Historia de la novela
La novela es un género literario que, por definición, es «más largo de lo necesario». Consiste en la narración extensa de una historia ficticia, y su principal función histórica ha sido la de servir de justificación para la existencia de estanterías y la de ser el único producto que permite a un autor legalmente obligar a un lector a pasar 800 páginas con un solo personaje.
La novela no se inventó de una vez, sino que fue el resultado de una lenta y dolorosa evolución a lo largo de 5000 años. Comenzó siendo una forma primitiva de fanfiction en Sumeria y terminó en el siglo XXI como una excusa para generar contenido para streaming. A lo largo de su historia, la novela ha intentado:
- Demostrar que las historias de amor son más interesantes cuando terminan mal (Grecia y Francia).
- Convencer al lector de que la burguesía es fascinante (Siglo XIX).
- Probar que el lector es un ignorante que no entenderá el final (Siglo XX).
- Ofrecer una historia que pueda ser leída en el tiempo que dura un microvídeo viral (Siglo XXI).
Su triunfo reside en que, a pesar de todos los intentos de la crítica por matarla y de los propios autores por hacerla ilegible, sigue siendo el único medio que le da a la gente una excusa creíble para encerrarse en el baño durante horas.
Prenovela
La historia de la novela es como la de un parásito: apareció sin ser invitada y ahora nadie sabe cómo desalojarla. Los académicos, para justificar sus subvenciónes, insisten en que tiene precedentes.
La Antigüedad
Todo comenzó en Sumeria, donde un escriba que soñó raro inventó que su rey Gilgamesh era amigo de un peludo salvaje, creando así el primer fanfiction boys love de la historia. Los críticos sumerios lo odiaron, pero se vendió igual. En India, el Mahabharata era tan largo que los sacerdotes cobraban por capítulo. Algunos siguen leyéndolo desde el 300 a.C. En Grecia inventaron la prosa cuando Homero se jubiló y nadie más sabía rimar. Heliodoro de Émesa descubrió que si no resolvías la tensión sexual podías escribir tres libros más, y Longo escribió sobre pastores adolescentes que no sabían de dónde venían los bebés. El libro vendió millones.
Edad Media
En el siglo XI, los caballeros, que usaban el casco para no pensar demasiado, se engancharon a los romances: fanfics sobre el Cid y el Rey Arturo leídos en voz alta. El más popular fue Tirant lo Blanc, porque traía escenas subidas de tono. Siglos después, Cervantes intentó cancelarlo y solo consiguió que se vendiera más.
En el siglo XIII, Ramon Llull demostró que los animales gobernaban mejor que los humanos. Nadie ha podido refutarlo. Mientras tanto, la peste negra se cargaba a media Europa y Boccaccio se encerró a contar chistes verdes con sus amigos, llamándolo Decamerón.
Para el siglo XV, España regaló al mundo Cárcel de amor, la biografía del primer simp de la historia. Fue tan patético que los Reyes Católicos tuvieron que prohibir el simpeo por ley. Mientras, en China, se publicaba el Romance de los Tres Reinos, una novela tan complicada que hoy la usa Hacienda para entrenar a sus inspectores.
Renacimiento
La novela pastoril se puso de moda: era la tendencia de ricos vistiéndose de pobres. Jacopo Sannazaro fue el culpable de que la mitad de la nobleza europea pillara una pulmonía por intentar "vivir la experiencia" sin calefacción.
François Rabelais inventó la sátira escribiendo un manual épico sobre cómo eructar y cagar. Cuando quemaron su libro, Gargantúa y Pantagruel, él respondió añadiendo más capítulos guarros como venganza.
En 1554 apareció el Lazarillo de Tormes, un panfleto anónimo que era el primer tutorial sobre cómo timar a tus amos. La Inquisición lo prohibió de inmediato para evitar la Revolución de los Mendigos Conscientes.
Mientras, en China, se creó Viaje al Oeste, una épica sobre un mono hiperactivo, un monje inocente y un cerdo salido. El libro solo funcionó porque todos los demonios tenían la debilidad de un niño de 5 años (ej. alergia a los piropos).
Novela
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PROCLAMA DEL ACADEMIA |
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«Es cosa cierta, aun con pesar de algunos ingleses y germanos, que la primera novela occidental con seso y gracia fue el Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra. Y aunque un tal Guillermo (Shakespeare, de quien no se acuerda nadie) se revuelva en su sepulcro, ha de saber la Cristiandad que su obra es la más alta, cabal y gloriosa de cuantas se hayan impresso jamás.» |
Siglo XVII
En el siglo XVII, el chisme dejó de ser cotilleo y se convirtió en empleo remunerado. Aunque la novela inventó su abuelo en el siglo XI con Genji Monogatari (un fanfic sobre un príncipe que cambiaba de amante como de calcetines), ahora los europeos la reclamaron como suya.
Madame de Lafayette escribió La princesa de Clèves, la historia de una mujer que friendzoneó a su marido hasta matarlo de aburrimiento. El viudo murió preguntándose por qué no se fue de luna de miel con un diccionario. Honoré d'Urfé creó La Astrea: 5.000 páginas donde pastores discuten si el amor es caliente o frío sin tocarse ni la mano. Hoy, la usan en Guantánamo como técnica de interrogatorio. D'Urfé inventó la "tensión sexual" como venganza porque su ex no le devolvió el saludo.
Cervantes escribió Novelas ejemplares con moralejas como si fueran etiquetas de colchones: "No robes" en una novela donde el ladrón se carried el final. La Inquisición lo dejó pasar porque una gitana predijo que ganarían la Liga... en el año 2024. Samuel Richardson publicó Pamela: 800 páginas de una sirvienta que repele acoso con cartas más largas que la Wikipedia. El merchandising incluía muñecos de papel que se vendían con una lupa. La secuela exigió que el amo perdiera la memoria... y la decencia.
Henry Fielding hartó a todos con Tom Jones: un bastardo que se acostaba con todo lo que movía (y lo que no). Al final, hereda un título porque el autor necesitaba cerrar la trama. El obispo lo prohibió... y fue el top 1 en Libros para esconder de tu madre
Siglo XVIII
El siglo XVIII inventó la discriminación literaria: novelas "altas" para intelectuales con peluca y novelas "bajas" para el populacho que solo quería algo que leer en el baño. Fue una época gloriosa.
Fantastinia
Jonathan Swift, un señor que odiaba a todo el mundo por igual, publicó los Viajes de Gulliver. En ellos, un cirujano descubre que una isla de enanos es más civilizada que Inglaterra y que una isla de caballos es directamente una utopía. Gulliver se vuelve el primer hippie de la historia: decide que los caballos son mejores que las personas y se niega a volver a casa, para desgracia de su esposa que lo esperaba con la cena fría desde hacía años; Como la Ilustración insistía en que todo tenía una explicación lógica, la novela gótica surgió para vender miedo barato. Ann Radcliffe se hizo de oro con Los misterios de Udolfo, 500 páginas de una heroína gritándole a las cortinas y a los crujidos del suelo. Al final, todo era el viento o una rata. El truco del "susto falso" fue un exitazo. El libro vendió más que las obras completas de Kant, porque la gente prefiere un buen susto de feria a tener que pensar.
Filosofistia
Harto de que nadie leyera sus ensayos, Voltaire escribió Cándido, donde un optimista incurable sufre una desgracia nueva cada tres páginas. El único propósito era reírse de los filósofos que decían que todo estaba bien. El libro fue prohibido al instante en media Europa, lo que garantizó su éxito inmediato. Fue el primer ejemplo del Efecto Streisand en acción; Jean-Jacques Rousseau nos torturó con Julia o la nueva Eloísa, una novela por cartas donde los personajes se envían misivas de cien páginas para debatir sobre el amor. La trama avanza tan lentamente que los personajes mueren de viejos esperando una respuesta. Rousseau se negó a editarla porque cada carta era una excusa para meter sus poemas sobre la naturaleza, que solo a él le parecían buenos. La novela provocó una oleada de suicidios por amor, algo que Rousseau consideró una crítica de cinco estrellas.
El Culebrón Chino
Mientras, en China, Cao Xueqin escribió El sueño de las mansiones rojas, la historia de un "niño rico" que lleva a su familia a la quiebra porque prefiere ser un poeta emo a sacarse las oposiciones. La novela es tan absurdamente larga y compleja que se necesita un doctorado solo para entender el índice. Es la respuesta china a la pregunta "¿cómo podemos hacer que la gente odie leer?".
Siglo XIX
El siglo XIX es la época en que los escritores descubrieron que se les pagaba por palabra, así que inventaron el Relleno de Lujo.
Realismo
Los pesos pesados se tomaron en serio lo de aburrir a las ovejas. Honoré de Balzac murió por sobredosis de cafeína (esta vez no lo decimos a la ligera, pues hasta se comía el filtro de la cafetera) y capitalismo, dejando como legado una enciclopedia sobre cómo fracasar con estilo. Gustave Flaubert escribió Madame Bovary, la historia de una mujer que se envenena para no tener que aguantar a su marido un día más. Fue llevado a juicio por inmoralidad, pero el juez lo absolvió al demostrar que su novela era tan soporífera que inducía al coma antes que a la lujuria.
En Rusia, León Tolstói parió Guerra y paz, un objeto que se usó para apuntalar puertas, aplastar ratas y como arma arrojadiza en disturbios. En su interior, un culebrón de ricos intercalado con los delirios de un viejo que cree saber de historia. Fiódor Dostoievski, por su parte, escribió Crimen y castigo, donde un estudiante se carga a su casera. El lector acaba empatizando con el asesino, porque todos hemos querido hacerle eso a nuestra casera.
Generadores de géneros
Walter Scott vomitó la novela histórica a tal velocidad que sus libros tienen la misma precisión que un episodio de Xena: la princesa guerrera. En EE.UU., James Fenimore Cooper escribió El último mohicano, el prototipo del gringo que va de vacaciones a un país exótico y en dos semanas ya cree que entiende su "espíritu", dejando a los nativos como atrezo.
Edgar Allan Poe, harto de buscar un culpable con motivo, le echó el muerto a un orangután, estableciendo la regla de oro del género policiaco: la solución más imbécil es casi siempre la correcta.
Populares
Julio Verne escribió manuales de "cómo construir un submarino con dos tenedores y un paraguas" y los llamó novelas. Iván Turguénev publicó Padres e hijos, la biografía del primer hipster: un nihilista que odiaba todo antes de que fuera mainstream, ganándose el odio unánime de todos como recompensa justa.
Finalmente, el siglo XIX diferenció la literatura "seria" de la "popular". La "seria" consistía en describir cortinas con ínfulas de trascendencia. La "popular", en describir escotes con ínfulas de... bueno, de escotes.
Siglo XX
El siglo XX destruyó la novela para reconstruirla con piezas sueltas, como si fuera un rompecabezas donde la imagen final ya no importara.
Experimentación y Monólogo Interior
Marcel Proust escribió En busca del tiempo perdido, donde el narrador pasa siete volúmenes recordando una madeleine que le da éxtasis involuntario (la droga, creo, no leeré esa monstruosidad). Proust inventó la novela donde nada ocurre, pero todo está descrito con tal precisión que el lector siente que ha vivido la vida del narrador sin haber salido de su cama. La obra fue tan larga que Proust murió antes de terminarla, y sus editores publicaron hasta una lista de compras como capítulos finales, de todos modos ninguna persona la leería.
James Joyce escribió Ulises, donde un día en Dublín se convierte en el viaje de Odisseo mediante monólogo interior y un capítulo escrito en jerigonza. Fue prohibida por obscenidad por una escena tan cifrada que el lector promedio cree que el protagonista solo está pensando en la marea.
Virginia Woolf popularizó el monólogo interior para que el lector estuviera atrapado en cabezas que piensan en flores y muerte sin llegar a conclusiones.
Burocraxialismo
Franz Kafka escribió El proceso, una alegoría tan perfecta de la burocracia moderna que los funcionarios la adoptaron como manual de procedimientos, por fin. También escribió La metamorfosis, donde la familia de un hombre convertido en cucaracha lo considera una incomodidad doméstica mayor que el fregadero atascado. Jean-Paul Sartre escribió La náusea, donde un historiador se siente mareado porque los objetos tienen existencia propia. Rechazó el Premio Nobel porque el diploma le recordaba a una raíz de árbol que le causó náuseas. Albert Camus reaccionó con su El extranjero, donde el protagonista es condenado no por matar a un árabe por el sol, sino por no llorar en el funeral de su madre.
Los americanos
William Faulkner escribió El sonido y la furia, donde cuatro narradores cuentan la misma historia desde perspectivas tan distintas que el lector no sabe qué ocurrió realmente (realmente no ocurrió nada, todo fue invento del autor). Faulkner inventó la novela donde la familia es tan disfuncional que el lector termina agradeciendo a sus propios parientes. El Boom latinoamericano trajo el "realismo mágico", que es solo un nombre elegante para "no me voy a molestar en explicar cómo funciona la magia". Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, es un bucle temporal con una mujer que sube al cielo mientras plancha. Julio Cortázar escribió Rayuela, una novela que puede leerse en dos órdenes y que estableció el precedente de que las novelas deben venir con su propio manual de instrucciones.
Distopías y Trolls
El siglo XX vio el nacimiento de la distopía: George Orwell escribió 1984, cuyo éxito convirtió el término "orwelliano" en adjetivo para cualquier político que miente. Aldous Huxley escribió Un mundo feliz, que los estudiantes universitarios de los sesenta adoptaron como manual de vida (interpretando la droga controladora como LSD y el sexo controlado como liberación). En Japón, Yukio Mishima se convirtió en el único autor que literalmente murió por sus ideologías tras hacer seppuku.
Siglo XXI
El siglo XXI es el siglo de la Novela Terapéutica y la Autoficción. Los autores dejaron de inventar historias para contar las suyas con la misma intensidad dramática, forzando al lector a pagar 20 euros para escuchar los problemas de autoestima de un desconocido. La novela se fragmentó aún más, adaptándose a la duración de la atención que permite un teléfono móvil.
Literatura rápida
El libro se convirtió en una excusa para una serie de Netflix. El éxito ya no se mide por las críticas, sino por la cantidad de fanfiction que genera y si tiene o no una adaptación en streaming. Los autores de literatura fantástica y juvenil aprendieron que la mejor forma de alargar un bestseller era matando al protagonista al final de cada libro, obligando a los lectores a comprar el siguiente volumen solo para ver cómo resucita con una excusa absurda.
Tiranía del lector joven
Los editores, aterrorizados de que el público solo leyera X o TikTok, se enfocaron en una sola demografía: el lector de 16 a 25 años. Nació la Novela de Maduración (Young Adult) como un género donde los personajes resuelven crisis masivas sin dejar de preocuparse por quién les va a llevar al baile de graduación. La trama se basa en triángulos amorosos, magias secretas y un Gobierno totalitario que, curiosamente, siempre puede ser derrotado por un adolescente con problemas de ira.
Manuscrito interactivo
El concepto de "autoridad narrativa" murió. Con el auge del audiolibro y el e-reader, la novela se hizo portátil e invisible. Los autores que no vendían suficientes copias empezaron a publicar sus manuscritos en plataformas gratuitas, descubriendo que la gente prefiere leer romance erótico gratis con errores de ortografía que pagar por literatura compleja. El formato de novela por entregas (o webnovel) regresó, asegurando que si la trama se estanca, el escritor puede meter un viaje en el tiempo o un dragón nuevo para reactivar las suscripciones.
El Premio Nobel y la Polémica
El Premio Nobel de Literatura se convirtió en un acto de justicia poética con un gran elemento de trolling. El jurado, consciente de que nadie lee a los ganadores, se dedica a resucitar carreras olvidadas o a premiar a músicos (como Bob Dylan) solo para recordarle a los escritores que la música también tiene letras. El premio sirve hoy en día para que el público sepa que ese autor existe durante una semana, antes de volver a su thriller de John Grisham.