Cómic europeo

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Los cómics europeos son aquellos que se producen en Europa, genio. El álbum típico del cómic europeo no se imprime en hojas satinadas como el cómic americano o en blanco y negro como el manga, formatos por los que optan las editoriales que saben que sus productos van a ser usados para limpiarse el culo. En Europa el cómic se entiende como un objeto de lujo, y en ocasiones hasta de lujuria, por eso se imprime en gran formato y generalmente en cartoné. Los álbumes habitualmente suelen contar historias autodestructivas autoconclusivas, no son culebrones que no terminan nunca. Los géneros son variados también, desde el humor despiporrante, el género aventurero, las chicas en cueros, el género costumbrista, el género desacostumbrado o incluso el género bobo.

Historia

Primeros héroes del cómic europeo. No parecía la cosa muy prometedora, ¿verdad?

Aunque podríamos remontarnos a vasijas griegas donde se nos cuentan relatos homoeróticos y zarandajas por el estilo, quizás el primer precedente del cómic europeo sea el Tapiz de la Reina Matilde. En él se disponen imágenes a modo de viñetas que cuentan cómo los normandos reventaron a hostia limpia a los anglosajones. Al igual que en los cómics europeos se nos pone una narración seriada en formato de lujo, pero quizás los setenta metros de tela no sean lo más manejable para leer en tu butaca favorita o en la cama. Ejemplos similares podrían ser los retablos en los que se nos contaban escenas de la historia sagrada o vidas de santos con el fin de adoctrinar a gente palurda e iletrada que no tenía acceso a la palabra escrita.

Más recientemente, en el siglo XVIII, aparecen Max y Moritz, siete juegos de niños, de Wilhelm Busch, autor teutón que nos muestra su humor en un libro ilustrado en el que dos chiquillos hacen travesuras hasta que son accidentalmente despedazados por un molinero y devorados por los patos, sin que nadie lo lamente. Es humor germánico, como se ve, del mismo género que, en un formato mayor, ya en el siglo XX se vino a llamar Holocausto.

Sin embargo es Rodolphe Töpffer quien es considerado el verdadero padre del cómic europeo con su Historia del Sr. Madera Vieja, en la que en formato de ilustraciones con pies de texto cuenta la historia de un viejo baboso que quiere casarse con una jovencita (sin preguntarle a ella, para qué) y que no puede llevar a cabo su matrimonio por las causas más insospechadas. Töpffer maniestó que su intención con este cómic era dar ejemplo entretener a personas brutas como tú.

Cómic franco verga belga

Ejemplo de línea clara. Más o menos.

Este tipo de cómic también se conoce como BD, abreviatura de BDSM. Si de algo pueden enorgullecerse los belgas, además de haber inventado las patatas fritas (o eso dicen ellos) es de haber dado lugar a una de las grandes corrientes de cómic a nivel mundial, hasta que los franceses se apropiaron de sus logros, y hasta de sus patatas fritas, como siempre. Aunque durante las primeras décadas del siglo y durante la Segunda Guerra Mundial algunos autores como Alain Saint-Ogan o Hergé con su Tintín habían realizado ya una notable obra con la que entretenían a los niños a la vez que les enseñaban y les inducían a correr aventuras en compañía de las viriles amistades de hombres barbudos, es después de este gran conflicto cuando el cómic toma vuelo en Bélgica y Francia a nivel de industria.

Ejemplo de amistad viril en la obra de E. P. Jacobs

Es la rivalidad entre dos revistas dirigidas al público infantil la que obra el milagro. En una esquina del cuadrilátero tenemos la revista Spirou, alrededor de la cual se va a desarrollar el estilo conocido como escuela de Charleroi o Marcianela Marcinelle. Este estilo se caracteriza por el humor grueso, los trazos dinámicos y asalvajados y la caricatura soez. En esa revista trabajaron dibujantes y más o menos macarras como Jijé, Franquin, Morris y Peyo, y guionistas como Goscinny. Aquí se desarrollaron series protagonizadas por extravagantes personajes entre los que había botones de hotel con ínfulas, como el propio Spirou, vaqueros fumetas como Lucky Luke o seres azules que vivían en comunas de dudosa moralidad, los Pitufos. En la otra esquina del cuadrilátero la revista Tintín creada por un fanboy de Hergé que fichó al propio Hergé en un momento en que nadie más le quería por facha. Hergé tuvo libertad total para escoger colaboradores, que eran todos caballeros rancios y bien planchados como E. P. Jacobs. Las series aquí desarrolladas, a imitación del propio Tintín, seguían contornos definidos y líneas claras, siendo de temática histórico-apolillada, con personajes que de pulcros que eran resultaban al final crípticamente afeminados, como Alix de Jacques Martin, niño semidesnudo que se pasea por ahí en compañía de otros niños semidesnudos, o Blake y Mortimer, un científico y militar que compartían piso, vaya, vaya. Tintín también compartía piso con un marino y un científico que le triplicaban la edad, vaya, vaya, vaya. Este club de esbirros e imitadores de Hergé ha venido a llamarse escuela de Bruselas.

La línea de Marcinelle siempre fue más... desenfadada, digamos.

Los dibujantes de estas dos revistas reconocían públicamente el talento de los rivales mientras en privado se cagaban en sus muertos y hasta intentaban atraer a los mejores talentos de la revista de la competencia, dándose algún caso de transfuguismo y hasta de travestismo. Pero en todo caso no hay nada como la sana competitividad para mejorar y la rivalidad entre estas dos publicaciones hizo que tanto unos como otros mejoraran en calidad y nos dejaran obras inmorales, digo inmortales.

Ya en los años sesenta aparece la revista Palote en Francia, creada por Charlier y Goscinny, quienes se habían largado de Spirou. En esta revista se desarrollan las aventuras de galos pendencieros como Astérix, de vaqueros guarros como el Teniente Blueberry y tramas de ciencia ficción epatantes como las de Valerian y Laureline, entre otras. Con lo que ya no son dos revistas a competir a mamporros, sino tres. Palote, como su propio nombre indica, apuesta por temáticas no necesariamente dirigidas a los chiquillos y acoge bien la aparición de planteamientos bizarros, antihéroes y chicas desnudas, lo cual es el secreto de su éxito.

A partir de los años 70, tras el despiporre de mayo del 68 y algún que otro 69, varios artistas de Spirou y Tintín se van a Palote donde pueden ponerse más ídem. No obstante a muchos dibujantes jóvenes se les queda corto el Palote y deciden crear sus propias revistas para adultos en las cuales puedan dibujar sin el menor pudor a gente fornicando con alienígenas. Destaca entre todas ellas Métal Hurlant, creada por Moebius, que es a Jean Giraud lo que Gollum a Sméagol, Mr. Hyde al Dr. Jeckyll o esa voz que oyes dentro de tu cabeza y te dice que agredas a los demás y quemes cosas a ti.

Siendo Moebius un gran dibujante, tampoco pasaba nada porque nos hubiera ahorrado alguna que otra viñeta.

De los 80 en adelante cada vez hay menos revistas, pues dados sus contenidos uno solo las encontraba en los baños públicos y con las páginas pegajosas, y cada vez las publicaciones son en exclusiva en álbum, como un objeto de lujo para dejar claro que este tipo de cómic no es para que lo lean pobres. También hay mayor influencia recíproca con cómics estadounidenses y japoneses, con lo que se aparecen más héroes musculados y homoeróticos y monos con los ojos enormes. Son de destacar los dibujantes como Chaland, que en su serie Las Aventuras de Freddy Lombard fusiona lo más canallesco de Marcinelle con lo más repolludo de Bruselas. Otros autores como Schuiten y Peeters han partido del cómic anterior pero dándole un giro filosófico y turbio a todo. El resultado Las ciudades oscuras, es como si Kafka y Borges supieran dibujar cómics. Que lo lees y te quedas como estabas porque no has entendido nada.

Y si algo podemos decir de belgas y franceses es que cuando se ponen intensos es cuando la cagan. Empieza un auge del costumbrismo, la autobiografía y las cosas aburridas que recuerdan al cine francés más tedioso, valga la redundancia de meter cine francés y tedioso en la misma frase. Menos mal que sigue habiendo series como La Mazmorra de Trondheim y Sfar que se centra en géneros como la fantasía avícola heroica o las tramas de Émile Bravo, que recuperan lo mejor de la tradición de las décadas anteriores pero con chistes más zafios. También muchas de las viejas series clásicas se resisten a morir con nuevos dibujantes que epigonizan los originales estirándolos como un chicle para mayor gloria pecuniaria de los dueños de los derechos.

El cómic en Españita

El humor de Francisco Ibáñez siempre se ha caracterizado por su sofisticación e intelectualidad.

En España el sector del cómic se ha caracterizado por la precariedad de las condiciones laborales de los autores, la falta de reconocimiento, el ostracismo institucional y la marginalidad editorial. Esto ha llevado a la historieta española a constituir una de las grandes tradiciones en el cómic europeo.

Si bien ya había antes editoriales y cómics, en los años 30 cuando el cómic se populariza en España gracias a la revista TBO. Ya en la posguerra tienen el auge algunas editoriales de origen familiar, como Bruguera, donde se explota despiadadamente a los dibujantes, destacando en ella nombres como Ibáñez o Vázquez, quienes eran obligados a plagiar de manera descarada las historietas de Spirou, porque total, nadie se iba a leer a esos franchutes en España... hasta que décadas después se leyeron, y no veas tú la risa. De esta época datan series como Mortadelo y Filemón, Zipi y Zape o Anacleto, testigos del cutrerío en el que se vivía durante los años en que mandaba Paquísimo.

El régimen franquista era exaltado en series como Roberto Alcazar y Pedrín donde el racismo y el cripto-homoerotismo eran el centro de las aventuras del singular par. No le iba a la zaga el El Capitán Trueno, protagonizada por un héroe viril en falda que iba acompañado por una especie de jugador de rugby en ayunas, también en falda y un efebo (en falda, sí). Por su parte las aventuras estaban presentes en personajes como El Coñote, guionizada por José Mallorquí.

Ya en los 80, con la llegada de la democracia, estos tebeos se volvieron más políticos de tal manera que Mortadelo y Filemón compartían viñetas con Felipe González y gente todavía peor. También aparecen series como Superlopez, que perpetúan el testimonio del cutrerío hispano, pero ya en democracia.

De esta época datan a su vez revistas como Cairo, que importaba y plagiaba la línea clara hergeana y la revista Madriz, que se denominaba de línea chunga (y hacía honor a su nombre). Los dibujantes de estas revistas en ocasiones protagonizaban polémicas muy agrias que a día de hoy solo podemos mirar con una pizca de ternura y no poca vergüenza ajena.

En paralelo a estos, autores como Carlos Giménez hicieron cómics confesionales sobre su infancia maltratada en orfanatos franquistas, que tuvieron gran éxito debido a los antifranquistas que se identificaban y a los antiguos franquistas que los encontraban muy graciosas las putadas a las que se sometía a los niños de la posguerra.

En la actualidad hay grandes autores españoles que... publican en el mercado francobelga y cuyas historias aparecen antes en francés que en castellano, agradecidos debieran estar al abandono del sector en España, ya que eso es lo que les ha catapultado al éxito internacional, ¿verdad?.

El cómic en Italia

Esto es lo que dibuja Milo Manara. Incluso si la historia va sobre un equipo masculino de petanca.

En Italia triunfa pronto el cómic estadounidense, si bien Benito Mussolini prohíbe los cómics de importación para tener cómics que sean copias de los cómics americanoes hechos por artistas italianos. Mussolini quería ser él mismo el superhéroe italiano, vestido en ajustadas mallas que permitiesen mostrar sus muslos torneados. Como resultado de ello no fue hasta posguerra que el cómic italiano empieza a ser una industria con éxito y personalidad.

El fumetto, como se llama ahí por las fumadas que pillaban los autores, cobra pues auge tras la desaparición del dictador y son autores como Hugo Pratt quienes crean inolvidables aventuras como su Corto Maltes (llamado así por las pocas luces del protagonista). A esto suceden historias negras y eróticas, como las de Milo Manara, quien se ha pasado toda su carrera pintando chicas ligeras de ropa y de cascos. Otro autor destacado ha sido Vittorio Giardino, quien une las referencias negras y las chicas desnudas a la influencia de la línea clara franco belga, creando así grandes aventuras de contenido en ocasiones político y casi siempre con un par de tetas en las que su alter ego Max Fridman no se lo pasa precisamente mal.

Otros países

Este es el cómic británico más representativo. No sé que te hace pensar que no mantiene su independencia respecto al hacer de sus primos gringos.

En otros países más o menos lo que se ha hecho es copiar adherirse a estas escuelas, si bien como vemos también los españoles e italianenses son en ocasiones muy tributarios de belgas y franchutes. Muchos paísbajenses en particular se han apuntado también a esto del cómic, normalmente copiando a los belgas, así que la escuela del cómic de estos países puede considerarse un subproducto de lo tratado en este apartado.


Los británicos por su parte han ignorado bastante a Europa, como suele ser su costumbre y han adoptado por lo general las formas del mercado norteamericano e incluso han penetrado en él, siendo algunos de los autores más destacados del cómic americano en realidad británicos nigromantes, como Alan Moore. Incluso el cómic británico más renombrado, Juez Dredd, nos cuenta la historia de un estadounidense que se toma la justicia por su mano y es extremadamente violento y agresivo, por lo que deducimos que es una historieta de tono costumbrista. Ha sido llevada al cine por un actor de método de método como Stallone (su método consiste en hacer ver su parálisis facial como un rictus de hombre duro y repartir hostias a dos manos).

En países como Alemania el desarrollo del cómic ha sido una mierda quizás poco significativo. Se ve que los alemanes cómicos nunca lo han sido mucho. Lo de ellos es más filosofar sandeces y comer salchichas por variados orificios.