Francisco de Quevedo
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Francisco Gómez de Quevedo y Santibáñez Villegas (Mandril, 17 de septiembre de 1580 — † Villanueva de los Tunantes, Ciudad Real, 8 de septiembre de 1645), fue un genio de la poesía española con un nombre largo con avaricia, compañero de farras del Capitán Alatriste y enemigo amigo del alma de Luis de Góngora.
Biografría
Juventud
Nació en Mandril en el año 1580 en una familia de altos cargos de la corte, concretamente de una pareja de bufones del rey. Pese a que nació cojo, con pies deformes y más ciego que un topo silvestre, fue un chaval superdotado, y no porque tuviera una trompa de mamut entre las piernas, sino que era capaz de ganarle al Trivial al rey a la corta edad de 2 meses.
A los 6 años quedó huérfano accidentalmente tras hacerle la zancadilla con su pie cojo a sus padres mientras estos hacían un número cómico, cayendo por las escaleras de palacio.
Pagó las primeras novatadas en el Colegio Imperial de la Compañía de Jesús donde estudió hasta 1506 (74 años antes de que naciera, si, claro) , fecha en la cual se pasa a la Universidad de Alcalá de Henares con el fin de hacerse jugador de cartas profesional en la cafetería. Después quedar arruinado tras la primera partida que jugó (contra el Club Universitario de mancos), decidió ponerse a estudiar para matar el hambre tiempo. Estudió un poco de todo hasta que se aburrió, trasladándose a Valladolid poco después a vivir de la sopa boba en la corte del Duque de Esperma, válido de Felipe III, y allí estudió Teología, buscando encontrar la verdad divina de un énte que desconocía, pero que intuía que existía: el Monesvol.
En Valladolid empezó a tomarle el gusto a la poesía, realizando sus primeras composiciones líricas y satíricas, al tiempo que también trabajaba la prosa y su instrumento en los ratos de esparcimiento en su ajetreado trabajo de limpiabotas del duque.
No obstante, utilizar escupitajos y demás flemas en su trabajo le valió para tener que poner pies en polvorosa en 1606 hacia la corte de Madrid. Allí se ganó la amistad, gracias a su labia para las mujeres, del gran Lope de Vega y del ignífugo Miguel de Cervantes, ya que Quevedo les ayudaba a ligar, aunque con la técnica del dinero.
En una de estas ocasiones fue cuando se encontró al que iba a ser su eterno compañero en la noche madrileña tras salvarle de morir asfixiado entre los pechos voluptuosos de una meretriz de buen ver. Este señor era el capitán Diego Alatriste, un condecorado héroe de la Guerra de Flanes de huevo. No había noche en la que no acabaran de peleas con los gañanes del lugar que frecuentaban los bares de mala muerte, no pudiendo decir lo mismo en el caso de ligar con mujeres que no fueran de la vida.
Eran tiempos felices para Quevedo pese a que no se comía un conejo rosco.
Amigo inseparable de Góngora
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Fue en estos momentos cuando encontró a su gran amigo del alma, Góngora, que curiosamente compartía la pasión de la poesía con él. El feelin' entre los dos surgió rápido y a pesar de que se gastaban bromas de mal gusto y gustaban de descalificarse mutuamente de cara al público acusándose el uno al otro de carcamal, penicortos, judío u homosexual, en el fondo eran grandes amigos y se dedicaron composiciones poéticas recíprocamente. Aquí mostramos una de esas poesías de Quevedo dedicadas a Góngora, de las más famosas de su repertorio:
A un hombre de gran nariz cariz
Érase un hombría al que estaba apegado,
érase una amistad llamativa,
érase una hombría altiva,
érase un fuerte espada bien afeitado.
Era un reloj suizo sincronizado,
érase una hacha pensativa,
érase un gato panza arriba,
era Chuck Norris más cultivado.
Érase un ruiseñor en una pajarera,
érase un faraón de Egipto,
las dos docenas de huevos era.
Érase un bondadoso infinito,
muchísimo rabo, perdiz tan fiera
que en la cara de tio1.jpg fuera bendito
Amistad con el Duque de Osuna y destierro
Al mismo tiempo que hizo buenas migas con Góngora, estrechó una fuerte amistad con el duque de Osuna, siendo su secretario y hombre de confianza a la hora de elegir sus vestidos y faldas, en sus viajes por Italia y centroeuropa. Ayudó a este a ser Virrey de Nápoles en 1616 mediante el espionaje y sabotaje de sus calzoncillos al Duque de Esperma, su competidor por el puesto.
Fue recompensado por el duque con la entrada en el selecto club de la Orden de Santiago, una tuna caracterizada por tener bordado una cruz de Santiago en el pecho y llevar suntuosas minifaldas negras.
Caído el Duque de Osuna por las escaleras del virreinato por unos turbios asuntos, Quevedo también es arrestado como su hombre de confianza, desterrándolo finalmente a la Torre de Juan Barragán, municipio de Ciudad Real. No fue bien acogido allí por los pueblerinos del lugar pese a su fama debido a que pisó sin querer al gato del alcalde, uno de los animales más queridos de la región. Aprovechó los momentos de soledad para escribir y hacerse unas mechas en el pelo.
Vuelta a la corte
La entronización de Felipe IV y la subida al poder de su válido Conde Duque de Olivares propició la reconciliación entre el poder y Quevedo, sin que éste tuviera que humillarse sollozando y haciendo aspavientos en busca de clemencia.
Tras varios años, se le hizo hombre de confianza del rey, llegando a ser su secretario y compañero de petanca los domingos. Se casó obligado con una mujer que hacía por tres, teniendo una relación problemática, sobretodo porque no le dejaba ver el fútbol por la tele o eructar como un macho español tras ingerir una cerveza.
Encarcelamiento
En 1639 decide hacer la gracia dejando un memorial bajo la servilleta del rey donde denunciaba y criticaba la política del Conde Duque de Olivares. El fragmento decía así:
El nombre de la bestia que viva
por estos grandiosos lares,
su cabeza es una oliva,
su corazón, el de una res
Sacra, católica, cesárea, real Majestad, vos sabéis como ninguno que la situación es enfermiza en cuanto al mandamiento del Conde Duque de Olivares en el imperio. Basta un ejemplo como este: No podemos permitir que gaste tantos reales en vestir a la última moda a los tercios de Flandes cuando en la guerra no hay posibilidad de conocer hembras. Es bien sabido que sólo se fornica en las duchas ya que como vos sabéis, a falta de pan, buenas son tortas. Se podría haber invertido ese dinero en darles unas buenas armas para que a final de mes, no se vean obligados a dejarse las uñas largas para poder luchar, todo ello a causa de la mala calidad de sus espadas y picas.
Mi consejo como secretario es que deje el poder en otro, y yo no conozco mejor candidato que mí mismo... Y eso que he visto mundo...
Las incontrolables risas del rey alertaron al Conde Duque de Olivares, que creyendo que era un chiste verde acudió raudo y veloz a disfrutar del ya consabido humor de Quevedo.
Instantes después de unas carcajadas malévolas del conde, mandó encarcelar a Quevedo. Aparte de ello, se confiscaron sus obras, a su mujer (De lo único que se alegró Quevedo). Se le encerró en el convento de San Marcos de León, un lugar frío que se ponía caliente por la acción de algunos monjes de dudosa moralidad y sepsualidad. La prioridad para Quevedo entonces sería la de proteger su integridad y la de su trasero.
COMO C MURIÓ
Pasó en el convento hasta 1643 cuando se retira el Conde Duque de Olivares tras una dura vida de no hacer nada gobierno. Salió con muchos achaques debido a la intranquilidad con la que tenía que vivir pues tenía que dormir con un ojo abierto y otro cerrado cual conejo por si las moscas, y con un ojo puesto en los libros y otro en los enemigos que le acechaban entre las sombras.
Al acabar su encierro, se trasladó de nuevo al municipio de Torre de Juán Barragán llegándose a ganar ahora la amistad del pueblo después de pisar accidentalmente al perro del cura, uno de los animales más odiados de la región. Vivió allí hasta su muerte, en el momento en el que ingiere una ficha de dominó, confundiéndola inexplicablemente con un panchito, en una de sus partidas diarias en el Bar de viejos local. Los vecinos asustados lo llevaron al convento de Villanueva de los Tunantes para que le dieran la extremaunción, aunque como no era muy devoto, él hubiera preferido que le dieran la última cerveza.
Obra literaria
Si hay algo en lo que destacara Quevedo sería sin duda cómo fumaba como un carretero y se emborrachaba y con qué estilo realizaba sus composiciones literarias. La maestría y la caradura de la que hacía gala no tenían par entre sus colegas del Siglo de Oro.
Los expertos enmarcan su estilo dentro del conceptismo barroco, que vaya usted a saber que demonios es. El caso es que tendía a recargar sus textos con abundantes figuras literarias, hasta que las gastó de tanto usarlas.
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Poesía
Se centró en la sátira y en la ironía, aunque no dejó de lado los poemas de amor. Para muestra, sólo hay que ver su obra cumbre, dedicada a su mujer:
Amor alcoholizante más allá del sofá
Apagar podrá mi mujer la postrera
tele que me llevare viendo al día,
y podrá cabrear esta alma mía
hora a su afán ansioso porculera;
mas no, de esotra parte, en la taberna,
dejaré la contienda, en donde ardía:
tragar sabe mi gaznate la ginebra fría,
y perder el respeto a la condena.
Barman a quien todo Dios bendición has sido,
venas que etileno a tanto fuego han dado,
veladas que han gloriosamente ardido,
tu sifón dejará, no su encargado;
seré ceniza, mas tendrá sentido;
Prosa
En cuanto a sus obras prosaicas, se ocupó de diversos temas tales como la política, ascéticas, filosóficas, satírico morales y pornofestivas.
También se atrevió a hacer traducciones de los clásicos grecorromanos y tuvalíes, obteniendo unos resultados deplorables, amén de amenazas de muerte por parte de editores y compradores.
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