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por EDiCt faict par le roy 1554 67620 (H cropped).jpgans Christian Andersen[1]












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Demasiado feo para ser un escritor

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abíase una vez, en una helada granja llamada Odense, del rancho de Dinamarca, un enorme alboroto. Una comadrona sacó del vientre materno lo que en principio creyó era una mezcla entre un bebé y un pato con problemas de alopecia. Era Hans Christian Andersen, un niño que no solo nació feo, sino muy feo. Al verlo, las comadronas con toda la delicadeza de la que eran capaces, le dijeron a la madre: “— Señora, no queremos alarmarla, pero su hijo grazna.”
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El joven Hans creció entre charcos de hagua fría, donde intentaba ocultar sus patas palmeadas y pico prominente, ya que sus pobres padres no podían costearse comprarle una cama a alguien tan feo. Los demás niños humanos lo perseguían cuando iba a la escuela (cerca de la escuela, sus padres no podían permitirse mandar al colegio a alguien tan feo), y le lanzaban pan duro gritándole “— Miren a ese Andersen, es demasiado feo para ser un escritor. Y también es danés.” con una crueldad que solo los niños y los críticos literarios son capaces de ejercer. Sin embargo, el joven Hans no se ofendía, ya que pensaba que algún día se transformaría en algo mejor... aunque no estaba del todo seguro de qué. Pensaba para sí mismo “— Con suerte seré un cisne, y con mucha suerte, al menos un pollo frito decente.

Pero nunca pasó. Y nunca comió una prediz tampoco.

El Sirellero

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rase una vez un joven llamado Hans Christian Andersen, que para ayudar a su empobrecida familia, cuya idea de darse lujo consistía en tener hijos para ponerlos a tener más hijos, Hans salía a las frías calles de Copenhague a vender cerillas. “—¡Cerillas! ¡Cerillas!”, graznaba —digo, gritaba— con su peculiar voz, mezcla entre un pajero pájaro y niño desesperado, “— ¡Perfectas para encender la chimenea, el corazón o incluso las esperanzas cuando ya no queda nada por perder!” gritaba con aire de intelectual, y por eso no vendía nada, por mamón insufrible.

Cansado de ser el bufón de la ciudad, y de que sus patas de pato le dificultaran pensar cómo sería usar zapatos (sus pobres padres no se podían permitir comprarle zapatos a alguien tan feo), Hans decidió hacer lo que cualquier ave adolescente desesperada haría, buscar drogas, pero como no encontró, se tuvo que conformar con una bruja callejera que leía el tarot para hacer un trato.

Una noche, cuando el frío era tan brutal que incluso los muñecos de nieve hacían huelga por mejores condiciones laborales, Hans se topó con la Bruja de las Cerillas, que era su proveedora de cerillas alucinógenas.

— ¿Quieres que te diga tu horóscopo, muchachito-pato? —dijo con voz malévola la bruja.
— No señora Bruja.
— Señorita. ¿Entonces quieres piernas humanas?
— Sí, por favor, señorita Bruja.
— Perfecto, pero tiene un terrible precio *risa malévola*, te daré piernas humanas, pero te costará... medio centavo.
— Pero señorita Bruja, no soy millonario.
— Pero medio centavo te lo encuentras tirado por la calle cualquier día... Bueno, entonces el precio será que cada paso que des será como caminar sobre Legos afilados, y perderás tu adorable voz de pato.

Hans, que odiaba su voz de pito más que a su familia, aceptó entusiasmado.

— Oh, y un detalle más... —añadió la Bruja mientras sacaba su última cerilla para fumársela— Si no logras que alguien se enamore de ti en tres días calendario, te convertirás en espuma de mar... o peor, en Hans Christian Andersen. ¡MUAJAJAJAJAJ!

Con un chasquido de los dedos de la bruja, las patas de Hans se transformaron en piernas humanas (feas como él, pero humanas), aunque cada paso dolía como si estuviera paseando por el cuarto de juegos de un niño de 5 años. Mudo y cojeando, tenía tres días para conquistar a alguien, en el buen sentido. "Fantástico" —pensó— "Soy La Sirenita, pero sin el sostén de conchas y con pico de pato". Su primera idea fue conquistar a alguien con su voz, ahora que no sonaba como un pato, por lo que el primer día incursionó en la ópera. Olvidaba sin embargo que no tenía ningún tipo de voz, y la única persona que conquistó fue al sordo del pueblo, Ludwig, pero ese no contaba porque también era feo.

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Desperado, Hans dedicó su segundo día a escribir cuentos. No porque fuera romántico, sino porque era lo único que sabía hacer (había aprendido a escribir porque sus padres no podían costearse enseñarle a hacer algo útil como coser a alguien tan feo) y porque había logrado recolectar los suficientes periódicos entre los que le tiraban cuando molestaba mucho para tener una superficie sobre la cual escribir. Para su sorpresa, sus historias gustaban tanto que la gente se enamoraba de ellas, aunque no necesariamente de él. Porque era feo.

Al tercer día, Hans Christian Andersen, abrumado por el dolor de pies, la soledad y las deudas con el podólogo, decidió dejar Dinamarca como su escritor más famoso (el único también), para que sus legiones de fanáticos daneses no lo vieran convertirse en espuma de mar.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

El escritor y el guisante

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abíase una vez, en un reino tan remoto que ni siquiera tenía cobertura móvil, un rey con una hija en edad de casar y una obsesión extraña con las legumbres. Este monarca pensó que el mejor método para encontrar un yerno digno era un guisante clavado en la col... en la colcha, debajo de las sábanas.

La princesa protestaba "— Padre" —decía— "¿Por qué no podemos usar Tinder como la gente normal?", pero no obtenía respuesta. El palacio se llenó de príncipes, nobles y algún que otro plebeyo que llegaba para robarse los jabones del baño y las toallas (también venían incluídas). Entre ellos estaba Hans Christian Andersen, un escritor danés cuyo mayor éxito había sido no morir de hambre y caminar raro, y que estaba en búsqueda del amor porque había hecho un trato con Coppel.

La primera noche, Andersen se enfrentó a la torre de colchones escalándolos en pantuflas; operación que incluyó tres resbalones, dos aterrizajes de emergencia y un encuentro cercano con una araña de tamaño sospechosamente australiano, pero llegó a la cima.
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Dormir fue imposible. No por el guisante escondido en su cola, que ni siquiera se enteró que estaba ahí, sino porque le tocó en la habitación entre la de la princesa, que roncaba y roncaba como si estuviera talando un bosque entero con una motosierra oxidada, y la del rey, que se quedaba hasta tarde viendo videos de gente que talaba bosques, o algo con sonido parecido.

A la mañana siguiente, Hans bajó de la torre con el aspecto de quien ha luchado contra un dragón (y perdido). Tenía el pelo de haber metido los dedos en un enchufe y unas ojeras que de lejos parecían mapas del inframundo, pero de cerca también. Su ropa revelaba que lucha contra la araña, sin embargo, había sido exitosa.

El rey lo dio como ganador, confundiendo el agotamiento con sensibilidad principesca, y el tinte verde de su ropa con guisantes aplastados. La princesa, desanimada porque el menos guapo fue el ganador llamó a su amiga de Frozen para que la desaparición del prometido pareciera un accidente...

Pero esa es otra historia.

Frozdersen

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rase una vez, una princesa de un reino tan lejano que no llegaba aún la televisión, que se encontraba por razones que no vienen a cuento comprometida con un pathombre danés, que había recorrido Europa Oriental en busca de amor, en un solo día. Lamentablemente para ella, le era imposible enamorarase de él porque no solo era sensible a los guisantes bajo los colchones, sino a prácticamente todo.

— "¡Nada te gusta Hans! ¡No puedo enamorarme de alguien así, aunque se vaya a convertir en espuma de mar o en pobre si no lo hago! ¡No te gusta el canto de los pájaros por la mañana...!"
— "Interrumpen mi podcast sobre ornitología"
—"¡... ni el brillo de la vajilla de plata...!"
— "Refleja la luz y no puedo ver la vajilla de plástico"
— "¡... ni siquiera el color del cielo!"
— "No combina con mis plumas."

La princesa, dándose cuenta que era natural que le pase algo así a alguien feo que tenía contacto femenino por primera vez, decidió tomar medidas drásticas. Buscó en Facebook Marketplace, dentro de la sección "Reinas de Hielo para Eventos y Rupturas", y contrató a Elsa, reina de otro reino lejano para deshacerse de su quejumbroso prometido.
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Elsa llegó al castillo, con sus ojos brillando como vajilla de plástico, y sonriendo maliciosamente, le dijo a Hans "—Te daré un beso, para romper tu maldición de amor", planeando realmente tomarse una foto besándolo para que la princesa lo pudiera acusar de infidelidad. Sin embargo, Hans estaba acostumbrado a tratar con mujeres, y sabía que si una le daba un beso, su corazón se congelaría y explotaría en mil pedazos.

Así, Andersen intentó huir en un trineo mágico parlante, pero de pocas palabras, el cual se negó a moverse. "— Hasta los trineos están hartos de tus quejas", exclamó la princesa que estaba escondida por ahí viendo como se deshacían de su novio. Desesperado, el escritor trató de resolver el acertijo de la eternidad, porque era una regla de las Reinas de las Nieves que si lo resolvías serías libre y te regalarían unos patines (de ruedas); pero en lo que pensaba, la princesa del guisante se hartó y tomó la Conveniente Pistola de Hielo de la Reina de las Nieves™ y convirtió a Hans en una quejumbrosa, fea, e in-amada (que no inanimada) estatua de hielo.

Habiendo cumplido su trabajo (no lo cumplió) la reina de las Nieves partió, y el reino vivió en paz y prosperidad para siempre.

Fin.

El Andersito y el Soldadito

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abíase una vez, en un reino lejano, una estatua hiperrealista de un escritor sin amor llamado Hans Christian Andersen que, supuestamente había sido congelado por feo tiempo atrás. Tras ser congelado, Hans se hizo pequeño porque el frío lo había encogido al tamaño de un pulgar (como suele ocurrir con todos los hombres en situaciones similares).

En su nueva y diminuta forma, se encontró vagando por el jardín del palacio. Súbitamente, el enorme sapo real saltó frente a él, manifestándole sus intenciones de casarse con él; porque es lo que hacen los batracios verrugosos cuando llegan a cierta edad. Emocionado por al fin haber encontrado el amor, aproximadamente dos días y medio después que una Bruja lo maldijera tiempo atrás, rápidamente se desilusionó, pues en medio de la boda, alguien se opuso. "— ¡Yo me opongo!" —gritó un soldadito de plomo que apareció cojeando, por sus tres piernas— "Si alguien se ha de casar con este enano feo, seré yo."

Ejecutó sumariamente al sapo, que de todas maneras ya estaba muerto por su corazón partido, y se llevó a Hans.

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Hans miró al soldadito y su intrigante tercera pierna. "— Bueno... no es lo que tenía planeado, pero si soy sincero, una pierna extra suena mucho más interesante que un sapo babeante" —dijo Hans, babeando. Junto al soldadito, se lanzaron a la vida matrimonial con entusiasmo, esquivando escobas, gatos y prejuicios de la sociedad de Pulgarcitos en la que vivían.

Eso sí, lo que primaba en su matrimonio no era amor, sino otros sentimientos que mantenían a su relación a flote. La tecera pierna del soldadito era justamente el catalizador de esta, hasta que una noche, descubrieron trágicamente que el plomo friccionado a altas velocidades, como solían friccionarlo, es inflamable. El soldadito usó las dos piernas que le quedaban para catapultar a Hans fuera del peligro. A medida que el calor hacía crecer a Hans de nuevo (como sule ocurrir con todos los hombres en situaciones similares), Hans observó cómo el soldadito se convertía en plomo derretido. "— ¡No!" —gritó— "— ¡Mi trípode! ¡Te estás convirtiendo en una escultura moderna!". Lamentablemente no pudo hacer nada sino sacudirse el plomo derretido de encima, y continuar buscando el amor verdadero.

Y entre invento e invento, se ha acabado este cuento.

Los zapatitos nuevos de Hans

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rase una vez, un rey de un reino tan lejano que no llegaba aún la luz, el rey Cristián VII de Dinamarca. Era un rey muy vanidoso, y buscaba incesantemente ser el rey mejor vestido comprando las prendas más caras del mundo, aún cuando no tuviera dinero y tuviera que sacárselo a familias pobres como los Andersen. Cierto día, llegó a su corte un bufón nuevo: un antiguo escritor, devenido en costurero, llamado Hans Christian Andersen; que volvía a Dinamarca en busca del verdadero amor.

El escritor, sabiendo de la personalidad derrochadora del rey, le ofreció sus servicios como escritor real, pidiéndole dinero a cambio de escribir el mejor libro de la historia de Dinamarca, y también el primero. Para convencerlo, ofreció también darle al rey como parte de la oferta dos objetos de inigualable valor: un traje invisible que solo podían ver los inteligentes, un ruiseñor mecánico que hacía tesis, y un par de zapatitos rojos de baile, que lo harían la envidia de los saltamontes del reino.

El rey aceptó entusiasmado por saber distinguir quiénes de sus cortesanos eran lo suficientemente inteligentes para leer, y quiénes eran lo suficientemente daltónicos como para ver los zapatos de color verde. Pagó por adelantado al escritor; sin embargo, este no le dejaba ver los avances del traje, del libro, ni del sombrero; así que un día el rey se coló en los aposentos donde trabajaba, y vió que no había nada: ni zapatos, ni muebles, ni ruiseñor, ni trajes, ni cortinas, ni escritor.

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Hans Christian Andersen había huido con el dinero, los muebles, las cortinas, la vajilla de plástico, y el ruiseñor de verdad que había en la corte; encontrando así por fin el verdadero amor que hacía tiempo (unos dos días y medio) una Bruja le había ordenado buscar: el amor al dinero. La maldición estaba rota, Hans no se convertiría en espuma de mar, ni volvería a la pobreza. Dedicó el resto de sus días a escribir obras como "Cuentos para niños que no se asustan fácilmente", popular entre los padres que querían que sus hijos no se duerman para mandarlos a trabajar a las minas de berkelio; y "Cuentos para niños feos", una biografía del famoso escritor y amigo suyo Hans Christian Andersen.

Su felicidad de todas maneras duró más bien poco: el rey lo mandó apresar, y como castigo por robarle al rey el dinero que recolectó cobrando impuestos a Hans Christian Andersen; fue condenado a pasear por la calle mayor de Copenhague con su traje invisible y sus zapatitos rojos. Así, Hans bailó y bailó desnudo por las frías calles que lo habían visto convertirse en sirena; hasta que finalmente, el 4 de agosto de 1875, agotado por la actividad, cayó muerto en la misma esquina donde había cambiado su voz por habilidad en la cama, unos días antes.

"Mi último deseo..." —musitó antes de morir— "Es que mi tumba sea más bonita que yo." Fue enterrado en una caja de cerillas, y enviado río abajo por el canal de Kiel, donde su cuerpo sirvió como mina marítima hasta la Primera Guerra Mundial.

Y colorín colorete, al que lee esto le duele el ojete.

Bibliografía

  • Andersen, H. C. (1835). El yesquero: Manual para pirómanos principiantes. Copenhague: Llamas & Chispas.
  • ___ (1837). La sirenita: Guía de cómo NO negociar con brujas marinas. Odense: Escamas & Escarmientos.
  • ___ (1838). El soldadito de plomo: Lecciones de equilibrio para juguetes con discapacidad. Copenhague: Fundición & Funambulismo.
  • ___ (1838). Los cisnes salvajes: Guía práctica para desencantar a tus hermanos emplumados sin perder la voz. Jutlandia: Plumas & Paciencia.
  • ___ (1839). El traje nuevo del emperador: Sobre la importancia de contratar sastres reales con referencias verificables. Copenhague: Hilos & Embustes.
  • ___ (1842). El ruiseñor: Por qué los pájaros mecánicos nunca superarán a los orgánicos en concursos de canto. Pekín: Trinos & Engranajes.
  • ___ (1843). El patito feo: Memorias no autorizadas de la infancia del autor. Odense: Plumas & Complejos.
  • ___ (1844). La reina de las nieves: Guía de supervivencia en inviernos escandinavos extremos. Laponia: Témpanos & Temblores.
  • ___ (1845). La pequeña cerillera: Guía de cómo NO manejar la pobreza infantil en la era victoriana. Copenhague: Cerillas & Conciencias.
  • ___ (1845). Las zapatillas rojas: Manual de cómo NO elegir calzado maldito para ir a misa. Copenhague: Suelas & Suplicios.
  • ___ (1848). La princesa y el guisante: Manual de detección de realeza para anfitriones escépticos. Estocolmo: Colchones & Coronas.
  • ___ (1852). El abeto: Advertencia sobre los peligros de la ambición desmedida en la flora. Bosque Negro: Ramas & Remordimientos.
  • ___ (1855). Pulgarcita: Guía de supervivencia para personas extremadamente pequeñas en un mundo de tamaño normal. Jardín de las Flores: Miniaturas & Maravillas.

Notas

  1. Hans Christian Andersen (Odense, 1805-Fondo del mar, 1875) fue un destacado odiador de niños danés, famoso por crear cuentos infantiles con mensajes tristes y depresivos para arruinar no una ni dos, sino a ocho generaciones de personas que nacimos desde que publicó sus escritos. Tras pasar una miserable y desgraciada infancia, una violenta adolescencia y una desesperante madurez, decidió plasmar sus traumas en su más famoso cuentos El traje nuevo de la sirenita fea de las nieves, que los críticos literarios consideran la más desgarradora y fiel autobiografía de un autor universal después de Pinocho de Guillermo del Toro.

Véase también

Escritores

  • 2 de abril Personaje histórico (ver todos aquí). ☀️ ☠️
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