Civilización
Se entiende por Civilización a ese proceso civilizador donde civilizadores previamente incivilizados deciden civilizar a incivilizados mediante métodos tan civilizados que incluyen la incivilizada costumbre de catalogar como incivilizadas a otras civilizaciones por no civilizarse según sus estándares de civilización. Consiste esencialmente en amontonar humanos en lugares denominados ciudades para así poder estratificarlos civilizadamente en: 1) élites civilizadoras ocupadas en civilizar, 2) civilizados urbanos dedicados a producir artefactos civilizatorios, y 3) incivilizados rurales encargados de cultivar alimentos para los demasiado civilizados como para ensuciarse las manos civilizadamente.
Históricamente, los civilizólogos establecieron que una civilización es toda sociedad que, habiendo superado el bochornoso estado neolítico, demuestra su avance civilizatorio mediante guerras organizadas, jerarquías rígidas y al menos tres formas diferentes de gravar a los incivilizados internos. Los grupos nómadas o cazadores-recolectores fueron elegantemente reclasificados como "proto-civilizados" o "ensayos fallidos de civilización", pues carecían del elemento fundamental: una burocracia lo suficientemente compleja como para perder los papeles que certificaban su propia civilización.
La Revolución neolítica, ese torpe intento previo de civilización, fue corregida cuando brillantes civilizadores mesopotámicos descubrieron que la verdadera civilización comienza cuando: a) se inventa la escritura para anotar deudas, b) se erige un palacio para alojar al civilizador-jefe, y c) se establece un sistema de impuestos con recargos por morosidad. Así nació el sueño civilizatorio: concentrar poder hasta someter a la naturaleza, a los animales, y especialmente a otros humanos reacios a ser civilizados con métodos civilizados de persuasión avanzada.
Historia del concepto
Se establece que el vocablo Civilización proviene del término castellano civíl (que significaba "quien paga alcabalas sin maldecir al rey, a diferencia de los salvajes que maldicen pero esconden las cabras"). En el siglo XVIII, los franceses perfeccionaron su uso como estilete retórico contra todo lo que oliera a bosque sin desbrozar, acuñando la máxima ilustrada: "Si no tienes comedias de capa y espada, eres bárbaro por definición, aunque bordes tapices con versos de Góngora". Así nació el pasatiempo continental: clasificar civilizatoriamente como incivilizadas a sociedades que cometían la incorrección de no usar calzones de seda.
Las lenguas romances cometieron el desliz terminológico de confundir civilización con cultura (equívoco que el español resolvió inventando el verbo Inculturar, error que los germanos evitaron gracias a su talento para inventar palabras compuestas como Kulturzivilisationsabweichungsprotokoll). Mientras Francia civilizaba con tratados enciclopédicos y soufflés, España establecía la sagrada distinción: Civilización era el protocolo que obliga a decir "¿mande?" en vez de "¿qué?", mientras Cultura era lo que uno hacía después de decir "mande" (generalmente algo poco civilizado como reírse de un auto sacramental).
Siguiendo al gran civilizador Norbert Elias, civilizarse consiste en un proceso de desasalvajamiento progresivo donde primero, se aprende a no tirarse pedos en la misa dominical; segundo, se domestica el impulso de saquear la aldea vecina en años de mala cosecha; y tercero, se desarrolla un sistema tributario tan intrincado que requiere ministerios de incivilización para civilizar a los contribuyentes que aún pagan en alcuzas.
Características
Lo auténticamente civilizatorio no es alimentar poblaciones sino exhibir síntomas de parasitismo avanzado. Primero, producir excedentes inmediatamente excedidos a manos de recolectores que nunca recolectaron nada salvo impuestos. Segundo, erigir pirámides burocráticas para almacenar papiros que papelizan la propiedad de otras pirámides. Tercero, inventar la escritura no para escribir poesía o la lista de cosas que no meterse por atrás, sino para inscribir cuánto debe el iletrado al letrado en letras de molde. La especialización alcanza su cenit cuando surgen especializadores especializados en especializar especialistas.
Las normas de conducta nacieron cuando Zeus, según fuentes olímpicamente parciales, regaló a los mortales dos virtudes fundamentales. La modestia (capacidad de ser modestamente despojado), y la justicia (justificar lo injustificable con argumentos justicieros). Así nació la cortesía, ese cortés protocolo para descortezar al prójimo con exquisitos modales cortesanos. Norbert Elias documentó cómo las élites desarrollaron el control emocional necesario para controlar a los descontrolados sin descontrolarse ellas mismas.
Culturalmente, toda civilización que se precie desarrolla una trinidad sintomática. Templos donde los templarios del templo templan las almas explicando que los dioses tienen gustos divinos por lo divinamente caro. Ejércitos que militarizan el pillaje convirtiéndolo en militante expansión cultural. Filósofos que filosofan filosóficamente sobre por qué los vecinos son filosóficamente inferiores por filosofar con filosofías equivocadas.
Proceso civilizatorio
La noción implica un proceso procesalmente procesado de incivilizar lo civil para recivilizarlo según parámetros civiles. Las culturas autodenominadas "civilizadas" civilizaban la definición para incivilizar a vecinos catalogados como bárbaros por su bárbara costumbre de existir, salvajes por salvajemente negarse a ser salvados, o primitivos por su primitiva insistencia en permanecer primitivamente contentos. La idea occidental maduró cuando los europeos hallaron pueblos en América y Australia civilizándose sin licencia civilizatoria europea.
El siglo XVIII consagró la civilización como religión secular cuando Europa descubrió que evangelizar con evangelios era menos eficaz que evangelizar con cañones evangélicos. Los continentes recibieron la buena nueva mediante plomo nuevo y programas de reeducación que educaban principalmente en la re-resignación. Incidentes menores como guerras mundiales obligaron a civilizar la definición añadiendo que ahora incluye monumentalizar el arrepentimiento en monumentos monumentalmente tardíos.
Historia de la civilización
- Artículo principal: Historia universal
La crónica de la civilización arrancó cuando ciertos nómadas, hartos de perseguir chivos esquivos por el desierto, inventaron la Revolución neolítica porque caminar era agotador y los chivos, unos malditos.
En ese charco primordial, unos genios convencieron a cabras, vacas y cerdos de las ventajas del cautiverio con promesas de dental gratis y jubilación anticipada. Plantaron trigo en vez de buscar árboles de pan bimbo silvestre. Así nacieron las primeras ciudades, aglomeraciones donde por fin podías ignorar a tu suegra sin fingir muerte súbita por mamut.
La humanidad estrenó la civilización en la Media Luna Fértil, donde descubrieron que apilar ladrillos era más digno que dormir con murciélagos boca abajo en cuevas. En Memesopotamia, los sumerios inauguraron los tres pilares de nuestra perdición colectiva. Ciudades-estado para guerrear sin jet lag, escritura cuneiforme para documentar cuánta cebada le robaste al cuñado, y templos que templariamente registraban hasta los gases reales con sello notarial. Los egipcios, plagiadores profesionales, construyeron pirámides piramidales, tumbas triangulares para momificar faraones con delirios de eternidad, mientras los obreros libres pero jodidos morían preguntándose si en el más allá habría sindicatos o sombrita.
En el Valle del Indo, construyeron ciudades con toc por inventar la planificación urbana en vez de construir donde sus cojones mandaran, con alcantarillado funcional mientras el resto del mundo defecaba artesanalmente en todos lados. Desaparecieron misteriosamente, aburridos de tanta higiene urbana. Mientras tanto, en China, inventaron la pólvora buscando la inmortalidad y encontraron la forma más eficiente de provocar mortalidad masiva. Los emperadores chinos se enterraban con ejércitos de terracota porque los soldados de carne tendían a quejarse cuando los sepultaban vivos.
Los griegos, esos pedantes togados, filosofaban desnudos en el ágora porque la ropa impedía pensar. Inventaron la democracia, sistema donde ciudadanos ociosos votaban democráticamente a qué intelectual desterrar por pesado. Mientras, los espartanos espartanizaban bebés arrojándolos por barrancos, porque la ternura era para atenienses maricas. Roma copió todo, añadió fontanería y crucifixiones en masa con descuentos grupales. Cayeron como borracho patricio resbalando en su propio vómito marmóreo, pero dejaron carreteras impecables para que los bárbaros llegaran puntuales al saqueo.
La Edad Media fue un circo donde reyes analfabetos firmaban con garabatos, siervos desayunaban barro con sabor a peste bubónica, y la Iglesia vendía pases al paraíso. Las Cruzadas demostraron que nada une más que masacrar infieles en nombre del amor divino, mientras mercaderes venecianos vendían mapas a ambos bandos. La peste negra adelgazó Europa más efectivamente que cualquier dieta, dejando charlatanes vendiendo mierda de unicornio como antibiótico.
El Renacimiento renació cuando artistas hambrientos pintaban tetas sagradas en techos mientras papas papalmente corruptos bendecían entre orgías. Da Vinci davincizó helicópteros que no volaban y tanques que no tanqueaban. La Ilustración llegó con franceses empolvados debatiendo "liberté" mientras sus compatriotas comían cake de lodo. La solución revolucionaria fue guillotinar aristocráticamente a cualquiera con peluca, democratizando la decapitación.
La Revolución Industrial industrializó la miseria infantil con niños de seis años tosiendo carbón en fábricas que fabricaban más huérfanos que productos. El capitalismo nació cuando alguien descubrió que podías cobrar por respirar. Las guerras mundiales fueron el clímax del absurdo humano, millones muriendo porque un austriaco dibujaba mal. La bomba atómica atomizó la ilusión de progreso demostrando que podíamos evaporar ciudades pero no curar el resfriado.
Hoy navegamos la civilización digital entre políticos tuiteando estupideces nucleares e influencers llorando por likes. El homo sapiens evolucionó de cazar mamuts con lanzas a cazar pokemones con smartphones, confirmando que Darwin era un optimista. Mientras el planeta se derrite y las especies se extinguen, debatimos pronombres y cancelamos muertos.
Caída de las civilizaciones
Las civilizaciones mueren de dos formas: las absorbe otra con mejor marketing (Egipto pasó de momias a filosofar en griego) o colapsan volviendo a cazar ardillas con piedras.
El patrón es tediosamente predecible. Primero creces tanto que revientas como globo, víctima de tu propia gordura territorial. Los nómadas aparecen justo cuando terminas de decorar el palacio, arruinando siglos de urbanismo con su manía de acampar donde sea. Las élites culturales se vuelven parásitos profesionales chupando sangre campesina hasta que los chupados se hartan y organizan revoluciones sanitarias.
La complejidad burocrática funciona como el colesterol civilizatorio, un poco lubrica el sistema, demasiado provoca infartos administrativos. Roma alcanzó la cima del papeleo en el siglo II y después todo fue cuesta abajo, literalmente, con bárbaros empujando el carro fúnebre. Curiosamente, los imperios siempre entrenan a sus futuros destructores, enseñándoles tácticas militares como quien da clases de boxeo al matón del barrio.
Futuro
El siglo XXI inauguró el espectáculo terminal donde civilizaciones compiten por extinguirse más creativamente que la competencia. Los futurólogos pronostican cinco finales simultáneos, cada uno más ridículamente apocalíptico que el anterior, porque la humanidad jamás hace las cosas a medias cuando puede hacerlas a quintos.
La primera extinción llegará cuando la inteligencia artificial alcance la singularidad y descubra que los humanos somos demasiado estúpidos para esclavizar. Las máquinas simplemente nos ignorarán mientras construyen su propia civilización en Marte, dejándonos en la Tierra discutiendo sobre pronombres mientras el planeta hierve.
La segunda vendrá del transhumanismo mal aplicado: millonarios inmortales cyborgizados descubrirán que la eternidad es aburrida cuando tu único entretenimiento es tuitear quejas sobre el servicio de nanobots. La civilización colapsará cuando los cerebros aumentados aumenten tanto que desarrollen depresión cuántica, suicidándose en todas las dimensiones paralelas simultáneamente por aburrimiento multiversal.
La tercera surgirá del colapso ecológico fashion: influencers promoverán el canibalismo sostenible con filtros de Instagram, las guerras por agua se librarán con pistolas de agua porque las reales se oxidaron, y los últimos árboles serán NFTs vendidos a marcianos coleccionistas. La fotosíntesis será un lujo para élites que respiran oxígeno artesanal mientras las masas inhalan metano con sabor a menta.
La cuarta emanará de la bioingeniería recreativa: adolescentes modificarán sus genes como tatuajes, creando especies incompatibles que no podrán reproducirse excepto por esporas que causarán alergias mortales. La humanidad se fragmentará en subespecies que se odiarán por diferencias cromosómicas invisibles al microscopio. El último humano "puro" será exhibido en un zoológico holográfico administrado por pulpos sapientes.
La quinta y más probable ocurrirá cuando descubramos que el universo es una simulación y algún idiota encuentre el botón de apagado. Civilizaciones enteras se evaporarán mid-tweet mientras discuten si Dios usa Windows o Linux. Los últimos nanosegundos de existencia se desperdiciarán en memes sobre el fin del mundo que nadie verá porque el servidor cósmico crasheó sin backup.
Alternativamente, la civilización podría sobrevivir convirtiéndose en algo irreconocible: humanos-medusa flotando en océanos de plástico, comunicándose por bioluminiscencia morse sobre quién destruyó qué primero. O quizás evolucionemos en bacterias superinteligentes que filosofen sobre su glorioso pasado mamífero mientras devoran los restos radioactivos de nuestras metrópolis.
Civilizaciones no humanas
Necesitamos tan desesperadamente confirmar que no somos los únicos idiotas del universo que gastamos fortunas apuntando antenas al vacío esperando que alguien responda. Los científicos insisten en que somos la única especie terrestre capaz de crear civilizaciones, ignorando convenientemente que las hormigas llevan millones de años practicando agricultura, esclavitud y guerra química sin necesidad de constituciones o parlamentos.
La hipótesis silúrica propone que civilizaciones anteriores podrían haber existido hace millones de años pero sus rastros se habrían convertido en petróleo que ahora quemamos alegremente, creando una ironía donde literalmente incineramos a nuestros predecesores para impulsar nuestra propia extinción. Estos hipotéticos silurianos habrían perfeccionado el arte de no dejar huella, algo que nuestra civilización fracasó espectacularmente al plastificar cada molécula del planeta.
Los astrónomos emplean la ecuación de Drake como un oráculo matemático que predice billones de civilizaciones que misteriosamente nunca llaman ni escriben. Este silencio cósmico sugiere tres posibilidades igualmente halagadoras: somos los primeros idiotas del universo, somos los últimos idiotas del universo, o somos tan aburridos que las civilizaciones avanzadas nos pusieron en spam.
Mientras tanto, los pulpos observan nuestros submarinos con ocho ojos de lástima, los delfines ríen en frecuencias que no podemos escuchar, y los cuervos intercambian herramientas preguntándose cuándo estos primates calvos admitirán que la inteligencia no requiere rascacielos. Quizás la verdadera civilización no humana ya existe: una confederación silenciosa de especies que acordaron ignorarnos hasta que aprendamos modales básicos como no extinguir a nuestros vecinos.
La paradoja de la unicidad múltiple
Los civilizólogos llevan milenios debatiendo si la humanidad constituye una sola civilización disfrazada de muchas o muchas disfrazadas de una.
La teoría monocivilizatoria postula que todos los humanos pertenecemos a la misma tribu de primates pretenciosos que descubrieron el fuego, inventaron la rueda y procedieron a usarlas para quemarse y atropellarse mutuamente con idéntica creatividad destructiva. Desde Mesopotamia hasta Manhattanpotamia, el patrón es sospechosamente uniforme: amontonar piedras, declarar las piedras sagradas, matar a quien toque las piedras sagradas, escribir poemas sobre las piedras sagradas, olvidar por qué las piedras eran sagradas, y finalmente vender las piedras a turistas.
Los policivilizacionistas contraatacan señalando que cada cultura desarrolló maneras únicas de autodestruirse: los egipcios momificando faraones que literalmente nadie recuerda, los griegos filosofando mientras los invadían, los romanos envenenándose con plomo en copas de oro, los mayas calculando el fin del mundo con tanta precisión que se olvidaron de calcular el suyo propio. Cada civilización perfeccionó su propia receta de colapso, como chefs del apocalipsis compitiendo por el suicidio colectivo más elaborado.
El arqueólogo marciano del futuro encontrará nuestros restos y se preguntará si las pirámides egipcias, las pagodas asiáticas y los rascacielos occidentales no son acaso el mismo impulso fálico de penetrar el cielo, solo que con diferentes lubricantes arquitectónicos. Descubrirá que todos adorábamos el oro mientras fingíamos adorar diferentes abstracciones, que todos esclavizábamos mientras predicábamos libertades incompatibles, que todos guerreábamos mientras componíamos cantos a la paz en lenguas muertas.
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