raza grande con melena postiza y cara de estreñimiento. El sistema hidráulico es un misterio que ni los ingenieros actuales logran resolver, lo que explica por qué cada vez que la restauran llaman a fontaneros marroquíes que cobran como cirujanos del corazón. Los poemas en las paredes son la primera literatura publicitaria arquitectónica, alabando la belleza del lugar y la excelencia de la fontanería, como si fuera un catálogo de productos.
La Sala de los Abencerrajes es el lugar donde, según la leyenda, se cargaron a toda la familia de este apellido por conspirar, una historia que probablemente inventó algún guía para darle morbo a la visita. La cúpula de mocárabes es tan intrincada que los artesanos que la restauran necesitan terapia psicológica. Además, la sala tiene un eco tan perfecto que los sultanes lo usaban como sistema de escuchas telefónicas medievales para oír los cotilleos de sus cortesanos y entretenerse o despellejar gente viva con conspiradora.
La Sala de los Reyes contiene unas pinturas que supuestamente representan a diez monarcas, pero el artista cristiano que las pintó tenía una idea tan vaga de cómo vestían los musulmanes (si es que se vestían) que el resultado son unos reyes que parecen sacados de un cuento, una fake news en forma de obra de arte.
El Palacio de Carlos V
El Palacio de Carlos V es una declaración de guerra arquitectónica (tan irrespetuoso y gracioso como poner al Coliseo dentro de la mezquita de La Meca), un capricho cuadro-circular que se plantó en medio de la Alhambra, tirando las casas de algunos sultanes famosos, con la delicadeza de una patada en los huevos. No había culpa, igual tiraron las pirámides aztecas en Tenochtitlán para hacer plazas de toros. La idea de meter una mole de puro Renacimiento en medio de los delicados palacios nazaríes es, simplemente, una putada a la estética.
La fachada del palacio, con sus medallones y escudos imperiales, no decora: grita. Grita "aquí mando yo, cojones" en latín con una arrogancia que choca de frente con la discreta elegancia de los palacios vecinos que dice "الإسبانية، لسعة ذيلك". El edificio es una promesa a medio cumplir, una puta mole sin techo que los granadinos usaron como piscina pública en las tardes de lluvia, convirtiendo un fracaso imperial en un centro recreativo.
El patio interior circular es tan perfecto que sus columnas dan dolor de cabeza a los visitantes que intentan contarlas (son 4). La acústica es tan rara que cualquier palabra se amplifica, un efecto que los guías aprovechan para soltar chistes malos que, por el eco, suenan a revelaciones divinas. La obra es tan solo un intento fallido de hacerle creer a los demás que la arquitectura renacentista es mejor que la nazarí, y que un círculo en un cuadrado es buena idea.
Los Jardines del Generalife
El Generalife no es un jardín, es la prueba de que hasta los sultanes necesitan su espacio para fumarse un canuto y no verle la cara a nadie. Un lugar para escapar del agobio de la corte y de la gente pidiendo dinero como si fuera una campaña de micromecenazgo. Los jardines se diseñaron según el concepto islámico del paraíso, pero con la diferencia de que aquí el paraíso no se hizo solo, se hizo a base de jornaleros, un sistema de regadío que parece un prototipo de Aquópolis y un servicio de limpieza para que a nadie se le ocurriera dejar sus chanclas de dedo en el borde.
El Patio de la Acequia es el corazón de esta escapada. Sus surtidores no son una muestra de ingeniería hidráulica, son el "juguete" del sultán, que se pasaba las horas muertas intentando mojar a los criados. Un auténtico "Ponte en esa, cabrón". Las arcadas que rodean el patio tienen unas yeserías tan jodidamente detalladas que los artesanos que las tallaron acabaron con síndrome del túnel carpiano y con más ganas de morir que el protagonista de una serie de Netflix en el final de temporada.
Los jardines están llenos de cipreses centenarios que han visto de todo y que, si hablaran, revelarían más cotilleos que el canal de Salseo Youtuber. Los naranjos tienen frutos que parecen comestibles, pero que saben a medicina para caballos o a los polvos que te echaba tu abuela para la diarrea (para curarla o provocarla, depende de qué tan bien le caías a tu abuela). Y los rosales perfuman el ambiente para que los sultanes pudieran componer poesía en lugar de pensar en sus deudas, en los cristianos o en el precio de la gasolina
El Mirador de la Sultana era, en realidad, el equivalente a la cámara de seguridad del palacio. Un puesto de observación camuflado para que las esposas del sultán pudieran controlar visualmente todo el valle y planear conspiraciones palaciegas que harían palidecer de envidia a cualquier guionista de Juego de Tronos.
La Alcazaba
La Alcazaba es el búnker de la Alhambra, una mole de paranoia militar construida para que a nadie se le ocurriera la loca idea de entrar, a no ser que trajeran una escopeta de las gordas. Sus murallas son tan gruesas que podrían resistir el bombardeo de un acorazado moderno o el arrepentimiento de un político español. Cada piedra se colocó con la precisión de un relojero suizo, porque los ingenieros nazaríes preferían pasarse de sólidos a que se les colara la puta vecina a cotillear.
La Torre de la Vela es la torre de control de todo este complejo. Desde sus almenas se tenía control visual de toda la Vega de Granada, convirtiendo el lugar en el mirador perfecto para clavarle una ballesta a cualquier enemigo. La torre también servía como sistema de comunicaciones: mensajes enviados con espejos y hogueras, una red de telecomunicaciones primitiva pero mucho más fiable que la de Movistar y Vodafone juntas.
Dentro de las murallas, los Jardines de los Adarves son la prueba de que incluso los soldados tienen bajones y necesitan tocar tierra. Eran pequeños huertos donde cultivaban verduras para complementar su dieta de pan duro, un hobby tan relajante para los guerreros que debieron pensar: "¡Con la que está cayendo ahí fuera, me viene genial sembrar una puta lechuga!". La Torre del Homenaje era el despacho del alcaide militar, amueblada con el lujo mínimo indispensable para el cargo: una cama que no fuera el suelo, una mesa con un tintero y una ventana con vistas para vigilar que los soldados no se escaquearan y no anduvieran por ahí fumando maría.
La obsesión por la supervivencia se materializa en los Aljibes, depósitos subterráneos capaces de aguantar un asedio de varios meses. Mantenían el agua tan fría que funcionaban mejor que un aire acondicionado, aunque con el riesgo de encontrarte un murciélago nadando o que te salieran escamas por las noches.
Las Murallas
Las murallas que rodean la Alhambra no son de barro, ni de tapial, ni de la madre que las parió. Son la verdadera razón por la que este castillo, al que erróneamente llaman "La Roja", se sostiene. Su nombre real es "La Alambra", porque sus muros son de alambre marciano, traído directamente del planeta Marte. Por eso el color rojizo. Este material ha aguantado siglos de asedios, lluvias y turistas con palos selfie.
Los Portones de acceso están diseñados con recodos y quiebros para humillar al enemigo hasta el tuétano. Obligan a los atacantes a avanzar en fila india, como si fuera la cola para entrar al Primark en rebajas, solo para que los arqueros los freyeran a flechazos. El sistema de entrada es tan laberíntico que hasta los visitantes pacíficos se perdían, una táctica perfecta para que la gente llegara mareada y pensando "Hostia, si esto es la entrada, el resto debe ser el Mundo Real".
Las murallas también incluyen varios Postigos, puertas pequeñas y discretas para salir sin que nadie te vea, como el escape de emergencia de un matrimonio a punto de divorciarse. Eran muy útiles para las escapadas nocturnas con la concubina o las huidas estratégicas cuando las cosas se ponían feas en el palacio y había que irse por patas. Estos accesos estaban tan bien camuflados que muchos se perdieron durante siglos y solo se redescubrieron por accidente, cuando algún obrero se caía por un agujero que no debería estar ahí, jurando en arameo y echándole la culpa a los Illuminati.
Turismo
La Alhambra recibe más de tres millones de visitantes al año. Las colas bajo el sol andaluz son el experimento sociológico donde matrimonios en guerra firman armisticios temporales unidos por un odio común: la organización del monumento. Aquí se desarrollan las cinco fases del colapso turístico: negación ("Seguro que la cola se mueve"), ira ("Me cago en el genio que inventó esto"), negociación ("¿Le doy 20 pavos al de delante y me cuelo?"), depresión ("Me podría haber quedado en casa viendo Narcos") y resignación total ("¿Queda muy lejos la cafetería?"). Durante la espera se forma una ONU en miniatura con conversaciones simultáneas en 31 idiomas, todas centradas en el calor, la falta de sombra y la necesidad urgente de una cerveza.
El ecosistema turístico de la Alhambra incluye especímenes fascinantes como:
- Turisticus Declamatoricus: Se sabe de memoria un fragmento de la elegía de Francisco de Icaza y se pone a recitarlo en el Patio de los Arrayanes sin que nadie le haya preguntado.
- Turisticus Perdidus: Cree que el Palacio de Carlos V es el de los nazaríes y se pasa media visita preguntando dónde está el Patio de los Leones.
- Turisticus Selfiecus: Se pasa la visita entera buscando el ángulo perfecto para su foto, sin mirar una sola vez el monumento con sus propios ojos.
- Turisticus Culturalis: Lleva el libro de Washington Irving bajo el brazo, lo abre en el Partal y finge leer mientras se saca una foto para Instagram.
- Turisticus Influyenticus: Pasa más tiempo buscando la señal de WiFi que admirando la arquitectura, y pregunta al vigilante si puede grabar un vídeo para TikTok en el Salón de los Embajadores.
Los guías oficiales merecen una medalla por explicar durante ocho horas diarias las mismas curiosidades sobre yeserías y Patio de los Leones a grupos que no entienden ni una palabra, pero que fingen que sí. Han desarrollado habilidades sobrehumanas, como caminar hacia atrás por el Patio de los Leones sin resbalar con el agua, y mantener la sonrisa mientras 50 personas les preguntan por qué no hay leones de verdad en el patio. Su mayor logro es conseguir que 45 personas de 18 nacionalidades no se pierdan.
La Alhambra genera más dinero al año que el PIB de varios países centroamericanos. Los 16 euros de entrada son solo el aperitivo de una experiencia que puede costar 100 euros por persona:
- Parking: 18 € por aparcar a 2 kilómetros.
- Audioguía "imprescindible": 7 € por información que puedes conseguir gratis.
- Agua "fresca": 4 € la botella.
- Almuerzo "típico": 23 € por un bocadillo de jamón York en plato de cartón.
- Recuerdos "auténticos": Azulejos nazaríes fabricados en Alicante desde 15 €.
Todo esto para contemplar durante 37 minutos cronometrados (el tiempo máximo que te permiten estar en los Palacios Nazaríes) lo que los sultanes nazaríes construyeron para la eternidad, mientras un vigilante te grita que no toques las columnas como si fueras un niño de 5 años y 200 turistas detrás de ti suspiran impacientes porque quieren hacerse la misma puta foto. En el mismo sitio exacto donde Boabdil lloró por última vez y, probablemente, se echó un cagadita.
Nota: Si has venido a la Alhambra obsesionado con el Patio de los Leones por nuestra culpa, te advertimos que se sentirá muy, muy mal cuando veas que está cerrado por remodelación. Lo sentimos.
Controversias actuales
El debate eterno de las obras de restauración
La Alhambra lleva oficialmente "en obras" desde 1492, estableciendo el récord mundial del proyecto de reforma más largo de la historia. Cada vez que terminan de restaurar una sala, descubren que la anterior ya necesita otra restauración, creando un bucle infinito que mantiene empleado a medio Granada y que ha convertido los andamios en parte del paisaje arquitectónico del monumento.
Los críticos señalan que algunos turistas han visitado la Alhambra tres veces en su vida y solo han visto andamios, grúas y obreros tomando el descanso. Los defensores argumentan que las obras de restauración forman ya parte de la experiencia cultural y que deberían incluirse en las visitas guiadas como "arte contemporáneo aplicado al patrimonio histórico".
La polémica de los gatos
Los gatos de la Alhambra se han convertido en una atracción turística paralela que genera más simpatía que la propia arquitectura nazarí. Estos felinos, descendientes directos de los gatos del siglo XIV que cazaban ratones en los graneros reales, han desarrollado un sentido de la orientación superior al de la mayoría de turistas y una capacidad innata para aparecer en todas las fotos.
El Ayuntamiento de Granada ha intentado varias veces "reubicar" a los gatos, pero estos han demostrado tener más derechos adquiridos sobre el monumento que muchos funcionarios municipales. Actualmente existe un debate sobre si alimentar a los gatos forma parte de la experiencia cultural o constituye un acto de vandalismo contra el patrimonio.
Véase también
- Mezquita de Córdoba - Para cuando no consigas entradas para la Alhambra
- Real Alcázar de Sevilla - La versión sevillana del lujo islámico
- Medina Azahara - Las ruinas de lo que pudo ser otra Alhambra
- Colas eternas - Concepto filosófico desarrollado en Granada
- Turismo masivo - La nueva forma de destruir monumentos sin bombas