Alberto Fuguet

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Incicito Chile.png ¡ESTA WEÁ TIENE UNA CACHÁ DE HUMOR CHILENO! Si no entendís ni una custión de lo que dice este artículo, pregúntale a un shileno pa' que te lo explique. Si no "intindí" el cagasteshano, andate de aquí. No seái huevón
Alberto Fuguet
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Todo un matador
Nacimiento Defunción 1964
Cuando deje de recibir becas
Origen McOndo, California
Su vida
Sobrenombres El que escribió Mala onda
Lugar de residencia Habitación 506 del City Hotel
Se dedica a Escribir libros pencas y rodar películas fomes
Estado actual En Twitter
Hazañas logradas Escribir Mala onda
Relaciones Mike Patton, Holden Caulfield, Mario Vargas Llosa, algún pendejo en Grindr
Enemigos El cura Valente
Poderes especiales Reciclar personajes menores para crear un universo literario capaz de competir solo con el MCU
Objetos Un walkman

Estoy en la cama, tumbado, raja, pegoteado por la humedad, sin fuerzas siquiera para arrojarme por la ventana y volar un rato hasta estallar en el pavimento. Estoy parqueado, lateado: hasta respirar me agota.
Pienso: no debí haber empezado este artículo.
Pienso: los autorreferentes son un recurso muy manido. Muy facilón. Muy de hack.
Ya es tarde para arrepentirse.
¿O no?
No sé.
Quizás.

Me levanto de la cama y enciendo un pito. Lo saboreo como el Bon Scott debió haber saboreado su propio vómito antes de morir ahogado en él. Antes de emprender su viaje por la highway to hell. Me acomodo frente a la Mac con la raja todavía sudada y con las manos pegajosas por la paja que me acabo de correr. Cero apuro, bien.

Nombre: Alberto Fuguet.
Nacionalidad: American.
Lo pienso mejor y borro "American". Escribo "Chileno".
Todo un pasado borrado con solo presionar un botón.
Ojalá todo fuera así de fácil.
Ojalá.

Profesión:
La línea vertical del procesador de textos parpadea intermitente, como apremiándome, como diciendo "qué piensas tanto, huevón culeado, si ni aunque publicaras un artículo ganador del Pulitzer en el New York Times o dirigieras una película que arrasara en Sundance la gente dejaría de verte como un simple escritor. Asúmelo, viejito: ya es tarde para reinventarse".
Profesión: Escritor.

Sudor

Me quedo sin ideas. En blanco.
Writer's block.
Agarro mis llaves, la billetera, mis anteojos oscuros Ray-Ban®, mi iPod con los greatest hits de mi bro Mike Patton y decido salir a tomar aire. Aire contaminado, aire metropolitano.
Es verano.
Deben de hacer como 33 grados. Fácil.
Una locura.
Santiago es un infierno.
I'm on the highway to hell.

Mientras deambulo por Inés Matte Urrejola me quedo embobado mirando (cuarteando) a los pocos chicos potables que esta ciudad de mierda rasca y bomb tiene para ofrecer, con sus shorts de colores pasteles (algunos más ajustados que otros, algunos más largos, otros más cortos), imaginándome el olor que desprenden sus prepucios. Sus picos adolescentes y hormonados.
Mi olor favorito es el sudor de los hombres.

Sí, soy gay.
Hueco.
Fleto.
Maraco.
Puto.
Deal with it.
Pero ojo, no soy un escritor gay como la loca esa del Manuel Puig, que no podía ser más evidente. No: soy un gay que escribe.
Hay diferencia, creo.
O quizás no.
Da lo mismo.
Lo mío pasó piola por años. Décadas. Como Rock Hudson. O Kevin Spacey. Aunque yo no tuve que contagiarme de SIDA o violarme a un pendejo para salir del clóset, claro.
Naturally.

Las películas de mi vida

No sé cuándo tuve la estúpida idea de ser escritor. Lo mío era el cine. El cine arte en blanco y negro, con un chico bien parecido fumando un cigarrillo y leyendo una novela gruesa y complicada. Truffaut, Eric Rohmer, Bergman, esa onda. Supongo que tanto ver al Matt Dillon en La ley de la calle me provocó un cortocircuito cerebral que me hizo creer que yo (un pobre huevón born in the USA hijo de chilenos repatriados que a duras penas aprendió a hablar español) podría escribir no solo guiones sino cuentos, o incluso una novela que llegara a ser tan brillante como El río, Coronación o Papelucho y el marciano.

Eran los principios de los noventa. Después de años de ser considerado un puterío tercermundista del que los gringos se cagaban de la risa, Chile se reinsertaba en el mundo. Se había puesto de moda. Era hot stuff.
En particular la literatura chilena.
Así que yo, nada de huevón, agarré y dije que sí, soy escritor.
Y me gané una beca para estudiar en el International Writer's Workshop de la Universidad de Iowa, que era como el Writer's Workshop de la Universidad de Iowa, pero más internacional.
Más cosmopolita.

En ese taller escribí mi primer cuento. Pero el profesor-editor, apenas leyó mi texto, dijo que bien me lo podía meter por el ass.
What the fuck is this?
—Mi cuento, sir.
Yes, I know, but dónde está el realismo mágico?
The what?
Magical realism! Where are the tucanes parlantes and the abuelitas volando?
What?
—Acaso eres retarded, Fuguet?
—No, pero why the hell quiere que escriba sobre eso?
—Eres Chilean. Hispanic. Mira, tu short story no está tan mal, cabrito, pero si quieres que la publiquemos agrégale algo de magical realism será mejor.

Eso me dejó como las huevas. Out. Más emputecido que la cresta.
Este tipo quería leer algo más como Gabriel García Márquez y menos como Andrés Caicedo. Más Isabel Allende y menos Jay McInerney. Alguna huevada bananera con personajes con nombres onda "Efigenio Maricanto" que se culean a la hija del patrón de fundo con ayuda de los fantasmas de sus antepasados.
Macondo, no McOndo™.
Como los cuentos del apestoso de Borges.
O peor.
Thanks, but no thanks.

Cuentos con walkman

Enciendo mi iPod y empiezo a canturrear "Falling to Pieces", en la más happy-go-lucky. Estoy a punto de ponerme a bailar como maricón en la calle, pero por suerte me contengo.
Because I'm somewhere in between
My love and my agony
You see, I'm somewhere in between
My life is falling to pieces
Somebody put me together...

Cuentos con walkman fue como un combo en la guata. Como un recital punk lleno de gritos, pollos y un mosh bestial. Desesperado.
Igual, era 1993.
En ese tiempo decir "poto" en televisión abierta era de lo más transgresor.
Este libro no lo escribí yo. Fue una anthology, una recopilación de cuentos escritos por los pendejos que asistían a los talleres literarios que ofrecía la Zona de Contacto, ese suplemento literario-juvenil-siútico de El Mercurio que no fue más que un intento por parte de Agustín Edwards, en la más patética, de conectar con los elementos más barrioaltinos y post-modernos, post-yuppies, post-comunistas, post-babyboomers y post-capa-de-ozono de la nihilista a cagar Gen-X.
La generación X.
My generation.

Como yo trabajaba en la Zona, fui el encargado de editar el libro.
Que es como lo máximo a lo que puede aspirar un aspirante a novelista que trabaja como aspirante a periodista, en la misma fábrica maldita que produjo engendros frankensteinianos de la talla de Felipe Bianchi, Rafael Gumucio, Nicolás Copano, Francisco Ortega (Dan Brown chileno al pedo) y sobre todo Antonio Díaz-Oliva. ADO. Mi clon. Mi wannabe. Un tipo que plagia hasta las listas de compras que escribo.
Mal.
¿O no?
Quizás.
No sé.
Basta.

No soy facho, pero paradójicamente le debo la vida a ese fósil del Agustín Edwards. Es uno de mis dos padres. O mejor dicho, mis sugar daddies reaccionarios y fascistoides. El otro, por supuesto, es Mario Vargas Llosa. Ese viejo culeado está enamorado de mí. Me consta. Todo lo que publico es oro, según él.

Mala onda

Suena el teléfono. Welcome to the jungle, we've got fun and games.
Es el Paz.
El gran Paz.
—Para qué llamas, conchetumadre.
—Puta, Alberto. ¿Cómo estás?
—Bomb, cómo voy a estar. Como las huevas. Más chato que la mierda. Tengo que terminar un artículo sobre mí en la Inciclopedia y no he escrito ni pico.
—Me imagino. Oye, esta noche habrá feroz carrete en el departamento del Pascal Barros. Va a estar total, lo que se dice el descueve. ¿Te tinca?
—No sé, Paz. Puede ser.
—No seas rogado, Al.
—¿Quiénes van a ir?
—Un montón de huevones. Va a estar Cox, el Beltrán Soler, ah y tu amiga, la Maite Vandenhaesevelde. Acaba de regresar de Miami y te quiere puro ver, man.
—La Maite, ¿ah? ¿Sigue viva?
—Más que nunca.
—No me digas.
—Entonces, ¿vienes?
—Seguro.
—Buena onda. Nos vemos.
—Bueno. Chao.
—Cambio y fuera.

Vuelvo a mi habitación. La Mac sigue ahí, pero decido meterme directo al baño. Me ducho, meo un poco, me pajeo sin ganas y mientras acabo y observo cómo el semen y la espuma del champú caen a mis pies y desaparecen en el desagüe, me viene un ataque de llanto histérico que el ruido del agua caliente ahoga.

Cierro ambas llaves, respiro hondo, me seco y le robo una camisa a mi ex. Me queda un poco ancha (el tipo es rugbista de la Católica), pero bien. Me tomo unas pastillas que encuentro en el botiquín, jalo unas líneas que extraigo de mi origami importado de Bolivia, trago media botella de Stoli con tónica, y parto a la fiesta del Barros.

Por favor, rebobinar

El departamento del Pascal Barros no es tal. Es más bien un penthouse inmenso con puros ventanales, piscina temperada y una panorámica impresionante de las luces de Santiago City.

—Hola, Alberto. Qué rico que hayas venido.

La Maite luce verdaderamente estupenda. Está casi igual que cuando atracamos aquella vez en la parte trasera del Chevy '59 verde de mi viejo y ella me chupó el pico, hace muchos años. Cuando la Kennedy era un peladero donde se corrían carreras clandestinas.
Cuando yo y la Maite aún creíamos que a mí me gustaban las minas.
No sé en qué estaba pensando.
La muy maraca todavía hoy cree que puede darme vuelta, enderezarme por el buen camino de la heterosexualidad. Errada está. Sería como pedirle a ella que renunciara a tirarse a cinco negros a la vez cada vez que viaja a Río o al Caribe.
Imposible.
No way, Jose.

Ella deja de bailar con un perno de anteojos horrorosos y polera imitación Tommy Hilfiger que da pena y se acerca a mí. Bailamos unos diez temas. Lo suficiente para que mi camisa quedara empapada.
Pero entre las luces estroboscópicas, el humo, los lásers, la música monótona que excreta el DJ (un rubio decadente traído de algún club rave de Ibiza, Ámsterdam, Berlín, Goa o algo peor), los gritos, el sudor, el perfume pastoso y dulzón, las pepas... tanta banalidad me irrita. Me revuelve el estómago.
Y lo digo.

—Esto es una mierda. Una farsa. Una mala película y ustedes son todos unos malditos zombies. Fuckin' phonies. Deberían morirse de una vez y dejar de robarle oxígeno a los animales.

Todos quedan lívidos. Nadie dice nada.
Yo ni siquiera trato de respirar. Pongo mi clásica "mirada-que-mata": una mirada fija, penetrante, sin pestañear, bastante maricona, que siempre funciona. Inhibe al enemigo, lo pone nervioso, lo convierte en presa fácil.
—Disculpen —interviene en la más asertiva Pascal Barros—, pero mi compadre parece que tomó de más y...
—¿Quién está borracho? Al contrario, Barros. Lo veo todo con más claridad que nunca. El único ser de carne y hueso en este puto mundo soy yo.

La Maite se sube arriba de una mesa, se quita los tacones y se larga a bailar como poseída. Coquetea con todos. Comienza una suerte de orgía. Todo esto me supera y decido virar.
Irme. Fugarme.
—Córtala, Alberto, o te voy a tener que pedir que por favor te vayas.
—Es justamente lo que pensaba hacer.

El Paz, el gran Paz, se interpone en mi camino.
—Alberto, calma. ¿A dónde vas?
—Eso es asunto mío, Paz. No te metas.
—¿Por qué chucha siempre armas escándalo cada vez que te invitamos a una fiesta? ¿Qué onda, compadre? Le estás hinchando las huevas a todo el mundo. Estás cayendo mal.
—Quizás el problema no soy yo. Este país está seriamente enfermo, huevón. Me carga.
—El que está enfermo eres tú.
—Puede ser. Da lo mismo.
—Ándate a la mierda.
—Ya me fui. Qué rato.

Sobredosis

Estoy solo. Curado. No sé de qué, pero curado y solo. Necesito vomitar. Necesito buitrear, sacar toda la mierda acumulada, la mala onda que llevo dentro.
Estoy más solo que la cresta.
O quizás no.
Quizás uno realmente está solo cuando está con gente, siento. Cuando uno está solo, hasta puede que se sienta acompañado.
O algo así.
No sé.

Decido llamar al Damián Walker. Al segundo ring, contesta.
—¿Aló?
—¿Damián?
—¿Con quién hablo?
—Soy yo. Alberto.
—Ah.
—No pareces muy contento.
—¿Qué quieres, Fuguet?
—¿Estás vigente?
—¿Cómo?
—Que si tienes jale.
—¿Sabes la hora que es?
—Más o menos. ¿En qué estabas?
—Alberto... Mira, sé que no tengo moral para decirte esto, pero deberías dejar las drogas, man. Es demasiado adolescente y tú ya estás bastante peludito.
—¿Cómo sabes?
—No estoy para tu hueveo. Voy a cortar. Anda a acostarte, será mejor.
—No puedo. Estoy en la calle.
—Sí, algo supe. Me contaron que anduviste dando jugo firmeza en la fiesta del Barros. La ondita.
—Damián, por favor. Consígueme un poco de jale y no te hueveo nunca más. Te juro.
—No sé.
—Por favor... Por los viejos tiempos. Si quieres te pago más.
—Bueno, está bien. ¿Dónde estás?

Son las 5:40 de la madrugada.
Y estoy despierto.
A medias.
Borracho.
Drogado.
Lateado.
Alterado.
Liviano.
Cansado.
Avergonzado.
Ensimismismado.
Deambulo por la Gran Avenida.
Territorio peligroso.
No tengo nada que hacer aquí.
Pero estoy demasiado wired y apestado como para correr de vuelta a la civilización.
No puedes volver a casa, cabrito.

Se me acercan dos tipos con una pinta de lanzas que no se la pueden.
Uno lleva los shorts casi por los tobillos.
Cagué. Ahora sí que me asesinan.
Ojalá que no duela.
You can run but you can't hide.

—Oye, loco. Dime la hora.
—No tengo reloj —respondo en la más fría.
—Ya, pero de más que andái con celular.
—No, tampoco.
De repente, el punga dice algo en un dialecto que no entiendo.
Su compañero saca una navaja.
Ni siquiera veo venir la estocada.
Tan solo siento el metal frío y afilado penetrando mis entrañas.
Y me río.
Después, la nada.
Goodbye, cruel world, I'm leaving you today...

Tinta roja

—Despierta, pendejo. ¿O querís que te dé un beso como a la Bella Durmiente acaso? Si fueras una viuda cuarentona, ahí sí.
Abro los ojos.
Estoy vivo.
Un viejo gordo, cabezón, inmenso, ocupa todo el campo visual. Sus diminutos ojos celestes me observan detenidamente.
—Hasta que por fin despertaste, pendejo. Parece que estuvo buena la tomatera anoche. Vos viste lo que pasó, ¿no?
—Sí.
Mucho más que eso, pienso.
—La mansa cagadita, huevón. Cacha toda esta sangre. Esta huevada debió estar maldita. ¿Dónde está el fiambre, pendejo? Y apúrate, porque los pacos deben estar por llegar ya y esos huevones no dejan sacar buenas fotos. ¿No es cierto, Escalona?
—Sí, jefe —responde otro viejo con una cámara fotográfica enorme y aparatosa, de esas que ya no se ven.
—¿El fiambre? —pregunto.
—¿Eres sordo o me estás agarrando para el hueveo? ¿O estoy hablando en chino acaso, pendejo culeado? El fiambre, puh. El tieso, el monte seis, el muerto. ¿Dónde está?
—No hay.
—¿Cómo?
—No hay ningún muerto.
—¿Cómo chucha no va a haber ningún cadáver con toda esta sangre, huevón? ¿Me querís ver las huevas?
—Es mi sangre, señor.
—¿Tu sangre? ¿Todo este reguero de chocolate es tuyo? ¿Y cómo? ¿Te vino la regla, pendejo concha grande de tu madre? Puta la huevá, ¿para qué cresta me hacen perder el tiempo?
—¿O sea que no hay fiambre, jefe?
—No, Escalona. No va a haber monos acá, por la conchesumadre. Este pendejo reculeado nos hizo venir por las puras.
—Pero si yo no llamé...
—Una vieja de mierda que es lectora de nuestro diario llamó diciendo que habían apuñalado a alguien en este sector. Que por toda la sangre que vio, el huevón debía estar patitieso sí o sí. Pero aquí estoy, hablando con el supuesto finado, que más encima es un pendejo que nadie conoce. Digamos fueras un famoso...
—Soy escritor.
—Cuando digo "famoso", pendejo saco de huevas, me refiero a un famoso de verdad. Un huevón de la tele, un actor, un cantante, un jugador de la selección, por último el hijo de un político. ¡Pero un escritor! Ni que fueras Neruda o el que escribe huevadas de terror...
Stephen King.
—Ese. ¿Acaso eres Stephen Hawking, pendejo engreído? ¿Cómo te llamas? Porque de caracho no te ubico ni en pelea de perros, huevón.
—Alberto Fuguet.
—Fugetti. ¿Y qué huevada has escrito? ¿Poemas, mariconadas así?
—Escribí Mala onda...
—No me suena para nada, huevón. ¿Me viste cara de crítico literario? Hace años que dejé de escribir sobre esas huevadas porque a nadie le importan los libros, y menos los escritores. Lo que vende, pendejo, es la sangre.
Miro mi propio charco de sangre y me río, pero no digo nada.
—¡Y encima te ríes, pendejo maricón de mierda y la reconcha de tu madre! ¿Te das cuenta, culeado, del tiempo que nos hiciste perder? ¿Del manso pique que nos tuvimos que mandar desde el diario para acá, con lo cara que está la bencina? ¿O es que los hijitos de papá como vos no tienen esos problemas porque solo manejan autos eléctricos todo maracos? Vámonos, Escalona. Vinimos acá por las puras. Pendejo infeliz...

Missing

Estoy perdido, pienso.

Aeropuertos

Ayer perdí otro día.
Mañana es otro día, supongo.
Uno nunca realmente sabe.
Tampoco sé cómo llegué aquí.
Estoy internado.
Habitación 506 de la Clínica Dávila.
No es la Clínica Mayo, precisamente, pero tampoco es la ex Clínica Tabancura, que es como peor. Aunque ni tanto.
Las clínicas son como los aeropuertos, pienso. Ambos tienen sala de espera. La comida es una mierda. Y nunca sabes si vas a salir vivo.
Me miro el brazo. Está todo moreteado por culpa de alguna enfermera maraca que fue incapaz de encontrarme la vena para inyectarme suero, solución de Ringer o la huevada que me hayan puesto para revivirme.
Para volverme a la vida.
I've seen the needle and the damage done.

Decido escapar. Los flaites concha de su madre que me apuñalaron y me cogotearon se robaron hasta mis zapatos (adiós celular, adiós billetera, adiós iPod con la discografía del Old Mike, bye bye love, bye bye sweet caress, hello emptiness, I feel like I could die), así que ni cagando podría pagar la estadía en esta clínica.
Alberto, ¿a dónde vas?
Eso es asunto mío.
Exacto, asunto mío.
Asunto mío y de nadie más.

Me ducho, me cambio el vendaje, le echo un vistazo a mi herida (horrible), me visto a toda prisa y huyo sin mostrarme nervioso o perseguido. Tranquilo, cero rollo.
Hasta que en el pasillo me ataja una enfermera igualita a la Louise Fletcher en Atrapado sin salida.
—Caballero, ¿a dónde va?
No hablar espanol —respondo con acento americano.
—La hora de visita ya terminó. Visit finished. You not can be here. Me understand?
Oh, I'm sorry. I didn't know that.
—¿Quiere que llame un taxi? Call one taxi?
Yes, please. Thank you very much.
—De nada, mister. Of nothing!

No ficción

¿Qué hacer?
¿Virarse?
¿Mandar todo a la cresta?
¿Escapar?
¿Qué pasaría?
¿Pasaría algo?
Imagínate. Piénsalo un poco, pongamos las cosas en la balanza.
¿Qué pasaría?
¿Qué?
—¿Perdón? —pregunta el taxista.
Mierda.
Otra vez estoy pensando en voz alta.
—No, nada. Nada nuevo. No se preocupe. Nada que no pueda soportar. Aquí me bajo. Oiga, ¿usted se acuerda de esa canción que dice: "no se puede vivir sin amor"?
El taxista no me responde y parte apurado.

Estoy de regreso en el hotel.
En casa.
En la recepción, el gordo encargado del hotel me hace señas.
—Qué bueno que volvió, señor Caulfield. Nos extrañó que desapareciera dos días sin avisar. Ya nos tenía preocupados, como mañana se cumple el mes...
El tipo aún se acuerda del nombre falso que dí para registrarme en el hotel.
Caulfield.
Holden Caulfield.
Siento pena por el encargado. Pena y rabia.
Es obvio que nunca ha leído The Catcher in the Rye.
No sabe lo que se pierde.
No tiene idea de que está muerto por dentro.
—Sí —respondo en la más cínica—, es que tuve un problema. Verá...
—¿Sí?
—Nada, perdí la llave de la habitación. De puro despistado no más. Fui a un carrete con unos amigos que hace mucho no veía y... Bueno, ya sabe cómo son esas cosas.
—Entiendo. Le entregaré una copia, pero por favor cuídela como hueso santo, ¿oyó?
—Gracias. Realmente.
—No tiene nada que agradecerme, señor Caulfield. Que tenga una muy buena noche. Y no se olvide de depositar mañana si se va a quedar más tiempo.

Entro a la habitación. Mi habitación.
Huele a encierro. A sueños destrozados, angustia existencial, calcetines sucios.
La Mac sigue encendida. El artículo sigue como lo dejé.
Me tomo la mitad que queda del vodka y me pongo a teclear:

Alberto Fuguet

Estoy en la arena, tumbado, raja, pegoteado por la humedad, sin fuerzas siquiera para escribir este artículo culeado. Que lo haga otro.


Brillante.
I'm a fuckin' genius.
Costó, pero lo hice.
Sobreviví, concluyo. Me salvé.
Por ahora.


Sombrero huaso.jpg ¡Conchesumare! Artículo Chileno Destacado

Este artículo ha sido destacado en la Portada Chilena por la gallá.
¡Se ha ganado el sombrero de huaso de oro!

Escritores

  • 7 de marzo Famoso contemporáneo (+) ☀️