Filoctetes
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Filoctetes fue un famoso arquero (aunque no tanto como Robin Hood o Guillermo Tell, de hecho fue sólo ligeramente conocido) y amigo inseparable del semidios Heracles al que se mantenía muy unido, tanto que estaba pegado a su velluda espalda como si fuera velcro.
Biografía
Fue hijo del rey Peyote de Melibea. Desde pequeño se sabía destinado a algo grande, ya que un mendigo astrólogo le dijo en una ocasión «¡Grandísimo hijo de...!» justo cuando le acababa de clavar una flecha en la espalda. Fue creciendo en la comodidad del palacio de su padre hasta que ya de bien mozo trabó amistad con Heracles con el que se corrió muchas juergas y de vez en cuando le mataban algún hijo a Equidna y a Tifón.
Sin embargo Heracles se casó y sus vidas se vieron separadas por un tiempo. Finalmente tras la muerte trágica del hijo de Zeus a manos de una capa envenenada, sería el propio Filoctetes quien encendería la pira funebre y guardaría su arco y carcaj. También le prometió que no le contaría a nadie donde estaba enterrado su cuerpo.
Más tarde estalló la Guerra de Troya y como muchos jóvenes de su generación fue llamado a filas para defender la patria y asegurar que las reservas mundiales de estaño no estuviesen bajo la mano del dictador Príamo, ya que Nixíones lo consideraba un peligro para la paz del mundo occidental. Según Nixíones, Príamo había intentado asesinar a su pater Atreo. Para poner a su favor la opinión pública filtro a la prensa imágenes tomadas desde el satélite espía Pegaso mostrando fábricas de armas de destrucción masiva.
Soledad en Lemnos
Enrolado con lo mejor de los guerreros helenos —todos ellos jovenes, musculosos y depilados— hicieron una parada para repostar aceite de coco en la isla de Lemnos. Allí, una serpiente enviada por Apolo le mordió el pie a Filoctetes como castigo divino por haberle dicho a todo el mundo donde se encontraba la tumba de Heracles, se creía el muy iluso que si señalaba con el dedo sin decir nada, le salvaba de sufrir alguna maldición por perjuro.
En efecto, a los pocos segundos un hedor enrareció el ambiente. Los dánaos primero miraron suspicazmente a Menelao, famoso por sus ventosidades (lo que explica que Helena le abandonara por el milimetrosexual de Paris). Este se limitó a decir «¡Qué coño mirais!». Y no fue hasta que el siempre prudente Odiseo se dio cuenta gracias a su perspicacia de que Filoctetes fue el primero en quejarse y ya decía el fino aforismo ático del viejo Homero: "Quien primero lo huele, debajo del culo lo tiene". Los helenos se reunieron detrás de un árbol y convinieron enviarlo a buscar mandragora para curarse la herida.
Un minuto después los helenos se despedían de Filoctetes desde los barcos mientras agitaban unos pañuelos blancos y soltaban lágrimas de la risa. El engañado pudo dislumbrar como Odiseo se desternillaba de la risa a pesar de taparse la cara con su túnica.
Sólo y abandonado, tuvo que aprender a alimentarse por su cuenta como un cachorro. Intentó recordar alguna consejo útil que le diera su padre pero lo único que le venía a la mente era una imagen de su querido progenitor en ropa interior peleando con una costilla de cerdo. Por lo que tomó su arco y se dedicó a cazar pájaros durante los siguientes diez años. Sin embargo la putrefacción de su herida hacía casi inecesario que usase el arma a distancia ya que cualquier pequeña criatura que se encontrase a menos de treinta metros de él sufría un desmayo inmediato.
Troya
Mientras Filoctetes disfrutaba de los beneficios de la vida sencilla del campo, sus ex-compañeros aqueos las pasaban canutas en las trincheras llenas de lodazales bajos las inmediaciones de las murallas ciclopeas de Troya. Consultado el Oráculo de Delfos por parte de los asediadores para que les díjese que tenían que hacer para acabar ganando la guerra, éste les anunció que debían poseer el arco de Heracles. En ese momento todos miraron a Odiseo con cara de pocos amigos, éste se levantó y simplemente dijo: «Está bien, está bien. Ya voy a buscarlo, pero el hijo de Aquiles, Neoptolomeo, se viene conmigo».
El problema apareció cuando se iban acercando a la isla de Lemnos, un fuerte olor les llegaba a la trirreme. Para sofocarlo, el siempre prudente Odiseo, le dio unas plantillas mentoladas a Neoptolomeo para que se las untara a Filoctetes en la herida y un pañuelo con el que taponarse las vías respiratorias. De esta manera lo trajeron de vuelta prometiéndole que lo llevarían a su querida patria.
Al amanecer del décimo día de viaje, Filoctetes no se lo podía creer, los hijos de puta le habían engañado de nuevo. Delante suya se encontraba la playa donde los aqueos habían atracado las naves. Montañas de basura, restos de sacrificios, ratas y tiendas llenas de agujeros se acumulaban como hongos en un plato de macarrones en mal estado.
Su llegada junto al arco fue recibida con unos vítores por los guerreros cansados, acto seguido comenzaron todos a vomitar y a desmayarse. Y es que incluso la herida fétida de Filoctetes era aun peor que el olor del campamento.
Conclusión
Finalmente hizo aparición Heracles. Como en las mejores tragedias griegas, fue transportado por una grúa de madera manejada por veinte diminutos esclavos, le perdonó y le dio un spray de la marca Olimpo Freshmaker para el mal olor de los pies. Más tarde saquearon Troya, la quemaron hasta los cimientos, se repartieron a las mujeres y masacraron la prole de Príamo. Es una lástima que al volver a Grecia unas tormentas hundieran sus naves y los que no murieran, acabaron en algún sitio alejado de la mano de Zeus.
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