Diego Rodríguez de Silva y Velázquez
Aunque en muchos libros de texto sea todavía presentado como el inventor del revelado fotográfico, lo cierto es que Don Diego Rodríguez de Silva y Velázquez ocupa un lugar prominente en la Historia Universal del Arte por ser uno de los máximos representantes de la pintura europea durante el fértil y prolífico Siglo de Oro que tantas satisfacciones nos ha deparado a las personas de bien. Incansable historiador gráfico de imponentes bigotes y estilizada figura, de los frutos de su paleta sin par llega hasta nuestros días el reflejo directo de la sociedad española en los tiempos de Felipe IV con tanta crueldad y crudeza realista como crudo realismo cruel. Sirvan estos torpes brochazos biográficos como sucinto acercamiento al artista que tuvo la maestría de saber dibujar la compleja y contradictoria Historia de España en una época convulsa
y pre-decadente sin ser ajusticiado en el garrote por sus poderosos contemporáneos, y además lograr que le pagaran por ello.
Biografía
Infancia
Daba aún el viejo S.XVI sus últimos coletazos cuando un abnegado trabajador portugués partía desde su tierra natal silbando distraídamente rumbo a Valencia para ganarse el pan con el sudor de su frente en la sufrida recolección de la naranja. Tras varios días buscando naranjas sin resultados aparentes, el portugués en cuestión se percató demasiado tarde de que se encontraba en la calurosa ciudad de Sevilla, de que llevaba media semana borracho y de que ya había dejado embarazadas a tres inocentes campesinas. Fruto de uno de estos fugaces amancebamientos, y en un clarísimo desafío a todas las doctrinas mendelianas por aquel entonces aún sin formular, vio la luz uno de los más grandes maestros de las artes plásticas que en el mundo han sido; arquitecto del pincel y escultor de los colores: Don Diego Rodríguez de Silva y Velázquez.
Como era costumbre en la época, el pequeño Diego se incorpora al mercado laboral a los once años, tras ser expulsado de varios colegios al serle incautados algunos cuadernos con caricaturas poco favorecedoras de sus estrictos maestros, además de descubrírsele algunas obras de similares características en las paredes de los lavabos del centro de enseñanza, en lo que se reconoce hoy día como una de las primeras incursiones del pintor en el terreno del fresco. De este modo, recala como aprendiz en el taller del famoso pintor sevillano Francisco de Herrera el Viejuno (famoso por sus célebres retratos de aprendices desnudos). Algunas desavenencias del joven Diego con el estilo de manejo del pincel de su maestro le llevaron a abandonar su tutoría para trabajar a las órdenes del único pintor manierista de la corriente manierista, el ilustrado Francisco Pacheco, que supondría una profunda influencia cultural en su vida.
Juventud
Nada más cumplir los dieciocho años, Velázquez se apresura a sacarse el carné de pintor. Aprueba el teórico a la tercera, pero con el práctico no tiene ningún problema. El gremio sevillano de pintores le acoge en su seno con gozo y alegría (previo pago de la cláusula de protección ante posibles ataques a su negocio), y Velazquez se establece al fin como pintor independiente, toda vez que acababa de ser recientemente expulsado de la casa de su maestro por extender las relaciones mantenidas con su hija un poco más allá de lo artísticamente aceptable. No obstante, el amor era puro y cristalino, y Don Diego casó con la susodicha doncella, con la que tuvo dos hermosas hijas como dos soles. Comenzó entonces un fructífero periodo de actividad pictórica.
Las dificultades económicas que por aquel entonces atravesaba el pintor, que no le permitían surtir su paleta con las carísimas pinturas venecianas importadas de colores vivos y brillantes de la tienda de la esquina, obligaban a Velázquez a conformarse con las bolsitas de tinta de calamar que le regalaban a su esposa las pescaderas del mercado. Esta circunstancia, unida a la cada vez más arraigada afición al solysombra que Velázquez iba desarrollando al abrigo de las principales tabernas sevillanas, llevaron al genial pintor a desarrollar su mundialmente conocida técnica del claroscuro. "Tampoco teníamos electricidad, por aquel entonces yo no veía un pimiento",-aclararía posteriormente el artista-.
Pintor de la Corte
Soplaban vientos de cambio en la Monarquía española; Felipe III acababa de expulsar personalmente, espada en ristre, a todos y cada uno de los moriscos remolones que todavía pululaban por el Reino de Castilla, y se hallaba un tanto exhausto por la labor realizada. Así las cosas, su casualmente homónimo primogénito varón decidió acelerar el natural devenir de los acontecimientos vitales contribuyendo al fallecimiento de su padre por el tradicional método del envenenamiento, lo que curiosamente convirtió al astuto regicida en el nuevo Rey del Vasto Imperio Español, Su Majestad Don Felipe IV de Habsburgo, Rey de Todas las Españas.
El nuevo Rey, hastiado y aburrido por la natural parquedad y sobriedad castellana que le rodeaba por doquier, opta por llenar la Corte Real de simpáticos andaluces para que amenicen las soporíferas tardes palaciegas con su alegre gracejo y su proverbial salero contando chistes y chascarrillos, circunstancia que aprovecha un oportuno Velázquez para presentar su candidatura al puesto de Pintor de la Corte. Presenta a Su Majestad un retrato ecuestre del Conde Duque de Olivares en traje de sevillana, lo que ocasiona un gran regocijo en el Monarca, que le contrata inmediatamente y además obliga al pobre Conde Duque a enfundarse la tradicional vestimenta y dar unas cuantas vueltas a caballo alrededor de palacio para solaz y diversión del populacho.
Turismo
Aconsejado por su colega Rubens, que había acudido a Madrid para inspirarse artísticamente contemplando a las castizas y rollizas mocitas de la capital española, Velázquez decide viajar a Italia para aprender de los maestros renacentistas y beber vino. Prolonga dos largos años su experiencia de aprendizaje, durante los que adquiere el dominio de técnicas tan variopintas como el uso del tomate como sustituto natural del color negro, y el empleo del pincel, instrumento que le era totalmente desconocido hasta ese momento, dado que el insigne artista aplicaba la pintura sobre el lienzo valiéndose de las colas de los caballos de las caballerizas de Su Majestad. Cansado por las dificultades de comunicación con los indígenas, Velázquez regresa a España justo a tiempo para la boda de su hija, alejado del estilo tenebrista que le había caracterizado hasta su excursión mediterránea. "¡Qué barbaridad, no hay quien entienda el portugués!" -afirmaba algo irritado a su regreso-.
Pies en polvorosa
El retorno a España no es tan agradable como esperaba: Los lienzos y los marcos están carísimos; las colas de los caballos empiezan a escasear; el fin de la Guerra de los Treinta Años sume a la clase noble en el infierno del aburrimiento más atroz, y además todos sus amigos en la Corte son decapitados o expulsados a Marruecos. En estas circunstancias, a Velázquez no le queda más remedio que regresar a sus amadas tierras italianas ejerciendo las labores de embajador español. Es en esta época cuando realiza algunos de sus más famosos retratos, como el del Papa Inocencio X, cuya primera versión está ambientada en el cuarto de baño, y por el que es inmediatamente excomulgado. ("¡Troppo vero!", -dicen que exclamó el sorprendido pontífice ante la insólita visión de sus infalibles posaderas-). Tras este desagradable incidente, el pintor regresa -ya definitivamente- a tierras españolas, no sin antes sustraer disimuladamente media docena de cuadros aún sin firmar del estudio de su colega Rubens.
El inevitable final
En la última etapa de su vida, Velázquez da muestras de la experiencia acumulada a lo largo de todos esos años y da a luz a algunas de sus mejores obras, muchas de ellas pintadas con el bigote, en lo que supuso una innovación técnica intensamente imitada a partir de entonces por artistas pictóricos del mundo entero. Pero su habitual costumbre de ingerir los restos de los tubos de pintura al término de cada obra a modo de celebración por el trabajo cumplido repercute negativamente en su salud. Fallece el 6 de agosto de 1660, tras haberle sido concedida la Orden Militar de Santiago por sus retratos de moros decapitados, y es enterrado (como era costumbre en la profesión) junto con sus efectos personales y su esposa en las catacumbas del Museo del Prado de Madrid.
Obra
El prolífico Velázquez pintarrajeó no menos de un centenar de auténticas obras maestras del arte pictórico. Destacó especialmente en el ámbito del retrato, donde dio muestras de su maestría en su estilo realista retratando democráticamente a Reyes, Papas y Bufones por igual, aunque se tratase, en bastantes casos, de (como reza la canción) "una serie de rostros bovinos de aspecto mongólico unidos a cuerpos grasos". Estas altas cotas de calidad realística jamás fueron alcanzadas tras la muerte del genial pintor, pero la cosa se disimuló bastante bien con la invención del cubismo, el arte abstracto, la pintura de dedos y el postmodernismo. Sin pretensiones de exhaustividad (para eso existen otras fuentes), valoraremos someramente algunas de sus más reconocidas obras.
- Vieja friendo huevos: Retrato costumbrista de la primera época Velazqueña, con predominio del por aquel entonces habitual claroscuro. El pintor dio a luz a su obra sobre el mantel de su mesa mientras aguardaba su turno en una tasca sevillana de comida rápida, circunstancia que tiene que ver con el realismo de algunos detalles del conjunto pictórico, como el burbujeante y humeante aceite de la cacerola, o la logradísima tonalidad de la propia yema del huevo, probablemente debidos a la excesiva proximidad habida entre modelo y artista en el momento del alumbramiento de la obra.
- El triunfo de Baco: Conocida popularmente como "Los Borrachos", la obra ve la luz poco antes del primer viaje a Italia del artista, concretamente, la noche anterior a su partida, en la fiesta de despedida que le prepararon esos pillastres irredentos juerguistas cortesanos. De temática mitológica con tintes naturalistas, el granujilla de Baco y unos cuantos viejunos practican semidesnudos el noble arte del botellón en un claro homenaje a la bebida favorita del pintor (después del Azul Cyan nº 3).
- La rendición de Breda: Para el común de los mortales, "Las lanzas". Ilustra el momento en el que los pérfidos secesionistas de los Países Bajitos desisten de sus injustificables ínfulas de independencia y autodeterminación, e hincan sus rodillas ante el Aplastante Poderío Militar del Invencible Imperio Español, aunque algunas exégesis clandestinas aventuran oscuras interpretaciones paralelas a partir de sutiles detalles semiocultos en el lienzo a modo de pentimento.
- La Venus del espejo: Se trata del primer desnudo integral de la pintura española, con todo lo que ello conlleva, por deseo expreso del cachondo de Felipe IV, que estaba más que harto de bodegones, enanos y vejestorios. Algunos expertos sostienen que en realidad, el nombre del cuadro se debe a la femenina región anatómica que, en virtud de la posición del espejo, se debiera reflejar desde el punto en que la imagen es enfocada, por lo que se explicaría así la enigmática sonrisa ligeramente vertical que nos muestra el personaje en cuestión.
- Inocencio X: Contra lo que pudiera parecer, se trata del retrato de un Papa, aunque la obra, como ya ocurriera con la anterior, sirvió como fuente de inspiración a guionistas y productores de cierto género cinematográfico supuestamente minoritario bastantes años después. El retrato fue realizado en un descuido del Papa en cuestión, que cuando se quiso dar cuenta había sido inmortalizado por nuestro insigne y velocísimo pintor; de ahí esa expresión altiva y desdeñosa con que resultó plasmado en el lienzo.
- La Familia de Felipe IV: O, como diría el pueblo llano en su inquebrantable empeño por enmendarle la plana al autor en lo que a las nomenclaturas de sus obras se refiere, "Las Meninas". Indudablemente, Velázquez se desquita de tantos años de sufrimiento a las órdenes de un Rey filogenéticamente tarado por la endogamia mediante la cruda plasmación directa y sin ambages de su miserable prole de lerdos hemofílicos en una escena costumbrista plagada de irreverencias. Algunos de los detalles de la obra son aún hoy objeto de múltiples interpretaciones, aunque todo parece indicar que el resquebrajamiento del equilibrio intelectual del artista derivado de la intoxicación por metales comenzaba a hacerse evidente por aquel entonces.
Pinacoteca
Artículo destacado Este artículo ha sido destacado en la Portada por decisión popular. Los rumores sugieren que sus autores fueron instruidos |
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